Querido Dios:
De sobra sabes que estas líneas no son para Ti, pero me gustaría que hicieras de intermediario. Se que él no va a querer escucharme, mas si Tú le hablas…
Antes de nada quiero, Señor, pedirte perdón. Tú me le enviaste para que yo hiciera en él algo bueno. Y ya ves, te le devuelvo intacto, he estado «demasiado ocupado» para darme cuenta que él quería algo de mí.
Dile a Berna (bueno, para que nos entendamos, Bernardo es uno de los alumnos que este año iba a «sufrir» fracaso escolar, y no era para menos: absentismo escolar, exámenes en blanco, agresiones a sus compañeros…, vamos, un caso) que le escribo desde mi mesa (la del profesor, una mesa que he convertido poco menos que en una bella, laureada y cómoda «sobre todo cómoda» cátedra (que le explique Pedro lo que significa eso).
He estado tan ocupado que no me he dado cuenta hasta hoy de que en su pupitre, allá en la última fila, han quedado los restos de pintura que la señora de la limpieza no ha logrado eliminar.
Sabes, Berna, lo que yo pensaba cuando me daba cuenta de que tú necesitabas ser escuchado. Pues cogía las palabras de Jesús: «Si en un lugar no os reciben, sacudíos las sandalias y salid de allí … », y como si de un deber divino se tratara, inmediatamente enviaba una carta a tus padres con la dirección del psicólogo del centro.
Todavía me acuerdo del último día que te eché de clase. ¿Te acuerdas?, Os estaba contando que mi profesión, la de educador: tanto la de padre o madre como la de profesor era la más bonita del mundo… Tú te reíste burlonamente y cuando increpé tu actitud me soltaste con un convencimiento impropio de tu carácter: «Y la más chunga». Ahora entiendo tus palabras y me duele haber convertido mi profesión en un simple trámite burocrático: un contenido que dar (sea como sea y aguante quien aguante), unos papeles que evaluar y unos problemas que aguantar…
En otra ocasión tuve que hacerte una adaptación (sabes, me tiré toda una tarde), con la esperanza de que por un tiempo me dejara en paz el director. Claro, no te sirvió para nada. Ahora comprendo que la primera y más importante adaptación corría por mi cuenta: «empezar a creer en ti».
Y esta mañana cuando te acompañábamos en tu último viaje, al fin conocí a tu familia. Se lamentaban de no haber ido antes a hablar al colegio. Ante «la alegría camuflada» de mis colegas de profesión, he sentido una rabia inenarrable. Me he hecho por primera vez (más vale tarde que nunca) unas preguntas a las que de momento no hallo respuesta alguna:
«¿Se asemeja la profesión de profesor a la de un funcionario que tras cumplir su horario desconecta?».
«¿Son los jóvenes piezas que hay que moldear, no sin antes deshacerse de las que vienen con defecto?».
«¿En qué medida soy responsable del accidente de moto de Berna?».
Ah, por cierto, has de saber que todos hemos quedado en una «celestial tranquilidad» cuando nos enteramos de que tu muerte no fue en horas lectivas… ¡qué bien eh!.
Bueno, Berna, perdona por todo. Si te consuela algo, he de decirte que me pensaré mucho más a partir de ahora si soy capaz de llevar a cabo esta profesión. Recibe un cordial saludo
José María Escudero
PD: Aprovéchate del educador por excelencia, del Maestro bueno… Ése sí sabe de adaptaciones, instauró la primera y más importante. «Por el bien de todos» hemos querido olvidarla y no entra en ningún plan de estudios: La enseñanza la basó en el servicio; y dentro de sus objetivos, contenidos, procedimientos y actitudes destacaba un punto fundamental: los más necesitados, los más desatendidos, los que nadie quería, los que más incordiaban…