«La profesión más bonita…, y la más chunga»

1 septiembre 2002

Querido Dios:
De sobra sabes que estas líneas no son pa­ra Ti, pero me gustaría que hicieras de inter­mediario. Se que él no va a querer escuchar­me, mas si Tú le hablas…
Antes de nada quiero, Señor, pedirte per­dón. Tú me le enviaste para que yo hiciera en él algo bueno. Y ya ves, te le devuelvo intac­to, he estado «demasiado ocupado» para darme cuenta que él quería algo de mí.
Dile a Berna (bueno, para que nos enten­damos, Bernardo es uno de los alumnos que este año iba a «sufrir» fracaso escolar, y no era para menos: absentismo escolar, exáme­nes en blanco, agresiones a sus compañe­ros…, vamos, un caso) que le escribo desde mi mesa (la del profesor, una mesa que he convertido poco menos que en una bella, lau­reada y cómoda «sobre todo cómoda» cáte­dra (que le explique Pedro lo que significa eso).
He estado tan ocupado que no me he dado cuenta hasta hoy de que en su pupitre, allá en la última fila, han quedado los restos de pintura que la señora de la limpieza no ha lo­grado eliminar.
Sabes, Berna, lo que yo pensaba cuando me daba cuenta de que tú necesitabas ser es­cuchado. Pues cogía las palabras de Jesús: «Si en un lugar no os reciben, sacudíos las san­dalias y salid de allí … », y como si de un de­ber divino se tratara, inmediatamente envia­ba una carta a tus padres con la dirección del psicólogo del centro.
Todavía me acuerdo del último día que te eché de clase. ¿Te acuerdas?, Os estaba con­tando que mi profesión, la de educador: tan­to la de padre o madre como la de profesor era la más bonita del mundo… Tú te reíste burlonamente y cuando increpé tu actitud me soltaste con un convencimiento impropio de tu carácter: «Y la más chunga». Ahora en­tiendo tus palabras y me duele haber conver­tido mi profesión en un simple trámite buro­crático: un contenido que dar (sea como sea y aguante quien aguante), unos papeles que evaluar y unos problemas que aguantar…
En otra ocasión tuve que hacerte una adap­tación (sabes, me tiré toda una tarde), con la esperanza de que por un tiempo me dejara en paz el director. Claro, no te sirvió para na­da. Ahora comprendo que la primera y más importante adaptación corría por mi cuenta: «empezar a creer en ti».
Y esta mañana cuando te acompañábamos en tu último viaje, al fin conocí a tu familia. Se lamentaban de no haber ido antes a hablar al colegio. Ante «la alegría camuflada» de mis colegas de profesión, he sentido una rabia inenarrable. Me he hecho por primera vez (más vale tarde que nunca) unas preguntas a las que de momento no hallo respuesta algu­na:
«¿Se asemeja la profesión de profesor a la de un funcionario que tras cumplir su hora­rio desconecta?».
«¿Son los jóvenes piezas que hay que mol­dear, no sin antes deshacerse de las que vie­nen con defecto?».
«¿En qué medida soy responsable del acci­dente de moto de Berna?».
Ah, por cierto, has de saber que todos he­mos quedado en una «celestial tranquilidad» cuando nos enteramos de que tu muerte no fue en horas lectivas… ¡qué bien eh!.
Bueno, Berna, perdona por todo. Si te con­suela algo, he de decirte que me pensaré mu­cho más a partir de ahora si soy capaz de lle­var a cabo esta profesión. Recibe un cordial saludo
 

José María Escudero

 PD: Aprovéchate del educador por excelen­cia, del Maestro bueno… Ése sí sabe de adap­taciones, instauró la primera y más importan­te. «Por el bien de todos» hemos querido ol­vidarla y no entra en ningún plan de estu­dios: La enseñanza la basó en el servicio; y dentro de sus objetivos, contenidos, procedi­mientos y actitudes destacaba un punto fun­damental: los más necesitados, los más desa­tendidos, los que nadie quería, los que más incordiaban…

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