Julio Andino
Julio Andino, Doctor en Teología. Responsable de la Pastoral Universitaria de la
Diócesis de Tuy-Vigo.
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El documento de la Conferencia Episcopal Española: “La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX” (26 de noviembre de 1999) sirve de pauta al autor para una valoración de la realidad con una gran carga de esperanza. El objetivo se orienta a la maduración de la fe y a la positiva transformación del mundo, descatando su dimensión pastoral. El don de la fe, el Concilio Vaticano II, la Doctrina Social de la Iglesia, la paz real, el desarrollo económico y social y la esperanza de una Europa unida, son realidades positivas en la visión de la Iglesia sobre nuestro mundo actual. Por el contrario, la autosuficiencia, el secularismo, la violencia, las estructuras de pecado, la cultura de la muerte y la difícil situación de la familia son realidades que la Iglesia denuncia. Esta realidad siempre es leída por la Iglesia con una esperanza activa en un Dios que cumple sus promesas y es capaz de sacar bien de nuestros males.
Entiendo por valoración crítica de la realidad el aprecio de sus valores positivos y el discernimiento de sus elementos negativos. Claro que esto se hace siempre en referencia a determinados criterios y en los parámetros de determinadas perspectivas. Este artículo se centra en esta pregunta: ¿cómo se sitúa la Iglesia ante la realidad? ¿De qué forma ejerce su “conciencia crítica” ¿ ¿Qué eco recibe?
Aunque son innumerables los textos a los que podríamos recurrir, he preferido centrarme en un documento-síntesis aprobado por la Conferencia Episcopal Española: “La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX” (26 de noviembre de 1999)
Haré una lectura desapasionada de su análisis que conserva su vigencia[1].
El documento
Es como un examen de conciencia sereno y exigente en el umbral de la celebración del Gran Jubileo del Año 2000, mediante el cual los obispos reflejan su experiencia de Pastores de las distintas Iglesias particulares de España.
La clave del documento se la brinda Juan Pablo II: “la mirada de fe a este siglo nuestro, buscando en él aquello que da testimonio no sólo de la historia del hombre, sino también de la intervención divina en las vicisitudes humanas”[2].
Es decir, se trata de superar claramente la perspectiva sociológica a partir de una invitación a introducirnos “en el recio lenguaje que la pedagogía divina de la salvación usa para impulsar al hombre a la conversión y la penitencia, principio y camino de su rehabilitación y condición para recuperar lo que con sus solas fuerzas no podría alcanzar”[3].
Y es que la Iglesia parte de una firme convicción: el Hijo de Dios se ha hecho hombre para “conducir a los hombres a la gloria” (Heb 2, 10). Por eso, su valoración de la realidad conlleva siempre una gozosa carga de esperanza. En Jesús encuentran su plenitud todas las etapas de la historia: la Iglesia “cree que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se encuentra en su Señor y Maestro”[4]. El concilio Vaticano II dice que “se propone juzgar bajo la luz de la fe aquellos valores que gozan hoy de la máxima consideración y ponerlos en conexión con su fuente divina”[5]. Tales son las orientaciones que guían a nuestros obispos en su valoración de la realidad actual a lo largo del documento que comentamos…
Valoración de nuestra época
Desde estas premisas se entienden bien las palabras del Card. Rouco Varela en el discurso de apertura de la Asamblea Plenaria LXXIII, en la que se aprobó el documento que voy a comentar: “¿cómo no valorar también nuestra época, la que está desembocando en el Tercer Milenio de la Era Cristiana, como una renovada oportunidad que permite al hombre enderezar y dirigir su propia historia hacia la plenitud que Dios le traza?”[6].
Los obispos tienen presente el horizonte de la Iglesia universal. Y, además, el objetivo de su valoración se orienta a la maduración de la fe y a la positiva transformación del mundo: quieren destacar la dimensión pastoral. Más concretamente, se sienten integrados en el contexto europeo; por eso, la suya es “una mirada de fe, que nos permite percibir y acoger, incluso en las contradicciones de la historia, la presencia del Espíritu de Dios que renueva la faz de la tierra”[7]. La Iglesia habla y actúa desde la fe y para encarnar su vivencia: “con una próxima y responsable cercanía a los problemas de la sociedad en la que vive y quiere servir con el testimonio del Evangelio”[8].
Estamos, pues, ante un examen de la realidad “impregnado e iluminado por las exigencias de la misión evangelizadora de la Iglesia”[9], en la medida que la Encarnación del Hijo de Dios y la salvación que ofrece son “el verdadero criterio para juzgar la realidad temporal y todo proyecto encaminado a hacer la vida del hombre cada vez más humana”[10]. Porque “todo lo humano, menos el pecado, ha sido asumido por el Verbo de Dios y encuentra en Él su sentido definitivo”[11].
La prospectiva de la misión actual de la Iglesia en España se concreta en “la defensa del valor trascendente de la persona humana y de todos sus derechos, así como la promoción del principio del bien común, basado en el desarrollo de la justicia social y de la solidaridad con los más pobres y necesitados de la sociedad”[12]. Este carácter central del ser humano es amenazado hoy “por una construcción del orden temporal al margen y de espaldas a Dios, y por las mismas ideologías que sustentan visiones deshumanizantes de dicho orden temporal”[13].
Los obispos constatan, por tanto, una realidad que urge a un esfuerzo decidido por proclamar con entusiasmo el Evangelio de la Esperanza.
Una mirada de fe
La “mirada de fe al siglo XX” de nuestros obispos se organiza en tres núcleos:
- alabanza por los beneficios recibidos: realidades positivas
- confesión de los pecados y petición de perdón: realidades negativas
- confesión de fe en las promesas de Dios: un futuro esperanzado
Hay que destacar en primer lugar que la de la Iglesia es una mirada de fe[14]. Lo cual no significa un peligro para la objetividad ni un riesgo de deformación. Sí implica una acentuación de aspectos, una insistencia en determinados elementos y situaciones, una orientación específica que abre un horizonte iluminador y un sentido ilusionante. La posibilidad y razón de esto radica en una firme convicción: “que todos los tiempos nos hablan, cada cual a su modo, del Señor de la historia”[15].
Con este análisis, los obispos desean “escrutar hoy los signos de los tiempos”[16]. Se proponen, pues, discernir con atención la realidad actual para descubrir su significación. Ponen de relieve las características y las situaciones que, desde la lectura que hacen de la realidad española, contribuyen más a la identificación de nuestro tiempo; para que todos podamos asumirlo como ámbito de trascendencia y de realización humana en plenitud. Y en esta referencia aprecian los valores positivos y los que son negativos para el ser humano.
Esta disposición capacita para apreciar la verdad que aflora de acontecimientos y situaciones. Una verdad difícil de captar en su plenitud porque la historia sigue abierta, pero suficientemente elocuente como para que se nos descubran “señales de la presencia activa de Dios en nuestra historia”[17]. Señales de vida y de muerte, señales que nos interrogan sobre la evolución de nuestro mundo, señales que frecuentemente “llevan en sí la ambigüedad de las obras del ser humano”[18].
Realidades positivas
Es importante y resulta grato escuchar a la Iglesia estas palabras: “las victorias del hombre son signos de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio”[19]. Una afirmación que, contra lo que muchos pueden pensar o decir, lejos de anular, el esfuerzo humano subrayan sus máximas posibilidades; no se merma su alcance, sino que se destaca su capacidad, gratuitamente recibida, para superar lo inmediato y lo transitorio. A esto apuntan los notables logros de la humanidad en el siglo XX[20].
El don de la fe
Es lo primero que destacan los obispos como valor positivo[21].
Una fe recibida gracias a la mediación de personas cercanas, que se mantiene hoy viva y renovada en muchas personas, familias y comunidades.
La situación de la fe merece una triple consideración:
- ha sido y es atacada: “los ataques sistemáticos a nuestra fe cristiana, que se habían venido fraguando en los siglos anteriores tanto en el mundo de las ideas como en el de los hechos, han alcanzado una gran virulencia”[22]. Puede hablarse, con razón, de que la Iglesia vive una etapa martirial; de manera que ha prevalecido la fuerza del testimonio sobre “las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y el ateísmo”[23]
- la Iglesia sigue manifestándose ante el mundo “como signo renovado de salvación”[24]. En una época dramática en muchos aspectos humanos, “la fe en Jesucristo ha seguido y sigue alimentando la esperanza en el corazón de muchos”[25].
- concretamente en España se percibe una corriente múltiple de evangelización. El dinamismo misionero es signo efectivo del “vigor de una fe que es apreciada como el auténtico tesoro”[26]
El bien inestimable del concilio Vaticano II
El concilio Vaticano II es en sí mismo un acontecimiento de consecuencias verdaderamente inapreciables.
Su aportación culmina un movimiento eclesial múltiple y fecundo: “movimientos bíblico, litúrgico y ecuménico, la Acción Católica, otros movimientos laicales y la vida cristiana seria y fiel de tantos sacerdotes, consagrados y seglares”[27]. Esta culminación grana concretamente en las cuatro grandes constituciones conciliares: sobre la Liturgia, la Iglesia, la Revelación y la Misión de la Iglesia en el mundo de hoy.
Mientras se celebraba el concilio, recuerdan los obispos, en España se hacían sentir “unos planteamientos nuevos y serenos para la reorganización de la convivencia social”[28].
Por eso, desde su propia vivencia, los obispos españoles reconocen abiertamente que la experiencia del concilio supuso para ellos una riqueza inestimable a nivel personal, para la renovación de la Iglesia en España y para una contribución efectiva a la sociedad: “la vivencia y la doctrina conciliar aportaron a nuestras Iglesias el impulso y la lucidez necesarios para situarse de modo evangélico y creativo en la coyuntura de nuestra sociedad”[29].
Al hablar de lucidez, sugieren la referencia a su esfuerzo de profundizar, comprender y discernir la situación verdaderamente compleja de la sociedad española con un objetivo muy claro: posicionarse ante ella de modo evangélico y creativo.
Tal es el espíritu que la Iglesia considera que da vida a sus relaciones con el mundo y, en concreto, con las autoridades civiles, en el ámbito nuevo de una libertad religiosa deseada y, por fin, reconocida.
De ahí que pueda afirmarse que son las mismas perspectivas conciliares las que propician “la aportación de la Iglesia a la transición pacífica a la democracia”[30] a pesar de provocar reacciones encontradas fuera y dentro de la propia Iglesia.
Doctrina Social de la Iglesia
En la Iglesia española se celebró, con recuerdo agradecido, el centenario de la encíclica “Rerum novarum” de León XIII. Si su publicación fue un hito en la historia de la Iglesia universal, su centenario fue aprovechado en España para destacar la dimensión social de la doctrina de la Iglesia.
El movimiento surge de la implicación comprometida de muchos cristianos que luchan por la dignidad de la persona humana en las dinámicas cruzadas de intereses económico-sociales.
Los obispos afrontan la situación, asumiendo decididamente las orientaciones de la encíclica de Juan Pablo II “Centesimus annus”, conmemorativa de la de León XIII. Destacan, con razón, la “hondura de unos principios, arraigados en la visión cristiana del ser humano, que se han mostrado capaces de resistir al paso del tiempo y a las dramáticas ilusiones de los totalitarismos de diverso cuño que han lacerado tantas vidas en estos años que terminan”[31].
Entienden que la dignidad de la persona humana es la fuente de sus inalienables derechos sociales y políticos. Contemplan el principio de subsidiariedad como clave para una apropiada organización de la vida social y urgen a los cristianos para que se comprometan de manera particular en el mundo laboral: la doctrina social es un servicio a la acción.
Todo ello sin descartar la participación directa en organizaciones sindicales, por ejemplo, y completando la tradicional aportación asistencial de la Iglesia en el campo de la enseñanza, de la sanidad, de la marginación y exclusión, etc.
El regalo magnífico de una paz real
Así lo califican los obispos españoles, solidarizándose abierta y expresamente con el sentir tradicional de la Iglesia: “la paz y la concordia entre los hombres han sido vistos siempre por la Iglesia como uno de los grandes dones del Cielo”[32].
Paz y concordia han sido heridas gravemente por las guerras y violencias cruentas que hemos vivido también en este siglo; aunque ya llevamos en Europa un período amplio de bonanza eficazmente favorecido por los organismos internacionales creados para custodiar la paz, la concordia y la positiva cooperación entre los pueblos. Los obispos reconocen el bien de sus aportaciones, aunque consideran que “será necesario avanzar en la consolidación y en la eficacia de estas instituciones al servicio de la dignidad humana”[33].
Concretamente en España, el bien de la paz parece haberse enraizado en la segunda mitad del siglo XX. Se amortiguaron muchas tensiones internas, agazapadas durante muchos años. Se ha logrado que el pluralismo real vaya granando fecundamente sin sobresaltos. La concordia así conseguida será “casi seguro el mejor legado de nuestra historia reciente para el nuevo milenio”[34].
A estos logros ha contribuido decididamente la Constitución de 1978 que los obispos consideran “fruto maduro de una voluntad sincera de entendimiento e instrumento y primicia de un futuro de convivencia armónica entre todos”[35].
Y, al final, una advertencia: para que la paz alcance esta significación y estos frutos ha de fundamentarse en la condición necesaria de la verdad y la justicia[36]
El desarrollo económico y social
Es indudablemente otro logro. Los avances concretos son obvios: en la ciencia y en la técnica; en la alimentación básica, la sanidad y la vivienda; en los transportes; en los medios de comunicación y las nuevas tecnologías; y, sobre todo, el acceso a todos los niveles de educación. Estos avances han propiciado un “estupendo desarrollo de las capacidades otorgadas por Dios al ser humano, creado a su imagen, para poner a su servicio las riquezas del mundo”[37].
Resaltan nuestros pastores lo que califican de “conquista formidable, todavía no concluida: la dignidad de la mujer ha sido mejor reconocida y su presencia en la vida social se ha vuelto más amplia y visible”[38].
¿Podemos decir lo mismo de su presencia en la Iglesia? La respuesta de los obispos es más bien modesta: “esperamos que se profundice aún más en el reconocimiento de la mujer en la Iglesia y en la sociedad”[39]. Desde luego, este reconocimiento no se intensificará precisamente como fruto de “ciertos extremismos que no dejan lugar para lo específico femenino y masculino”[40]
Queda abierto un camino que es urgente recorrer con paso firme y decidido: “todos, mujeres y varones, tenemos una misma vocación divina de la que deriva la igualdad fundamental de nuestra condición humana”[41].
¿Tendremos pronto el gozo de disfrutar en la práctica de esta impecable afirmación teórica?
La esperanza de una nueva Europa unida
El significativo derrumbamiento del “muro de Berlín” nos ha abierto puertas a una esperanza fundada de nuevas concordias. Se han distendido posiciones agresivas y hasta violentas, beneficiando un clima más propicio de “casa común”. ¿Podremos lograr efectivamente la superación de enfrentamientos seculares y destructivos? Los obispos, desde la fe en el Espíritu Pacificador, se abren a la utopía de una Europa unida, “construida sobre los cimientos de la libertad, la justicia y la solidaridad”[42].
La integración de España la arrancó de un aislamiento nocivo. La esperanza de la Iglesia es que se consoliden la paz y el bienestar del pueblo, con el fundamento firme de un consenso democrático asentado[43].
Los Papas de este siglo
Han sido un extraordinario regalo de Dios. Al hablar, en concreto, de Juan Pablo II destacan su incansable peregrinar por todo el mundo “como heraldo de la fe y de la esperanza”[44]; su cercanía, especialmente a los jóvenes; su defensa permanente de los derechos humanos; y, desde luego, sus visitas a la Iglesia en España, “hitos señeros para la nueva evangelización de nuestro pueblo, confiada y vigorosa, que abre el horizonte de una nueva primavera de la Iglesia en el tercer milenio”[45].
Frutos del Gran Jubileo 2000
Los obispos, en su documento, aprovechan la cercanía del 2000 para hacerse eco de los abundantes frutos de la preparación y celebración del Gran Jubileo. Particularmente se refieren a la “profundización en la centralidad de Jesucristo y la orientación trinitaria de la existencia cristiana, el haber vivido de modo más cercano y gozoso la comunión con toda la Iglesia y un compromiso más decidido de amor y servicio a los más pobres”[46]
Realidades negativas
Para la Iglesia no hay motivos de autocomplacencia, sino de acción de gracias al Señor. Pero, además, se siente realmente inmersa en un necesario proceso de conversión; necesario sobre todo porque el pecado es también una realidad presente en su seno. Confesar las propias faltas lleva a la Iglesia a afrontarlas sin miedo y con verdad.
Los obispos se refieren a realidades negativas concretas; no para acusar a nadie, ni para justificarse ante nadie; sí para encontrar ante Dios “la libertad de un nuevo comienzo”[47].
La autosuficiencia del tiempo moderno
Para nuestro obispos “el primer pecado de los hombres del siglo XX ha sido tal vez la autosuficiencia del ‘tiempo moderno’”[48].
Nos afecta también a los cristianos. Hemos puesto en primer plano “una confianza ilimitada en las capacidades del ser humano para construir un futuro inexorablemente mejor”[49]. A esto llamamos progreso, y muchos lo idolatran como si fuera “la fuente única del sentido de la vida”[50].
Desde estas alturas, caemos en la tentación de mirar por encima del hombro a los hombres de otras épocas o a los que hoy no se sitúan en nuestras coordenadas. La aceleración de semejante movimiento lleva a consecuencias nocivas: “tal desmesura hace tiempo que ha empezado a mostrar su voracidad de la vida de los hombres y de la creación entera”[51]
La crítica a esta situación se fundamenta en un convencimiento: “todos los tiempos están igualmente cerca de Dios”[52]. La soberbia nos bloquea en nosotros mismos, impidiéndonos precisamente la fecunda experiencia de la cercanía de Dios.
El secularismo
En estrecha relación con la soberbia y la autosuficiencia considera la Iglesia un “secularismo, que seca las raíces de la esperanza”[53]. Las utopías terrenas sustituyen a la esperanza en la Vida eterna. Y así nos quedamos agarrotados en “un destino frágil y mortal”[54]. De manera que se nos ciega el acceso a una plenitud que aquí no alcanzamos.
Los cristianos “hemos permitido con demasiada frecuencia la secularización más o menos oculta de nuestra fe y nuestra esperanza”[55]. Muchos corazones sufren el vacío, porque sólo la esperanza de la plena comunión con el Dios vivo “sacia el deseo de nuestra alma y nos hace libres”[56]
Inauditas violencias
Lamentan los obispos las inauditas violencias atizadas por nacionalismos excluyentes e ideologías totalitarias. No faltaron destrucciones de pueblos enteros, razas, grupos sociales y religiosos… abdicando de raíz “del más mínimo respeto al ser humano”[57]
La guerra civil española fue la trágica concreción de violencias fratricidas en nuestro país en un periodo donde abundaron odios y venganzas “siempre injustificables”[58]. Sin señalar culpas de nadie, los obispos piden perdón en nombre de todos.
Y sigue azotándonos la violencia de los terroristas. Para ellos piden los obispos “la conversión y el perdón de Dios, que se traduzca sobre todo en el abandono definitivo de sus acciones violentas”[59].
Estructuras de pecado
Hacemos compatible el más avanzado ‘desarrollo’ con “la miseria más repulsiva y letal de poblaciones enteras”[60]. Esto obedece a que nos hemos fabricado estructuras de pecado. ¿Cómo podemos consumir hasta el capricho cuando se están muriendo de hambre millones de seres humanos?
Es la denuncia de los obispos cuando recuerdan que este “cuarto mundo” se halla también en barrios de nuestras grandes ciudades; afectados, además, por el paro y la drogadicción.
Frente a hechos tan dramáticos, “es necesario que nos preguntemos ante Dios qué es lo que hacemos, cuál será nuestra aportación personal y comunitaria en este campo en el siglo que comienza”[61]
La cultura de la muerte
Es otra terrible estructura de pecado[62]. Hay “adultos” que se sienten autorizados a disponer de la vida humana, pensando que con ello van a solucionar algunos problemas. Así llegan a tolerar el homicidio, en determinadas circunstancias; e incluso defienden que ha de ser “regulado por el estado como un supuesto derecho de los individuos que debería ser reconocido. Es el caso del crimen del aborto y también de la eutanasia”[63].
A esto hay que añadir la siembra de muerte entre los jóvenes, provocada por el ingente negocio de las drogas.
Y “¿qué decir del comercio de las armas, terribles instrumentos de muerte?”[64]
Con todas estas acciones, con estos comportamientos más frecuentes de lo que sería de desear, se quebranta “de un modo espantoso el precepto natural y divino que prohíbe matar. Ahora es el tiempo de la conversión, del arrepentimiento y del perdón”[65]. La Iglesia no puede cruzarse de brazos: es un compromiso ineludible para todos los seguidores de Jesús.
La difícil situación de la familia
La Iglesia aprecia especialmente el bien inestimable que representa la familia para todos los seres humanos. Pues bien, entiende que, en este momento, “el individualismo y el colectivismo, extremismos ideológicos sufridos por el siglo que termina, han atenazado a la familia dificultando notablemente su desarrollo equilibrado”[66]
Esta situación viene agravada por una cierta redefinición de las relaciones entre el varón y la mujer; y también por la llamada “revolución sexual”, que autonomiza el sexo en detrimento del amor y la procreación; incluso queda amenazada, a la larga, la supervivencia del género humano[67].
También los cristianos, sobre todo con nuestra tibiezas, hemos contribuido a esta crisis de la familia.
Pero nos alienta una esperanza activa
La Iglesia sigue proclamando: “¡Ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación!” (2 Cor 6, 2). Por eso, “apoyados en esta mirada confiada de fe a los signos de los tiempos, reconocemos la mano generosa de Dios en tantos beneficios recibidos y no nos dejamos arrebatar la esperanza por tantos pecados cometidos. No confiamos ilusamente en los poderes humanos, pero tampoco desconfiamos de las capacidades del hombre para el bien y para la vida, porque Dios cumple sus promesas y es capaz de sacar bien de nuestros males”[68].
Sí, “la esperanza es posible”[69]. Jesucristo resucitado es la razón de la nuestra[70].
Y la caridad, “alma de la justicia”[71], “continuará siendo nuestra meta”[72]. Esta esperanza no defraudará en el futuro, ya que el amor de Dios no cesa de derramarse en los corazones de quienes se abren a él (cfr Rom 5, 5)
A modo de conclusión
Así presentan los obispos españoles la perspectiva de la nueva evangelización que ha de emprender la Iglesia con nuevas energías y carismas: movimientos apostólicos, parroquias, la vida religiosa…
Concretando más y en referencia al mundo de los jóvenes, no falta la sensación ambivalente de estar frente a un reto de primera magnitud:
“la transmisión de la fe y de los valores cristianos a las generaciones jóvenes constituye uno de los desafíos más fundamentales que nos encontramos en esta coyuntura histórica. Confiados en el Señor, que no cesa de abrir por medio de su Espíritu puertas para el Evangelio, asumimos con decisión este desafío como tarea fundamental”[73]
¿Sienten también los jóvenes este desafío como tarea propia?
Es posible que las denuncias explícitas que nos recuerdan los obispos nos lleven a revisar nuestras lecturas de la realidad pastoral entre los jóvenes.
Es posible, también, que no pocos agentes de pastoral consideren la lectura de la realidad que hacen los obispos como lejana o distante de las actitudes de muchos de nuestros destinatarios ante la vida y ante la historia.
A lo mejor notamos lagunas o afirmaciones que no llegan a tocar lo concreto del día a día de nuestro trabajo.
¿Puede ser una llamada a realizar la lectura/denuncia de nuestra realidad pastoral concreta?
¿Puede ser una llamada a las bases de nuestra confianza en la acción pastoral que realizamos?
“Confiamos en el hombre porque confiamos en Dios”[74]
JULIO ANDIÓN
[1] Sería importante completar la visión con otros análisis: teólogos, grupos (de AC por ej.), de personas concretas… Pero esto desborda claramente el ámbito de este escrito.
[2] TMA 17; Cfr GS 11
[3] IM 2
[4] GS 10
[5] GS 11
[6] Boletín Oficial de la Conferencia Episcopal Española [BOCEE] 62 (31 diciembre 1999) 84
[7] BOCEE 62 (1999) 85
[8] Card. ROUCO, en el discurso de apertura de la Asamblea Plenaria LXXIII, en: BOCEE 62 (1999) 87
[9] Ibid.; años más tarde ratifican los obispos: “como Iglesia, estamos llamados a aportar ‘alma’ al mundo (…) La fe en Dios y la luz del Evangelio iluminan a la Iglesia y le otorgan capacidad de discernimiento, de anuncio salvífico y denuncia del pecado. Hemos de ofrecer a la sociedad nuestro sentido de la vida y las razones de nuestra esperanza” (Plan Pastoral de la Confer. Episc. Españ. 2001-2003 . “Una Iglesia esperanzada ¡Mar adentro!” Lc 5, 4, n. 9)
[10] IM 1
[11] Card. ROUCO, discurso citado, en: BOCEE 62 (1999) 87
[12] Ibid., 88
[13] Ibid.
[14] Afirma con claridad esta idea el Plan Pastoral de la Confer. Episc. Españ. 2001-2005 (“Una Iglesia esperanzada ¡Mar adentro!” Lc 5, 4) n. 4: “Queremos contemplar nuestra situación eclesial con sensibilidad de pastores: con ojos de fe y corazón agradecido por los dones que Dios reparte en su Iglesia, desde la preocupación, que nace de la caridad, hacia las dificultades con que hoy nos encontramos para vivir y transmitir la fe; y con ánimo esperanzado en la búsqueda de nuevos caminos”
[15] CONFER. EPISCOP. ESPAÑOLA, La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX, nº 1. Este documento se encuentra en el Boletín Oficial de la Conferencia Episcopal Española, 62 (31 de diciembre de 1999) 100-106. En adelante, citaré: Mirada y el número correspondiente.
[16] Mirada 1
[17] Ibid.
[18] Ibid.
[19] GS 34
[20] En el Plan Pastoral 2001-2005 (nn. 5 y 6, en: Boletín Oficial de la Confer. Episc. Españ. 68 (2002) 15) se concretan las principales realidades positivas que se dan en la Iglesia de hoy y son muestra de un esfuerzo renovado de revitalización. También hemos de reconocer verdaderas dificultades (Ibid. nn. 10 y 11, en: BOCEE 68 (2002) 16) Pero optando decididamente por una pastoral esperanzada (Ibid. nn. 12-14, en: BOCEE 16s)
[21] Cfr Mirada 4
[22] Ibid.
[23] Ibid.
[24] Mirada 4
[25] Ibid.
[26] Ibid.
[27] Mirada 5
[28] Ibid.
[29] Mirada 5
[30] Ibid.
[31] Mirada 6
[32] Mirada 7
[33] Mirada 7
[34] Ibid.
[35] Ibid.
[36] Cfr. Ibid.
[37] Mirada 8
[38] Ibid.
[39] Ibid.
[40] Ibid.
[41] Mirada 8
[42] Mirada 9
[43] Cfr. Ibid.; Card. Rouco, Discurso inaugural de la LXXVIII Asamblea Plenaria, en BOCEE 68 (2002) 9ss
[44] Mirada 10
[45] Ibid.
[46] Plan Pastoral 2001-2005, n 3
[47] Mirada 11. Refiriéndose al contexto cultural en el que se ha de realizar la evangelización, insisten los obispos en su inmanentismo: “La cultura pública occidental moderna se aleja consciente y decididamente de la fe cristiana y camina hacia un humanismo inmanentista (…) La cultura moderna presenta ante todo un rostro radicalmente arreligioso, en ocasiones anticristiano y con manifestaciones públicas en contra de la Iglesia” (Plan Pastoral 2001-2005, n. 7) En España esta cultura inmanentista está siendo la causa permanente de las principales dificultades para la evangelización: “se da una situación de nuevo paganismo: el Dios vivo es apartado de la vida diaria, mientras los más diversos ídolos se adueñan de ella” (Ibid. n. 8)
[48] Mirada 12
[49] Ibid.
[50] Ibid.
[51] Ibid.
[52] Ibid.
[53] Mirada 13; El Plan Pastoral 2001-2005 dice: “El problema de fondo, al que una pastoral de futuro tiene que prestar la máxima atención, es la secularización interna” (n. 10) Y, como efectos de esta secularización, cita: “la débil transmisión de la fe a las generaciones jóvenes; la disminución de vocaciones para el sacerdocio y para los institutos de vida consagrada; el cansancio e incluso desorientación que afecta a un buen número de sacerdotes, religiosos y laicos; la pobreza de vida litúrgica y sacramental de no pocas comunidades cristianas” (Ibid. n. 11)
[54] Mirada 13
[55] Ibid.
[56] Ibid.
[57] Mirada 14
[58] Ibid.
[59] Ibid.; El Card. Rouco reitera, con insistencia y energía contundente, la condena del terrorismo: “No debe quedar duda alguna en ninguno de nuestros fieles y en la conciencia de cualquier persona mínimamente formada de que el terrorismo de ETA, como cualquier otro terrorismo, es una gravísima inmoralidad, intrínsecamente perverso y absolutamente reprobable. No admite colaboración ni justificación alguna, sea del grado y del tipo que sea, explícita o implícita, sociopolítica o cultural; y, por supuesto, ninguna de naturaleza ética y moral” (BOCEE 68 (2002) 8). No menos contundente, realmente clarificador y definitivamente condenatorio es el espléndido documento aprobado en la LXIX Asamblea Plenaria del Episcopado: “Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias” (noviembre de 2002); es necesario leerlo íntegramente.
[60] Mirada 15
[61] Mirada 15
[62] Cfr Mirada 16
[63] Ibid.
[64] Ibid.
[65] Ibid.
[66] Mirada 17
[67] Cfr. Mirada 17
[68] Mirada 18
[69] Mirada 20
[70] Cfr. Plan Pastoral 2001-2005 n. 2
[71] Mirada 21
[72] Ibid.
[73] Mirada 22
[74] Mirada 24