La Religión en la escuela hoy: por qué y cómo

1 septiembre 2000

[vc_row][vc_column][vc_column_text]SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La situación de la Religión en la escuela no termina de arreglarse. Es más, la realidad actual no deja de ser decepcionante si nos atenemos a diversos índices socio-culturales. El autor analiza aquí dos de las cuestiones centrales de cara a enderezar el curso de la «enseñanza religiosa escolar»: “la posibilidad de la religión en la escuela y cómo debe ser tal presencia en el currículo formativo de los alumnos”.
 
            Enrique Gervilla Castillo es catedrático de Filosofía de la Educación en la Universidad de Granada.
 
 

  1. Situación actual: mucha siembra y poca cosecha

 
Cada día más, buena parte de la sociedad española, y singularmente los niños y jóvenes, se alejan de la Iglesia-institución, o quizás ésta se aleja de ellos, al no saber hacer entendible, ni creíble, su mensaje. En cualquier caso, como muestran todas las estadísticas al respecto, la Iglesia y la sociedad actual no se entienden, no hablan el mismo lenguaje, ni encuentran espacios eficaces de encuentro.
La dimensión religiosa —como sostiene el Informe Jóvenes españoles 99 de la «Fundación Santa María»— tiene un espacio muy reducido en nuestra sociedad, que incide, de forma determinante, en la educación religiosa de las jóvenes generaciones. España presenta, tras Francia y Bélgica, el más alto porcentaje de pérdida de transmisión religiosa. La Iglesia no llega a los jóvenes. Sólo el 12% asiste a misa dominical semanalmente (la mayoría chicas, más de clase social alta y media-alta, y más de ideología de derecha). Nunca van a la iglesia el 53%. En 15 años ha descendido un 50%. Y más grave aún es constatar que el mensaje, cuando llega, «se trata de una mensaje irrelevante, inane, confuso; lo que es mucho peor». No alcanza al 3% (exactamente el 2,7%) el número de jóvenes que señalan a la Iglesia (sacerdotes, obispos, parroquias) como orientadora de sus vidas. Un porcentaje mayor de esta influencia, el 19%, lo ocupan los centros de enseñanza. Los mayores espacios formativos se centran en la familia (53%), amigos (47%), libros (22%) y medios de comunicación (34%). Ante esta realidad, es lógico que la Iglesia sea una realidad que apenas les importa (6%), al igual que la política (4%).
 
Y ello —lo que es más penoso— es la cosecha, o el resultado, de un gran número de órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza, del alto porcentaje de alumnos que cursan la Enseñanza religiosa en centros confesionales y estatales, de la presencia parroquial en todos los núcleos urbanos y rurales, del altísimo porcentaje de alumnos que asisten a la catequesis en edades tempranas, de la presencia de la Iglesia en tantos actos festivos y culturales… La siembra es mucha, pero la cosecha es escasa. O no se sabe sembrar, o vienen los pájaros del cielo y se llevan lo sembrado, o el maligno siembra con más eficacia la cizaña que nosotros el trigo.
 
Ante esta realidad decepcionante, y también desafiante, no conozco remedio específico alguno que haya puesto en marcha la Conferencia Episcopal, y especialmente la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis. Los datos se conocen y se difunden acompañados más de quejas y lamentos, que de remedios y soluciones. Al enfermo hay que sanarlo, buscando los medios adecuados a su enfermedad, y no dejarlo morir con lamentos y acusaciones. Los pastores y educadores de la fe realizaríamos una mayor y mejor labor educativa y evangélica si, ante realidades cual la actual, iniciáramos un proceso de reacción, más mediante la investigación y la autocrítica, que con la defensa y crítica externa.
 
Es de vital importancia para la educación en la fe, constatar y ofrecer orientaciones a los problemas que nos ofrece la investigación científica. Las diócesis, las parroquias y los colegios han de mantener una estrecha vinculación y permanente evaluación, en este tema de especial importancia e interés común. Buena parte del problema educativo actual está, a nuestro entender, más dentro de la Iglesia que fuera de ella.
Carecemos de investigaciones específicas que, de modo científico, nos detecten problemas y ofrezcan posibilidades de solución. El mismo Informe que acabamos de citar no dedica capítulo alguno a la Enseñanza religiosa escolar. Las Facultades de Teología no consideran éste un tema prioritario, por ser educación. Las Facultades de CC. de la Educación no lo consideran suyo, por ser religión. Las diócesis, por lo general, no saben, o parecen más preocupadas en difundir los documentos episcopales, que en la eficacia y eficiencia de lo que se hace. Y los profesores de religión, orientados por los grandes principios del Magisterio de la Iglesia, se pierden frecuentemente ante los graves problemas reales, o cada cual busca solución a su problemática escolar. Así las cosas, el pronóstico y el futuro de la fe parece ser más pesimista que optimista[1].
 
La Enseñanza religiosa escolar es uno de los elementos fundamentales de esta situación religiosa de nuestro país. Entre los múltiples elementos que configuran este complejo sistema, dos cuestiones esenciales centran nuestro estudio: la posibilidad de la religión en la escuela y, en el caso afirmativo, cómo debe ser tal presencia en el currículo formativo de los alumnos.
 
 

  1. La presencia de la religión en la escuela: posibilidad y necesidad

 
La primera cuestión a clarificar, condicionante de otras muchas, es la posibilidad y necesidad de la religión en el currículo escolar, en una sociedad aconfesional y con un tiempo limitado para el estudio de múltiples contenidos formativos e instrumentales. La escuela hoy no puede dar respuesta a todo, por lo que es necesario seleccionar las materias más urgentes para la formación e inserción del educando en la sociedad actual y, si es posible, futura. Para ello, el sistema educativo formal ha de analizar cada materia, acorde con estos dos principios o tesis fundamentales: 1/ La posibilidad de un contenido, en el ámbito escolar, viene dada desde su potencial y fuerza educativa; 2/ La necesidad de un contenido, entre otros muchos, nos la indicará la actualidad de la materia para la construcción personal del alumno y su inserción social.
 
 
            2.1. La posibilidad de la religión en la escuela
 
La religión, como cualquier otro contenido, podrá estar en la escuela si tal contenido es educativo, esto es, se orienta en el mismo sentido y finalidad de la escuela. Así, no es posible la presencia de la religión en la escuela desde la concepción marxista de alienación del ser humano; tampoco admiten tal posibilidad quienes sostienen el carácter dogmático, y por tanto acrítico, del contenido religioso; se oponen igualmente al mismo quienes conciben la educación religiosa como negadora o limitadora de libertad y de conciencia personal; e igualmente quienes defienden el carácter sólo científico de los contenidos a impartir en el aula.
En otro sentido, y con menor fundamento, niegan la formación religiosa en la escuela, aquellos que afirman el valor ineficaz de lo religioso, al constatar que los creyentes no son más honestos en la vida pública que los no creyentes; o bien los que sostienen que un estado aconfesional no debe subvencionar una escuela confesional; o también, quienes cuestionan si la escuela pública, pagada por todos, debe subvencionar valores que sólo son de una parte de la sociedad…[2]
 
A nuestro entender, el debate ha de plantearse en el fundamento mismo, o esencia, de la educación y de la religión, pasando a un segundo plano la financiación, la legislación, la conducta de los creyentes, o la opinión de la jerarquía… Todo ello tan variable como las circunstancias y momentos históricos.
Si la naturaleza de la educación y de la religión comparten un mismo fundamento y se orientan en la misma finalidad, la religión tiene la posibilidad de estar en la escuela; si, por el contrario, tal contenido es alienante, anula la personalidad, esclaviza, o es privador de libertad, debe alejarse de la escuela, digan lo que digan las leyes, las estadísticas, la demanda social, la Jerarquía o el Ministerio. El debate, pues, de la posibilidad escolar de la religión se centra en: saber mostrar con hechos y demostrar con razones el valor humanizador y liberador del contenido religioso[3], coincidente con la naturaleza misma y finalidad de la educación.
 
 
            2.2. Necesidad de la religión en la escuela
 
El progreso en el campo de las ciencias y de las humanidades acumula hoy tal cantidad de contenidos científicos y de saberes, que el sistema educativo escolar debe seleccionar lo más necesario y urgente. Tal selección debe centrarse en el sujeto de la educación, para que éste logre alcanzar la máxima perfección personal, técnica, social y cultural.
La religión puede y debe ser uno de los contenidos del currículo, por cuanto, supuesto su valor humanizador y liberador, se orienta en la misma finalidad de la escuela: transmisión de saberes, valores y cultura. Pretende los mismos objetivos que la institución escolar: situarse lúcidamente ante la tradición cultural, insertarse críticamente en la sociedad, dar respuesta a múltiples interrogantes, sobre todo a los problemas últimos de la vida, establecer un diálogo entre la fe, la ciencia y la cultura[4], y es un elemento sin el cual, para los creyentes, la educación dejaría de ser integral[5].
 
No se trata, pues, de un privilegio, sino de un derecho de la persona y de los padres, cuyas raíces afectan directamente a la dignidad humana[6], así como una exigencia de cualquier sociedad democrática[7]. Toda dictadura, confesional o atea, atenta contra la dignidad y libertad de la persona, contra la educación y contra la verdad pues, como ya afirmó el concilio Vaticano II, «la verdad no se impone de otra manera más que por la fuerza de la misma verdad» (DH 1c).
Es importante resaltar la necesidad de esta enseñanza para la interpretación de la cultura[8]. No se trata de algo propio de creyentes, sino de un estudio igualmente necesario para agnósticos y ateos, en aras a la comprensión cultural. Son múltiples las manifestaciones culturales de nuestro pueblo relacionadas con la fe cristiana y católica: valores humanos y sociales, patrimonio artístico, calendario y fiestas, costumbres y modos de vida, creencias y ritos… Sin cultura religiosa nuestros alumnos serán analfabetos en el Museo del Prado, no entenderán la literatura mística, el arte, la iconografía religiosa, no comprenderán la música gregoriana, no captarán el sentido trascendente de muchos acontecimiento de la vida… «Nuestra cultura occidental está sustentada y conformada profundamente por creencias, costumbres, ritos, fiestas, valores, y modos de vida impregnados de cristianismo. Es imposible interpretarla en profundidad sin tener en cuenta, para bien o para mal, ese punto de referencia»[9].
 
La mayoría de los alumnos, o bien sus padres, han comprendido la importancia de este contenido. Así, “durante el curso pasado, un 78,17% de estudiantes optó por la asignatura de Religión en sus colegios, si bien ello supone un ligero descenso respecto a 1997-98, sobre todo en el nuevo Bachillerato, donde el porcentaje actual es de once puntos más bajo que el de hace dos años»[10].
Dada su importancia, también el alto porcentaje de alumnos que la cursan, la religión ha de ser una materia escolar más, con el rigor intelectual y estatuto académico de toda disciplina. Pero, dado su carácter especial —interpelación, desde la visión revelada, de la realidad personal, social y cosmológica— no debe reducirse sólo a una información del hecho religioso, pero tampoco a una propuesta de experiencia y compromiso religioso, propio de la catequesis[11]. El «cómo» de esta presencia se presenta más problemática aún que la presencia misma.
 
 

  1. El modo de presencia —cómo-estar— de la religión en la escuela

 
El cómo de cualquier contenido escolar, bajo el punto de vista educativo, es de tal importancia que condiciona, y hasta determina, el valor formativo de dicho contenido. Un rico y sabroso alimento, comido de prisa, mal masticado, de modo forzado y sin apetito, puede ocasionar una mala digestión y un deseo de vomitar lo que ha sido imposible de asimilar. La experiencia nos confirma que la actitud positiva o negativa hacia ciertas materias escolares, en buena parte, depende del «cómo» hemos asimilado sus contenidos. Muchos alumnos poseen gusto e interés por una materia y, por lo mismo, deciden una especialidad en la Universidad, condicionados por el profesor y la metodología, más que por el contenido en sí.
De modo singular el «cómo» afecta a la Enseñanza religiosa escolar, por cuanto tal enseñanza, -además de compartir con el resto de las materias escolares una finalidad educativa, no sólo instructiva- incide en lo más íntimo y vital de cada sujeto: el sentido de la existencia, la conciencia, el comportamiento moral, etc. En consecuencia, pues, su presencia en el currículo, no ha de ser igual al resto de las materias, pero sí ha de impartirse «en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales», como afirman los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede, en su artículo II. De aquí que la Enseñanza religiosa deba ser hoy una materia más del currículo, si bien, por su misma naturaleza, deber tener un tratamiento peculiar.
 
 
            3.1. La Enseñanza religiosa es una materia académica
 
Ello conlleva un tratamiento riguroso, una crítica a muchos de sus contenidos, una aceptación del dogma sin caer en el dogmatismo, una metodología adecuada, una evaluación de los resultados, una formación específica del profesorado, así como unos problemas e interrogantes a investigar.
La religión se desprestigia a sí misma cuando el «saber-hacer», propio del profesional, se subordina al «ser» de la amistad, de la familia, del mismo modo de pensar, de la cercanía a la parroquia, de la fe profunda, de la bondad personal, de la comunidad religiosa, o de la obra de caridad, etc. La buena voluntad y la bondad no son suficientes para educar, y menos para educar en la fe, pues si educar es hoy una tarea difícil, educar en la fe es doblemente difícil.
 
Como materia escolar, la Enseñanza religiosa ha de ser racional, a veces sólo razonable, y siempre crítica para que sea educación y no sólo religión. La misma fe, como sostiene S. Pablo, es razonable. El rigor intelectual nos conduce a la crítica (juzgar, separar, discernir) y diversa valoración entre las distintas verdades contenidas en el depósito de la fe, así como la separación entre el mensaje y el mensajero. Sin tal análisis, la aceptación o el rechazo de un viaje del Papa, o la doctrina de éste expuesta en un discurso, es equiparable, o identificable, con la presencia de Jesús en la Eucaristía.
Igualmente, la falta de crítica ocasiona frecuentemente la identificación entre el mensaje y los mensajeros. Éstos, por naturaleza, defectuosos, imperfectos, pecadores… hacen de igual naturaleza el mensaje. Es necesario manifestar que llevamos un gran tesoro en vasos de barro y que la calidad de este barro afecta a la credibilidad del mensaje, pero no al valor del mensaje mismo. La crítica a profesores, catequistas, sacerdotes, obispos, papas, ante conductas negativas de éstos, se hace imprescindible, para no perjudicar el mensaje en beneficio del mensajero. Los defectos de los mensajeros no invalidan el valor del mensaje, aunque su incidencia sea importante, sobre todo, en edades tempranas. Decir y hasta resaltar esta realidad pecadora de los mensajeros es manifestar la verdad «que nos hará libres» al separar (criticar) la dimensión humana de la divina en la Iglesia. Sacralizar toda conducta de los mensajeros tiene sus riesgos en la educación religiosa.
 
 
3.2. La religión, por su misma naturaleza,
debe tener un tratamiento académico peculiar
 
El carácter académico que une a todas las disciplinas escolares, demanda un tratamiento específico, acorde con la naturaleza específica de cada una de ellas. La Enseñanza religiosa ocupa un lugar singular en esta especificidad, pues en ella se une la fe, la ciencia y la cultura, el saber y el hacer, la conciencia y la vida moral. «Por su propia naturaleza la enseñanza religiosa cristiana, presupone la libertad de la fe. La respuesta al mensaje cristiano es siempre una adhesión libre, un consentimiento responsable a la Palabra de Dios y por ello mismo un acto de fidelidad a la propia conciencia. Ninguna otra disciplina es, de suyo, tan respetuosa con la libertad como la enseñanza religiosa […]. Por esta razón, por su propia índole interna, la formación religiosa en los centros docentes tendrá siempre necesidad de un tratamiento especial»[12].
Dado, pues, su contenido peculiar, especial ha de ser también su oferta al alumnado (optatividad) y la actuación del profesorado (coherencia y competencia).
 
La Enseñanza religiosa, en cuanto Área de conocimiento, debe ser una oferta académica, que enriquece, complementa y perfecciona el currículo escolar. No olvidemos, por otra parte, que el significado cultural del hecho religioso, como conocimiento para todos los alumnos, está presente en diversas disciplinas: filosofía, historia, literatura, arte, historia de la cultura, etc.
El Episcopado español, hace ya más de veinte años, con todo acierto, supo manifestar la importancia de esta materia y, al mismo tiempo, su optatividad. «La religión siendo la disciplina escolar más importante es, sin embargo, la que menos puede imponerse. Por afectar al núcleo esencial de la existencia, cualquier coacción en materia religiosa sería sinónimo de dominio sobre la persona humana»[13].
 
En el mismo sentido se pronuncian los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede sobre Enseñanza y Asuntos culturales (1979), especificando incluso el carácter optativo de la pedagogía católica. «Los planes educativos […] incluirán la enseñanza de la religión católica en todos los centros de educación, en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales. Por respeto a la libertad de conciencia, dicha enseñanza no tendrá carácter obligatorio para los alumnos. Se garantiza, sin embargo, el derecho a recibirla» (Art. II). «La enseñanza de la doctrina católica y de su pedagogía en las escuelas universitarias de formación del profesorado, en condiciones equiparables a las demás disciplinas fundamentales, tendrá carácter voluntario para los alumnos» (Art. IV).
Ante este consenso generalizado, lo mismo a nivel episcopal que político, llama hoy poderosamente la atención ciertos intentos de imponer la religión, como materia obligatoria a nivel universitario, en aras a la confesionalidad del centro. Tales pretensiones son, a nuestro entender, errores del pasado que ignoran el concepto educativo de confesionalidad, así como la peculiaridad de la Enseñanza religiosa. Ésta no se impone, sino que se propone a la sociedad. No se trata de vencer, desde la propiedad del centro, sino de convencer, con fuerza del contenido y los ejemplos de vida, lo mismo en centros confesionales que en los estatales.
 
«La confesionalidad es la cualidad de aquellos centros docentes que, de manera comunitaria e institucional, pretenden tener en cuenta la fe cristiana como principio inspirador en sus actividades docentes, culturales y sociales»[14]. Se trata, pues, del carácter propio de un centro educativo que, desde el fundamento de la fe cristiana, orienta todas sus actividades acorde con los valores evangélicos. Pretender, en aras a la confesionalidad, la imposición de la religión es ignorar: 1/ La libertad y dignidad de la persona, tal cual hizo Jesús de Nazaret y propugna la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis; 2/ Los resultados de la investigaciones que manifiestan que tal imposición produce un alto porcentaje de agnósticos y ateos (Hurlock); 3/ La procedencia de los alumnos, cuya opción por el centro no siempre es religiosa, sino la cercanía geográfica, la calidad de sus enseñanzas, la no admisión en otros centros estatales, los servicios extraescolares que ofrece, etc.
Basta analizar la cercanía geográfica de los alumnos asistentes a cada uno de estos colegios, para afirmar que ésta es una razón decisiva, o bien admitir que la Providencia ha colocado a todos los creyentes en una zona determinada. En cualquier caso, la optatividad de la religión no perjudica a nadie, pero sí la obligatoriedad, a quienes no buscan en el colegio el aspecto religioso. Es más, para estos, lejos de afirmar que «no están en su sitio», quizás sería momento del encuentro con «la oveja perdida».
 
Si la vivencia de los valores evangélicos en los colegios católicos fuese una realidad, los no creyentes se encontrarían tal mal, que ellos mismos decidiría abandonar el centro. La exclusión por parte de los creyentes, se convertiría en autoexclusión de lo no creyentes. Imponer la confesionalidad es actuar contra sí mismo, edificar la casa sobre la arena de la propiedad material, de las normas, o de la opinión de los dirigentes. Libertad y confesionalidad no pueden entrar en oposición, por cuanto sería oponer educación y religión.
En base a esta misma libertad, es necesario también rechazar aquellas situaciones que contradicen la verdadera opción del alumno. Proponer como alternativa a la religión el ocio y entretenimiento: juegos, deportes autóctonos y populares, juegos de mesa, pasatiempos, etc. (BOE, 6 septiembre 1995)[15], supone una maldad o una ignorancia, al minusvalorar la fuerza formativa de la religión, tender una trampa engañosa a los alumnos —muchos de ellos incapaces, por su edad, de decidir qué es mejor— y atentar contra la igualdad de oportunidades.
La presencia de la religión en el currículo escolar ha de tener una verdadera opcionalidad académica, sin que ello mengue lo más mínimo su valor e importancia formativa, justamente lo contrario, su prestigio aumenta al respetar al máximo la libertad personal, religiosa y educativa.
 
Por otra parte, es necesario atender al profesorado, por cuanto éste es un elemento decisivo para llevar a término el «qué» y el «cómo» de la educación religiosa. Educar en la fe requiere coherencia en el ser —unidad entre el decir y el hacer— y competencia en el saber-hacer (profesionalidad, transmisión eficaz de conocimientos). La buena voluntad es necesaria, pero no suficiente. No basta al médico la buena voluntad de querer sanar al enfermo, si carece de los conocimientos necesarios. La vocación no puede separarse de la profesión, sin ocasionar grandes males a sus destinatarios.
El carácter peculiar de la Enseñanza religiosa hace que el profesor de religión sea distinto al resto de profesores. Se le exige congruencia y coherencia entre lo que explica en clase y su vida moral, para que su mensaje sea creíble. Él es el espejo crítico de sus alumnos y compañeros. Además, para saber-hacer hoy, debe ser conocedor de la teología, la pedagogía, la psicología, la sociología… Y ello en una sociedad secularizada, con una economía deficiente, legalmente discriminado, abandonado y minusvalorado por muchos alumnos y profesores, y no siempre alentado por la Jerarquía. La tarea heroica del profesor de religión hoy, nunca será justamente reconocida, ni recompensada.
 
 

  1. Orientaciones educativas: la casa edificada sobre roca

 
A modo de conclusión, y también de síntesis, enumeramos algunos principios orientativos que deben hoy ser, y también hacer, de fundamento de la religión en la escuela.
 
Finalidad humanizadora
La religión sólo tiene justificación y legitimación en el currículo de los alumnos, si muestra y demuestra su finalidad humanizadora y liberadora, en aras a la felicitad de los humanos. Éste es el único fundamento educativo. Sin él, las leyes, la demanda social, la historia, la cultura, la opinión de la jerarquía, etc., son argumentos tan frágiles como la casa edificada sobre la arena, que sucumbe ante las dificultades políticas, las cambios históricos o las opiniones adversas.
 
Opción libre
Ante situaciones conflictivas, cual la actual, es necesario resistir a una doble ceguera o tentación: la imposición autoritaria y la ausencia impositiva, amparadas ambas en la confesionalidad o la estatalidad del centro. Ciegos son unos y otros al no reconocer el derecho de los padres y/o la dignidad de los alumnos, sujetos de la educación, y no la propiedad del centro. El valor y riqueza de un colegio son los alumnos. La libre opción de estos al mensaje evangélico es innegociable, por su dignidad y por la naturaleza de la fe.
 
Evangelio y confesionalidad
La confesionalidad de un centro no reside en la imposición de la Enseñanza religiosa, y menos aún en la obligatoriedad de prácticas religiosas, por cuanto ello supone un recorte de la libertad, valor supremo de la educación y de la religión. Los centros cristianos —cuya identidad reside en la vivencia de los valores evangélicos— tienen un doble motivo para la vivencia de la libertad: la fe y la educación. De aquí que toda imposición referente a las creencias resulte escandalosa y atentatoria contra la tolerancia. Ya Locke escribió al respecto: «La tolerancia con los que tienen opiniones religiosas diferentes está tan de acuerdo con el Evangelio y con la razón que parece una monstruosidad que haya hombres tan ciegos en medio de una luz tan brillante»[16].
 
Coherencia entre fe y vida
La incoherencia entre la fe y la vida, hace poco creíble el mensaje educativo. «El cristianismo, decía Ghandi, es un hermoso mensaje, pero la vida de los cristianos no es cristiana. La Iglesia parece estar más preocupada por la ortodoxia que por la ortopraxis. Hay un dicasterio para controlar la doctrina de los teólogos; pero no lo hay para velar por la santidad de vida. Nuestra vida personal deja mucho que desear con relación al evangelio, pero las instituciones eclesiásticas reflejan más el derecho canónico que el Evangelio. Por eso la autoridad establecida, o sea el poder de la Iglesia, no siempre tiene autoridad efectiva ante los fieles»[17].
 
Educación y ortodoxia
La autoridad eclesiástica parece más preocupada por la ortodoxia que por la eficacia de la educación. Sabios teólogos examinan la exactitud de la doctrina, pero los altos cargos educativos diocesanos carecen, por lo general, de titulación pedagógica. Si ello es así, de modo progresivo, aumentará la rectitud de la doctrina, pero también la pérdida de los destinatarios.
 
Tentación de lo pasado
Ante la realidad religioso-educativa desafiante y decepcionante, con la que iniciábamos este trabajo, existe la tentación de volver al pasado, pensando que buena parte de esta situación radica en la evolución democrática de nuestra sociedad. La Iglesia ha de saber conservar lo inmutable y cambiar lo circunstancial. «Nuestra sociedad —como ya escribió Victoria Camps— ha pasado de la educación del nacional-catolicismo a la asepsia religiosa más absoluta […]. Ahora un buen número de nuestros estudiantes universitarios son puros analfabetos en temas de religión. Y, por otra parte, ciertas asociaciones de padres siguen reclamando la religión al viejo estilo”[18].
 
Investigación y educación
La investigación es el medio para aumentar y actualizar el saber, para el progreso de la ciencia y la mejora de la calidad, al detectar los problemas y ofrecer soluciones. La carencia de investigaciones en la educación religiosa —en el aula, colegio, diócesis— es una de las causas, quizás la principal, de la situación actual. La docencia sin investigación es igual a repetición. Un sistema que no investiga, al no generar ciencia tampoco puede comunicarla, empobreciéndose a sí mismo y a los demás.
 
Educar de otra manera
Educar de otra manera, es la última conclusión que pretende sintetizar cuanto hemos indicado. El Papa Juan Pablo II, reconociendo los errores de la Iglesia, ha dado un gran salto en el caminar de la fe, al separar el mensaje de los mensajeros y manifestar la necesidad de no repetir el pasado. Los nuevos tiempos demandan una nueva educación que revele, y no impida, el conocimiento del verdadero rostro de Dios. Ya lo entendió así el concilio Vaticano II al afirmar que «el descuido de la educación religiosa o la exposición inadecuada de la doctrina […] han vedado, más que revelado, el genuino rostro de Dios y de la religión» (GS 19c). n
 

Enrique Gervilla Castillo

estudios@misionjoven.org
    [1] E. GERVILLA, El futuro de la religión en la escuela, «Educadores» 187(1998), 133-162.
    [2] E. GERVILLA, La Enseñanza de la Religión y Moral Católica en los Centros Educativos, Vicaría Episcopal de Enseñanza, Granada 1986.
    [3] Ello exige un detenido análisis bíblico y teológico que supera nuestras posibilidades, pero imprescindible para justificar el sentido del contenido humanizador y liberador de la Educación religiosa.
    [4] COMISIÓN E. DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS (1979) La Enseñanza Religiosa Escolar, 13-15.
    [5] La escuela tiene como finalidad el pleno desarrollo de la personalidad humana de los alumnos y alumnas (Constitución Española, art. 27,2)
    [6] Los padres tienen derecho a que la educación integre la formación religiosa y moral de sus hijos conforme a sus propias convicciones (Constitución Española, art. 27,3).
    [7] Declaración de Derechos Humanos, 26,3. Constitución, 27,3.
    [8] La enseñanza Religiosa Escolar establece un diálogo entre la fe y la cultura, integrando el conocimiento de la fe -saber razonable- en el conjunto de los demás saberes en la formación de la personalidad (COMISIÓN E. DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, o.c., nº 65).
    [9] COMISIÓN E. DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, o.c., nº 13 .
    [10] Diario A.B.C.,14-IV-2000, p. 54. Según Romero, este descenso puede deberse «a que no son los padres quienes eligen, sino los alumnos. Y a éstos se les dice que no es evaluable» (Ibíd.).
    [11] COMISIÓN E. DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, o.c., nº 50.
    [12] COMISIÓN E. DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, O.C., nº 20.
    [13] COMISIÓN E. DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS, o.c., nº 19.
    [14] F. SEBASTIÁN-O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Iglesia y Enseñanza, Ed. SM, Madrid 1997,  259.
    [15] El Boletín Oficial del Estado publicaba el día 6 de septiembre, dos resoluciones en las que se incluyen los contenidos de la alternativa a la clase de Religión en Educación Primaria (6-11 años), Primer ciclo de Educación Secundaria Obligatoria (12 y 13) y Segundo curso de Bachillerato (17 años). En dichas resoluciones se concretan las propuestas del Ministerio para las actividades de estudio alternativas a la signatura de Religión. Se trata de una lista de 34 actividades que van desde la biblioteca escolar, exposiciones, debates, talleres o historia del cine hasta juegos de mesa y pasatiempos. «Entre otros cabe destacar los juegos de lenguaje (adivinanzas, crucigramas, dameros, jeroglíficos de definiciones, dominó de palabras…); los relacionados con números (dominós, naipes, parchís, ocas…); juegos de atención y de utilización de estrategias (ajedrez, detectives, personajes ocultos…); juegos de investigación de estrategias ganadoras (el SIM, el tres en raya…) y un largo etcétera». El PSOE cierra así con superficialidad y arrogancia algo tan serio y fundamental para muchos españoles.
    [16] J. LOCKE, Carta sobre la tolerancia, Ed. Grijalbo, Barcelona 1975.
    [17] Eucaristía, 30 de enero de 2000, p. 3.
    [18] V. CAMPS, Virtudes públicas, Ed. Espasa-Calpe, Madrid 1990, 130.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]