La solidaridad es una palabra bajo sospecha. Cuando se utiliza en el seno de la vida pública, emergen una serie de interrogantes que ninguna mente lúcida puede descartar de entrada. ¿La solidaridad tal y como se practica es una moda y corre el peligro de convertirse en simple cosmética? ¿Es una conveniencia esto de la solidaridad y de la responsabilidad social corporativa por parte de las instituciones? ¿Es utilitarismo duro y puro? ¿Se puede hablar de solidaridad cuando la finalidad última no es hacer el bien?
En nuestras sociedades occidentales, está surgiendo una nueva forma de entender la solidaridad que podríamos denominar solidaridad como entretenimiento. Se trata de una solidaridad entretenida que mezcla, con la ayuda de los medios de comunicación, juego y competición con altruismo y solidaridad; donde se aúna lo utilitarista, lo lúdico y lo solidario. Movimientos sociales, institucionales, ONG’s, junto con cadenas de televisión y emisoras de radio ponen al ciudadano en esa situación de creerse solidario, mientras se entretiene, se divierte y disfruta de la publicidad de la empresa patrocinadora. Con ello se ha conseguido elevar la propaganda empresarial al rango de solidaridad y hacer, con todo ello, que la solidaridad resulte entretenida.
Ser solidario se convierte no sólo en algo provechoso, sino también divertido a la vez. Se trata de una solidaridad indolora, donde el trabajo y la lucha se convierten en diversión y el compromiso se transforma en entretenimiento. La mera asistencia a un concierto, la compra de un producto ofertado, es como si llevaran en sí la erradicación del problema. Así todos somos un poco mecenas.
¿Desea ayudar? ¿Desea cambiar el mundo? No se esfuerce. Sólo tiene que acudir a la gala benéfica en la que actúan famosos de la canción y del espectáculo; consuma Pepsi Cola por recomendación de Médicos Sin Fronteras o fume más tranquilo un cigarrillo Fortuna sabiendo que el 0’7 por ciento de esa marca va al Tercer Mundo. ¿Desea oponerse a la violencia? Compre Benetton. Si desea luchar por la eliminación de las minas antipersona, póngase unos pantalones vaqueros Lois. La limosna está incluida en la compra. He aquí un modo indoloro de purgar la mala consciencia. Ayudamos sin necesidad de tener que mover un dedo.
Esta solidaridad entretenida es una solidaridad sin deberes y que nos lleva al distanciamiento y nos conduce a la despreocupación de lo que son las verdaderas causas que han provocado el problema. Ello supone la claudicación del juicio crítico y donde las empresas colaboradoras y sus aportaciones económicas son más importantes que la reflexión y el análisis de porqués y las causas.
Una de nuestras paradojas actuales es la de pretender colaborar a los goces y beneficios que aporta la solidaridad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes. Deseamos proclamar la solidaridad a todo el universo y escapar de las consecuencias y de los compromisos que supone la defensa de esa solidaridad.
También prolifera en nuestro entorno otro tipo de solidaridad igualmente peligroso: el de la solidaridad estandarizada. Ser un solidario profesional constituye un mecanismo de autopromoción muy valorado. Pasar por solidario otorga cierto prestigio, pero casi siempre sin los peligros y las consecuencias inherentes a dicha condición solidaria.
La solidaridad corre el peligro de convertirse en un producto de consumo, en un pin de moda. La intención puede ser solidaria, pero el resultado es publicitario. Para los solidarios acomodados, toda solidaridad exitosa da casi siempre lugar al nacimiento de un grupo de presión que actúa con fuerza para defender sus intereses.
Junto a estas modalidades de solidaridad, aparece la solidaridad como marca donde se funden en una curiosa unidad de intereses económicos, el marketing comercial y la virtud de la solidaridad. Este interés por la solidaridad ha propiciado la aparición en el mercado de empresas especializadas en la captación de recursos destinados a causas solidarias así como campañas de empresas donde un tanto por ciento del coste del producto va a parar a una determinada ONG o alguna causa solidaria.
Desde hace una década, en el mundo anglosajón principalmente, vienen funcionando los fondos de inversión ética. A través de ellos, se busca la rentabilidad, pero no a cualquier precio. Los fondos se invierten en empresas que demuestran un comportamiento ético.
En este contexto, llama la atención como las grandes empresas han descubierto su vocación misionera y no paran de promulgar códigos éticos, de definir lo que es ético en el mundo de la empresa y de la banca. Adidas, por ejemplo, nos hace mejores; Danone, promueve nuestro bienestar; Levis, alimenta la libertad; Nike, trabaja por nuestra realización personal; Bennetton milita contra el racismo; para conseguir la paz y alcanzar el nirvana no hace falta la meditación ni el yoga, es suficiente con conducir un BMW; Apple nos hace pensar diferente y las marcas de detergente se lanzan en defensa del medio ambiente.
La solidaridad entendida como virtud y como valor social dista muchos de estos esperpentos. ¿Dónde queda aquello de no practicar la caridad con ostentación para ser visto por los demás hombres? Al fin y al cabo, ¿no se convierte de este modo a la solidaridad en una vía más de la estrategia empresarial en un mercado competitivo?
Francesc Torralba
05/09/2007