La solidaridad como respuesta: El cauce de las ONG

1 enero 1997

Mª Dolores Rodríguez de Rivas

Lilo Rodríguez de Rivas pertenece a «Manos Unidas» y es coautora de la «Guía de la Solidari­dad».

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

Tras dibujar a grandes trazos algunos elementos más sangrantes del mundo en que vivimos, la autora examina las razones, características y dimensiones de la solidaridad. A continuación describe la respuesta de las ONG, las formas de implicarse en ellas y, por fin, otros espacios para la solidaridad.

  1. Panorama general del mundo en que vivimos

Según el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD 1996 (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), el mundo está cada vez más polarizado y la distancia que separa a los po­bres de los ricos se está agrandando cada vez más: del PIB mundial -23 billones de dólares en 1993-, 18 billones corresponden a los países industrializados y sólo 5 billones a los países en desarrollo, a pesar de que estos últimos tienen ca­si un 80% de la población mundial.

Aún vivimos en un mundo donde la quinta parte de la población en desarrollo se acues­ta hambrienta cada noche, donde la cuarta parte carece de acceso al agua potable y latercera parte vive en un estado de pobreza absoluta. Vivimos en un mundo de inquietan­tes contrastes: donde tantos padecen hambre, pero hay tanta comida que se desperdicia; donde tantos niños no viven lo suficiente co­mo para disfrutar de su infancia, pero hay tan­tas armas innecesarias.

Los países, tanto los pobres como los ricos, están sufriendo crecientes angustias humanas: debilitamiento del tejido social, aumento de las tasas de delincuencia, mayores amenazas a la seguridad personal, difusión de drogas y cre­ciente sentido de aislamiento individual. Las amenazas a la seguridad humana están asu­miendo una magnitud mundial. Problemas co­mo las drogas, el SIDA, el terrorismo, la conta­minación o la proliferación nuclear no respetan las fronteras nacionales y sus consecuencias llegan a todos los rincones del globo.

Cada vez se hacen más urgentes las cues­tiones básicas de la supervivencia humana en un planeta ecológicamente frágil. Hacia me­diados del próximo siglo es posible que la po­blación se haya duplicado y que la economía mundial se haya cuadruplicado. Para que to­da la humanidad esté suficientemente alimen­tada es preciso que se triplique la producción alimentaria, pero la base de recursos para una agricultura sostenible se está desgastando.

Igualmente será necesario un aumento en el suministro de energía, pero, incluso al nivel ac­tual de utilización, los combustibles fósiles, no renovables, representan una amenaza a la esta­bilidad del clima. La destrucción de los bosques del mundo y la pérdida de riqueza y diversidad biológicas continúan de forma incesante.

Varios Estados-Nación están comenzando a desintegrarse. Si bien las amenazas contra la supervivencia nacional pueden provenir de diversas fuentes -étnicas, religiosas, políticas­, la raíz de esta desintegración está a menu­do en las condiciones socíoeconómicas de la población y en su limitada participación en la mejora de esas condiciones.

Las desigualdades económicas, particular­mente la desigualdad Norte-Sur, la volvemos a ver en el dato que nos ofrece el PNUD: el 20% más rico de la población mundial cuenta con el 82.7% de los ingresos totales del mundo, mientras que el 20% más pobre sólo cuenta con el 1.4%. Es decir, el 20% más rico de la población mundial registra ingresos sesenta veces más elevados que el 20% más pobre. Lo grave y dramático es que esta disparidad se ha acentuado en los últimos años ya que en1960 esta relación era de treinta veces.

Esta disparidad también existe en el consu­mo de recursos: el 20% más rico de la pobla­ción mundial consume el 70% de la energía mundial, el 75% de los metales, el 85% de la madera y el 60% de los alimentos.

En lo referente a la participación en la eco­nomía mundial, también hay una gran desi­gualdad y la vemos en la participación en el comercio internacional: el 20% de la pobla­ción más rica del mundo acapara el 80,2% del comercio internacional, mientras que el 20% más pobre participa sólo en el 1 %. Ade­más, este desequilibrio también tiende a au­mentar. Podríamos seguir dando cifras de la desigualdad [1]en las inversiones directas, en los flujos de capital financiero, etc.

  1.  ¿Qué hacer?:

De la impotencia a la solidaridad

Podríamos decir que, ante el panorama del mundo, se dan dos posturas: la de impo­tencia, pesimista, paralizante y la de solidari­dad. Pero ¿que nos impulsa a ser solidarios? Vamos a describir esquemáticamente algunas de las motivaciones.

Podemos actuar movidos por un sentimiento de culpabilidad. Observamos nuestro estilo de vida, nuestro bienestar y a la vez vemos cómo la tercera parte de la humanidad vive en condi­ciones infrahumanas, vemos las injusticias del mundo. Ese sentimiento nos mueve a actuar pero en el fondo es un sentimiento negativo. El que se siente mal o se siente culpable parte de algo negativo. El objetivo de tu acción es librar­te de tu culpa. Estás actuando pensando en ti, en tu bienestar, en tu tranquilidad de concien­cia, no estás actuando impulsado por el bien común, sino para sentirte mejor contigo mismo.

También podemos sentirnos solidarios mo­vidos por un sentimiento de superioridad. «Yo soy más inteligente, soy más culto y voy a ayu­dar a los pobres que son unos ignorantes». Es­te sentimiento nos hace actuar de una forma paternalista, no solidaria. Tengo mucho que dar y nada que recibir. No recibimos nada del otro porque es inferior.

Igualmente podemos actuar por solidari­dad conducidos por un complejo de inferiori­dad, para alcanzar un reconocimiento social que nos hace sentirnos mejor y nos ayuda a superar ese complejo.

Otra motivación para la solidaridad es la res­ponsabilidad. Nos sentimos responsables de la situación del mundo o de una situación de in­justicia, vemos que hay algo erróneo que hay que modificar, nos sentimos responsables de mejorar algo que es perjudicial para el bien co­mún de la humanidad. Esta responsabilidad puede tener su origen en nuestras creencias re­ligiosas, políticas o personales. También puede venir de una opción política o humanitaria.

Podemos actuar solidariamente por altruis­mo, por amor a los demás, por razones huma­nitarias, por el bien del género humano, etc.

Nos interesa centrarnos particularmente en las razones para la solidaridadAdemás de motivaciones como las apuntadas, también existen otras razones. Pasamos a enumerar algunas de ellas.

– Supervivencia

La solidaridad es necesaria por razones de supervivencia. Diversos informes técnicos y científicos indican que estamos ante una si­tuación de no retorno, que nos encontramos ya «más allá de los límites del crecimiento». Meadows y Randers han puesto de manifies­to que, en muchos terrenos, ya hemos tras­pasado los límites del crecimiento y estamos rozando la catástrofe[2].

Ser solidario significa también transformar nuestro modelo de crecimiento, modelo que no puede ser ni para todos ni para siempre y que, si no se invierte la tendencia, no será po­sible para nadie ni por más tiempo.

– Interdependencia

Vivimos en un mundo interdependiente, todos dependemos los unos de los otros. Ya ha pasa­do el tiempo en que, bien por el desconoci­miento o por sensación de lejanía, se pensaba que determinadas situaciones afectaban a unos países y que incluso eran inevitables. Ahora ve­mos que problemas como el SIDA, los movi­mientos migratorios, la droga, el deterioro del medio ambiente, el agotamiento de los recur­sos… afectan tanto al Norte como al Sur, aunque sea de distinta manera. Hasta la deuda externa del Tercer Mundo -con su efecto de bumerán sobre el Norte, tal como lo ha estudiado Susan George- también amenaza a los países ricos.

La interdependencia es una razón para la solidaridad al hacernos ver que todos forma­mos parte de un solo mundo, que nuestras acciones y actitudes influyen en mayor o me­nor medida en el resto, que si quiero cambiar el mundo tengo que empezar por cambiar mi mundo y actuar solidariamente.

– Crisis de valores

La crisis de valores que estamos experi­mentando en nuestras sociedades desarrolla­das es una razón para que florezca la solida­ridad. Vivimos en una sociedad donde domi­nan los valores de la competitividad, el mate­rialismo, el poder del dinero, el individualismo y necesitamos construir valores como la soli­daridad, la comprensión, la tolerancia, el es­píritu comunitario, valores que den un mayor sentido a nuestras vidas.

– Justicia

La justicia es otra razón para la solidaridad. Entendiendo por justicia «el dar al ser humano la posibilidad de que sea efectivamente ser hu­mano», es muy fácil ver que el mundo en que vivimos no es justo.

Tanto la distribución de recursos como la participación en el concierto internacional son, como hemos visto, claramente injustos. Obser­vando el mundo podemos constatar fácilmente que, como dice Riechmann, «nuestra normali­dad es la catástrofe»: el 20% de lo habitantes más ricos de la población mundial dispone de 150 veces más recursos que el otro 80%.

La justicia exige solidaridad porque a través de ella podemos construir un mundo en el que todos tengamos cabida y podamos desarro­llarnos como personas.

Vemos que pueden ser muchas las motiva­ciones y las razones que nos mueven a ser so­lidarios… Puede ocurrir incluso que llamemos solidaridad a lo que es paternalismo, egoísmo de grupo o algo que tranquiliza nuestras con­ciencias. Por ello, creemos necesario profundi­zar sobre el significado de la solidaridad. A con­tinuación trataremos el concepto y sus defini­ciones, sus características y sus dimensiones.

  1. La solidaridad como respuesta

La etimología de «solidaridad» parece ori­ginarse en el término latino solidus, que signi­fica «moneda fuerte, de estabilidad económica, sólida», de la que deriva sueldos y solda­das. Posteriormente el término pasó del cam­po económico al jurídico: in solidum es la obli­gación contraída con otros, pero que le afecta a cada uno, de modo absoluto en el caso de que los demás se declaren insolventes [3].

El Diccionario de la Real Academia Española define solidaridad como: «Modo de derechos u obligación in solidum. Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros». Y solida­rio/a: «Aplícase a las obligaciones contraídas in solidum y a las personas que las contraen. Ad­herido o asociado a la causa, empresa u opi­nión de otro».

Actualmente el término solidaridad adquie­re un significado ético para designar la con­vicción de que cada ser humano debe sentir­se responsable de todos los demás. Sin em­bargo, este significado lo encontramos en muchas expresiones a lo largo de todos los tiempos. En el siglo II a.C., Terencio puso en boca de uno de sus personajes la frase: «Hombre soy y nada de lo humano puede re­sultarme ajeno»[4]. Y no era otra cosa que soli­daridad lo que, mucho más cerca de noso­tros, el Che Guevara pedía a sus hijos cuan­do les escribió en su carta-testamento: «Sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquie­ra en cualquier parte del mundo»[5].

«La solidaridad, nuestro mejor proyecto». Es­te fue el eslogan que Manos Unidas utilizó en su campaña de 1992. En el editorial del boletín ex­traordinario de dicha campaña se decía:

«Nuestro verdadero proyecto, nuestro me­jor proyecto, es ayudar a construir la solidari­dad entre todos. Como dice la Sollicitudo Reí Socialis: «La solidaridad no es un sentimiento superficial y vago por los males que sufren tan­tas personas cercanas y lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de trabajar por el bien común, es decir, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos de verdad responsables de todos». Para cons­truir la solidaridad que queremos se necesitan cambios sociales, no solo superficiales, sino estructurales, cambios que, partiendo de lo más profundo de nuestro ser, vayan transfor­mando nuestra sociedad.

3.1. Características de la solidaridad

– No sólo un sentimiento

La solidaridad deber guiarnos desde el sen­timiento hacia la razón y de ahí a la acción. El corazón, cuna de los sentimientos, puede ser el primer lugar donde brote la solidaridad. El paso siguiente sería el de tomar conciencia de por qué las cosas son como son y cómo po­drían cambiarse. Nos informamos, escucha­mos, preguntamos y empezamos a compren­der algo. El sentimiento ha dado paso a la ra­zón. Si no nos quedamos aquí, el paso si­guiente sería la voluntad, la decisión de ac­tuar; en definitiva, la acción.

– Es universal

La solidaridad debe alcanzar a toda la hu­manidad, a todo ser humano, si no podemos caer en un «egoísmo de grupo». Un grupo pue­de pensar que está actuando solidariamente para defender su causa y por otro lado se es­tá olvidando de las consecuencias que su ac­tuación puede tener en el resto de la humani­dad u olvidarse de luchar también por las cau­sas ajenas. AI decir que la solidaridad debe ser universal también nos referimos a que no se puede ser solidario con los que están lejos, con los empobrecidos del Tercer Mundo, y lue­go aquí, en nuestra sociedad, actuar insolida­riamente con los grupos más desfavorecidos (inmigrantes, gitanos, transeúntes…).

– Un movimiento de ida y vuelta

Los dos sujetos que actúan en la solidari­dad reciben y dan. La solidaridad es un movi­miento de ida y vuelta, es mutua y de doble sentido. Con mucha frecuencia, los que cree­mos ejercer la solidaridad nos olvidarnos de lo que recibimos al dar. Nos quedamos en el dar, nos hacemos paternalistas y no mantenemos una relación de igualdad, sino que nos senti­mos superiores. Muchas veces nos olvidamos de que «lo más importante no es lo que se da sino lo que se recibe: la oportunidad de parti­cipar en una causa contra la injusticia y el sen­tido de vivir para algo que ayuda a confiar en que la humanidad avanza hacia fines mejores que favorezcan a todos y confirmen el ansia de dignidad y la razón de ser hombre”[6].

– La solidaridad es radical

Usamos el término radical porque la solida­ridad va a las raíces, a las causas de la injusti­cia. Así, en la lucha por la justicia hay. que tra­bajar en tres frentes: la asistencia, la promo­ción y la transformación de estructuras. Con frecuencia, caemos en la tentación de quedar­nos en la asistencia (paliamos los efectos sin preocuparnos de las causas) o en la promo­ción (nos preocupamos en las causas que ra­dican en los individuos) y nos olvidamos del cambio de estructuras (preocuparnos por las causas que radican en la sociedad).

El famoso proverbio oriental que dice: «Si le das un pez a uno que tiene hambre, le has quitado el hambre de ese día; pero si le ense­ñas a pescar le habrás quitado el hambre de toda la vida» adolece de la dimensión radical de la solidaridad. Además de darle la caña y enseñarle a pescar habría que trabajar para que al pescador le concedan la licencia de pesca, para que, las industrias no contaminen los ríos, para que no le exploten cuando vaya a vender los peces, para que no le arrinconen como si fuera un trasto viejo cuando ya no sir­va para pescar, etc.

El decir que la solidaridad es radical no sig­nifica que la ayuda asistencial y la promoción no sean también formas de solidaridad. La lu­cha por la justicia tiene una triple dimensión que culmina con la transformación de estruc­turas, sin embargo la dimensión radical de la solidaridad es la que con más frecuencia se olvida en nuestra sociedad.

3.2 Dimensiones de la solidaridad [7]

– Una forma de leer la realidad

Siempre miramos la realidad desde un de­terminado lugar, entendiendo por lugar no un espacio material, sino un determinado espacio mental que nos da nuestra educación, nuestra formación, nuestras condiciones socioeconómi­cas, el país donde nacemos, la cultura que res­piramos, etc. Todo esto nos ayuda y condiciona nuestro modo de mirar la realidad.

La solidaridad como una forma de leer la rea­lidad, en primer lugar nos ayuda a cuestionar­nos: ¿desde dónde nos situamos para mirar la realidad?, ¿desde qué condiciones de vi­da?, ¿desde qué clase social?, ¿desde qué escala de valores? Según el grupo humano al que pertenezco miro la realidad que me ro­dea. Es distinto verla siendo obrero, profesio­nal liberal, campesino, teniendo un determina­do origen étnico, teniendo o no una formación universitaria… La solidaridad nos ayuda a dar­nos cuenta de que siempre nuestra lectura o interpretación de la realidad se hace desde un contexto determinado.

La solidaridad como una forma de interpre­tar la realidad nos ayuda a ser sensibles a la manera de leer la realidad de otros, del otro, nos hace sensibles a la realidad desde otra ex­periencia humana que no es la nuestra. Nos ayuda a ser capaces de escuchar, de enten­der, de comprender, de aprender de otras maneras de mirar la realidad.

– Un modo de ser

La ideología liberal o neoliberal, que confi­gura fuertemente nuestro mundo, el llamado mundo occidental, interpreta el hombre a par­tir de la categoría del individuo y sin embargo el hombre es un ser social por naturaleza.’ a afirmación individual es vista como eje básico de la vida, al que todo lo demás está subordi­nado. Como consecuencia obligada, la competencia con los demás es la ley fundamental de la vida social, económica y política.

El modelo liberal potencia un modo de ser en el que los intereses individuales o de gru­pos con intereses comunes, en general eco­nómicos y/o políticos, son los que prevalecen sobre todo lo demás. Desde esta perspectiva, la marginación y la pobreza se explican bási­camente por la falta de esfuerzo, la incapaci­dad o la ignorancia. La sociedad como un to­do no tiene responsabilidad en la cuestión.

La solidaridad contesta fuertemente esta perspectiva afirmando que el hombre sola­mente se hace persona en relación. Cada uno se descubre como persona, desarrolla sus po­tencialidades en relación con los demás, con la naturaleza, con uno mismo. Desde la pers­pectiva de la solidaridad, la pobreza y la mar­ginación no son fenómenos residuales o que se puedan explicar a nivel fundamentalmente individual, son consecuencia de la desigual­dad propiciada por un sistema donde la ley fundamental es la competencia.

Podemos atrevernos a decir que la solidari­dad es contraria a nuestro sistema de produc­ción. Coexisten dos culturas en nuestra socie­dad: la cultura de la competitividad y la cultu­ra de la solidaridad, y la dominante es la pri­mera. Tenemos que trabajar para que domine la segunda.

– Un modo de actuar

La solidaridad es también un modo de ac­tuar, de trabajar. La solidaridad como modo de trabajar, como tarea comunitaria, como práctica de hacer cultura nos plantea muchos desafíos. Allí donde estemos hay que saber tomar decisiones conjuntas, crear dinámicas participativas de búsqueda en común, crear un modo de actuar más comunitario, tener una causa común a la que cada uno aporte desde sus propias posibilidades. Todo este dinamis­mo de aunar fuerzas, de coordinar, de crear cauces de cooperación, de trabajar en equipo es otra dimensión de la solidaridad.

  1. El cauce de las ONG

Las ONG (Organizaciones No Gubemamen­tales) son uno de los espacios para la solidari­dad. Forman parte del tercer sector o sector privado no lucrativo. Éste es uno de los tres grandes sectores que caracterizan la estructu­ra institucional de las sociedades industrializa­das. Los otros dos son: el sector privado mer­cantil (mercado) y el sector público (Estado).

Hay varias clasificaciones de las entidades del tercer sector. Una de ellas es la que distin­gue entre entidades mutualistas -dedicadas a satisfacer las necesidades de sus miembros- y entidades altruistas -dedicadas a satisfacer las necesidades de los grupos o sectores más desfavorecidos-. Las ONG que proponemos co­mo cauces para la solidaridad están enmarca­das en las entidades altruistas.

Los objetivos generales de las ONG son la asistencia, promoción, integración, desarrollo y/o emancipación de los grupos o sectores con los que trabajan y la erradicación de las causas de la injusticia y la desigualdad.

Las funciones que ejercen en nuestra so­ciedad van desde ser la expresión de la con­ciencia solidaria de la sociedad civil a ser un cauce para el voluntariado y la solidaridad. Tam­bién ejercen la función de denunciar las injus­ticias y de defender los derechos de los sec­tores con los que trabajan; de dialogar y pre­sionar sobre las diferentes administraciones con objeto de transformar las políticas insoli­darias y de promover una conciencia solidaria en nuestras sociedad.

Las ONG se caracterizan por su actividad de­sinteresada y altruista, no se mueven por inte­reses políticos ni económicos. Tienen una gran entrega y dedicación, a la vez que están alcan­zando unos mayores niveles de profesionaliza­ción. Frente a las acciones llevadas a cabo por organismos oficiales, se caracterizan por una mayor agilidad en la gestión, al no estar suje­tas a trabas burocráticas, y un menor coste de funcionamiento, debido a que muchas de ellas cuentan con una amplia base de voluntariado. Todo ello les permite una mayor flexibilidad y eficacia en sus acciones.

Las fuentes de financiación de las ONG pue­den ser públicas o privadas. Las privadas pro­vienen de donativos, cuotas de socios, colec­tas, herencias, venta de artículos (libros, artesanía…), etc. y las públicas provienen de la cofi­nanciación de proyectos con diferentes organis­mos oficiales (Unión Europea, Administración central o autonómica, Ayuntamientos, etc.).

Las ONG se pueden clasificar en dos gran­des tipos: ONGD -de Cooperación Internacional para el Desarrollo- y -ONG sociales -que traba­jan con sectores desfavorecidos de nuestra sociedad-.

Con el objetivo de describir someramente estos dos tipos de organizaciones y facilitar información sobre las mismas a aquellas per­sonas que quieran implicarse con alguna ONG, vamos a detenernos en definir las actividades de las ONGD y los sectores con los que traba­jan las ONG sociales.

4.1. ONGD (Cooperación Internacional para el Desarrollo)

Las ONGD son organizaciones que trabajan en cooperación para el desarrollo y actúan tan­to en el Norte como en el Sur. En el Sur, a través del trabajo con sus contrapartes (fundamental­mente en proyectos de desarrollo) y en el Norte, a través de la educación para el desarrollo, la sensibilización de la opinión pública y la presión política. Sus principales actividades son:

– Gestión y financiación de proyectos de desarrollo en países del Sur

Hay varios modos de participación y formas de ejecución en los proyectos de desarrollo realizados por las ONGD: transferencia de fondos, transferencia de equipos y bienes de servicio y/o transferencia de recursos humanos.

– Envío de cooperantes y/o voluntarios a países del Sur

Al cuestionarnos la necesidad del envío de recur­sos humanos a países del Sur, hay que distinguir va­rios elementos. No todos los países tienen la misma necesidad. En América Latina casi no se necesita el envío de personal cualificado, ya que cuentan con profesionales y técnicos que pueden asumir más del 90% de los proyectos. Africa, por el contrario, es el continente que aún necesita el mayor número de cooperantes/voluntarios para apoyar sus proyectos.

Cabe destacar que muchas ONGD están de acuer­do con que la tendencia de intercambio de personal de ONGD Norte-Sur lentamente se convierta en una relación inversa. Es decir, cada vez son más los que apuestan por la formación de los cuadros del Sur que, en muchos aspectos, es más rentable y eficaz que el traslado de personal Norte-Sur.

– Ayuda humanitaria

Esta ayuda está directamente relacionada con catástrofes naturales y con guerras o conflictos cre­ados por los hombres. La ayuda humanitaria pre­tende dar una respuesta rápida y eficaz ante las ne­cesidades de la población expuesta a estas catás­trofes o conflictos.

– Acciones de presión política

Son acciones de diálogo y presión -seguidas de propuestas- con las diferentes administraciones. El objeto de estas acciones (lobbying) es mejorar tan­to la calidad como la cantidad de la ayuda oficial al desarrollo de los organismos públicos, obtener fon­dos públicos, debatir la ley de cooperación, etc.

– Denuncia

Con esta actividad las ONG denuncian, pública­mente o recurriendo a las instancias pertinentes, la violación de los principios y postulados de la Decla­ración Universal de los Derechos Humanos procla­mada por la Asamblea de Naciones Unidas en 1948 y de los pactos internacionales de derechos civiles y políticos y de derechos económicos, sociales y cul­turales. Se realiza a través de campañas de informa­ción, de presión a los gobiernos violadores de estos derechos y a los gobiernos que los apoyan, campa­ñas de sensibilización, publicaciones documentadas de violaciones de derechos humanos, etc.

– Sensibilización de la opinión pública

(Educación para el Desarrollo)

Estas acciones van encaminadas a cambiar la mentalidad, las actitudes, los comportamientos y los valores dominantes de nuestra sociedad (com­petencia, materialismo, individualismo…) y a fomen­tar actitudes y valores dé solidaridad, tolerancia, paz… Dan a conocer a la sociedad los problemas que padecen los grupos y pueblos más desfavore­cidos y empobrecidos, nuestra responsabilidad en su situación, las soluciones posibles, el papel que podemos jugar para cambiar estas situaciones y, en fin, pretenden implicar a la sociedad en la reso­lución de los problemas de los más marginados, apelando a su estilo de vida, sus comportamientos, actitudes y valores.

Dos tipos de actividades básicas componen la labor de las ONGD en materia de Educación para el Desarrollo, las de sensibilización y las formativas.

Las actividades de sensibilización consisten en informar de las desigualdades y de las injusticias, así como de sus causas estructurales. Se llevan a cabo a través de campañas, exposiciones, confe­rencias, etc.

Las actividades formativas buscan dotar a la gen­te de valores capaces de derivar en actitudes solida­rias. La solidaridad es el punto de partida desde el que las ONDG pretenden contribuir a eliminar el actual desequilibrio entre el Norte y el Sur. Más que cam­biar el mundo, la Educación para el Desarrollo busca un cambio de mentalidad en las sociedades del Nor­te y del Sur. Se llevan a cabo a través de cursos, ta­lleres y materiales de educación y tienen como fina­lidad informar y formar en valores. Estas actividades se dirigen mayoritariamente al público en general, aunque cada vez están tomando más auge los estu­diantes y los profesores corno público objetivo.

– Comercio justo

Consiste en comercializar a «precios justos» pro­ductos ambiental y socialmente mantenibles, adqui­ridos directamente a organizaciones democráticas de pequeños productores (cooperativas, organiza­ciones campesinas…) del Sur. Con los beneficios se financian acciones de cooperación en los países del Sur o de sensibilización en los países del Norte.

4.2. ONG sociales

Las ONG sociales actúan en nuestra so­ciedad y realizan labores de solidaridad y ayu­da social con los grupos más desfavorecidos y marginados. Efectúan trabajos de asisten­cia, integración, prevención de la marginación, sensibilización de la opinión pública, etc.

Los principales sectores con los que traba­jan y las actividades que llevan a cabo con ca­da uno de ellos son:

– Inmigrantes y/o refugiados

Labores de acogida, asistencia y promoción; inte­gración social de ellos y sus familias (cursos de lengua y cultura española, atención y escolarización de los niños y niñas, promoción de la salud…); servicios de asesoría jurídica y laboral, médico, de formación, de vivienda. Programas de sensibilización contra el racis­mo, la xenofobia y por la tolerancia; reivindicación de los derechos de los inmigrantes; actividades de difu­sión de la cultura de los países de origen de los inmi­grantes; programas de protección legal y social de los refugiados y asilados; apoyo lingüístico, defensa legal, repatriación, reasentamiento en terreros países, reu­nificación familiar, reinserción socio-laboral, etc.

– Comunidad gitana

Programas que favorecen la integración sociola­boral de esta comunidad; programas de formación profesional, de promoción y desarrollo de la mujer gi­tana, formación para el empleo; salud, educación, alojamiento y servicios sociales y jurídicos; centros de acogida, programas integrales y desarrollo co­munitario, asesoramiento para la regularización y normalización de vendedores ambulantes y organi­zación de campamentos y colonias de verano.

– Discapacitados/as

Programas para la integración laboral y social; ayu­da, asistencia y formación ocupacional; actividades rehabilitadoras y socioculturales; centros especiales de empleo y educativos; programas que favorecen la autonomía por medio de las ayudas técnicas, la adaptación de la vivienda y la atención y el cuidado en el domicilio; hogares tutelados y residencias.

– Drogodependientes

Asistencia y acogida; tratamiento, reinserción, re­habilitación y seguimiento; creación de comunida des terapéuticas, atención ambulatoria, pisos para la rehabilitación y reinserción social.

– Enfermos/as de SIDA

Ayuda a domicilio, ayuda integral en las áreas sa­nitaria, psicológica y social; ayuda y asistencia en casas-pisos de acogida, seguimiento en hospitales, apoyo a los enfermos, ayuda jurídica; programas de formación e información a la población en general y a aquellos colectivos profesionales que por su tra­bajo deben estar especialmente sensibilizados.

– Mayores

Actividades que fomentan la participación y pre­sencia activa en la sociedad; programas de servi­cios sociales personales, comunitarios y residen­ciales; actividades de ocio, cultura y acompañamien­to; residencias, centros de día, hogares y atención sociosanitaria a domicilio.

– Infancia y familia

Servicios de mediación familiar y servicios a fa­milias monoparentales; cuidado y atención educa­tiva a la primera infancia socialmente desfavorecida; programas de animación y educación en el tiempo libre para niños marginados; escuelas infantiles, co­lonias; programas de adopción y acogimiento fami­liar; difusión y defensa de los derechos de los ni­ños.

– Juventud

Programas que favorecen la integración socio-la­boral de los jóvenes con nula o baja cualificación pro­fesional; programas de formación y empleo, educa­ción y orientación para la salud; actividades cultura­les, deportivas, de ocio; apoyo y seguimiento edu­cativo de menores y adolescentes en situación de fracaso escolar, fomento del tiempo libre y activida­des de formación ocupacional; centros de acogida.

– Mujeres

Programas de promoción de la mujer en general y en sectores específicos como la prostitución, ma­dres solteras, mujeres maltratadas, etc.; programas de formación y apoyo al empleo y programas que facilitan la inserción laboral de las mujeres; integra­ción social y apoyo a las mujeres en situación de di­ficultad; programas de cultura y educación básica para mujeres adultas y formación profesional para mujeres con escasa cualificación; asistencia jurídi­ca y psicológica a mujeres víctimas de algún tipo de violencia (violaciones y agresiones sexuales, malos tratos físicos y psíquicos…).

– Reclusos/as

Apoyo a la excarcelación y a las condiciones que la hagan realmente un paso hacia la reinserción; mejora de la calidad de vida de la población reclu­sa; formación y potenciación de las capacidades de este colectivo.

– Transeúntes

Programas de prevención colaborando con per­sonas, familias y grupos de alto riesgo; asistencia y promoción (centros de acogida, alojamiento, ali­mentación…); rehabilitación e inserción (actividades ocupacionales, rehabilitadoras, laborales, formati­vas, psicosociales, de ocio y tiempo libre).

  1. Formas de implicarse con las ONG

Las ONG ofrecen la posibilidad de colabo­rar como voluntario/a en diferentes progra­mas y proyectos. Eso significa comprometer se en alguna medida a aportar tiempo y es­fuerzo en actividades de lo más variado: la­bores administrativas, de oficina, actividades de sensibilización y educación, etc.

Cada ONGD tiene sus criterios a la hora de or­ganizar el voluntariado en unas tareas u otras, dependiendo de su especialidad, de sus nece­sidades, de su modelo de organización, del per­fil del voluntario o voluntaria, del tiempo que puede dedicar…

Hay ONGD que envían cooperantes a los pa­íses en los que realizan proyectos de desarro­llo. Las condiciones para poder ir dependen de los criterios de cada organización y de las características de cada proyecto en particular.

Los proyectos que llevan a cabo las ONGD en los países del Sur tienen algunos principios bá­sicos. Por ejemplo, tienen como primera con­dición apoyar los esfuerzos de la población pa­ra que sean los protagonistas de sus propios procesos de desarrollo. Por eso, siempre que sea posible, se promueve la participación de gente del mismo país, evitando sustituirla innecesariamente por profesionales o voluntarios extranjeros.

Otro principio es que los proyectos buscan siempre un aporte concreto. Por eso es muy di­fícil incorporar a alguien que puede hacer «cual­quier cosa». Es necesario que cada uno/a ten­ga muy claro qué puede aportar y cómo ese aporte será beneficioso dentro de un proyecto.

Es fácil entender que enviar a una persona a participar en un proyecto es depositar en ella confianza y responsabilidad. Por eso no existe un envío de personas desde España a los pro­yectos en breve plazo -y menos de forma automática-. Es tan importante que la persona que se ofrezca de cooperante sepa hasta que pun­to se identifica con la ONGD y con sus activida­des, como que ella sepa que puede depositar en esa persona la responsabilidad del proyecto.

Igualmente, las ONG sociales ofrecen la po­sibilidad de colaborar de voluntario/a apoyan­do sus diferentes actividades con los sectores con los que trabajan.

También casi todas las ONG ofrecen la posibili­dad de colaborar económicamente, bien entre­gando de manera puntual una cantidad de dine­ro o bien pagando una cuota cada cierto tiempo[8].

  1. Otros espacios para la solidaridad

Entendemos por ser solidario hoy en día no sólo trabajar directamente con grupos margi­nados, con pueblos del Tercer Mundo; no só­lo colaborar con las ONG, sino también traba­jar para que dejen de existir estos grupos y pueblos marginados; trabajar para transfor­mar y cambiar los valores, actitudes y estruc­turas dominantes en nuestra sociedad que ali­mentan o ayudan a mantener la situación de injusticia y desigualdad que vive el mundo.

Las ONG se esfuerzan por pasar de los «es­pasmos solidarios» a crear una verdadera cul­tura de la solidaridad. Una cultura que conlle­ve cambios en nuestros valores, actitudes y comportamientos; una cultura que nos haga responsables de la situación del mundo y de las injusticias que padece la mayoría de los habitantes de nuestro planeta; una cultura que nos haga plantearnos nuestro modelo de so­ciedad que nos haga corresponsables de los problemas que tenemos más cerca.

La solidaridad encuentra un espacio en nuestra vida cotidiana, en nuestras actitudes y valores, nuestros hábitos de consumo y estilo de vida, nuestro comportamiento con el me­dio ambiente, etc. Nuestra vida cotidiana de­termina el tipo de sociedad que estamos edi­ficando. Con ella podemos ir construyendo una cultura de la solidaridad y contribuir a la creación de una sociedad más justa.

Mª Dolores Rodríguez de Rivas

[1] Este mismo informe del PNUD (1996) presenta otros datos como los siguientes: a/ La riqueza de los 358 multimillonarios es superior a los ingresos anuales de los países donde vive casi la mitad de la población mundial; b/ España es el séptimo país de Europa don­de mejor se vive, y el décimo del mundo; c/ 35 millo­nes de habitantes de países industrializados no tienen empleo; d/ El 70% de los 1.300 millones de pobres del mundo son mujeres. Sus ingresos ascienden, como promedio al 75% del ingreso de los hombres. En mu­chos países africanos les corresponde más del 60% del trabajo agrícola y el 80% de la producción de ali­mentos en pequeña escala, pero reciben sólo el 1 % del total del crédito agrícola; e/ El SIDA es la principal causa de muerte de los adultos menores de 45 años en Europa y América del Norte. 18 millones de perso­nas se han infectado con el virus del SIDA y 2.5 millo­nes han fallecido. Cada día, se producen 6.000 nuevas infecciones, una cada 15 segundos.

[2] Cf. D.H. v D.L. MEADOWS-J. RANGERS, Más allá de los límites del crecimiento, El País/Aguilar, Madrid 1992.

[3] Cf. MONS. J.L. CIPRIANI, La paz fruto de la solidari­dad.

[4] TERENCIO, El verdugo de sí mismo, Iberia, Barcelo­na 1953.

[5] E. GUEVARA, Obra revolucionaria, Era, México 1974.

[6] J.C. GARCIA, «¿Es Posible la solidaridad?», en «Do­cumentación social» 89(1992).

[7] Basado en la conferencia de Itera M’ Candau (Profe­sora de la Universidad Católica de Río de Janeiro y res­ponsable de los Proyectos Sociales de la Institución Te­resiana): «La solidaridad: utopía y profecía” (Asambleas de Delegadas de Manos Unidas, Madrid, mayo 1991).

[8] Para más información, dirigirse a: 1/ Coordinadora española de ONGO, Calle de la Reina, 17-3° / 28004­MADRID (Tfno.: 902 10 38 09 – 521 09 55; Fax: 521 38 43); b/ Plataforma para la Promoción del Voluntariado en España, Avda. Doctor Federico Rubio y Galí, 84 / 28040-MADRID (Tfno.: 902 12 05 12; Fax: 311 48 88); y c/ Cf. A. DE FELIPE Y L. RODRIGUEZ DE RIVAS, GUÍA de la

solidaridad, Ed. Temas de Hoy, Madrid 1995.

También te puede interesar…

Los itinerarios de fe de los jóvenes

Por Koldo Gutiérrez, sdb

El autor pone el punto de partida de su reflexión en la misión evangelizadora de la Iglesia, situando en ella
el marco de referencia necesario para cualquier itinerario de educación en la fe. Recorriendo con maestría
el reciente magisterio posconciliar, con especial atención al pontificado de Francisco, Gutiérrez señala el
horizonte del diálogo fe-cultura como el gran desafío que la transmisión de la fe debe asumir. En la segunda
parte de su estudio, el autor señala las diez claves que, a su juicio, deben ayudar a implementar y desarrollar
itinerarios de educación en la fe para los jóvenes de hoy a la luz del actual Directorio para la catequesis.