LA TUTORÍA, UN ESPACIO PARA LA ORIENTACIÓN VOCACIONAL

1 abril 2006

Luis Fernando Vílchez Martín
  

Luis Fernando Vilchez es Profesor en la Facultad de Educación, de la Universidad Complutense de Madrid. Ha publicado recientemente: Padres y maestros ante el espejo, Madrid 2004.

 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Parte el artículo de la reconocida importancia educativa de la tutoría y de la soledad en la que con mucha frecuencia se encuentran los jóvenes. Explica la figura y la función encomendada al tutor y define la tutoría como un espacio para el encuentro interpersonal. Desde aquí, sitúa la acción tutorial en relación a la orientación y, más en concreto, en relación a la orientación vocacional y a la búsqueda de sentido para la vida.
 
Cualquiera que conozca “por dentro” con experiencia suficiente, en profundidad y extensión, el sistema educativo español,  habrá de concluir que la figura del tutor es crucial en el ámbito escolar y que la tutoría constituye un espacio privilegiado para ayudar al alumno a construirse como persona y encontrar un norte que dé sentido a su vida.
Sistemas educativos prestigiosos y reconocidos, como puede ser el francés u otros de nuestro propio entorno europeo, no cuentan entre sus figuras académicas la del tutor. En algunos casos, existe el “profesor principal”, una especie de coordinador de los docentes que imparten clase a un mismo grupo de alumnos, y cuya misión principal es la de hacer de correa de transmisión entre la Dirección del centro, profesores y  alumnos, pero sin el rico papel asignado por la normativa española al tutor y sin la ya larga trayectoria que acredita esta figura en las aulas de nuestros colegios.
Otra cosa es cómo, en cada caso concreto, los tutores lleven a cabo su tarea, cómo se ensamble esta en un verdadero y compartido proyecto de centro, y cómo unos y otros, pero principalmente los alumnos, aprovechen las posibilidades que la tutoría ofrece. Podrán discutirse muchas cosas en relación con los enfoques de la función tutorial, pero pocos negarán que el tutor aúna, en su trabajo y misión, esa doble dimensión que hoy corre el peligro de disociarse, la instrucción y la educación. El tutor es educador por excelencia, sea o no docente de los alumnos que tutoriza, aunque lo más frecuente y deseable es que sea también su profesor en alguna de las áreas del currículo. Por todo ello es lógico que, desde la Dirección de los centros, se procure que los tutores sean profesores especialmente cualificados, con unas características personales y unas habilidades específicas para ejercer esta tarea.
En resumen, la tutoría aparece como espacio privilegiado para la orientación personal y se ha revelado en la práctica como un gran hallazgo en nuestro sistema educativo.
 

  1. La soledad del alumno actual

 
A la hora de poner en relación los conceptos de acción tutorial y orientación vocacional, se ofrecen perspectivas interesantes a la reflexión. Las que presentamos aquí, nacen del conocimiento y contacto con adolescentes y jóvenes a través de años y del convencimiento de que existe en los alumnos la necesidad no siempre satisfecha de una palabra iluminadora, de una orientación, de un seguimiento. Durante largos años y prescindiendo de críticas que todos podríamos hacer (empezando por la denominación misma), esa función orientadora de tipo global, que afectaba a aspectos fundamentales de la persona, la ejerció en gran parte y para muchos casos el “director espiritual”. En una sociedad secularizada, en la que para la mayoría de los jóvenes y adolescentes la principal referencia orientadora de sus vidas no es el sacerdote, el vacío es clamoroso.
Particularmente, los profesores universitarios conocemos por experiencia el gran vacío  en el que se instalan muchos de nuestros alumnos, que se hacen preguntas importantes, de fondo, que afectan a sus vidas y no encuentran a quien hacérselas, porque no tienen “a mano” un adulto con el que compartirlas. Las llamadas “tutorías universitarias” suelen ser en la inmensa mayoría de los casos de carácter puramente académico, momentos para orientar prácticas o trabajos de investigación, raramente tratar alguna duda de tipo científico en relación con los contenidos de la asignatura y, con mucha frecuencia, para temas menores, como la consabida pregunta “qué entra para el examen”.
Pero constatamos también que esas “horas de tutoría” son aprovechadas a veces por determinados alumnos para plantear “cosas más importantes” que los posibles contenidos de un examen. ¿Cuándo suelen hacer esas preguntas, o buscan esa ayuda, tales alumnos? Cuando se cumplen dos condiciones: la necesidad íntima y personal de hacerlas y la existencia de un profesor accesible al que los alumnos (por una serie de percepciones e intuiciones …) atribuyen unas capacidades, un papel y hasta una autoridad moral como para que les merezca la pena hacerle esas preguntas importantes, preguntas no de las asignaturas, sino de la vida. Afortunadamente, algo de esto está cambiando con los servicios de orientación que algunas Facultades universitarias empiezan a ofrecer.
En síntesis, la soledad del alumno puede encontrar respuesta, dentro de los distintos niveles educativos, a las grandes preguntas que adolescentes y jóvenes se plantean en sus vidas, con tal de que haya quien pueda contestarlas y esté disponible. Sin desdeñar cualquier pregunta o interrogante, importan sobre todo los de fondo, los vitales, los que afectan a la persona concebida de forma integral.
 

  1. Lo que dicen las normas educativas

 
La filosofía en la que se sustenta la figura del tutor y su función aparece claramente definida en las normas del MEC, las principales de las cuales datan de 1989 y 1990.  A partir de esa filosofía, se despliegan normas y disposiciones, a las que vamos a referirnos brevemente.
La figura del profesor tutor es el eje que articula las interacciones educativas en el centro escolar, el vínculo de unión entre el grupo de alumnos y la institución escolar en su conjunto, para lograr los objetivos educativos, es decir, la adecuación de la oferta educativa a las necesidades de aquellos.
El conocimiento de las características y circunstancias tanto personales como grupales de los alumnos, la detección de necesidades de apoyo en algunos, la coordinación del proceso evaluador, el establecimiento de respuestas adecuadas a cada caso, las adaptaciones curriculares, la mediación con las familias y el entorno, requieren la figura del tutor para asegurar la sistematización y personalización de los procesos educativos y así facilitar la orientación personal y la integración escolar de los alumnos.
Hay varios elementos muy relacionados con la función tutorial, como el Proyecto Educativo de Centro, a través del cual la comunidad educativa concreta el modelo de acción tutorial; el Departamento de Orientación, mediante el que la tutoría encuentra cauces apropiados; y, finalmente, las condiciones organizativas, a través de las cuales se asignan tiempos y espacios que faciliten su desarrollo.
Las funciones y tareas que ha de realizar el tutor se refieren a los alumnos, a los profesores y a los padres, dentro de un repertorio amplio, que el MEC propone a título indicativo, de modo que sea el tutor el que, partiendo de la realidad concreta en la que se inserta su tarea, seleccione lo más conveniente, haciendo a veces equilibrios, como la experiencia demuestra, entre lo deseable y lo posible.
Esto es lo que dice la “norma”, con todo lo que tiene siempre de carga posibilista y hasta de utopía. La experiencia concreta de los centros escolares demuestra la variabilidad existente entre unos y otros y cómo, de hecho y en cada caso, “funcionan” tanto los Departamentos de Orientación como las tutorías. Pero esa misma experiencia demuestra que, cuando funcionan de manera eficaz, constituyen unos recursos poderosísimos para dinamizar los centros escolares y, en último término, para ayudar a los alumnos.
En suma, la normativa del sistema educativo español referente a la tutoría, más allá de la prosa y hasta de la verborrea que acompaña frecuentemente a las leyes, ofrece una gran amplitud y flexibilidad como para que las acciones tutoriales puedan ser aprovechadas a fondo en cada situación educativa y adaptadas a la variedad y diversidad del alumnado.
 

  1. La tutoría, un espacio para el encuentro interpersonal

 
Nos referimos a esa dimensión profundamente humana que tiene la tutoría, donde más allá de que el alumno vaya para una consulta, para plantear una duda, un problema, o busque el consejo psicológico adecuado para escoger unas determinadas materias relacionadas con sus futuros estudios, lo que se produce es un encuentro interpersonal entre educador-tutor y educando.
Lo mismo que ocurre en la entrevista psicológica que, además de ser un recurso para el diagnóstico, la terapia, el consejo o la orientación, es un encuentro entre personas, el espacio tutorial es también y por excelencia un encuentro interpersonal.  Un encuentro asimétrico, es cierto, porque uno de los sujetos es un adulto y el otro un adolescente o un joven, uno es el educador y otro es el educando. Pero, en el fondo, un encuentro entre personas llamadas ambas a hablar y escuchar y, en definitiva, a interperlarse. Sí, el tutor interpela al alumno, pero también ha de sentirse interpelado por él.
Las corrientes humanistas en Psicología (Allport, Rogers, Frankl, Maslow, el mismo Fromm en buena medida) recalcan la naturaleza interpersonal del encuentro que se produce en la terapia, en el consejo psicológico y en la educación. Su posición podría resumirse así: Yo, profesional de la Psicología, de la educación, etc., soy antes que nada una persona y me encuentro con otra persona, a la que trato de ayudar para que por sí misma se realice, llegue a ser sí misma, venciendo tal o cual dificultad que la ha traído a este encuentro profesional, u orientándose en esta o aquella dirección tras descubrir en sí misma y valorar sus potencialidades como sujeto. Pero yo, que trato de ayudar a alguien a que se construya como persona, me construyo también a mí mismo como tal a través de esas acciones profesionales.
Son por eso tan significativos, y en sí mismos encierran verdaderas tesis, los títulos de las obras de estos autores: El proceso de convertirse en persona, Persona a persona, Personas en relación, El poder de la persona, Libertad y creatividad en educación (Rogers), Personalidad (Allport), El hombre en busca de sentido (Frankl), El hombre autorrealizado (Maslow), El arte de amar, El miedo a la libertad (Fromm), por citar sólo algunas de ellas.
 
Hay una tesis, esbozada con especial contundencia por Rogers, que compartimos plenamente: El ser humano, la persona, tiene en sí la capacidad para realizarse, para llegar a ser sí misma. Terapia, educación y orientación no son sino “despertadores”, catalizadores positivos de ese cambio que el sujeto está llamado a realizar por sí y desde sí mismo.
Bien es sabido que los modelos psicológicos de corte humanista tienden a ser eclécticos y que, entre los elementos que hacen suyos se encuentran determinadas corrientes o enfoques filosóficos de corte personalista. Pensemos, por ejemplo, en Buber y su filosofía de la relación Yo-Tú, bellamente expresada en un librito con ese mismo título. Pensemos en Max Scheler, Marcel, Mounier y otros. Recordemos que el personalismo sostiene el valor superior de la persona frente al individuo, frente a las cosas, frente a lo impersonal. Tengamos presente, en fin, la influencia del personalismo y el humanismo psicológico en enfoques morales y éticos de máximo interés, que ponen el acento en las opciones fundamentales y en las actitudes del sujeto, más que en la norma o en las acciones aisladas.
En definitiva, nunca debe olvidarse ese carácter de encuentro personal que es y supone la acción tutorial. El alumno que acude a un tutor espera la ayuda de un experto pero, antes que eso, espera encontrarse con una persona que lo entienda, lo acepte como tal y le ayude a crecer como sujeto.
 

  1. Orientar y desorientar

 
Orientar no es mandar, mucho menos manipular, que de todo eso se ha dado siempre. Tampoco es dirigir (se dirigen los coches o las máquinas, pero no a las personas), o decidir “en lugar de” … quien ha de hacer sus propias opciones como sujeto libre. Y, desde luego, orientar no es ejercer de adivino, algo así como un gurú con bola de cristal que “sabe” lo que es “mejor para” el adolescente o joven que acuden en busca de una orientación. No es, en fin, cerrar horizontes y clausurar posibilidades, como tampoco lo es el culpabilizar (con más o menos sutileza), porque no olvidemos que el interlocutor adolescente-joven tiene a veces la tendencia a interpretar como “deber ser” el simple “poder ser”, de manera que si su decisión final no se ajusta a lo que oyó o interpretó de los mensajes de su orientador, es fácil que los sentimientos de culpabilidad le acompañen durante un tiempo, o a veces para siempre. Es la situación que ocurría en otros tiempos con determinados directores espirituales que le decían (¡totalmente seguros!) a un joven si “tenía” o no tenía vocación religiosa …
Se convendrá en que situaciones como las descritas, o simplemente insinuadas, cabe incluirlas en el listado de la desorientación, mientras orientar estará siempre cerca de la apertura de horizontes, de no cerrar portillos, de la visualización de propuestas posibles, de la iluminación de situaciones, de poner a la persona en situación de despliegue de todas sus potencialidades (cognitivas, emocionales, sociales, espirituales, éticas, etc.) de la ayuda al discernimiento, del aporte de elementos críticos, de la enseñanza de estrategias para que el sujeto aprenda a tomar decisiones.
A fin de cuentas y como la riqueza de las etimologías que están en la base del concepto de orientación sugiere, orientar tiene que ver con significados tan iluminadores como ponerse en movimiento, levantarse, aparecer, nacer.
 

  1. Orientación vocacional y búsqueda de sentido para la vida

 
Llegados a este punto, vale la pena recalcar la estrecha unión que orientación y vocación tienen, hasta el punto de que en los ámbitos educativos hablamos específicamente de orientación vocacional, entendiendo por tal el conjunto de acciones que, a través de los profesionales y servicios correspondientes, ayudan al alumno a discernir, definirse y tomar opciones encaminadas a su futuro profesional. Por eso orientación vocacional y orientación profesional, en la práctica educativa habitual, se asumen como equivalentes.
Con ser cierto lo anterior y apreciando el valor que tiene una buena orientación que ayude al alumno a encontrar su propio camino vital a través de una profesión, hay un espacio más rico en el que se cruzan los caminos de la orientación y la vocación. Es el de la búsqueda de sentido.
El concepto de vocación ha estado secuestrado durante mucho tiempo por su circunscripción reductiva al ámbito religioso, además con un enfoque generalmente verticalista, entendiéndose como alguien que “desde arriba” o “desde fuera” llama al sujeto a hacer tal o cual cosa, tomar esta o aquella determinación que le va a comprometer de por vida.
Despojemos el concepto vocación de todas esas adherencias y situémoslo en la búsqueda de sentido para la vida. Ayudar a que un adolescente o un joven encuentren un sentido a su vida es seguramente el principal objetivo de la educación, entendida de forma integral. Un objetivo que engloba otros, como los estrictamente académicos, pero que jerárquicamente se sitúa por encima de todos ellos. Sinceramente, ¿de qué sirve que hayamos orientado a un adolescente hacia la carrera que más le conviene, teniendo en cuenta sus capacidades e intereses, si no le hemos ayudado a que encuentre un horizonte en su vida, unos anclajes en los que sustentarla, una meta, un estilo, unas opciones que den sentido a todo lo que es y quiere ser como persona? Ese es el gran reto de los educadores en cuanto tales, no sólo el de ser buenos profesionales que enseñan perfectamente las materias del currículo y así preparan al alumno para metas académicas y profesionales posteriores.
El terreno de la escuela es el espacio del sentido para la vida, donde se capacita a los alumnos para leer e interpretar la realidad que les rodea, lo signos de los tiempos. A nuestro modo de ver, la escuela debiera aportar más sentido que herramientas, recuperando los fines más profundos de la educación. El acento siempre debiera ponerse en ofrecer al alumno propuestas para convertirse y realizarse como personas.
Como hemos dicho en otro lugar, nuestro tiempo se caracteriza por una cultura del fragmento y de la información atomizada a través de multitud de pantallas que se ofrecen al educando y, por eso, les resulta tan difícil a los adolescentes y jóvenes actuales, seguramente más que a los de otras generaciones, llevar a cabo síntesis vitales de elementos dispersos y con frecuencia contradictorios.
Educar aparece hoy, con especial urgencia y necesidad, como ayuda al alumno a hacer síntesis personales: entre lo afectivo y lo cognitivo, entre el dato y su crítica, entre valores contrapuestos, entre sus distintos ámbitos de pertenencia (amigos, familia, compañeros), entre las experiencias y sus contenidos, entre el ser y el tener, entre “lo que se hace” y “lo que se debe hacer”, entre lo que otros hacen y lo que yo puedo o quiero hacer.
Es evidente que todos los educadores están llamados a prestar esta ayuda al adolescente, en la búsqueda del sentido para su vida, pero ninguno tiene tantas oportunidades como el tutor para llevar a cabo esta tarea, ningún espacio mejor que el de la tutoría para plasmar en la práctica estos empeños.
 

  1. El perfil del buen tutor

 
No vamos a dibujar aquí un conjunto de rasgos “ideales” en relación con el perfil del tutor deseable. Pero sí subrayar algunas de las características que consideramos fundamentales en el desempeño de su función, sobre todo si las relacionamos con el tema objeto de la reflexión que proponemos.
Importa que el tutor sea una persona con capacidad para conocer bien a los alumnos, empatía para situarse en el lugar de cada uno, sensibilidad, sentido crítico y buenas dosis de inteligencia emocional, flexibilidad, capacidad de adaptación y un punto de admiración para dejarse sorprender por esa novedad que cada ser humano nos ofrece en su trato y relación. Importa mucho también que sepa escuchar.
Pero interesa, más que nada, que se sitúe en una posición más inductiva que deductiva, no directiva sino propositiva, ofreciendo elementos críticos para el discernimiento personal, haciendo de espejo en el que el educando pueda sentirse reflejado, acogiendo sin prejuicios, aportando referencias, iluminando, motivando, animando siempre, atento a la diversidad de ritmos de cada sujeto y reconociendo, en fin, en el alumno al protagonista principal de su propio proceso formativo.
Hay muchas metáforas aplicables al educador, que tendrían su aplicación cabal al caso del tutor, sobre todo en el tema que nos ocupa. Vamos a referirnos a alguna. El tutor ha de ser mediador que selecciona y organiza estímulos, inspirando en el educando el descubrimiento de relaciones de sentido, ayudándole a encontrar y descifrar significados en cada caso. El tutor ha de ser, en cierto modo, un mentor que ilumina caminos y acompaña trayectorias. Y ha de ser un catalizador positivo que, sin formar parte de la “reacción”, haga que ésta la produzca el propio sujeto y sea positiva.
 

  1. El acompañamiento inteligente

 
Con la anterior descripción de rasgos deseables hemos querido diseñar no el tutor “perfecto”, sino más bien un estilo deseable al que tender y encaminarse. Lo resumiría en lo que en otro lugar (“Padres y madres ante el espejo”, 2004) he denominado acompañamiento inteligente.
Tutorizar y, dentro de esa función, orientar vocacionalmente, es un ejercicio de acompañamiento inteligente. La raíz de la palabra compañía proviene de cum (con) y panis (pan) y nos remite a compartir el pan…, metáfora bella de las mejores acciones educativas. Quien acompaña, ayuda a caminar, pero no hace el camino que cada uno ha de recorrer por su propio paso y su propio ritmo. Quien acompaña, acompasa sus pasos con el compañero, no le hace correr más de lo que puede, pero le estimula a seguir y no detenerse. Quien acompaña, conversa, escucha, dialoga con su compañero de camino. Quien acompaña, está siempre dispuesto a echar una mano. Quien acompaña (porque antes ha recorrido el camino y se lo sabe) presta luz y ayuda en las encrucijadas de los caminos cuando en el que trata de recorrerlos por vez primera no sabe por dónde tirar.
Como bien ha dicho Perrenoud, educar es actuar en la urgencia y decidir en la incertidumbre. A reducir los niveles de incertidumbre de un adolescente o un joven, sobre todo cuando se hace peguntas de fondo en su vida, puede acudir la tarea del tutor.
Educar, iluminar, interpelar, sostener, acompañar, conversar, dialogar, compartir … constituyen la síntesis de una gran tarea, la del tutor en el ámbito educativo. Son los pilares de una deseable orientación vocacional.

LUIS FERNANDO VILCHEZ

estudios@misionjoven.org