Una noche de final de mayo noche me encuentro a Jorge, en el metro, barriendo. Antiguo vecino de escalera, ex del “Preju”, amable, educado, responsable. Ya casado, creo que tiene dos niñas y un niño. Me ve de lejos, me saluda y se acerca. Me dice que ha superado la prueba de acceso y que en septiembre entra a la universidad. Va a hacer Magisterio. Por desgracia, no es algo normal en un gitano, y menos entre los de nuestro barrio. “Me alegro mucho”, le digo. “Lo sé”, me responde con una sonrisa discreta y feliz. Sabe que los que lo conocemos y lo hemos tratado nos alegramos de que le vaya bien, de que prospere y busque un futuro mejor para él y para sus hijos. Ese sonriente “lo sé” puede que también expresara algo de reconocimiento de lo que se ha hecho por él, ya sea en el centro o en el trato como vecinos de escalera.
A los pocos días, la tarde del domingo de Pentecostés, voy paseando por el barrio y me encuentro con un grupo de jóvenes, algunos también ex del “Preju”. Jose, que hace mucho que no me ve, porque ya no vive en el barrio, me saluda; yo le respondo brevemente y con intención de seguir paseando. Pero veo que hace gesto de acercarse (mueve la cabeza de un lado a otro y agita los brazos mientras camina, como pidiendo que me pare un poco); se ve que quiere explicar cosas (siempre ha hablado por los codos). Y, efectivamente, me da la mano y empieza a explicar, a explicar… Repasamos a casi toda la familia. Hablamos de sus primos, de su padre, de cómo están todos. Y de lo que él hace, de los trabajillos que le van saliendo, de cómo ayuda a la familia, a su tío… Y cuando ya nos vamos a separar, se acerca y me abraza, tímidamente, como un niño. Tampoco un abrazo así es muy normal en un joven gitano.
Y en esos momentos es cuando uno se siente, humildemente, un referente positivo para esos jóvenes. Y sin haber hecho nada especial (en el sentido de “espectacular”), simplemente, como voluntario, estar a su lado en medio de la actividad, escuchar, interesarse por ellos (también intentar no perder la paciencia en su etapa adolescente). Y es en esos momentos cuando se encuentra sentido a esos y a tantos otros momentos, no “perdidos”, sino invertidos en “estar”.
Qué sencillo y qué grande es el “estar presente” (en actitud de “patio”).
Qué difícil es saber de cuánta gente hemos podido ser referentes con nuestra actitud de presencia. Todo motivos para dar gracias. Eso es lo que hice, justamente el día de Pentecostés de este 2017.
PEPE ALAMÁN BITRIÁN / COORDINADOR PASTORAL JUVENIL / ZONA NORTE Inspectoría Salesiana María Auxiliadora