La vuelta de lo narrativo

1 noviembre 2004

Cómo y por qué desarrollar el arte de narrar

Herminio Otero
Herminio Otero es Coordinador y Editor del área de Catequesis de la Editorial PPC.
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
En primer lugar, el artículo ratifica la importancia de la narración. La cultura oral sigue siendo una arte muy importante del patrimonio de la humanidad. En medio de tantos medios de comunicación, vuelve lo narrativo. Si han perdido credibilidad los metarrelatos, queda el pequeño relato. Perviven los cuentos porque el hombre necesita de ellos. La narración tiene el poder de poner alegría a la vida. Su misión es agradar, estimular el espíritu; es una llamada al sentimiento de la belleza. Después se detiene en el arte de narrar: elección de los relatos, adaptación, arte de contar, para terminar resaltando la fuerza del propio testimonio.
 
 
Las historias y narraciones han sido el alimento de los seres humanos desde el principio de los tiempos. “La palabra es el hálito y el hálito es la respiración y la respiración es la vida”. Por eso la conversación es transmisión de vida y el relato oral es una herencia que palpita y que conlleva la suma de los hábitos, esperanzas, intenciones y modos de cada generación. Y no cabe duda de que, todavía ahora, nuestra cultura personal, la de cada uno de nosotros, es oral en el pensamiento porque nuestro discurso es hablado en el cerebro. Por eso sigue estando de actualidad lo narrativo, que implica el gusto por lo oral y la recuperación de la conversación. Es más: el predominio de los medios acústicos, entre otras causas, ha potenciado la vuelta de lo narrativo
 

  1. Civilizaciones orales

 
Todavía hoy las civilizaciones orales siguen comunicando la personalidad de los pueblos o de las familias. Y, frente a lo que a simple vista pudiera aparecer, hay una nueva cultura oral, universal y comunicante en grado sumo, que intenta sobreponerse a todas las demás: la de la televisión, la radio y los medios audiovisuales. Y nos acaba de llegar Internet con su palabra escrita, hablada o dibujada, que también se incorpora a esa cultura oral en movimiento. Y nos acompaña ahora en el bolsillo un teléfono móvil o celular –cada vez más pequeños, cada vez con más prestaciones– que nos facilita la comunicación oral o escrita (mensajes), siempre entrecortada y por lo breve, especialmente con aquellas personas a las que queremos.
El antiquísimo arte de contar cuentos o relatos (“los poetas de la antigua Grecia cuyos cantos épicos formaron la Iliada y la Odisea, los intérpretes de las leyendas históricas que compusieron los Gesta romanorum, los trovadores de Francia, los bardos bretones, los minnesinger de Alemania, los juglares de España, cuyos versos se tejieron con las epopeyas nacionales, las abuelas de antaño cuyos cuentos derivan del folclore céltico, de los mitos escandinavos o de la mitología asiática…, continuadores todos de generaciones de narradores nómadas cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos”) se actualiza ahora cada día en los relatos del telediario, en las páginas de los periódicos o en las noticias al minuto y en las notas diarias de los blogs de Internet. Miles de radios lanzan al espacio en cada momento noticias, historias de todo tipo y canciones (que también son historias), convirtiendo la actualidad en Historia. Lo resumía el Juan de Mairena de Antonio Machado: “Es el viento en los ojos de Homero, la mar multisonora en sus oídos, lo que nosotros llamamos actualidad”.
La actualidad pasa también por las confesiones públicas en televisión ante un público imaginario o por las confesiones privadas con un confidente (pareja, amigo, amiga…), que siempre se reducen a lo mismo: contar lo que nos pasa para enterarnos de qué nos pasa. Porque, como dice Galeano, todos tenemos algo que contar a los demás. Y siempre tenemos mucho de que aclararnos nosotros mismos.
Por eso la cultura oral sigue siendo, incluso en estos tiempos en que las expresiones escrita y visual lo invaden todo, una parte muy importante del patrimonio de la humanidad. Es más: en medio de tantos medios de comunicación ha vuelto lo narrativo porque quizás nunca estuvo del todo ausente.
 

  1. Los relatos posmodernos

 
Nuestra condición posmoderna nos hace ser conscientes de que han caído las grandes utopías (las grandes propuestas y los grandes relatos) de la humanidad, y han sido sustituidos por los pequeños relatos como alimento cotidiano de sentido. Esta condición posmoderna tiene que ver con el triunfo del relativismo, para el que la razón es simplemente un sistema de persuasión, la lógica es pura retórica y la verdad apenas una ilusión producida por los efectos de la argumentación. Las manifestaciones de este relativismo se han producido desde las teorías científicas de la relatividad, la incertidumbre y la probabilidad a la antropología cultural y la historia de las ideas, hasta el existencialismo y la lingüística estructural. Lyotard resume esta trayectoria (1979) afirmando que existen, no uno, sino muchos saberes, de los cuales dos han sido claves en occidente: el saber narrativo (o popular, vinculado a la oralidad) y el saber científico (vinculado a la escritura). De ahí el reconocimiento de la diversidad (la atención y el respeto a las particularidades culturales y locales de todo saber) y por tanto la alteridad (reconocimiento del otro, de la diferencia) y el disenso (posibilidad de que el conocimiento no sea necesariamente consensual).
Todas estas ideas, nacen de una desestabilización de la “capacidad de explicar” que habían tenido casi exclusivamente los saberes narrativo y científico, y que se manifiesta en la promulgación de nuevas normas de inteligencia y nuevas reglas para el juego del lenguaje, que exigen su expresión y a la vez condicionan la tecnología de la expresión de modo que puedan hacerse, ambas (la expresión y la tecnología), compatibles.
En rebeldía contra los grandes relatos que hasta ahora han servido para legitimar el saber, la condición posmoderna marca un cambio radical en las prioridades: pasa de la unidad a la fragmentación, de la homogeneidad a la heterogeneidad y de la identidad unificada a la dispersión de las identidades. Todo lo que queda en esta sociedad postindustrial e informatizada es una red funcional de «juegos de lenguaje», en la cual el sentido tradicional del conocimiento como saber y sabiduría se descompone en metanarraciones pequeñas y locales basadas en la sociolingüística y en la teoría de la performance. Esta red de juegos de lenguaje tiene un sentido contrario al consenso basado en el logos y es proclive a la paralogía, al disenso.
La nostalgia del (gran) relato perdido ha desaparecido por sí misma para la mayoría de la gente. Pero eso no conduce a la barbarie. Se lo impide saber que la legitimación sólo puede venir de su práctica lingüística y de su interacción comunicativa. Y aunque el recurso a los grandes relatos está excluido, el pequeño relato se mantiene como la forma por excelencia que toma la invención imaginativa. El saber posmoderno refina nuestra sensibilidad ante las diferencias. Y Lyotard subraya que sólo a través del acceso del público a las memorias y a los bancos de datos se puede evitar que la informatización de las sociedades se convirtiera en el instrumento de control.
Las consecuencias y manifestaciones de esta realidad son múltiples. Vicente Verdú hace un resumen a su manera en “El prestigio de ser persona” (El País, 24.9.04):
“La felicidad de la especie humana no correlaciona con la edad, ni con la riqueza, la etnia, la inteligencia, la cultura o el sexo: sólo correlaciona, y estrechamente, con el contacto y la mayor comunicación interpersonal. Lo nuevo, pues, a estas alturas, cuando se ha saldado la deuda con la cantidad, es la directa conquista de la felicidad. ¿Felicidad siendo rico? ¿Felicidad viajando más? ¿Felicidad sabiendo más? Ninguna de las opciones alcanza sentido sin la relación con los demás. Ninguna prosperidad es completa sin buena compañía. Para esto, sin embargo, no basta con ser una gran individualidad, es preciso absolutamente ser persona. (…) Los más jóvenes han empezado ya a desarrollar esta nueva degustación persona a persona. Fuera y dentro de la red cunden las comunidades donde se intercambian sentimientos, ayudas morales y materiales, secretos, músicas o miserias.”
 

  1. La vuelta del arte de narrar

 
Este intercambio comunicacional requiere fundamentalmente del relato. Si los metarrelatos han perdido toda credibilidad, lo que queda es el pequeño relato, “esa forma por excelencia que toma la invención imaginativa” y que se instala en el centro mismo de la ciencia. Antes de que Lyotard hubiera notado «la vuelta de lo narrativo en lo no-narrativo», Huizinga había intuido que la narración está estrechamente ligada al individuo: el redescubrimiento del individuo conlleva el retorno a la narración. Quizás por eso se dé ahora un nuevo entusiasmo narrativo en diversos campos: la ciencia, por ejemplo, o la historiografía ante el descontento del modelo económico determinista.
Según eso, la propuesta de la narración podría ser el espacio de la reconciliación entre los diversos saberes y discursos acerca de lo humano. Y aquí entra también la educación. Y la pastoral.
Dice Ernesto R. Abad que “narramos para asustar los miedos, narramos para conocer el mundo, narramos para llenar nuestras vidas, narramos por necesidad de fama…” El arte de narrar es un arte antiguo. Los cuentos perviven porque el hombre ha necesitado de ellos como de la comida. Los cuentos nos hacen crecer: son el viaje iniciático que toda persona ha de hacer para pasar el umbral, atravesar la puerta que nos hace mayor. Las historias nos sumergen en el río de la vida, pasada o presente, y también futura, pues tienen el valor de un exorcismo contra la angustia. Nos abren puertas a la esperanza porque nos señalan caminos al sentido de la vida.
Lo hicieron los cuentos infantiles desde la infancia, pues aportaron a nuestra imaginación nuevas dimensiones a las que hubiera sido imposible llegar por nosotros mismos. Así se enriqueció nuestra vida interna: potenciaron nuestro desarrollo psicológico y afectivo y desarrollaron nuestras capacidades cognitivas, además de fortalecer los lazos entre narrador y oyente. Y sobre todo trajeron la magia a nuestras vidas.
Isabel Tenhamm, arquitecta y cuentacuentos, que enseña a voluntarios el arte de narrar para luego ir a contar cuentos a los hospitales de niños, asegura:
“Una narración tiene el poder de ponerle alegría y magia a la vida. Normalmente, los cuentos nos dejan contentos. Además, fortalecen la comunicación. A veces no sabemos de qué hablar dentro de las familias o grupos, pero si podemos contar algo simpático, se rompe el hielo y comenzamos a comunicarnos”.
Proporcionar a los niños cuentos de hadas, caracterizados siempre por su ingenuidad, viveza y elegancia, les ayudará a formar un juicio personal que les conducirá a soluciones prácticas. “Los relatos del folclore –dice M. Bryant– producen en el niño una impresión semejante a la que sentimos nosotros al leer la crónica de sucesos de un periódico. No intenta ejercer ninguna influencia sobre nuestro ni defender causa alguna; se nos presenta simplemente como una evidencia de la vida para ser examinada y juzgada”.
Las buenas narraciones trasmiten infinidad de conceptos positivos e iluminadores, de modo que, sin sermonear, se pueden enseñar muchas cosas. El cuento, la narración o el relato ayuda a comprender y dar un orden a los sentimientos que muchas veces no comprendemos o no sabemos cómo expresar. Al ver las emociones reflejadas en los personajes o en la historia, nos es más fácil ver la situación y hablar de ella.
 
Los relatos nos dan también la posibilidad de ponernos en el lugar de otro, enseñan a oír y a prestar atención, lo que es importante en un mundo en que predomina la imagen. También amplían el vocabulario y está demostrado que las personas que leen o escuchan cuentos, pueden expresarse mejor. Y pueden solucionar mejor los episodios difíciles o angustiosos de la vida. El final feliz es un requisito imprescindible en todo cuento, ya que la promesa de que el bien triunfará sobre el mal otorga al niño seguridad y le enseña el valor de la esperanza.
Narrar con entusiasmo un cuento o un relato, contar con sencillez una historia (lo que nos ha sucedido, lo que hemos vivido, más allá de las batallitas personales) es, pues, una experiencia enriquecedora que genera un contacto grato, abre nuevos espacios a la comunicación y comunica seguridad y esperanza. Y esto, que sirve para los niños, servirá también para todos, adolescentes, jóvenes o adultos. No es de extrañar que haya brotado con fuerza el gusto por el arte de narrar, ese arte tan antiguo como los hombres, tan misterioso como las sombras y los enigmas, tan excitante como los ritos.
 

  1. La magia de contar cuentos

 
Todos, además de tener siempre algo que contar, conservamos una hereditaria curiosidad hacia la experiencia de nuestros vecinos. Por eso ejerce sobre nosotros una atracción especial lo hecho o sentido por otra persona. Todos deseamos conocer las experiencias personales de los demás, hasta el punto de que encontramos placer al escucharlas, de modo que, en algún tiempo, escuchar cuentos era la mayor distracción de todos. Ahora hay otras formas de hacer lo mismo.
El encanto de un cuento contado no es superable por ninguna de las otras formas de acercarse a ellos: ni la lectura, ni siquiera su representación, cautivan como lo hace el hecho de contar. El lector de un cuento queda ligado a lo que lee: le traban el libro en las manos, las palabras en la memoria o las imágenes –tan ricas y tan sugerentes ahora– en la fantasía. El narrador, por el contrario, es libre en su interpretación: no está limitado por nada, se levanta, se sienta, sigue el texto o lo modifica según la reacción del auditorio… Se sirve de sus manos, de sus ojos, de su voz… y elige siempre lo que mejor ayuda a su expresión. Hasta su espíritu es libre, pues las palabras fluyen sin forzarlas según la intensidad con que haya asimilado el tema.
No es de extrañar: un cuento, una narración, es ante todo y esencialmente una obra de arte. Su misión es agradar, estimular el espíritu y proporcionar alegría. El mayor servicio que aporta a quien lo escucha es su llamada al sentimiento de la belleza por la que el alma humana se siente constantemente impulsada hacia nuevos descubrimientos.
Las razones para narrar pueden ser múltiples, pero para que una narración sea válida ha de cumplir un requisito indispensable: estar construida y pensada como un mensaje artístico. No es importante la historia: el narrador no debe contentarse con contar un hecho y llegar a un final; eso es una conversación cotidiana. Lo que importa es comunicar una emoción estética.
El objetivo del relato es cultivar la vitalidad del espíritu de quien escucha desarrollando su inteligencia emocional, abriendo nuevos horizontes a su imaginación y ampliando la intensidad del ideal de vida. De otra forma, el objetivo es proporcionar placer: en las señales de complacencia de quien escucha encontraremos la prueba de que el cuento o la narración llega a su destino. El narrador deberá guiarse por las ingenuas manifestaciones de goce y se esforzará en provocarlas de modo que convierta a su relato en cautivador.

  1. El arte de narrar

Pero no todos tienen el don de suscitar esta magia. Sancho Panza quiso divertir a su señor Don Quijote de La Mancha cuando debía pasar la noche en vela para poder ser armado caballero. Sancho pretendió contarle cuentos y más cuentos hora tras hora, pero el caballero desesperaba pues no podía soportar la mala forma que tenía de narrar su desafortunado criado: embarullaba el comienzo y el final de las historias, se enredaba en la estructura…
Gabriel García Márquez, que confiesa que “yo lo único que he querido hacer en mi vida -y lo único que he hecho más o menos bien- es contar historias”, dirigió unos talleres para enseñar a contarlas. Y resumía:
“Lo que nos interesa aprender aquí es cómo se arma un relato, cómo se cuenta un cuento. Me pregunto, sin embargo, hablando con entera franqueza, si eso es algo que se pueda aprender. No quisiera descorazonar a nadie, pero estoy convencido de que el mundo se divide entre los que saben contar historias y los que no. (…) Lo que quiero decir es que el cuentero nace, no se hace. Claro que el don no basta. A quien sólo tiene la aptitud pero no el oficio, le falta mucho todavía: cultura, técnica, experiencia… Eso sí: posee lo principal. Es algo que recibió de la familia, probablemente no sé si por la vía de los genes o de las conversaciones de sobremesa. Esas personas que tienen aptitudes innatas suelen contar hasta sin proponérselo, tal vez porque no saben expresarse de otra manera. Yo mismo, para no ir más lejos, soy incapaz de pensar en términos abstractos. De pronto me preguntan en una entrevista cómo veo el problema de la capa de ozono o qué factores, a mi juicio, determinarán el curso de la política latinoamericana en los próximos años, y lo único que se me ocurre es contarles un cuento. Por suerte, ahora se me hace mucho más fácil, porque además de la vocación tengo la experiencia y cada vez logro condensarlos más y por tanto aburrir menos.”
Los buenos narradores repiten sus cuentos para buscar en ellos la belleza de la construcción, la emoción de la transmisión, la conexión con el público. No es importante contar muchas historias, lo importante es saberlas contar. Hay que narrarlas con la pasión por las palabras, por los sonidos, por los gestos. Para ello, hay que aprender a narrar. Y, ante todo, hay que aprender a elegir lo que se quiere narrar y, después, saber adaptar esas narraciones al público que escucha. Partimos de los cuentos infantiles recordando fundamentalmente las propuestas de Sara C. Bryant en El arte de contar cuentos.
5.1. Elección de los relatos
Dice Elena Fortún que «es preciso que el cuento o la historia nos guste de tal manera que sintamos el deseo urgente de comunicárselo a los niños para que ellos sientan el placer que nosotros hemos sentido al conocerlos». Por eso se han de elegir los cuentos o relatos que a nosotros nos cautiven y que sean los más adecuados al público a que van destinados, sea éste el que sea, de modo que a él también le cautive.
Ya hace años, numerosos grupos de niños de infantil señalaron sus tres cuentos favoritos: Los tres osos (Ricitos de oro), Los tres cerditos y el repetitivo El lobo que no quería salir del bosque. Las características comunes a estas tres narraciones son:

  1. Acción rápida e ininterrumpida: los personajes actúan, en cada momento sucede algo, cada párrafo es un acontecimiento, la secuencia de acontecimientos es fácil de seguir…
  2. Sencillez y claridad teñidas de encanto: objetos e imágenes familiares animadas por lo maravilloso, que despiertan el interés y satisfacen el espíritu.
  3. Elementos reiterativos: repeticiones, acumulativas o no, de palabras, frases o acontecimientos, que facilitan la comprensión del relato.
  4. Son cuentos predecibles, con sucesos interesantes y entretenidos, con un final sorprendente y una conclusión adecuada, con un mensaje fácil de entender.

Estas características, especialmente las dos primeras, sirven para todos los relatos y han de ser tenidas en cuanta a la hora de elegirlos o adaptarlos. En ese sentido estará bien recordar que hay diversos tipos de relatos:

  • Cuentos de hadas: narraciones mágicas en forma de fábula o alegoría que trasmiten al niño las conclusiones a que han llegado los seres humanos después de siglos de experiencia y que los niños las aceptan siempre que sean divertidas, y relatos que ejercitan la apreciación personal: ofrecen sencillamente una imagen de la vida sin esforzarse en influir en el juicio moral o alcanzar un fin. Dicen al oyente: “Esas cosas son así”. De esa forma es impulsado a enjuiciar los hechos: “Esto es bueno, esto es malo, esto es deseable, esto es rechazable…”.
  • Cuentos burlescos, puramente festivos, que facilitan el humor y producen alegría y distensión.
  • Parábolas de la naturaleza: relatos basados en hechos científicos, con animales o plantas como personajes, para desarrollar sentimientos de generosidad y desinterés.
  • Relatos históricos: biografías resumidas o narración de los hechos significativos de personajes, conocidos (inventores, científicos, descubridores…) o desconocidos (ciudadanos ejemplares), que destacaron por su responsabilidad, civismo, capacidad de superación, esfuerzo, fe, entrega a los demás, lucha contra la adversidad…
  • Anécdotas personales: hechos sucedidos a algunas personas con características semejantes a los oyentes, elaborados para la ocasión.
  • Testimonios y experiencias personales: acontecimientos personales recreados para un público concreto.
  • Relatos y parábolas de todo tipo: narraciones (cuentos, fábulas, parábolas o relatos breves…), de los que existen en la actualidad numerosas recopilaciones, ya sea por temas (cuentos africanos, latinoamericanos, de los indios de Norteamérica, de Oriente, árabes, de los padres del desierto…) o de autores conocidos (Tony de Mello, González Vallés, Jorge Bucay…). Internet es ahora una fuente inagotable de relatos, parábolas narraciones y cuentos de todo tipo.

 
5.2. Adaptación de los relatos
 
No todos los relatos sirven para ser contados. De hecho, gran cantidad de lecturas, incluso de indiscutible valor literario, no sirven para el fin primordial de la narración (suscitar el interés), a no son ser que el narrador sea capaz de adaptarlos abreviando los demasiado largos o alargando los demasiados cortos. Para ello tendrá en cuenta los principios generales de la adaptación y realizará un análisis previo (descubrir si hay que acortar o alargar) para después acortar o alargar el relato conservando siempre lo esencial:
 

Para acortar un relato: eliminar Para alargar un relato: incorporar
·         Los hechos secundarios
·         Los personajes inútiles
·         Las descripciones
·         Los incidentes accesorios
·         Detalles interesantes, aunque sean inventados.
·         Intervenciones del personaje principal
 En ambos casos, hay que mantener
·         Una continuidad lógica de los acontecimientos
·         Un objeto único
·         Un estilo sencillo
·         Un desenlace bien preparado.

 
5.3. Contar los relatos
Las historias se adueñan de las personas si primero se han adueñado del alma del narrador. Muchas veces pensamos cómo elegir un texto, pero nunca sabemos cuándo el texto nos va a elegir a nosotros. Una vez que esto sucede, ya no saldrán de nuestra boca más que palabras del texto, que se apodera de la voz y del cuerpo del narrador. Después de seleccionar y adaptar el relato, hay que saber contarlo. Para ello se ha de partir de que el narrador es el intérprete o figura principal del cuadro u obra de arte que es la narración. Seguirá estos pasos:

  • q Asimilar el relato

Para poder contar el relato, el narrador ha de haberlo asimilado: ha de haber vibrado con él y haberlo sentido íntimamente, de modo que pueda trasmitir su esencia, su fisonomía propia, su punto de vista particular, sea humorístico, instructivo o patético. Para ello seguirá estos pasos:

  • Lograr una perfecta intuición del sentido del relato:
  • – Reducir primero la narración a sus elementos constitutivos contando simplemente lo que sucedió para hallar la estructura o eje del relato.
  • – Unir después los diversos elementos en una gradación que facilite la percepción de los incidentes sucesivos que conducen al desenlace.
    • Llegar a un verdadero dominio de su forma literaria:
  • – Ensayarlo: “hablar” el relato, ya sea en voz baja o con un tono elevado y penetrante; contarlo a un auditorio imaginario para poner de manifiesto los fallos de la memoria, las incertidumbres, la pobreza de la expresión, la endeblez de la imagen, la imperfecta asimilación del sentido del cuento…
  • – Corregidos esos fallos, se adquiere un sentimiento de seguridad y confianza en sí mismo, así como el grado de espontaneidad necesaria para desarrollar ante un auditorio real.
    • Así se evita la memorización, que sólo se mantendrá en pasajes particularmente bellos o característicos.

 

  •  Tomar en serio el relato
  • Tener fe en el auténtico valor del relato y tratarlo con respeto: el narrador debe contarlo sin suprimir repeticiones o lo que nos parece absurdo…
  • Creer en lo que se dice evitando la falsa vergüenza (si el narrador cree que lo que dice es ridículo o indiferente, lo delatará su expresión) o dar disculpas por no saber contar.

 

  •  Actuar adecuadamente

El arte de la narración es una expresión personal muy compleja y variará según el grado de perfección cultural de cada persona. Sin embargo podrán servir algunas sugerencias generales.

  • Cuidar el ambiente físico: potenciar todo lo que puede crear un ambiente de atención.
  • Situarse en el lugar adecuado de modo que todos puedan ver el rostro del narrador.
  • Disponer el ánimo para contar, de modo que se facilite el logro del silencio antes de comenzar la narración.
  • Confiar en la el poder de captación del relato por sí mismo. Evitar siempre la irritación ante los infructuosos esfuerzos por establecer el orden.
  • Siempre que se puede, no interrumpir el relato para reñir o llamar al orden.
  • Hacer que se imponga desde el principio el espíritu del relato. Para ello, disponer el espíritu para narrar mediante:
  • – Un acto de memoria: reclamar la primera sensación, la emoción esencial del relato tal como la sintió desde el principio,
  • – Un acto de voluntad: ponerse en contacto con los personajes y el clima de del relato.
    • Comenzar el relato, bien sabido, con la mejor disposición posible.
    • Comenzar a contar con sencillez: con un estilo sin afectación, con voz y tono normal, y con claridad del lenguaje.
    • Contar con lógica: excluir los elementos extraños y buscar la brevedad, la sucesión lógica de las ideas y la claridad, sin digresiones ni comentarios, de modo que el cuento interese de un modo progresivo, mediante acciones rápidas, para llegar a un final efectivo.
    • Contar con fuerza dramática: ponerse en la piel de los personajes a la vez que se los imagina (ver lo que se cuenta y algo más de lo que se cuenta), y emplear adecuadamente la voz, el rostro y todos los movimientos, siempre sin forzar el propio temperamento de modo que todo parezca espontáneo y se produzca con placer.
    • Contar con tranquilidad: ni con excesiva rapidez ni con expresión vacilante e indecisa, sino con la segura tranquilidad de que habrá tiempo suficiente para subrayar cada hecho, sin apresurarse jamás.
    • Contar con destreza, sin turbarse, incluso en casos de fallos y pérdida del hilo: seguir adelante actuando como si nada ocurriese.
    • Contar con entusiasmo: para gozar con el propio relato y para lograr interesar a los demás.
    • Contar sin gritar y sin hablar excesivamente alto o excesivamente bajo: hacerlo con voz tranquila, reposada y persuasiva, fácil de oír y agradable de escuchar.
    • En resumen: el arte de narrar comprende la simpatía, la comprensión, la espontaneidad; implica apreciar el relato y conocerlo; requiere servirse de la imaginación como constante fuerza vivificadora y dejarse llevar por la fuerza del relato para narrarlo con sencillez, vivacidad y alegría.

 

  1. La fuerza del testimonio

 
Todo lo anterior, resumido como recordatorio general en el recuadro de al lado, sirve para el narrador en general, ya sea narrador de relatos para adultos, cuentos para niños o incluso historias personales para todos.
Las personas, no solamente los niños, gozamos de una prodigiosa capacidad de ilusión aun cuando no tengamos excesiva imaginación creadora. Aunque esa capacidad se reduce con la edad, siempre quedan las ascuas que es fácil recuperar. Seguimos siendo adeptos a la ficción, que casi siempre es una ficción muy seria. Y funcionamos como en los sueños, donde pueden suceder las cosas más improbables y fantásticas sin parecer tales a quienes las sueñan. Por eso convertimos todos los relatos en creíbles si nos creemos lo que contamos y mostramos un verdadero interés por lo que narramos.
Pero dentro de esta vuelta a lo narrativo, queremos recalcar la importancia de saber ofrecer el propio testimonio, especialmente en el ámbito pastoral.
Si las historias de los demás nos cautivan, el testimonio personal es una forma de conectar con lo más profundo de nuestro interior y de abrir nuevos caminos en el mundo del espíritu. Por eso es especialmente válido para la acción pastoral. He aquí algunas pautas para darlo y prepararlo adecuadamente:

  • El objetivo del testimonio es que las personas queden impresionadas por la experiencia que se les comunica y motivadas para experimentar lo mismo.
  • El testimonio es siempre algo vivencial y personal: cada uno habla de sí, de lo que ha vivido, de lo que le ha pasado. No ofrece ideas o doctrinas sino hechos y vivencias.
  • El testimonio ha de ser:
  • – Breve: No es necesario contar toda la vida sino lo principal y que esté relacionado con la conversión, con el cambio personal.
  • – Espontáneo: Que se dirija a los oyentes de modo que ayude a grabar lo fundamental en su corazón.
  • – Sincero: Sin exageraciones, ni para bien o para mal.
  • – Alegre: Hay que poner alma, vida y corazón y, por lo tanto, ha de tener señales visibles y contagiadoras de lo que se ha descubierto.
  • – Con final motivador: tú también puedes hacer lo mismo.
    • El testimonio cristiano es la exposición de cómo Jesús cambió la vida de la persona que da testimonio. No importa tanto lo que hicimos por Jesús sino lo que Jesús hizo por nosotros. Desde este punto de vista, no se centra tanto en la persona que lo da para que los otros la admiren o reconozcan, sino en la persona de Jesús, en su mensaje y sus actos: no tanto “Yo hice…”, “Yo cambié…”, sino “Jesús me salvó…”, “Él me amó al…”

Todas las personas nos asemejamos más de lo que creemos. El testimonio personal, nuestro o de otros, comunicado sobre todo oralmente, pero también por escrito, es un recurso imprescindible en estos tiempos tan necesitados de testigos.
 
PARA PONER HACIA EL FINAL, EN UN RECUADRO, COMO RESUMEN
 

                                      Cómo contar un cuento o narrar un relato
 
1. Cree en ti. Todos sirven para contar cuentos o relatos. No des explicaciones ni disculpas (ni antes de comenzar, ni después, ni al final…). Y empieza a narrar…
 
2. Elige un relato que te guste, ya que has de hacerlo propio para contarlo de verdad.
Practica a solas, en voz alta, o con otros: aprende a narrar narrando.
 
3. Aprende el cuento hasta hacerlo tuyo, pero no de memoria, sino su estructura: lee, relee, subraya las palabras clave, recalca las acciones importantes, ensaya los tonos de voz… Con la estructura incorporada, lo podrás relatar a auditorios distintos.
 
4. Usa la voz apropiada: aprovecha todos sus matices (tono, ritmo, timbre…) y adáptala a las situaciones, personajes…
 
5. Acompaña la palabra con gestos (manos, boca, ojos…) para dar más expresividad a las palabras.
 
6. Cuida el lenguaje: que sea sencillo, correcto, preciso, rico, sugerente…
 
7. Decídete a actuar, pues todos tenemos alguna experiencia.
 
8. Adapta el relato elegido, lenguaje, tonos de voz y gestos a los oyentes: su edad mental, contexto familiar y social… Y si quieres opiniones y consejos cobre el arte de narrar, especialmente por escrito, consulta la opinión de muchos autores conocidos en http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opinion.htm
 
9. Durante la narración, no te muevas mucho, mira a todos y habla despacio acomodando el ritmo, tono, cadencia, gestos… a las reacciones de los oyentes.
 
10. Revisa: recalca lo que hace que el público esté atento; corrige lo que le distrae. Y sigue ensayando y actuando.
 

 

Herminio Otero

estudios@misionjoven.org

 
Véanse más propuestas y pautas concretas en H. OTERO, “Jóvenes y narración: nuevos caminos educativos”, en Misión Joven, 198-199 (1993), 13-22