LAS BALIZAS INDICADORAS DEL REINO DE DIOS

1 noviembre 2007

“…Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios

 y se anuncia el evangelio a los pobres” (Lc 7, 22)

 ¡Mirad, escuchad! Un mundo de hermanos anuncia la inminente llegada del Reino de Dios. Y esto es lo que no veréis y sí veréis.

NO VERÉIS… SÍ VERÉIS
No veréis nunca más a un niño morirse de hambre, ni a un anciano fallecer en la más absoluta soledad… Veréis, en cambio, a todos los niños del mundo disfrutando de su juego favorito: el de ser niños, y a los ancianos pasar sus últimos años inmensamente felices rodeados por la atención y el cariño de los suyos.
No veréis nunca más una patera desvalijada a la orilla de una playa, ni veréis a miles de seres humanos miserablemente empobrecidos por la espantosa e injusta deuda externa… Veréis, en cambio, a hermanos de todas las razas, colores y “sabores” convivir como una gran familia, con sus pequeñas rencillas, ¡cómo no! pero sin llegar jamás a las manos. Y veréis, más bien estudiaréis, en los libros de historia hechos macabros del pasado como la famosa deuda externa, para que no se repitan nunca jamás.
No veréis nunca más personas abatidas por una bomba, por un fusil, por una guerra estúpida, motivada también por motivos estúpidos, ni veréis personas adictas al juego, al sexo, a la droga porque se han cansado de vivir… Veréis, en cambio, personas viajando de aquí para allí, deseosas de conocer otras personas, otras culturas, otras religiones, y veréis seres humanos ilusionados por vivir a tope, por probar nuevas experiencias que les ayuden a ser más auténticos, más felices, más personas.
 
No veréis nunca más a personas haciendo cola en las oficinas de empleo, ni veréis a una mujer temerosa por las palizas de su marido… Veréis, en cambio, crecer entre vosotros un mundo de iguales en cuanto a oportunidades (ya no habrá más portazos en las narices o venga usted mañana o lo siento así son las normas) y veréis cómo la llama del amor de una pareja puede hacerse incombustible.
En fin, ya no veréis nunca más un mundo donde la indiferencia separe a unos de otros, y no volveréis a ver un mundo que ha guardado con cerrojo en el baúl de los recuerdos al Dios de la Vida y del Amor… Veréis, en cambio, un mundo de hermanos, donde todos nos preocupemos de todos, y donde las únicas diferencias se solventen en las Olimpiadas del Amor (a celebrar, no cada cuatro años, sino que siempre que dos seres humanos lo deseen) y veréis al fin con vuestros propios ojos un mundo protegido, arropado y liderado por un Dios que se muere de ganas porque alguno, ¿tal vez, tú? empiece por construir algo de lo anteriormente citado… y acerque de esta manera un poquito más el Reino de Dios a la vida del hombre.

 

José María Escudero

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