Apenas unas treinta personas habían subido al monte a escuchar las palabras del Maestro (y esto, desgraciadamente, se venía repitiendo con demasiada frecuencia). Así que Jesús decidió cambiar de escenario y accedió a hablar en un plató de TV…
Ante un centenar de cámaras y una decena de periodistas, escogidos rigurosamente entre los programas de mayor audiencia de la crónica rosa, el Señor comenzó a enseñarles con estas palabras:
Felices los pobres, de bolsillo y de espíritu, los que llegar a fin de mes les cuesta sudor, lágrimas y demasiadas horas extras y, a pesar de ello, son capaces de pasear alegremente su corazón por las alfombras rojas de la vida: las que van del hogar al trabajo o del hospital a la parroquia o del bar de la esquina a la residencia de ancianos… porque ellos, sin saberlo, están pisando el mismísimo reino de los cielos.
Felices los tristes, los que tienen que soportar un día sí y otro también los nubarrones de la vida, y no por ello se encierran en las lágrimas, sino que se dedican a secar las de sus hermanos, porque Dios convertirá sus lágrimas en ríos de gozo y alegría.
Felices los humildes, los que son capaces de hacer bien su trabajo, saludar desde el tercio sin llamar demasiado la atención y retirarse discretamente, porque un día Dios les sacará o, mejor dicho, les meterá a hombros por la puerta grande del Reino de los Cielos.
Felices los que tienen hambre, sed y tiempo para hacer la voluntad de un Dios que tiene siempre un hueco en su agenda (y si no trastoca sus planes) para ti, porque Dios acudirá siempre que lo desees al único plato en donde el Amor se escribe con mayúsculas: en tu corazón.
Felices los misericordiosos, los que se dedican a divulgar la mayor exclusiva de todos los tiempos, que no es otra que Dios se ha enamorado perdidamente de lo peorcito de esta sociedad, de aquellos que, o cambian mucho las cosas o jamás pisarán (huelen mal y saben peor) por un programa de televisión (a no ser un documental “de esos” para acallar nuestras acomodadas conciencias), porque Dios seguirá dando su vida por cada uno de ellos.
Felices los que tienen un corazón limpio, sin problemas de espacio, capaces de albergar a sus hermanos sin comprobar el DNI, la nómina o los metros cuadrados de su vivienda, porque ellos están teniendo la enorme suerte de acoger al mismísimo Dios, que se sigue haciendo presente entre sus hijos más necesitados.
Felices los que utilizan el arma más poderosa que el hombre ha sido capaz de inventar: la palabra, y la usan para derribar muros y construir puentes y no para destruir al hermano apretando los gatillos de la burla, del menosprecio, del chismorreo o de la amenaza, porque ellos serán llamados hijos predilectos de Dios.
Felices los perseguidos, eso sí, sin flashes ni paparazzis, por hacer la voluntad de un Dios que sigue siendo pillado in fraganti con los pobres, los mendigos, los enfermos, los últimos, porque de ellos es, sin hipotecas o alquileres a corto o largo plazo, el Reino de mi Padre.
Felices seréis cuando os insulten y os persigan por mantener un romance conmigo. Alegraos y regocijaos porque Dios os colmará de amor del bueno por toda la eternidad.
José María Escudero