Las caretas con que vivimos

1 enero 2010

En las carnavaladas modernas algunos se disfrazan de aquello que habrían querido ser y no han sido. Otros se apropian de personajes o símbolos para ridiculizarlos. Otros buscan la ocultación para conseguir impunidad y anonimato a su conducta desinhibida, abusiva, grotesca o delictiva. Sin embargo, estos desahogos puntuales tienen menos repercusión en nuestra personalidad que los disfraces que nos fabricamos para vivir, habitualmente subconscientes. En la vida ordinaria solemos usar distintas caretas:

  1. La careta negra es la de quien se ve y se muestra en negativo. Siempre relativiza y neutraliza lo positivo. La imagen de estas personas se estructura a partir de lo negativo y de sus carencias. Con frecuencia el origen estuvo en la comparación con un hermano o en una educación exigente en vez de estimulante, que subrayó los fracasos exigiendo siempre más. Puede enraizarse también en un gran fracaso o en una serie de fracasos en edad más avanzada.

Estas personas carecen de confianza en sí mismas porque no encuentran nada en qué apoyarse. Eso no les impide llevar adelante lo que emprenden pero no se atribuyen el mérito sino que lo achacan a la suerte, a los otros, etc. No se sorprenden nunca de sus fracasos o sus defectos, como si siempre los esperasen. Esto refuerza su imagen negativa, aunque no la acepten ni sean muy conscientes de ella.

  1. La careta negra con purpurina la portan quienes se supervaloran para defenderse de lo negativo. Ellos se reconocen con sombras y luces pero la forma de defenderse cuando les critican es lo que hace decir a los otros que son muy orgullosos, que viven sobre zancos. Se descubre fácilmente a estas personas por la «desproporción» con que se defienden de lo negativo, real o supuesto.

Detrás de esta careta hay una «gran inseguridad» con raíces en un pasado doloroso. En realidad su imagen es negativa, pero la ocultan tras grandes chorreras de purpurina dorada. Se defienden de su secreta imagen negativa con una artificial y exagerada estima. Ante los demás pueden pasar como orgullosos, vanidosos o chulos, cuando en realidad son pobres personas sin una autoestima real.

  1. La careta brillante se la encajan a fuego quienes se sobrestiman siempre. Tienen un concepto muy elevado de sí mismos y se afanan a toda costa para que los otros les vean brillar. Su vida se organiza en torno al «éxito social». El origen pudo ser un ambiente familiar preocupado solamente por el éxito, en el que al niño se le valoró por sus triunfos sociales, escolares, deportivos, etc. sin que importasen los medios empleados o su auténtica personalidad. Se puso el acento sobre el «parecer» y no sobre el «ser». Esta influencia se acentuó por un sistema educativo y social que valora el éxito intelectual (culto a los títulos) y el éxito social (culto a la carrera, a las relaciones, a la buena posición). Dentro de estos ambientes el niño, el joven y más tarde el adulto no se estructura sobre «lo que es» en su fondo sino sobre lo que los demás aplauden. No se apoya en sus propios cimientos sino en la quebradiza peana de los otros. No se preocupa de su realización personal sino de su actuación teatral y su hambre de aplausos.

Detrás de estas tres caretas hay inseguridad subconsciente, una personalidad sin cimiento, un ser atrofiado. Estas personas son sicológicamente enanas, les es imposible apoyarse en sí mismas para existir y avanzar en la vida. Esta inseguridad se compensa con los éxitos (o con la apariencia de virtud, que también es un éxito), por lo que el hambre de gloria se acentúa. Si el individuo está bien dotado y nunca tiene fracasos, esto puede durar toda la vida, aunque con una sensación de vacío e infelicidad. La relación con los demás no es armoniosa

  1. La careta transparente corresponde a quienes tienen una imagen normal, ajustada a la realidad de su persona. Las personas que la consiguen se perciben hechas de riquezas y sombras. Frente a los otros no tienen dificultad en reconocer tanto sus riquezas como sus límites. Los reconocimientos positivos no les provocan euforia. Los comentarios negativos no les llevan a la desvalorización o a la duda sobre sí mismos. La percepción de su imagen no es rígida ni fija. Su imagen cambia y evoluciona porque integran en ella los elementos nuevos, consecuencia de sus descubrimientos y sus cambios. Frente a las críticas son capaces de dejarse cuestionar sana y serenamente sin buscar la justificación. Son capaces de discernir el valor de sus actos y de sus actitudes sin alienarse a los otros y al ambiente.

Paradójicamente estos últimos -menos protegidos porque no ocultan su personalidad- se suelen sentir más felices dentro de la naturalidad y verdad de sus sonrisas o sus lágrimas, sus lindezas o sus arrugas. ¿Con cuál de ellas quieres vivir?

Jairo del Agua

 
 

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