Faltan dos semanas para que actúen los Backstreet Boys y ya hay un centenar de adolescentes acampadas a las afueras del estadio. Oí la noticia e inmediatamente me personé en el estadio: una algarabía de muchachas en acampada no es espectáculo que se vea todos los días. Podría haberme esperado una semana porque entonces, cuando sólo falten siete días para el concierto, en vez de 100 va a haber 500 muchachas desgranando el tiempo que falta para entrar en el estadio, aullar, arrancarse las blusas, dejar que una lipotimia las suma en un agradable duermevela.
Tienen 13,14,15 años, sólo hablan de los avatares íntimos de sus ídolos y de cómo han engañado a sus padres que están convencidos de que sus chichas han ido a la piscina o cuidan a los hijitos de la hermana mayor de una amiga. Si les preguntas cómo pueden resistir el fuego que cae del cielo, se hinchan de orgullo, el mismo que deben sentir los soldados que creen en la patria poco antes de que comience una batalla. Es el vértigo fantasmal de la espera. Pero ¿qué esperan? Además del concierto de sus ídolos, además de la inocente soberbia de poder contar dentro de tres semanas que ellas estuvieron allí, ¿qué están esperando? Podemos considerarlas bobas en
grado sumo, pero es una tentación muy simplista. En el fondo las envidio. Y las envidio no porque uno quiera ser una de ellas, sino porque repasando los ídolos que han ido forjándolo a uno, me doy cuenta de que por nadie hubiera yo soportado lo que otras chicas soportan. En realidad, me he acercado a verlas, no porque me parezca inverosímil lo que hacen, sino porque se han inventado una guerra en la que participar, han concebido a alguien a quien elevar a ser supremo, cosa que está muy lejos de mi alcance. No se me escapa que todo esto es una simple cuestión de publicidad y sexo, que lo que cualquiera de estas chicas anhela es perder la virginidad con uno de esos cantantes, pero aun así: que sea indecente lo que hacen no empeña su condición de creyentes acérrimas. Y un creyente es siempre entrañable: alguien que, por definición, se limita a inventarse lo que ignora, a soñar. Un día despertarán de ese sueño y los posters que ahora ondean en las afueras del estadio se habrán convertido en banderas que han perdido sus colores. En el fondo son unas nacionalistas, es decir están en ese tránsito que separa la guardería de la vida.
JUAN BONILLA «El Mundo», 4.6.99
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