«Las Edades del Hombre» Y los jóvenes

1 octubre 1997

Antonio Meléndez es el Secretario General de la Fundación «Las Edades del Hombre».
 

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO

“LAS EDADES DEL HOMBRE” nos están ayudando a- descubrir  “una especie de misterio que no acaban de dilucidar los expertos en mercadotecnia  y publicidad”. La historia sí que contiene «grandes relatos»: ahí está el de Jesús de Nazaret con innumerables personajes y situaciones que nos desvelan las raíces de nuestra propia existencia.
 

  1. Una mirada a su historia

Largo es ya el camino recorrido por una in­cipiente idea de cómo la Iglesia debiera mos­trar su patrimonio histórico y cultural. Fue ges­tada en la trastienda de una librería vallisoleta­na por un grupo de amigos, que se reunía ha­bitualmente en una vivaz tertulia, en la que se debatían y comentaban todo tipo de temas de la actualidad política, social y cultural. José Ji­ménez Lozano, periodista y escritor, por ser el director técnico de la misma, era el polo de atracción de los contertulios y el instigador emi­nente de la conversación. AI núcleo fundamen­tal de la misma pertenecía José Velicia, cura párroco de una de las iglesias y comunidades más vivas de la ciudad, que había sido tocado por el Concilio Vaticano II. Lo sintió de modo tan apasionado que se trasladó a Roma con el fin de vivirlo en el mismo sitio y en el mismo momento de su celebración, acompañando al otro José que desempeñaba funciones de en­viado especial de su periódico.
De la mano del Arzobispo Delicado Baeza, fue reclutado Pepe Velicia como Vicario de Pas­toral y Provicario General, teniendo la oportuni­dad de conectar con la colaboración pastoral que desarrollaban las diócesis del Duero y pro­moviendo el diálogo entre pastores y Universi­dad Pontifica de Salamanca, uno de los gérme­nes remotos de «Las Edades del Hombre».
La magna exposición de la Iglesia en Cata­luña que, bajo el nombre de «Thesaurus», mos­traba muchas de las innumerables riquezas patrimoniales de esa Iglesia, se convirtió en objeto de reflexión que fue ahormándose pau­latinamente en un proyecto, más cargado de ilusión que de formas concretas, pues apenas emborronaba unas cuantas cuartillas.
 
1.1. «Las Edades del Hombre»
No pocos ni pequeños fueron los obstá­culos iniciales. Se precisaba implicar a los on­ce Obispos de las diócesis de Castilla y León, y se necesitaba encontrar patrocinadores que arriesgaran su dinero en dicho proyecto. A pe­sar de las apariencias y de lo que denominó como milagro uno de los escritores más rele­vantes en lengua castellana, Miguel Delibes, el obstáculo de los Obispos se superó con cier­ta facilidad. Más costoso fue el encontrar los patrocinadores arriesgados, pues los primeros consultados no entendieron el proyecto global y pensaron que se trataba simplemente de una exposición más de arte sacro. Por ello asumieron riesgos comedidos, que oscilaban entre los dos y los seis millones de pesetas.
Los políticos se dejaron atrapar por el me­nosprecio de que aquello era cosa de curas.
Sólo un intuitivo Director General de una de las Cajas de Ahorros de la región, en diez minutos comprendió la idea, la encontró sugerente y ofreció el primer dinero para la concreción del proyecto, así como el compromiso de financiar su desarrollo. Se trataba de Sebastián Battaner, hoy presidente de la misma entidad financiera, aunque con el nombre de Caja de Salamanca y Soria. El signo político de la región cambió pocos meses después con la victoria de José María Aznar, encabezando al Partido Popular en las elecciones autonómicas. Planteado el estado de la cuestión, la Junta de Castilla y Le­ón se sumaba a Caja Salamanca para financiar el proyecto. Ambas entidades han sido desde entonces, y a punto de agotarse el primer de­cenio, los mecenas de este proyecto bautizado como «Las Edades del Hombre».
 
Si se hace camino al andar, esto se ha veri­ficado también en el desarrollo de «Las Eda­des del Hombre». En un principio, se trataba de, a través del arte -iconografía, orfebrería, telas, libros y documentos- plantear las res­puestas que el mensaje cristiano ha ido dan­do, en el decurso de la historia, a las cuestio­nes existenciales que el hombre de todos los tiempos se ha ido planteando. En el momento actual, quizás por miedo a la libertad, como diría E. Fromm, el hombre huye de ellas o se entretiene en mil cosas penúltimas, con el fin de no encontrarse, cara a cara y a solas, con esas cuestiones. Se trata de las grandes pre­guntas de siempre: de dónde vengo o adónde voy, quién es el hombre y quién es Dios, qué son el mal, el dolor, la muerte, y también, qué son la felicidad, la alegría, la fiesta.
La oferta de respuesta se planteó, en Valla­dolid, desde la iconografía; en Burgos, desde los libros y documentos. León fue elegida para que sonara la música. En Salamanca se pro­yectaba un Congreso de congresos, con el fin de que el pensamiento volviera la vista hacia atrás y proyectara palabra e iluminación sobre los signos que podían haber quedado envueltos por la ambigüedad. Salamanca acabó ofer­tando un Congreso, que fue gestionado por la Universidad Pontificia. Sus catedrales alber­garon una nueva exposición, impensada en los orígenes, que quería mostrar el contrapun­to de dos existencialidades y comprensiones del hombre, tan distintas como las que se asomaban desde los iconos clásicos y los ico­nos actuales. Amberes cerró esta primera an­dadura sacando a Europa una muestra del ri­co entendimiento entre tierras y gentes tan dis­tintas como las de Flandes y las nuestras de Castilla y León.
 
También sobre la marcha, se fue tomando la decisión de la ubicación de las exposiciones en las catedrales. Para Valladolid se propuso inicialmente la bella iglesia del Monasterio cis­terciense de Santa María la Real de Huelgas, más conocido como Huelgas Reales, pero re­sultó pequeña a la postre; eso movió a esco­ger la catedral. Por cierto, esa decisión no fue fácil de tomar, pues la exposición exigía que la catedral permaneciera varios meses cerrada al culto, entre adecentamiento, preparativos, mon­taje y exposición propiamente dicha. Otro tan­to sucedió en Burgos; al principio se pensó en la iglesia de San Esteban, pero se escogió de nuevo la catedral, aunque en esta segunda ocasión fueron solamente sus claustros.
Después de Burgos, pareció ya connatural que «Las Edades del Hombre» debían ir liga­das a las catedrales de la región. Esa unión, por otra parte, era realmente interesante, pues se establecía una relación de mutua depen­dencia, aunque respetuosa. Las exposiciones ensalzaban a las catedrales, y éstas venían a ser el ámbito más adecuado, sin que ni unas ni otras sufrieran detrimento alguno. Además, tras las exposiciones, las catedrales de Casti­lla y León, no sólo quedaban adecentadas y mejoradas en iluminación y otras técnicas mo­dernas, sino que también experimentaban una cierta transformación, al menos en la percep­ción de los visitantes.
 
1.2. Más allá de los datos
al fenómeno de «Las Edades del hombre» es absolutamente significativo en sus resulta­dos y cifras, Unos cuatro millones de visitan­tes se han acercado a las cinco exposiciones de la primera etapa. Muchos de ellos eran de la propia región castellano-leonesa, pero un número considerable provenía del resto de las Comunidades Autónomas que conforman el Estado Español y aun de allende de nuestras fronteras, porque, incluso desde la primera ex­posición, pronto se internacionalizaron. Estu­dios sociológicos realizados durante las expo­siciones de Valladolid y León arrojaron luz so­bre la gran variedad y diferencias de los visi­tantes, así como su alto nivel de conformidad con las mismas y el alto grado de valoración, tanto de las obras expuestas como de la or­ganización. No menor ha sido la complacen­cia de la crítica especializada y de los medios de comunicación social que, salvo honrosas excepciones, han abundado en elogios.
 
Tras estos números y grado de aceptación se esconde, en primer lugar, una especie de misterio que no acaban de dilucidar los exper­tos en mercadotecnia y publicidad, pues «Las Edades del Hombre» no han contado con pre­supuesto alguno para su difusión y publicidad, a excepción de las encargadas y sufragadas por sus patrocinadores. La exposición de Va­lladolid, contó además con el silencio clamo­roso de los medios de comunicación oficiales y públicos, a causa de una especie de desen­tendimiento entre los gobiernos nacional y au­tonómico, pertenecientes ambos a partidos políticos distintos. Sin embargo, en Valladolid funcionó el boca a boca que, al parecer, es uno de los mejores sistemas, si no el mejor, de eficacia publicitaria. Aunque, quizás, la clave haya que buscarla en el segundo de los mis­terios que han generado «Las Edades del Hom­bre»: la expansión del sentimiento de pertenen­cia a un pueblo y región, Castilla y León, has­ta ese momento bastante desconocido y de­sarraigado entre nosotros.
La Comunidad Autónoma de Castilla y León parecía haberse formado con los retales so­brantes de la configuración regional española. La experiencia de dignidad de personas y de pueblo se expandió como un virulento fuego por la geografía regional. El escaso horizonte de esperanza de esta gente se inflamó de ilu­sión al poder recuperar la memoria histórica y al comprobar, en la misma práctica, que el pa­sado, lejos de ser una más o menos brillante arqueología, podía ser el motor del presente y una esperanzadora ventana al futuro. Lo cierto es que nuestras gentes cabizbajas fueron le­vantando la frente, no sin orgullo, al identificar­se con su patrimonio, que había dormido si­glos de silencio y desconocimiento. Por eso, «Las Edades del Hombre», aún siendo recono­cidas como una obra de la Iglesia, son tenidas como propias del pueblo castellano-leonés.
 
1.3. últimos pasos
Pero «Las Edades del Hombre» dieron un paso adelante, paso de madurez, al con­vertirse en Fundación, tanto en el orden ecle­siástico como civil. Los Obispos de las once diócesis de Castilla y León, al acabar el primer ciclo, estimaron conveniente darles continui­dad y ensanchar sus objetivos a través de una fundación cultural, cuyo objetivo fundamental es la evangelización, a través de la difusión y conservación del patrimonio, así como la in­vestigación y creación artística.
En una de sus primeras reuniones, los Obis­pos, constituidos en Patronato de la Funda­ción, decidieron completar el ciclo de exposi­ciones con una segunda etapa, que se desa­rrollaría en todas las catedrales que no las hu­bieran acogido en el ciclo anterior y de acuer­do a como fueran celebrando acontecimientos o conmemorando efemérides de cierta impor­tancia. La inminencia de la celebración del XIV centenario de la constancia documentada de la diócesis de Osma-Soria motivó el montaje de la sexta exposición a celebrarse durante es te año de 1997 en la catedral de El Burgo de Osma. El Año Santo Compostelano de 1999 movió a los Obispos a elegir las catedrales de Palencia y Astorga, las dos diócesis que falta­ban del tramo del Camino de Santiago caste­llano-leonés. El XI centenario de la diócesis de Zamora, en el 2001, completará, por ahora, el futuro más inmediato de la segunda etapa.
 
El Burgo de Osma, que abrió su exposición el 26 de mayo pasado para clausurarla el pró­ximo 2 de noviembre, es la realidad que en es­tos meses están viviendo «Las Edades del Hombre». Cuando vea la luz este artículo, de nada valdrán las cifras que se pudieran aportar en el momento presente. La realidad es que unas 2.500 personas diarias se han acercado a contemplar «La ciudad de seis pisos». Ése es el nombre que identifica a esta exposición y bajo el cual se esconde la eclesiología de una diócesis. Son seis calados en su larga historia de 1400 años de existencia y la reflexión sobre el Obispo en su diócesis, que tiene como fun­ciones predicar el Evangelio, presidir la cele­bración de los sacramentos y aunar a su Igle­sia desde la caridad. Toda una catequesis ex­plícita sobre la Iglesia local, presentada no con palabras, sino con arte e iconografía, incluso con los más modernos medios audiovisuales.
Si hasta el momento presente «Las Edades del Hombre» han expuesto más de 2.000 obras en sus seis exposiciones, muchas de ellas res­tauradas y una buena parte de ellas desconoci­das al gran público, no ha sido menor su traba­jo editorial. A los seis grandes catálogos gene­rales de las muestras, hay que añadir otros es­tudios, como Los ojos del icono, de José Jimé­nez Lozano, que resume toda la filosofía subya­cente de «Las Edades del Hombre». O también, En tomo a la exposición iconográfica, que reco­ge las conferencias pronunciadas en Valladolid por eminentes pensadores con motivo de la pri­mera exposición. En León se editaron intere­santes libros de música polifónica y de órgano, que se tradujeron en discos compactos y case­tes, porque la música es para ser oída. También se llevaron infinidad de conciertos a todas las ciudades y pueblos de importancia de la región. En la misma exposición de León, cada domin­go por la mañana se interpretaron audiciones musicales en los órganos positivos que se mos­traban y que habían sido previamente restaura­dos. En el campo audiovisual, cada exposición ha contado con su vídeo oficial.
Por último, se ha cuidado la dimensión pe­dagógica, ofreciendo sencillas guías de mano para acompañar al público en su visita a cada exposición. Y, cómo no, guías pedagógicas, que han sido distribuidas gratuitamente a nues­tros escolares, con el fin de hacerles más lle­vaderas y comprensibles las exposiciones. El fruto de este trabajo editorial se ha concreta­do en cientos de miles de ejemplares, que son una auténtica aportación, tanto al campo de los especialistas y de la investigación como al mundo de la divulgación.
No de menor interés ha resultado la aporta­ción económica de «Las Edades del Hombre» y de sus exposiciones a las ciudades de nues­tra región que las han acogido. Hasta la expo­sición de El Burgo de Osma se calcula en unos 65.000 millones de pesetas los que de forma indirecta han generado. Una estimable cantidad para una región deprimida, que ha puesto de manifiesto que el patrimonio, del cual es tan rica esta tierra, puede ser una fuente, e importante, de recursos.
 

  1. Preocupación pedagógica

Desde los mismos orígenes de cuando sólo eran objeto de conversación en una tertulia de amigos, así co­mo cuando fueron acogidas como proyecto de la Iglesia en Castilla y León por sus once Obis­pos, la dimensión pedagógica ha sido uno de los elementos fundamentales de todo el pro­yecto. A unos y otros les interesó la incorpora­ción de las más pequeños de la sociedad cas­tellano-leonesa al conocimiento y comprensión de la historia del pueblo del que forman parte.
En el trasfondo se encontraba el plantea­miento posmoderno de la historia: lo único que interesa es el momento presente, pues el pasa­do no merece la pena ser recordado, porque es­tá lleno de calamidades y desastres que deben ser olvidados rápidamente; y al futuro ni siquie­ra debe abrírsele una puerta o una rendija, con el fin de evitar la sensación de vértigo y mareo que produce. Así las cosas, el disfrute y goce del momento presente es lo único que merece la pena. Además, nuestro mundo, después de la caída del Muro de Berlín, se ha quedado huérfano de todo gran relato, que explique o dé sentido a la persona, a la vida y a la existencia.
 
Con estos planteamientos, que han tomado cuerpo en la existencialidad presente, apoya­dos hábilmente por la filosofía del consumo y de la publicidad, el hombre cae en un aisla­miento individualista y egoísta, que lo lleva a preocuparse solamente por el materialismo del tener y por el hedonismo de la búsqueda y sa­tisfacción de la instintividad y de sus placeres.
Por eso, «Las Edades del Hombre» están preocupadas, en primer lugar, por defender la existencia de un gran relato, el de Jesús de Nazaret, tan vigente hoy como a lo largo de dos mil años de pervivencia, y que es capaz de ofrecer la luz necesaria que ilumine al hom­bre en sus problemas fundamentales, así co­mo en su convivencia y en su ser en medio de la naturaleza y del mundo.
 
2.1. Un «gran relato»: Jesús de Nazaret
El problema de este gran relato es cómo presentarlo hoy. Si es verdad que se ha man­tenido incólume a lo largo de casi dos mile­nios, también es cierto que, en el curso de la historia, su presentación ha variado de acuer­do a los cambios que ha sufrido el hombre al que iba dirigido. Ésa fue la causa de ofrecer el relato a través de la iconografía, y de que las exposiciones de «Las Edades del Hombre» hayan sido siempre pequeños relatos.
De hecho, ahí estriba la gran novedad de «Las Edades del Hombre». Desde la primera exposición, la de Valladolid, las subsiguientes muestras, que se han celebrado en nuestra geografía patria, incluso las no organizadas por la Iglesia de Castilla y León, han tomado el camino y el esquema mostrativo del relato, rompiendo el clásico y museístico estilo tradi­cional, que se supeditaba al desarrollo crono­lógico de los estilos artísticos.
 
Pero «Las Edades del Hombre» cruzaron to­davía otro umbral en la presentación del men­saje, al romper el estilo dogmático y de adoc­trinamiento que había caracterizado a la Igle­sia en los últimos tiempos, incluso siglos. Por eso, cambió de talante y ofreció el mensaje de Jesús, el gran relato, con actitud dialogante y dirigido a la libertad personal. «Las Edades del Hombre» eran sensibles y conscientes de la fragmentación de la cultura y de la valoración extraordinaria de la libertad personal que ha­cen los hombres y mujeres de hoy. En medio de pequeños relatos, la Iglesia de Castilla y León ofrecía su gran relato, no apabullante­mente, sino con la mano tendida al diálogo y en la espera gozosa del ejercicio personal de la libertad.
De ahí que sus organizadores hayan repeti­do una y otra vez que el éxito de «Las Edades del Hombre» no hay que buscarlo en la res­puesta millonaria a sus exposiciones, sino en la gratuidad, que le caracteriza, o bien por la experiencia artística y por el estremecimiento que produce la belleza cuando es captada, o bien por la asunción personal del mensaje li­berador de Jesucristo, esa conmoción perso­nal que es la fe o el encuentro personal que se suscita a través de la mediación de la belleza expuesta.
 
2.2. Raíces históricas para la vida de los jóvenes
Estas preocupaciones generales estaban también en la propia base de la inquietud de los organizadores, y de los propios Obispos, respecto a los jóvenes y niños de la región. El desarraigo de éstos, a causa de la inmersión cultural a laque se ven sometidos por la pu­blicidad y los medios de comunicación, así co­mo por el deficiente planteamiento de la histo­ria en los planes escolares, es un lugar común de preocupación para cuantos reflexionan o trabajan con los más jóvenes de nuestra so­ciedad. La cultura actual es uniforme y unidi­mensional, la misma para cualquier rincón del llamado primer mundo o mundo occidental, y es administrada sabiamente por los medios de comunicación. Además, el efecto de con­tagio y la imitación reduplican sus repercusio­nes. Por su parte, la enseñanza, cada vez más orientada a la transmisión de conocimientos técnicos, desatiende los conocimientos hu­manísticos, cuyos efectos personalizadores y enraizadores en la historia del pueblo o de la colectividad a la que se pertenece se dejan sentir a marchas forzadas.
Por este motivo, y desde los orígenes de «Las Edades del Hombre», se constituyó un equipo didáctico y pedagógico, formado por profesores de historia de Enseñanza Media y de pedagogos de Museos, cuya finalidad ha sido elaborar unas guías didácticas dirigidas a los últimos años de la EGB -hoy primeros de la ESO- y a los primeros cursos de Bachillera­to. De ese modo se procura, no sólo que los muchachos y adolescentes puedan visitar con provecho las distintas exposiciones, sino so­bre todo y de forma especial, que puedan descubrir las raíces históricas de su pueblo castellano-leonés, la belleza que supo crear y el sentido que acertó a encontrar en la propia expresión artística.
Cientos de miles de ejemplares de estas guí­as didácticas se han repartido gratuitamente en todas las exposiciones celebradas por «Las Edades del Hombre». Uno de los contingentes más importantes de visitantes lo han consti­tuido precisamente los muchachos y adoles­centes de nuestra región, que se han acerca­do en visitas y excursiones programadas por un buen numero de los centros escolares de Castilla y León. No es raro, por eso, encon­trarse a numerosos escolares con sus profe­sores y las guías didácticas en las manos, res­pondiendo a las cuestiones que se les plante­an. Quizás sea también ésta una de las claves del porqué el ciclo primavera-verano ha fun­cionado peor en número de visitantes que el de otoño-invierno, en el que los centros esco­lares están a pleno funcionamiento. Además, obviamente, siempre es más agradable visitar una exposición con poco sol y calor, pues es­tos elementos climatológicos invitan más al contacto con la naturaleza.
Concretamente el ciclo primavera-verano ha sido el elegido para la muestra que se expone en la catedral de El Burgo de Osma, para ha­cer coincidir la fecha de su apertura con la del 17 de mayo, pues en ese día del año 597 el obispo Juan de Osma firmaba las actas del XII Concilio de Toledo, durante el reinado de Re­caredo. Ésa es la constancia documentada e histórica más antigua de la existencia de esta Iglesia local. Sin embargo, y por haberse debi­do posponer su apertura hasta el día 26 de mayo, han sido pocos los centros escolares que han podido visitar la muestra, pues el mes de junio, como todos sabemos, es tiempo de final de curso y exámenes. Las escasas visitas de niños y jóvenes no nos han permitido valo­rar la repercusión e incidencia de esta mues­tra en los más pequeños, teniendo bien pre­sente que su contenido es eminentemente evangelizador y catequético. Por la experien­cia con los mayores, el grado de aceptación de la exposición es en todo semejante al de las exposiciones anteriores. Por eso, se pue­de inducir que sucederá algo semejante con nuestros escolares.
Si es así, tendrán la oportunidad de acercar­se al nacimiento de una Iglesia local, viendo cómo crecen la fe a pesar de las dificultades externas y de convivencia, cómo es capaz de generar belleza y expresarse a través de ella, cómo la sostienen la predicación del mensaje de Jesucristo, la celebración de los sacramen­tos y el cuidado de la unidad y la animación de la caridad que lleva a cabo el Obispo, sucesor de los Apóstoles, también en un rincón tan pe­queño como esta diócesis de Osma-Soria.
 
Antonio Meléndez