«Las Iglesias tradicionales se han fosilizado»

1 enero 1997

Entrevista a Leonardo Boff

Benjamín Forcano

“LOS GOZOS Y LAS ESPERANZAS, LAS TRISTEZAS Y LAS ANGUSTIAS…”

Misión Joven, con esta entrevista, prosigue la invitación a las comunidades cristianas y grupos juveniles para que se planteen el «modelo de Iglesia» que quieren y aquél que están construyendo. A raíz del manifiesto “También somos Iglesia”, iniciamos esta tarea que aho­ra proseguirnos aquí y en la sección de «Experiencias» de este misma número de la revista («Presentar la Iglesia a los Jóvenes de hoy). Las pautas finales de reflexión y compromiso quieren ayudar a situar todo en esta perspectiva de responsabilidad, que el concilio Vatica­no II expresó así: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» (GS 1).

Llego con tres amigos a la casa de Leonardo Boff en Sao Félix do Araguaia. Nos parece entrar en un santuario doméstico, armónico y bello, lleno de ecología y franciscanismo. Todo habla de lo que ha sido y es su vida, su continuo peregrinar por el mundo. Charlamos, recordamos, reímos. Antes de comer y sabiendo de mi interés por entrevistarle, Leonardo contestó a nuestras pregun­tas. Ésta fue la primera: Hace unos cuatro años que tomaste la decisión de abandonar el sacer­docio y la orden franciscana. ¿Qué piensas ahora?

– Pienso que se realizó lo que yo decía en mi carta de despedida: que yo cambiaba de trinchera pa­ra seguir la lucha y seguir igual a mí mismo. Me siento en la misma lucha que antes, tal vez ahora más abierta, sin coacciones institucionales y, al mismo tiempo, con retos nuevos, que vienen de mi situación jesuánica, es decir, de mi situación de laico. No hay que olvidar jamás que Jesús no fue sacerdote, ni sumo sacerdote; fue fundamentalmente laico y que por eso está más de nuestra par­te que de la parte de la jerarquía, la cual usurpó el título de sacerdocio y no lo dejó en la universa­lidad para todos los cristianos, como era la intención originaria de Jesús. Me siento feliz en mi op­ción y pienso que las decisiones básicas, los valores y las utopías que han informado toda mi vida siguen siendo los mismos, y tal vez se han radicalizado más. Creo, pues, que hice una decisión acertada. En ningún momento me sentí arrepentido. Solamente de una cosa tengo nostalgia, del canto gregoriano, que se cantaba muy bien en la comunidad franciscana de Petrópolis.

¿Tu nueva situación ha cambiado tu manera de hacer teología?

– Yo intento vivir lo que la teología de la liberación ha formalizado de manera tan coherente e inno­vadora: partir siempre de los desafíos del pueblo y de la cultura, de la sociedad que hoy es mun­dial, para intentar comprenderlos críticamente, lo que supone un diálogo con las ciencias socia­les y humanas. Como cristiano y teólogo procuro confrontar toda esa realidad con la tradición he­braico-cristiana, para hacer, sobre eso, una teología que tenga incidencia histórica, real, y termi­ne en una dimensión de espiritualidad, que nos abra a una humanidad más sensible y solidaria.

Tú has trabajado como pocos por renovar la Iglesia en sus estructuras de poder, fundamental­mente clericales. Has luchado con la esperanza de que podías convertir incluso al «hermano lo­bo» (en aquel entonces, el cardenal Ratzinger). ¿Sigue siendo para ti un lugar prioritario esta lu­cha o la has desplazado hacia otros frentes?

– He desplazado mi lucha hacia otros frentes, y a raíz de una profunda decepción. Creo que la te­ología de la curia romana, el aparato eclesiástico, es la gran escuela del Faraón. En ella se pre­paran los teólogos del sistema, de la dominación, y es tan fuerte que ha usurpado los criterios de lo que es verdadero y de lo que es falso. Yo no tengo ninguna esperanza de que esa situación pueda convertirse. Creo que se puede destruir la institución, o mejor, que la historia puede supe­rar la institución, que una manera de superar la arrogancia eclesiástica es la carnavalización del cristianismo. Muy bien que haya un papa infalible, tan omnipotente que sólo Dios le supera, pero eso sólo funciona en carnaval donde todo es juego, mentira; para tres o cuatro días de locura, de éxtasis, de fiesta está bien, pero no en la realidad. Yo no espero mucho del cristianismo romano. Hablé una vez con el papa de Oriente, de Constantinopla, que tiene títulos inmensos, tantos que se demora como tres minutos en leerlos en la liturgia. Y él es párroco de unas tres mil personas, en una pequeña parroquia de Estambul, sustentada por ortodoxos americanos, no tiene ninguna base social, ningún poder real, solo un poder imaginario, el de sus títulos. Y vive de su sueño. Yo deseo que llegue a Roma esa situación y lo más rápido posible. Posiblemente la única lección que Roma va a comprender es la lección de la historia, porque la historia es implacable, derrota todas las arrogancias, todas las presuposiciones de divinidad y reduce instituciones y personas a su lu­gar, junto con todos los demás seres. Ésa es mi profunda convicción. A partir de ahí, yo trabajo en otra dimensión: crear un cristianismo nuevo, en diálogo contemporáneo con la cultura, con los temas emergentes, mostrando que el cristianismo es como un arquetipo extremadamente vivo, que puede adaptarse sin perder su identidad. Ése es el gran sueño de Jesús, que es el de una humanidad reconciliada, el de personas que viven como hermanos y hermanas. Este sueño en­contrará siempre portadores. Son los que van construyendo la historia, la Iglesia de Jesús.

Siempre que hablo de ti, sale la cuestión: Leonardo dejó el sacerdocio, ¿se ha casado?, ¿qué ha­ce ahora? Son muchos los que participan del morbo sobre tu posible casamiento, tan hábilmen­te utilizado por ciertos medios para desacreditarte.

– Yo considero esa visión como antiteológica, diría diabólica. Porque en toda sana teología, in­cluida la del Catecismo Romano, se afirma que todo matrimonio es sacramento. Entonces, mal­decir eso y utilizarlo para disminuir a las personas es manipular a Dios, uno de los pecados más grandes que se cometen en las Iglesias. Pecado contra el segundo mandamiento, que es el de usar en vano el nombre de Dios para fines humanos. Digo que sigo como cristiano y por eso no abandoné la Iglesia, abandoné la función del sacerdocio jerárquico, para volver al sacerdocio jesuánico, universal, de los fieles. No abandoné mi ministerio eclesial, que es el ministerio de la palabra, de la reflexión teológica, de aceptar invitaciones de muchas partes, de obispos, para acompañar a comunidades en charlas y encuentros, etc.

No me gusta, según la tradición bíblica, que una persona viva sola, es bueno que comparta los dolores y sufrimientos con otra persona, porque ya decía el sabio Cohélet: «Desgraciado del que vive solo, porque cuando cae -y todos caemos- no tiene una mano que lo sustente, un hom­bro que lo apoye, alguien que le diga una palabra de animación». Entonces, yo encontré una per­sona así, que es teóloga laica, con profunda inserción en los medios populares, pedagoga po­pular, mujer de una gran fe, que me ha ayudado siempre; con ella comparto la vida, la misión, el trabajo, y también la dificultad de crear juntos una realidad familiar; porque el romanticismo en el matrimonio es cosa de clericales, de los que tienen tentaciones continuas; pero las personas concretas saben convivir; eso es una escuela de santidad, de soportarse mutuamente, de com­prenderse, de abrirse a las sombras y luces del otro; es un desafío difícil pero gratificante. Y eso hay que decirlo contra no pocos clericales que, viviendo en la galaxia eclesiástica, creen que más allá de ellos no existe nada. Yo diría que me siento más santo hoy o, por lo menos, más de­safiado a ser santo que en el tiempo en que vivía en la presunta santidad del convento.

Tú has vivido un poco a caballo entre Europa y Latinoamérica, muchos años de análisis, de com­promiso, de creatividad teológica. Latinoamérica, como continente, ¿avanza o retrocede? ¿se li­bera o se hunde cada vez más en la pobreza?

– Creo que hay un proceso de africanización de América Latina. Por una parte, los grandes estra­tos sociales de los principales países de América Latina no son interesantes para el mercado mundial ni para las grandes inversiones del capital mundialmente integrado. Y los deja a su pro­pio destino, siguiendo la lógica de la miseria, en medio de la desesperación.

Por otra parte, el mercado ha abrazado pequeños estratos de América Latina y los ha asimi­lado al Primer Mundo. Resulta que aquí -México, Colombia, Brasil, etc.- tenemos hospitales, uni­versidades, escuelas, centros comerciales iguales al primer mundo, si no mejores. Estamos asis­tiendo a la última expresión del colonialismo, que es el proceso de exclusión; o sea, personas que no tienen ni siquiera el privilegio de ser explotadas por el sistema capitalista, porque están excluidas. Creo que 2/3 de la población latinoamericana está compuesta de marginados -los que están en el sistema, pero explotados- y excluidos -los que no están ni siquiera en el sistema-. Pero hay otros que están en el sistema con altísimos niveles de acumulación de riqueza. Según los datos del Banco Mundial del año 1995, los niveles de acumulación más altos del mundo se encuentran en la burguesía brasileña, de modo que su porcentaje de riqueza no se da ni en Ale­mania ni Estados Unidos ni en España ni en ningún lugar del mundo; esa burguesía detenta una riqueza suntuosa, escandalosa, fantástica. Son los que se han integrado en la lógica de la mun­dialización, de la alta tecnología, dentro de una India de miseria que constituye la gran parte del Brasil.

Entonces, ¿cuál es el futuro? Creo que una gran división entre un apartheid social inmenso, una africanización de América Latina y una parte que pertenece al primer mundo: tiene las mis­mas ideas, lee los mismos periódicos, ve los mismos filmes, escucha las mismas músicas, con­sume las mismas cosas, tiene grandes cuentas en los bancos mundiales. Y eso va a ratificar le herencia de exclusión que viene produciéndose hasta hoy. Tengo una lectura bastante dramáti­ca de América Latina. Veo que el destino ya no nos pertenece; está resuelto entre la articulación mundial de los poderosos y los que tienen una compasión solidaria hacia los hambrientos del mundo, que se dicen: o nos organizamos para enfrentar la injusticia mundial o vamos al en­cuentro de una gran conflagración, posiblemente con inmensa violencia, entre los pocos ricos del Norte y los muchos pobres del Sur.

¿Tiene hoy alguna razón de ser la teología de la liberación? No pocos dicen: «Fracasó el socia­lismo real, por tanto, fracasó también, la teología de la liberación».

– Lo mismo que burgueses gordos, bien alimentados, llenos de güisqui, divulgan triunfalística­mente la victoria del capitalismo, también Roma con la misma disposición proclama el triunfo de su proyecto y la derrota fragorosa de la teología de la liberación. Bueno sería esto si dijeran: no hay pobres en el mundo, todos comen, todos tienen escuela, vivienda, están felices y, por eso, no hay necesidad de la teología de la liberación, porque llegó la libertad, que es el objetivo final de la liberación. Pero eso no es verdad. La verdad es que la pobreza es hoy más grande que an­tes, la desesperación de los oprimidos es sin límite. Por eso, la realidad objetiva. que ha dado na­cimiento a la teología de la liberación persiste. Porque la teología de la liberación nace de, una profunda indignación, del rechazo de esa división que no es justa, que ni es humana ni es divi­na. Y nace de esa dimensión espiritual que se empeña en rescatar la dignidad humana. Yo creo que la teología de la liberación persiste a pesar de Roma, y contradictoriamente. Porque Roma, el Vaticano, el papa, siempre dicen que la opción por los pobres no es una opción de los teólo­gos de la liberación, sino que es una opción del papa, de la Iglesia, del Cristianismo. El corazón de la teología de la liberación es la opción por los pobres. Entonces, el papa no puede estar con­tra el papa. Si viene a América Latina y tontamente dice que la teología de la liberación murió con el socialismo, no se da cuenta de que se está contradiciendo a sí mismo. Porque afirmar la opción por los pobres es afirmar la actualidad y validez de la teología de la liberación.

Sin embargo, hay que decir que la teología de la liberación de los años 90 no puede ser la mis­ma que la de los años 70 y 80. Porque la sociedad mundial ha cambiado. Y nosotros aprendemos de la historia. Y una cosa que hemos aprendido es que no solamente los pobres gritan, si­no que la tierra grita, y grita efectivamente. Cada día, 10 especies de seres vivientes desapare­cen, 2/3 de la humanidad vive en la pobreza, 40 millones mueren estrictamente como conse­cuencia de las enfermedades que provoca el hambre, 15 millones de niños mueren al año de hambre. Éste es un grito de la tierra, agredida, asaltada, no respetada. Por eso, la teología de la liberación, que parte de la opción por los pobres, está alargando esa opción por los pobres, di­ciendo que un gran pobre es la tierra como planeta, como sistema, que no es respetada en su dignidad, en su autonomía, en sus recursos y, por eso, está gritando de forma peligrosa. Enton­ces, la teología de la liberación incluye a la tierra como la gran oprimida. La liberación hoy no es sólo la liberación de los pobres, sino de todos los que somos víctimas de un paradigma, de una manera de ser, de pensar y actuar que explota las clases, los países, la tierra, y constituye el gran proyecto industrial, que es a la vez capitalista y socialista. Entonces debemos liberarnos de ese modelo para llegar a otro más benevolente, más abierto a la colaboración con la tierra, a un de­sarrollo que sea, no contra la naturaleza, sino con la naturaleza. Éstos son temas que ayudan a la teología de la liberación a reactualizarse.

¿Tu último libro: «Grito de la tierra, grito de los pobres», va en esta línea de alargar la teología de la liberación a la dimensión ecológica?

– En ese libro pretendo superar la visión común de que la ecología tiene que ver con el ambiente. Mi intención es que tenemos que ver, no con el medio ambiente, sino con el ambiente entero, con la ecología mental: hay que superar el antropocentrismo, el patriarcalismo, la cultura mo­derna que considera a la mujer como parte de la naturaleza, como algo irracional que hay que controlar; con la ecología integral: que ve la tierra como parte de un todo más grande que es el universo; nosotros nos sentimos seres cósmicos, porque hay elementos en nuestro cuerpo que son quizás más viejos que la tierra, más viejos que el sistema solar, elementos cósmicos que pa­san por nosotros, constituyen nuestra piel, nuestra realidad; somos seres que tenemos respon­sabilidad para esta parte del cosmos que es la tierra, y que debemos darnos cuenta de que po­demos ser el Satán de la tierra, destruyéndola, o que podemos ser el ángel bueno que la prote­ge y que, junto con la naturaleza, copilota el sentido de crecimiento y de complejidad en la rea­lización de formas de vida más grandes y más abiertas.

¿En qué medida la teología ayuda a preservar la tierra? La teología ayuda a reeducar a las per­sonas a que se sientan hijos e hijas de la tierra; eso tiene como resultado el que haya más vida en la tierra y en los seres humanos, asegurando así las conexiones que nos unen a todos.

¿Es cierto que en América Latina aumentan las sectas religiosas y decae la religión católica? ¿Por qué?

– Yo creo que hay una conexión directa entre el declive de las Iglesias históricas y el ascenso de las sectas. Las Iglesias tradicionales se han fosilizado, no tienen nada que decir, porque está todo en el Catecismo. No tienen nada con que confrontarse, porque Roma decide todo, cómo hay que hacer todo: la pastoral, la liturgia, la moral. Una Iglesia así no habla al pueblo ni representa al Dios vivo; representa al ídolo que se ha construido. Las sectas tienen dos dimensiones que hay con­siderar muy bien. Primera: ellas utilizan el código popular, entienden la simbología popular; el pue­blo siente más que piensa, tiene grandes visiones, más que teorías. Las sectas hablan con ges­tos, símbolos y celebraciones, que van directas al corazón y que mueven a las personas. Por eso, las personas se sienten afectadas. Segunda: en función de esa realidad, es como se puede cons­truir un discurso inmediato de liberación. Si uno está enfermo y no puede acudir a un hospital, porque no existe un sistema oficial de salud que le atienda, esa persona se siente relegada y an­sía la salud. No hay que olvidar que en latín salus significa precisamente salvación.

Entonces, desde esa necesidad, cuando las sectas ofrecen al pueblo esa salvación a través del agua bendita, de la oración, el pueblo escucha, abre el corazón y se cura. Pero esa curación es muy pasajera, porque las causas que producen el hambre, la enfermedad, el desempleo, el abandono social, están ahí, continuamente actuando y produciendo sus frutos. Después de una semana, las personas se encuentran enfermas de nuevo, sintiéndose un poco desesperadas. Las sectas tienen una función mínima: actualizar lo que es la salvación de Jesús, que pasa tam­bién por la salud y por crear un discurso adecuado a la cultura popular; y tienen también una función antropológica fundamental: asegurar el lazo de rescate de la humanidad mínima.

Raramente los políticos tienen acceso al pueblo, nunca le hablan, porque lo consideran como un cero económico; por eso no es escuchado por nadie. Y cuando el pueblo está en sus grupos de barrio o comunidades de base gritando por su salvación, tiene la impresión de que es escu­chado, de que no es anónimo, de que no está perdido, de que puede hablar a Dios como padre y madre, de que Dios lo escucha; eso rescata su dignidad mínima, porque nadie es más grande que Dios mismo.

Entonces el efecto final es un acrecentamiento de su humanidad y esperanza antropológica, que le da fuerzas para seguir luchando y esperando, a pesar de las negaciones y frustraciones del sistema. Si algo aprendemos de la tradición judeo-cristiana, es que todo el que grita es es­cuchado por Dios y, si ése que grita es pobre, el grito es infalible. Hay que denunciar la manipu­lación que las; sectas hacen del sentimiento para conseguir una liberación inmediata, pues de sobras es conocido que la liberación pasa por mediaciones, promoción de la conciencia y orga­nización de comunidades. Pero, al mismo tiempo, hay que rescatar su dimensión antropológica buena, salvar mínimamente a la persona humana en su apertura a Dios. Por ahí, el pueblo no se rebela, sino que recomienza continuamente el desafío de la vida. Es un desafío para las Iglesias, en cuanto que les pide que sean comunidades de base que sirvan de mediación y confrontación entre fe y vida, mística y política. Hay que buscar soluciones políticas para problemas -hambre, falta de viviendas y de escuelas- que son políticos. La fe ha de dinamizar la dimensión política para conseguir la efectiva liberación del pueblo.

Si, como has comentado, «el destino ya no nos pertenece», entonces, ¿hay que arriar la bande­ra de las utopías?’ ¿Para qué han servido las revoluciones? ¿Habrá que esperar resignadamente a que también Cuba caiga?

– Yo creo que Cuba ha hecho la revolución de la ternura, porque en el centro de la revolución cu­bana están los niños y los ancianos. Niños que tienen la salud, la escuela, todo organizado. Vie­jos que, después de haber trabajado, tienen su garantía de vida, su casa, su sueldo básico. Cu­ba es el único país del tercer mundo que ha hecho una revolución buena para el pueblo. Ningún otro país del tercer mundo -por ejemplo, México, Brasil- ha hecho la que yo llamo revolución del hambre. En Brasil más de 30 millones comen una vez al día y poco. Cuba, a pesar de la crisis interna y del bloqueo, tiene una dieta de las mejores de América Latina. Los cubanos en gene­ral comen mucho mejor que todos los brasileños, con todo el neoliberalismo que tenemos acá. Mueren menos niños en La Habana que en Boston y Nueva York. La salud tiene un sistema de mejor realización que en el corazón del imperio. Hace poco encontré al embajador cubano en Brasil. Me dijo: «Mi papá vivía en un barrio muy pobre. Sin la revolución, yo no hubiera hecho es­cuela ni universidad ni carrera diplomática ni estaría ahora aquí como embajador y escritor». To­do esto hay que reconocerlo por amor a la verdad.

A mí, más que importarme el socialismo me importa una política que atienda las demandas fundamentales del pueblo. Y Cuba ha realizado ampliamente estas demandas. Pero, como to­das las cosas humanas, la revolución cubana tiene que crecer, tiene que completar la revolución del hambre con la revolución de una más amplia libertad. Porque no solamente los miembros del partido tienen la responsabilidad de la revolución sino todos los cubanos, también los cristianos, también los que no están en el partido. Yo me siento feliz porque veo que Cuba se está abrien­do a esto. Ahora voy invitado a Cuba para desarrollar un discurso entre Ecología y socialismo, un tema nuevo para la conciencia socialista cubana. Hay que mostrar que la ecología no sola­mente tiene que ver con la preservación del ambiente, sino también con unas relaciones más de­mocráticas, más participativas, con una visión menos cerrada sobre las diferencias del otro -se­xo, clase, raza-.; todo eso puede ser una oportunidad para que el socialismo sea más social y crezca más su diálogo con la ecología.

PAUTAS PARA LA REFLEXIÓN Y EL COMPROMISO

Junto a esta entrevista, sugerimos unir tanto el material que aparece en la sección de «Experiencias de este mismo número de la revista (dedicado a cómo «presentar la Iglesia a los jóvenes de hoy»), co­mo el manifiesto «También somos Iglesia [cf. Misión Joven 233(1996), 74-75] y las sugerencias para el «diálogo y compromiso» que acerca del mismo manifiesto aparecieron en el número anterior [cf. Misión Joven 239(1996), 64].

– Una vez leídos los distintos materiales (manifiesto «También somos Iglesia», imágenes de la Iglesia que aparecen en el artículo «Presentar la Iglesia a los jóvenes de hoy» y esta en­trevista a Boff): Abrir el diálogo sobre las «imágenes de la Iglesia que tiene la gente». Al fi­nal del mismo, tratar de resumirlo en tres carteles con las tres imágenes predominantes.

-¿Qué os parece la «experiencia personal» y el «tipo de Iglesia y de cristiano» que apare­cen en las, respuestas de L. Boff? ¿Cuáles serían los aspectos fundamentales que él se­ñala como claves para renovar la Iglesia y cuáles los temas prioritarios que han de ocu­par hoy la vida de los cristianos?

– Relacionar y comparar los elementos de identidad de la Iglesia que presenta A.S. Romo en al artículo «Presentar la Iglesia a los jóvenes» y las cinco reformas que propone el ma­nifiesto «También somos Iglesia» (1/ Construcción de una Iglesia más fraterna; 2/ Plena igualdad de derechos de la mujer; 3/ Libre elección entre formas de vida celibatarias y no celibatarias; 4/ Valoración positiva de la sexualidad como parte importante del ser huma­no creado y aceptado por Dios; 5/ Mensaje de alegría en vez de mensaje de amenaza).

– Tomar algunos compromisos concretos para responsabilizarse de la tarea común de «construir la Iglesia» (bien puede empezarse por la adhesión al manifiesto apuntado, dán­dolo a conocer, etc.: cf. las iniciativas que se sugerían en el número anterior de la revista).

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