Jorge era un niño de 12 años. Era inocente y vivo, juguetón y maduro para su edad, prudente y nervioso, todo ello a la vez.
Salió de su casa un día de diciembre, próximo a las Navidades, porque ya no se le llamaba la «Navidad» sino las «Navidades», ya que bajo este nombre genérico todo cabía: el pavo, el langostino, el champán, el guateque, el Nacimiento, Dios encarnado y la madre que… «lava entre cortina y cortina».
Ese día fue con sus padres a unos grandes almacenes, como acostumbran casi todos los padres por estas fechas… Sus padres cogieron un carrito de esos que le echas una monedita y que suelen quedarse cortos al terminar el recorrido. Él se fue a dar una vuelta por aquel lugar tan bien adornado para las Navidades. Y comenzó a pensar: «Si esto está tan bien adornado, ¿no será que toda esta gente está esperando que nazca el Salvador?… Sí, eso que me dijeron el otro día en catequesis…»
Comenzó a mirar a cada persona con la que se encontraba, sus gestos, actitudes, miradas, carreras buscando la mejor oferta, listas de compra… Todo era un detalle que a él le llamaba la atención. Y es así, que pensó: «Esta gente necesita un Portal de Belén, un Nacimiento; lo haré y se lo pondré en la puerta para que al salir todos adoren al «Salvador».» Y empezó a realizar su misterio entre viviente y con figuritas.
A lo lejos, y mirando hacia la estrella, venían los magos de Oriente: Gasparnova, hombre de grandes bigotes; Melchorizo Revilla y el negro Baltasuchard de chocolate. Traían sus regalos a aquel extraño «salvador». ¡Cómo no! una video-consola, una anoréxica «Barbie» y un tamagochi para que no se aburriese en su vida oculta.
Puso después la burra y el buey, los personajes más inteligentes de cuantos había, pues se habían mantenido impasibles a lo largo de veinte siglos a pesar de las modas de cada época.
Posteriormente colocó a los pastores que estaban de guateque. Él no sabía bien qué hacían allí, pero como siempre volvían al Portal por Navidad, como «El Almendro», los puso.
«Y falta lo más importante», se dijo Jorge. Terminó con la Virgen, a la que llamó María Brizard, y Chap Fraijoxet, que atento, miraba para ver cuándo acababa todo aquello para poder destaparse en Nochevieja al hilo de las campanadas que esta vez presentaría su esposa.
«Ya está todo», se dijo, «creo que este misterio obedece a las expectativas de todos…, pero… ¡si falta el Salvador! ¿Cómo puede haber un Portal sin el Dios que viene a salvarnos?».
Y no lo dudó ni un momento, fue corriendo a sus padres, estaban pagando, les quitó la tarjeta de crédito que acababan de sacar y fue de nuevo a su Nacimiento. Lo colocó en el centro de su Portal en una gran cuna (marca Prenatal).
Todo el mundo al salir quedaba admirado, cantaban villancicos, rezaban y. adoraban a su Dios diciendo: «Gloria a Dios en la tierra y a los hombres de paz, pues los ama el Señor». Moraleja: ¿Quién es tu Salvador?
J. ANTONIO LUCA PIMIENTA (Pery)
Para hacer1. Ésta es una parábola que refleja una realidad: ¿Cuál? |