…o la necesidad de “hacerse todo a todos para anunciar el evangelio”
José María Rodríguez Olaizola, sacerdote jesuita, trabaja en la Pastoral Universitaria (Valladolid)
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
La reflexión de este artículo se enmarca en la perspectiva de la evolución pastoral de los modelos estables y procesuales (asociaciones, grupos, itinerarios), constatando el desajuste existente actualmente en los procesos de educación en la fe y en los espacios vinculados a su alrededor. Desde esta perspectiva señala un amplio conjunto de posibles ofertas pastorales (multiplicación de puntos de encuentro y de contacto, diversificación de ofertas), así como los principales vehículos: formación, celebración, reflexión, experiencia de comunidad, invitación a la oración.
Hace un año reflexionaba y escribía acerca de la pastoral hoy en día con universitarios y jóvenes adultos[1]. En ese contexto formulaba la posibilidad actual de articular modelos de trabajo más dinámicos que lo que han sido los centros de pastoral que han venido funcionando en muchos de nuestros círculos en las últimas décadas. Frente a esos modelos estables y procesuales aparece ahora la necesidad de pertenencias flexibles. Se me propone que desarrolle un poco más la idea de estas pertenencias flexibles. Con gusto intento darle una vuelta más a la cuestión, pues creo que es un horizonte que, sin ser tampoco una panacea pastoral, señala algunas oportunidades, y esto, hoy en día, en un tiempo de búsquedas e incertidumbres, no es poco.
- El enigma juvenil
Me permito comenzar entresacando de aquella reflexión primera algunas de las ideas que invitan a pensar en “lo flexible”.
Cuando pensamos en los jóvenes adultos hoy en día (entendiendo en un sentido amplio la gente que tiene entre 18 y 30 años), es difícil generalizar. Probablemente siempre es excesivo el pretender señalar “rasgos” de una generación, pero hoy en día lo es aún más, pues lo que encontramos son recorridos muy diferentes, especialmente en lo religioso. Es decir, que cuando hablamos de los jóvenes, y pensamos en cómo trabajar con ellos, nos toca asumir que la socialización religiosa que han tenido es muy diversa (y si comparte algunos rasgos son más bien los de la simplificación mediática y una visión relativamente pobre de los contenidos de la fe, de la que participan a veces los propios creyentes).
Junto a ello, hoy las biografías son cada vez más individuales. Los itinerarios vienen marcados por circunstancias cambiantes (movilidad geográfica, inestabilidad en instituciones tradicionalmente sólidas –familia, escuela y sistema educativo, iglesia- incertidumbre acerca del futuro) y como consecuencia no es automático el vincular a determinadas edades unas situaciones vitales u otras.
La inseguridad ante el porvenir termina dándole a todo una cierta pátina de provisionalidad, como que las cosas vinieran siempre con fecha de caducidad, y más allá de esa fecha no tuviera demasiado sentido mirar. En definitiva, un anclaje en el presente que olvida pronto lo ocurrido y renuncia a aventurar lo que aún está por venir.
La juventud es, además, un tiempo de intentar responder a los interrogantes por la propia identidad. Y aunque las preguntas sean comunes, las respuestas no lo son. Añadamos a esto una cierta fragmentación vital que es propia de la cultura postmoderna, que todo lo divide en compartimientos estancos que funcionan con lógicas diferentes y, a veces, contradictorias, sin hacer problema de ello.
El propio vértigo de nuestra sociedad no favorece la introspección, sino el sentimiento, y prima la experimentación sobre la reflexión. Esto tiene sus ventajas: A veces muchos discursos y análisis infinitos no han hecho más que engullir tiempo y paciencia, y puede haber mucha más sinceridad y espontaneidad en el sensualismo contemporáneo que en algunos planteamientos hiperideologizados. Sin embargo es verdad que hay que pararse un poco y ponerle nombre a las propias búsquedas y anhelos, y esto no siempre es fácil en el presente, más garante de emoción que de pensamiento.
Por último, frente a una capacidad crítica (muy saludable también para la fe), puede crecer más un cierto conformismo (hasta en la misma crítica, que en muchos casos se queda plantada en lugares comunes).
Al final el cuadro es colorido pero difuso. Es difícil trazar diagnósticos precisos y comunes. Es un intento vano el tratar de articular un único discurso que englobe y defina bien a toda una generación o un grupo de edad. La diversidad es quizás el único asidero. Es verdad que hay rasgos comunes, que hay iconos que todo el mundo conoce y dinámicas de las que la mayoría pueden participar. Pero la forma de crecer es distinta, y la pluralidad de discursos y lógicas que cada persona integra hacen que nos encontremos siempre ante un enigma cuando trabajamos con un joven (y esto, que suena a frase hecha y que quizás siempre se ha dicho, es hoy sin embargo una afirmación mucho más precisa que poética). No sabemos por dónde entrar, ni por dónde respira la persona que tenemos delante, ni podemos asumir sin más que, por conocer “algo” de su vida, ya podemos intuir cómo funciona.
Y dicho esto, ¿cómo hacer pastoral entonces? Si asumimos que hay cuatro objetivos fundamentales en nuestro trabajo pastoral con la gente joven: a) descubrir al Dios de Jesús; b) ayudar a sentirse Iglesia; c) abrir los ojos al mundo y c) construir una identidad cristiana, ¿desde dónde hacer esto?, ¿cómo trabajar?, ¿qué ofrecer y qué buscar?
- Las pertenencias flexibles
2.1. Los procesos e itinerarios estables. Un modelo se gasta
- El proceso.
Tradicionalmente han funcionado en muchos de nuestros contextos religiosos, parroquiales e institucionales, modelos asociativos y de grupos juveniles que se caracterizan por una estructura bastante bien definida. En dichos espacios las actividades, muy adecuadas a las edades, están pensadas para ayudar a un proceso de crecimiento personal, que vaya avanzando desde lo más humano a la experiencia espiritual y religiosa. En el modelo más “clásico” se podría hasta identificar cada etapa con edades precisas y específicas: A los 14 años uno estaba preparado para hablar de sinceridad, de amistad y de conflicto, a los 16 empezabas a ver el mundo y advertir sus contrastes (y de paso leías las bienaventuranzas que, sorprendentemente, descubrías relacionadas con ese mismo mundo que acababa de sorprenderte y acaso golpearte), y a los 17 ó 18 te atrevías a dirigirte a Dios como un “tú”, y a Jesús como una presencia –o incluso un amigo- … y a empezar una búsqueda y un diálogo que quizás te llevaran a preguntarte, en algún momento, “¿qué quieres de mí?”. (Esto es, sin duda, una simplificación, pero espero que la idea se entienda).
Para favorecer estos procesos se crearon itinerarios más o menos grupales, que incluían convivencias, grupos de maduración y algunas experiencias más puntuales (pascuas, actividades de verano), que iban ayudando a dar cuerpo a esas búsquedas personales. Esto no era algo automático. Cada persona respondía de un modo distinto, y siempre había quien se descolgaba en el camino, y quien daba respuestas diferentes. Y es una buena señal el que fuera así. Para entendernos, no se trataba de una cadena de montaje espiritual de la que todo el mundo tuviese que salir con un condicionamiento común, sino de ofrecer el evangelio y tratar de contribuir a que la gente (en sus diferencias) lo encontrase y lo abrazase como una riqueza en sus vidas. En cualquier caso lo cierto es que las regularidades en el proceso (edades, actividades, intereses, etc). ayudaban y parecían funcionar bastante bien.
Muchos centros pastorales se configuraron para responder a esa lógica del proceso: los grupos de reflexión y maduración en la fe generalmente ofrecían un itinerario correspondiente con las distintas edades. Otras actividades jalonaban ese crecimiento. Y la pertenencia a dichos centros era relativamente estándar. (más cuando muchos de ellos se dieron la forma de asociaciones juveniles, con todos los requisitos que esto implica: pertenencia formal, cuotas, organigramas más o menos definidos, etc). En el caso de las parroquias era la confirmación y la post-confirmación lo que permitía trazar y ofrecer líneas de crecimiento.
- La crisis
A lo largo de los años el modelo fue desajustándose. La infancia empezó a alargarse, de modo que lo que antes ocurría a los 14 años ahora no llegaba hasta los 16, y las preguntas que antes se formulaba una persona con 18, ahora habría suerte si uno se las hacía a los 23. Paradójicamente, este era el momento en el que desde muchas plataformas eclesiales se iba perdiendo la capacidad de trabajar con la gente en esas edades un poco más adultas (porque la oferta vital que tenían se diversificaba, porque la sed o la búsqueda de formación cristiana fue decayendo a medida que las familias dejaban de considerarla algo prioritario o básico, por el alejamiento de muchas personas –y especialmente jóvenes- de instancias eclesiales que se percibían como distantes o ajenas, y porque la propia sociedad cambiaba mucho más rápido y en direcciones diversas).
- El presente
Al haberse producido los citados desajustes en el proceso ¿no puede convertirse la estructura que nació para darle respuesta en una carcasa vacía, como un gran edificio deshabitado, de paredes sólidas pero sin habitantes? ¿No están, de hecho, muchos centros juveniles cristianos un poco despoblados, manteniendo una batalla intensa –pero desmoralizadora- por sobrevivir o resistir mientras se pueda? Sé que la formulación suena un poco dramática, y no quisiera parecer derrotista ni derrotado. Hay que matizar bastante las afirmaciones, y dentro de esa tónica, también hay iniciativas que abren nuevos horizontes, y espacios donde los procesos funcionan (especialmente allá donde, por la confluencia de elementos familiares y educativos en sintonía, sigue habiendo cantera). En todo caso, creo que, en buena medida, esta crisis del proceso y de los espacios vinculados alrededor suyo ha ocurrido. No se puede generalizar ni entender que esto sea así en todas partes. Pero lo cierto es que quienes trabajamos en pastoral nos vemos a veces desbordados, perplejos y necesitados de avanzar por nuevos caminos.
2.2. Entrar con la de ellos. Ofertas diversas con puzzles únicos
Entrar con a de ellos
Dice San Ignacio de Loyola que para anunciar el evangelio hay que intentar hacerse todo a todos, entrar con la de ellos para salir con la tuya (que, si la intención es recta, será la de Dios). Es decir, que en pastoral tienes que anunciar el evangelio, sí, pero tienes que hacerlo allá donde la gente está (en sentido literal y figurado), y con un lenguaje y unas propuestas que las personas puedan entender. De otro modo puedes estar diciendo cosas muy bonitas que suenan a chino a quien las escucha, que te mirará sorprendido, extrañado o molesto, pero en ningún caso interesado.
Ahora bien, hemos señalado en párrafos anteriores que hoy en día es difícil dar una respuesta única a ese “donde la gente está”. Ni siquiera aunque hablemos de jóvenes es fácil precisar por dónde respiran. Y, ciertamente, querer asociar los momentos vitales con edades cronológicas es aventurado. Hoy no puedes decir que un chaval de 17 años se haga tales o cuales preguntas por el mero hecho de tener esa edad, ni que uno de 23 tenga tales o cuales inquietudes. El joven que tienes delante es, de entrada, un enigma personal y sociológico. Aun suponiendo que esto haya pasado siempre, antes no ocurría con la generalidad de hoy en día. Por lo tanto, toca empezar a pulsar y tantear de una manera muchísimo más abierta para ver por dónde puede conectarse con la gente para empezar a compartir ese evangelio.
- El puzzle personal
Una imagen puede ayudar a entender la situación que estoy describiendo. Me voy a ayudar de dos juegos infantiles. Uno es una construcción de madera. Consta de muchas piezas de formas y tamaños diversos, y el objetivo es erigir una torre. El reto es ir poniendo las piezas hasta llegar a lo más alto. Evidentemente, aunque hay varias formas de llegar hasta arriba, todos los caminos reproducen una lógica que comienza por poner las piezas más grandes en la base, y después ir ascendiendo con las piezas pequeñas (y no hay otra forma de hacerlo, o si la hay es demasiado rebuscada). En cambio, tomemos un puzzle que reproduce un paisaje de cielo, montes, casas y río. Hay multitud de pequeñas piezas. Es bien posible que comiences colocando el marco, pero una vez hecho esto, y suponiendo que agrupes las piezas por colores –aunque también podrías hacerlo por formas- , los caminos son muchos. Hay quien comenzará por el cielo (monótono y azul, para quitárselo de en medio), y quien se lanzará primero a las casas, mucho más identificables… O al revés. El caso es que el puzzle va cobrando forma de un modo mucho más difuso: ahora esto, luego esto otro… va dejando ver formas y al tiempo enormes vacíos. Hasta llegar al final en que se ve la imagen completa.
Pues bien, la lógica del proceso tenía mucho de construir esa torre de madera, con un orden bien definido. A veces pienso que la pastoral hoy en día tiene que ser mucho más como el puzzle. Supuesto un marco mínimo, luego hay que ir empezando a poner piezas –a veces dispersas, difusas, y colocadas con lógicas diversas- para llegar a poder alcanzar aquellos cuatro objetivos que señalábamos como básicos en toda pastoral: Jesús, la Iglesia, el mundo y uno mismo.
- Una pastoral con muchos frentes
¿Qué quiere decir esto, aterrizando ya en la pastoral juvenil y universitaria? Que hay que multiplicar los puntos de encuentro y de contacto, y las ofertas para llegar a muy diversas demandas y sensibilidades. Que los grupos no pueden serlo todo, dado que hay muchas personas que pueden estar inquietas y ansiosas de algún tipo de actividad, pero por muy diversas razones se van a resistir con uñas y dientes (o más bien con indiferencia) a las propuestas de grupos de reflexión o profundización en la fe. Que en nuestros centros toca detectar distintos caminos y ofrecer vehículos que hagan todos esos recorridos, para que la gente se suba en alguno (y por cierto, también irán a distintas velocidades).
¿Cuáles son los posibles vehículos para recorrer ese camino? Sigue siendo importante, y cada vez más necesaria, la formación, en forma de grupos, talleres, lecturas, charlas o espacios de discusión, aunque muchas veces no es lo que atrae ni lo que motiva a la gente joven.
Puede resultar atractiva también la celebración, cuando nos encontramos con liturgias cuidadas, significativas para quienes participan en ellas, en las que la música –un lenguaje muy importante- tenga relevancia y el mensaje llegue explicado de forma cercana a las vivencias de las personas. Entre esas liturgias es evidente la centralidad de la eucaristía, dado que sigue siendo un espacio que al menos ofrece una presencia periódica de algunos jóvenes, pero también podríamos pensar en vigilias y otras celebraciones con diversos motivos. Por cierto, a veces un coro puede ser un lugar de encuentro muy atractivo.
También puede convertirse en un punto de partida cualquier experiencia o propuesta que invite a los jóvenes a la reflexión sobre la propia vida e identidad, y ahí los grupos y los acompañamientos personales son un posible camino para ayudar a esa introspección, pero también caben, por poner algunos ejemplos, un cine-forum, un camino de Santiago o un taller de habilidades sociales, siempre y cuando se ayude a las personas a extraer de ellos algunas claves de comprensión e interiorización.
Hay quien enganchará más bien por experiencias de servicio, como son los voluntariados, las experiencias de cooperación internacional y la participación en diversas organizaciones no gubernamentales, pero también actividades más puntuales (una feria solidaria o una campaña en un momento dado). Aunque estas áreas no tienen el eco que tuvieron en los años noventa, siguen siendo espacio en el que la gente joven sale de territorios conocidos, pierde un poco de pie y necesita recolocar algunas de sus prioridades y redefinir alguno de sus criterios. A veces esa es la puerta de entrada a otro tipo de preguntas.
La experiencia de comunidad se vive en muchos de los grupos y asociaciones, dando un matiz a la experiencia mucho más básica de la amistad. Muchas personas buscan sobre todo comunicación, encuentro, un poco de compañía o un lugar en el que pasar un tiempo… Hay para quien esta búsqueda de relación es el primer paso hacia un encuentro más hondo con el evangelio. Entre los jóvenes que buscan relación hay quien demanda compañía de un grupo de iguales, pero hay también quien pide un diálogo personal (no siempre acompañamiento) con alguien más adulto.
Otras personas tienen sed de espiritualidad, y van a responder a invitaciones vinculadas a la oración, ya sea ofertas sencillas de espacios de oración personal o comunitaria bien cuidados, procesos de iniciación o ejercicios espirituales. En definitiva, que en realidad todas esas son dimensiones de la vida cristiana, y todas ellas deberían estar presentes en una vida de fe madura y consolidada, pero, como en el puzzle, hoy en día podemos intentar empezar por alguno de los sitios para llegar a los demás.
Habrá que multiplicar y diversificar las ofertas tratando de que las personas puedan engancharse por alguno de estos caminos. Habrá distintos grados de cercanía de la gente joven, y más que hablar de un proceso común, habrá casi tantos itinerarios como personas se acerquen a nosotros. Entre las personas con las que contactamos las hay con distinto grado de cercanía a la iglesia, y las hay que pertenecen simultáneamente a muchos movimientos, teniendo en cuenta que hoy mucha gente joven tiene una agenda y una vida social y ocupacional de infarto.
En conclusión, el modelo de pertenencias flexibles es el que intenta ofrecer puntos de contacto en todas esas áreas de modo que cada persona pueda encontrar algún puente tendido por el que comenzar a recorrer un camino, y desde ese contacto primero va ofreciendo distintos itinerarios de profundización para ayudar a las personas a responderse a las cuatro interrogantes básicas de la pastoral: Dios, la Iglesia, el mundo y uno mismo. Pero siempre desde una capacidad de adaptación enorme para ir amoldándose a las innumerables situaciones de las personas que se acercan.
- Luces, sombras, incertidumbres y retos de este modelo
Este es el momento para indicar los límites claros de esta reflexión. No pretendo con ella estar dando la receta sobre cómo trabajar con jóvenes adultos. Tampoco creo estar inventando nada nuevo. Probablemente la historia de la pastoral ha visto muchas propuestas similares, y la alternancia entre “procesos bien definidos” e “itinerarios individualizados” es una de las constantes en el quehacer evangelizador. Estoy seguro, además, de que hay otras formas de plantear la pastoral juvenil hoy en día, y de que la realidad particular y específica de cada plataforma incide necesariamente en cómo los distintos agentes y equipos intentamos trabajar allá donde nos toca estar. Lo que intento, en todo caso, es compartir una forma de trabajo pastoral que he visto desarrollarse en algunos ámbitos y que parece ofrecer algo de luz y abre caminos nuevos. Pero como todo tiene sus límites y sus interrogantes, también esta propuesta plantea sus retos.
3.1. ¿Un mercadillo pastoral?
Hay quien se pregunta si no es quizás un modelo excesivamente mercantil. Después de todo, he hablado utilizando términos como oferta y demanda. Parecería que, para hacer frente a las demandas de sentido y trascendencia la opción fuera crear una batería inabarcable de ofertas de tal modo que las personas no pudieran resistirse a ello. ¿Terminaremos entonces creando el supermercado pastoral-espiritual donde la gente se pueda llevar, en cómodas dosis, un poquito de comunidad, algo de oración, unas gotas de trascendencia y un libro de instrucciones sobre Dios? Es más, ¿terminaremos también rebajando el “precio” para que la gente no se vaya a buscar gangas en otros “mercados” de sentido? Es decir, si tanto nos adaptamos a las personas y sus demandas, ¿no es posible que terminemos renunciando a exigir un compromiso mínimo para que también se nos queden las personas que no quieren responsabilidades?
Lo cierto es que no hay en este modelo un umbral de exigencia colectivo y común para todo el mundo. Es cada persona la que habrá de ir adquiriendo sus compromisos y sus estrategias. Ahora bien, eso no quiere decir que todo quede a expensas de las apetencias o intereses puntuales del joven ni que no haya capacidad o exigencia de compromiso. Lo que ocurre es que, dado que el itinerario es individual, no va a haber una única forma ni unos plazos fijos para estar en nuestros centros.
Habrá que salir de la dinámica en la que quienes más se implican o se afectan se sienten molestos porque hay otros que no “se mojan” tanto. Hay que ayudar a las personas a comprender que la diversidad es real, y que cada quién debe ser capaz de marcar su propio terreno, asumiendo que la propia dinámica no puede exigirse al resto. Esto requiere comunidades muy flexibles donde las fronteras entre pertenecer y no pertenecer se difuminan enormemente.
Otra de las exigencias de un modelo como este es la capacidad de irse renovando muy rápidamente. Quizás porque es el mismo ritmo de nuestra sociedad, y tal vez porque las dinámicas se gastan pronto en esta época siempre ávida de cambio. Lo que hoy funciona puede haberse vuelto rutina en un par de años. Así de crudo. Por esa necesidad de innovación y apertura de nuevos caminos estos modelos demandan trabajo en equipo y toda la cooperación posible, pues no todo lo que se haga podría ni debería pivotar únicamente sobre una persona. Habrá que mantener una cierta veta creativa y agilidad suficiente para abrir nuevos campos y cerrar otros…La tensión está ahí: Buscar fluidez en el cambio de formas y ofertas, mientras se mantiene un fondo inamovible: el evangelio, una palabra llamada a transformar las vidas y a ayudar a las personas a abrirse a Dios, al mundo y a ahondar en su propia humanidad.
3.2. La labor del agente de pastoral
El pastoralista tiene en este modelo una importancia básica. Es decir, la persona joven no tiene clara la imagen final del puzzle. De entrada, puede interesarle únicamente algo muy puntual, y quizás se acerca con un objetivo preciso y sin mucha más ambición. Es posible que alguna de las cuestiones que son básicas en la pastoral (Dios, la iglesia, uno mismo o el mundo), no le preocupen especialmente al joven que se acerca. Quienes tienen que tener ese horizonte son quienes lideran los proyectos. Esas personas y equipos tendrían que tener claro que todas esas dimensiones de la experiencia de fe (celebración, servicio, comunidad, reflexión, formación, oración), han de ir apareciendo en una vida que va adquiriendo una cierta hondura cristiana. Son los agentes de pastoral quienes han de ir buscando las formas de que cada paso conduzca un poco más allá a las personas, para ayudar a despertar o poner nombre a la sed de trascendencia y de interioridad que toda persona tiene. Pero han de hacerlo adaptándose a los ritmos y la disposición de cada persona, respetando su libertad, aceptando los rechazos y fracasos que pueda haber y asumiendo que el protagonismo en el proceso siempre va a ser del joven y, en todo caso, del Espíritu que puede actuar dónde y como quiere.
La labor fundamental del agente de pastoral no es el encontrar actividades atractivas que movilicen muchas personas, en una especie de obsesión por los números, algo que si se queda solo en eso puede convertirse en una trampa y una tentación. Tampoco se trata, sin más, de tener entretenido al personal en una catarata interminable de citas y eventos pastorales. Una vez que se establece el punto de contacto y algún tipo de vinculación, ya sea personal o comunitaria, entre los jóvenes y las plataformas evangelizadoras, lo que no debe perder de vista quien dinamiza dichas plataformas es que su función es ayudar a las personas a descubrir y reconocer la sed de Dios, a crecer en una pertenencia madura a la Iglesia real, a entender el mundo desde la fe y la propia vida en clave vocacional y misional. En definitiva, le toca ayudar a la persona a madurar como cristiano, y a que dicha maduración pueda ir siendo integral, incluyendo vida interior y acción, celebración y servicio, comunidad e identidad personal.
Para conseguir esa presencia significativa y ese acompañamiento de los itinerarios personales uno de los requisitos básicos es cierta perseverancia. Precisamente porque todo cambia rápido (incluso la configuración de los propios centros), se hace más necesario que nunca algo de estabilidad y permanencia en los pastoralistas. Si cada persona es distinta y sus itinerarios no reproducen un mismo esquema, entonces hace falta que quien acompaña dichos recorridos no esté cambiando constantemente, pues el conocimiento de cada persona es imprescindible.
3.3. Las plataformas flexibles
¿Dónde se pueden establecer este tipo de espacios de encuentro y evangelización? Supongo que, dado que no se trata de crear desde cero, y que distintos grupos eclesiales llevamos décadas trabajando en el ámbito juvenil, la posibilidad que se abre es orientar algunos de nuestros centros pastorales y comunidades para que sus fronteras sean más permeables y las pertenencias más flexibles. Y todo ello con las particularidades de cada lugar, pues no es lo mismo una comunidad parroquial, un centro de pastoral universitaria, una comunidad o movimiento cristiano o una asociación vinculada a un colegio, por poner ejemplos bastante comunes.
Sin intentar definir un único modelo, y asumiendo que la realidad no se puede encorsetar en un recetario, hay algunos elementos que posiblemente ayudarán a pergeñar este tipo de espacios abiertos y plurales: Lo primero, y cae por su propio peso con lo dicho hasta este momento, el trabajo ha de pivotar sobre equipos, pues implica una gran variedad de actividades y tener abiertos al tiempo muchos frentes. Además, si se quiere acompañar a las personas para ayudarles a leer lo que van viviendo, el trabajo compartido es imprescindible, pues a la gente hay que dedicarle tiempo, un recurso precioso y a menudo escaso en nuestras agendas sobrecargadas.
Lo segundo, habrá que aprovechar –allí donde estén al alcance- los recursos comunes. Por ejemplo, un templo desde el que poder ofrecer un culto abierto y cuidado; recursos formativos –las aulas de teología de la universidad allá donde hay, las programaciones de centros fe-cultura o la existencia de catecumenados y neocatecumenados parroquiales o comunitarios; la posibilidad de colaborar en voluntariados cercanos o en organizaciones ligadas a los propios movimientos (algo que, por ejemplo en movimientos ligados a las congregaciones religiosas suele ser asequible); y lo tercero, es deseable desarrollar las actividades en algúnespacio accesible. Al hablar de accesibilidad no aludo únicamente ni primero a las barreras físicas. Más bien me refiero a la conveniencia de tener lugares en los que el entrar para informarse sea fácil y no implique estarse adentrando ya en un ámbito exclusivo. No sé si será exacto, pero a veces tengo la sensación de que el paso más difícil muchas veces es el primero, y a menudo una cierta inseguridad o desconocimiento retrae a algunas personas de establecer ese primer contacto.
Conclusión
Todo lo expresado hasta este momento puede sonar ambicioso, y quizás demasiado soñador. La realidad es más prosaica, y las dificultades pesan frenando y cerrando muchos de los caminos que apuntamos. Cabría objetar que a la hora de aterrizar en los distintos lugares el punto de partida limita mucho lo que pueda o no pueda ofrecerse. Todo ello es cierto. No pretendo yo concluir que las cosas deban ser de una única manera. En todo caso, compartir algunas formulaciones desde la experiencia de ver cómo estos modelos flexibles funcionan y ayudan a los jóvenes a crecer en cristiano.
Al final no se trata de recetar, sino de reflexionar y compartir las búsquedas y las oportunidades; de entresacar intuiciones en un tiempo en el que todos tratamos de abrir caminos. Se trata, en definitiva, de apuntar líneas de trabajo que nos permitan, siempre, seguir comunicando el evangelio que transforma las vidas y redimensiona los proyectos vitales. Sin fórmulas milagrosas. La propia historia de la evangelización juvenil va oscilando entre pertenencias sólidas y flexibles, y quizás toca ahora retomar lo plural, lo difuso, lo distinto, para poder ayudar a las personas a dejarse llenar por Dios.
[1] José María Rodríguez Olaizola, «La pastoral con universitarios y jóvenes adultos», en Sal Terrae, Revista de Teología Pastoral, n. 94/8, septiembre 2006, (621-634).