LECTIO DIVINA SOBRE LA VOCACIÓN DE SAN PABLO

1 julio 2011

Javier Matoses
 
La transformación de Pablo
Algo sucedió en la vida de Pablo. Hubo un momento en que Dios mismo le tocó el corazón. Pablo quedó transformado interiormente y se dio cuenta de que todo cuanto había valorado en su vida no tenía importancia en comparación con Jesús. No sabemos exactamente —históricamente—, qué le pasó; quizá estaba en la sinagoga, discutiendo a grito pelado contra algún cristiano, y aquel le citó algún pasaje de los profetas que hablan del Mesías de Dios que sufre por nuestros pecados; o quizá fue en un momento de oración personal; o quizá leyendo él mismo al profeta Isaías… No tenemos los datos de ningún periodista de la época.
Pero sí sabemos qué sucedió en el interior del corazón de Pablo. Lo sabemos porque nos lo cuenta Lucas. Recordemos que a Lucas no le interesa contarnos curiosidades como anécdotas del pasado. Todo lo que Lucas cuenta tiene un significado interior y actual, y por eso nos lo escribe.
Descubrir el sentido profundo del relato de Lucas es lo que nos proponemos. No nos fijemos en los detalles externos, ni nos preguntemos si sucedió «de verdad» (la luz resplandeciente, la voz, las ceguera, etc.); sabemos que sí sucedió en el corazón de Pablo, y ahí nos queremos meter.
 
Lectura orante de la vocación de san Pablo (Hechos 9,1-9)
La lectura orante de la Biblia, o Lectio Divina, es una forma de acercarse a la Palabra de Dios en clima de oración. Los cristianos leemos la Biblia porque Dios nos quiere hablar a través de ella, pero a veces es difícil entenderla; en algunas ocasiones porque se trata de textos muy antiguos y en otras porque su mensaje es muy profundo.
La Lectio Divina tiene cinco momentos para que nos acerquemos poco a poco a la Palabra de Dios, nos dejemos interpelar por ella y lleguemos a hacer oración con ella: Lectura, Meditación, Oración, Contemplación, Acción.
Antes de empezar, busca un lugar tranquilo y sosegado y pídele a Dios que te ayude y te ilumine.
 

  1. Lectura: ¿Qué dice el texto?

Lee el texto despacio, varias veces, fijándote en los detalles, y pregúntate qué quiere decir el evangelista. Observa de cerca el drama de la experiencia humana de Pablo, cómo empieza y cómo acaba, qué pretendía al principio y qué hace al final.
Hechos 9,1-9
Saulo, que seguía respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote en Jerusalén y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, con el fin de llevar encadenados a Jerusalén a cuantos seguidores de este camino, hombres o mujeres, encontrara.
Cuando estaba ya cerca de Damasco, de repente lo envolvió un resplandor del cielo, cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
-Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?
Saulo preguntó:
-¿Quién eres, Señor?
La voz respondió:
-Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y allí te dirán lo que debes hacer.
Los hombres que lo acompañaban se detuvieron atónitos; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, pero, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada; así que lo llevaron de la mano y lo introdujeron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver y sin comer y sin beber.
 
Después de leer y reflexionar sobre el texto, puedes leer las notas de tu Biblia o acudir a algún comentario para entenderlo mejor. Pero recuerda que lo que tú hayas reflexionado es tan valioso como lo que otra persona haya escrito. A continuación presentamos un comentario que se fija sobre todo en los símbolos y en la experiencia interior de Pablo.
 
Comentario de Hechos 9,1-9
 
El protagonista
Comienza el relato situando al protagonista. El origen de todo lo que se va a narrar está en la «respiración» de Pablo, es decir, en lo que hay en su alma, en lo que constantemente entra y sale del cuerpo (el aire), y le da vida. Con esta metáfora Lucas nos está diciendo que Pablo había decidido dedicarse totalmente a esta misión. Era su «respiración».
Por ello, Pablo decide presentarse al sumo sacerdote y pedirle autoridad contra los cristianos en otras ciudades. Sabemos que no era posible hacer un viaje de 600 kilómetros con un grupo de policía judía, atravesando distintas provincias del Imperio como si tal cosa. Los romanos no lo hubiesen permitido. Pero lo importante no es el hecho, sino la crueldad con la que se nos presenta a Pablo (quería encadenar a hombres y mujeres).
 
Intervención repentina
Pablo se pone en camino; se supone que iba acompañado, pero a Lucas todavía no le interesa mencionarlo. Está cerca de Damasco, es decir, a punto de conseguir el objetivo que él mismo se ha marcado, pero algo le sucede «de repente», un «resplandor del cielo» y una «voz». El autor no se inventa todas las palabras, las aprovecha de otros relatos que hay en el Antiguo Testamento. Pero lo hace a propósito, está diciendo: el mismo Dios que se manifestó antiguamente, el mismo Dios que Pablo cree estar obedeciendo, el mismo Dios que le dio la ley a Moisés, es el que se está presentando aquí ante Pablo.
En las escrituras judías encontramos que Dios se manifiesta a veces con un resplandor y con una voz que vienen del cielo. En aquella época sabían muy bien que se trata de imágenes simbólicas para decir algo muy importante: ¡Atención, Dios te está hablando, hazle caso!
Todo esto le sucede a Pablo cuando iba hacia su destino. Pablo no estaba parado. Esto simboliza el camino de la vida; es decir, Dios se aparece en la vida concreta, en la que vivimos cada uno. Se aparece de repente, de la forma que menos lo esperamos. No espera que vayamos a buscarlo en lugares escondidos, él mismo ha decidido ir a nuestro encuentro.
El resplandor, símbolo de Dios («yo soy la luz», dice Jesús en el evangelio de Juan), envuelve totalmente a Pablo. Dios se le hace presente de forma poderosa, de forma que lo abarca enteramente. Como resultado Pablo cae a tierra. Los pintores de muchas épocas se han imaginado a Pablo cayendo de un caballo. El texto no menciona ningún caballo, pero sí es una imagen acertada. El hombre sentado sobre su caballo representa a alguien seguro de sí mismo, poderoso, afirmado en sus creencias. El hombre que cae del caballo es símbolo del que pierde sus seguridades, del que corre el riesgo incluso de morir, del hombre caído. También en castellano tenemos una expresión: «bajarse del burro», que significa algo parecido.
Pablo «cae al suelo». Nos importa poco si esta caída fue física (¿se dio un tortazo de verdad y le salió un chichón?), porque sabemos que la caída sí fue espiritual. Todo por lo que había luchado hasta entonces se le desmoronó. La ley de Moisés, en la que había puesto toda su confianza, dejó de ser la clave de su vida. En otra expresión castiza: «se le cayeron los palos del sombrajo».
Cae a «tierra», precisamente al lugar de donde proceden los seres humanos (del polvo de la tierra formó Dios a Adán). La tierra aquí se opone al «cielo» de donde viene la luz. La caída de Pablo supone que toda su vida anterior había estado equivocada, debe volver a ocupar su lugar en la tierra para dejar que Dios lo cree de nuevo, como hizo con Adán. Además, la postura del hombre caído en la tierra es la situación del que no tiene vida, del cadáver. Tan sólo Dios será capaz de devolverle la vida a este hombre caído.
 
Una voz del cielo
La voz de Dios se hace necesaria, porque sin sus palabras no se entiende nada. Pablo tan sólo ha visto una luz que lo envuelve; ahora la voz comienza dirigiéndose a él y llamándole por su nombre. Además, al principio el narrador ha hablado de «Saulo», pero ahora la voz dice «Saúl»; es el mismo nombre hebreo, pero el primero está en forma adaptada por los griegos (todo el libro de los Hechos está escrito en griego), y el segundo recuerda más bien la forma original hebrea. Es decir: Dios le habla por su nombre y en su lengua materna; la voz de Dios pretende ir a lo más profundo de su corazón, quiere interpelarle en lo más hondo. No le va a hablar de opiniones ni de anécdotas superficiales. Lo que está a punto de decirle le va a transformar en su interior.
Tras el nombre, lo primero que le dice la voz es una pregunta: ¿Por qué? Sabemos que se pueden hacer muchas preguntas ante cualquier hecho, pero la más profunda de todas es «por qué». De nuevo queda claro que Dios se dirige a las motivaciones del corazón, a lo que justifica toda la vida de Pablo. Le pregunta en concreto: «¿por qué me persigues?» Es decir: «¿Por qué has montado toda tu vida en una persecución?», «¿por qué has hecho de la persecución, de la violencia, el fundamento, el porqué, de tu vida entera, de tu ‘respiración’?»
Saulo no tiene respuesta. Podría haberle dicho: «Quiero defender la ley de Moisés, quiero servir a Dios». Pero ha preferido preguntar él también: «¿Quién eres?» Se trata de una pregunta por la identidad. La voz y la luz son símbolos claros que cualquier judío entiende: expresan la presencia de Dios. Pero ahora Pablo, como se le han caído al suelo todas sus convicciones, sólo puede preguntarse: «¿Quién es éste que me habla? ¿Quién es este Dios que yo creía conocer, pero que ahora me doy cuenta de que no conozco?»
La voz le responde con claridad: es Jesús. El Dios de los judíos, el que se expresó siglos atrás dándole a Moisés la ley, ahora se manifiesta de forma más perfecta en Jesús de Nazaret. Es decir, que para conocer a Dios, hay que conocer a Jesús. Precisamente lo que Pablo estaba persiguiendo.
Y después de responder, Jesús comienza a darle órdenes. Esto es muy importante, porque hasta ahora Pablo había hecho lo que había querido; nadie le mandaba, él había decidido presentarse ante el sumo sacerdote, él quería perseguir a los cristianos, él quería ir a Damasco. Ahora eso se ha terminado. Ahora es Dios el que toma las riendas de la vida de Pablo y le da tres órdenes: levántate, entra en la ciudad, y ya te diré.
 
Pablo responde
A continuación presenta Lucas a los acompañantes de Pablo. Lo hace aquí y no antes por tres razones. La primera es que Pablo, antes, no necesitaba de nadie. Pablo, aunque tuviese a gente alrededor, vivía solo en la vida de persecución que él se había montado para sí mismo. La segunda tiene que ver con el suspense: Jesús le acaba de dar tres órdenes, pero ahora nos viene la pregunta: ¿Qué hará Pablo? ¿Le hará caso? ¿Le rechazará? Porque Dios siempre respeta la libertad; la voz que manda a Pablo no lo arrastrará si él no quiere. Hay una tercera razón que es parecida a la segunda: Lucas quiere que el lector (es decir, tú y yo) nos preguntemos también qué hacemos ante los mandatos de Dios. ¿Le obedecemos? ¿Lo rechazamos? ¿Fingimos no haber oído? ¿Pedimos tiempo para reflexionar?
De los acompañantes de Pablo sólo se dice que estaban asombrados por la voz y que no veían a nadie. Son elementos normales en los textos que Lucas está imitando. La intervención de Dios es asombrosa (para el corazón), aunque no sea espectacular en lo externo.
¿Y qué hizo Pablo? Se levantó en seguida. Lo primero que le pide Jesús es: «Levántate»; lo primero que hace Pablo es levantarse. Esto tiene un nombre claro: obediencia. Pablo obedece inmediatamente a Dios; a pesar de que se le ha caído su esquema mental, de que todo lo que valoraba antes ya no tiene importancia, es capaz de obedecer a su Señor. Además, Lucas subraya: «se levantó del suelo», es decir, del sitio al que había caído antes; deja de estar en la tierra, en la postura del hombre sin vida, para estar ahora de pie, que es la postura del vivo, del que ha recibido la vida porque Dios se la ha querido dar.
Pero hay un problema; Pablo sigue sin comprender nada. Esto se expresa con el símbolo de la ceguera. Aunque intentaba comprender, intentaba ver qué quería decir todo aquello, no podía ver, no podía captar cuál era el mensaje que Dios le quería dar. Por ello, queda ciego, sin visión interior de las cosas. Tendrá que esperar. La conversión es un proceso que lleva su tiempo, el tiempo de Dios.
Le quedan dos órdenes de Dios por cumplir. Pero la segunda no es capaz de hacerla sin ayuda. Por ello necesita que lo lleven a la ciudad, y además, lo llevan «de la mano», como si fuese un niño, como si estuviese de nuevo aprendiendo a caminar, como si se tratase de un nuevo nacimiento. Dios lo ha vuelto a crear, lo ha levantado de la tierra y ahora lo acompañan como a un crío hacia el nuevo nacimiento que será el bautismo.
Y en Damasco está tres días sin comprender nada, sin saber a qué viene aquella intervención repentina de Dios en su vida. «Tres días» que nos recuerdan el tiempo que Jesús pasó en el sepulcro, mientras la creación entera esperaba, expectante, que Dios sacase vida de donde era imposible que la hubiese. Pablo espera también a que Dios se manifieste a él y le explique, le haga ver de nuevo.
Además, Pablo ayuna. Es un símbolo claro de la debilidad humana. Ayunar es una forma de decirle a Dios: «reconozco mi limitación, mi debilidad; sólo tú puedes darme la vida; yo, por mí mismo, no soy capaz».
 

  1. Meditación: ¿Qué me dice Dios a mí?

En el segundo momento de la Lectio Divina medita lo que Dios está diciéndote a través de su Palabra. En la Lectura nos hemos preguntado qué dice el texto para cualquier persona, pero ahora compáralo con tu vida, con tus alegrías y preocupaciones, con tus actitudes y valores, buenos y malos, con aquello que Dios ve dentro de tu alma. Ningún comentario puede suplir tu propia reflexión.
No necesitas fijarte en todos los aspectos del texto, detente solo en los que son importantes para ti.
Observa de nuevo el proceso de Pablo, y aplícalo a tu propia vida.
Pablo comienza teniendo toda su vida muy clara. Sabe lo que quiere, se mueve con decisión. Hasta cree que está obedeciendo a Dios.
 

  • ¿Cómo actúo yo? ¿Cuáles son los valores más importantes en mi vida? ¿Coinciden con los de Jesús?

 
Pablo tiene una experiencia en la que sabe que Dios le está llamando por su nombre, se dirige de forma especial a él y le pregunta por el porqué de su vida.
 

  • ¿Cómo me habla Dios? ¿Lo descubro en los acontecimientos cotidianos y en los especiales? ¿Lo veo en las personas que me rodean? Dios me está llamando siempre, ¿soy capaz de oírle?

 
Pablo cae a tierra cuando Dios se cruza en su vida.
 

  • ¿Soy capaz de aceptar que Dios puede hacer cambios en mi vida, que me puede pedir que salga de mi rutina y lanzarme a horizontes desconocidos? ¿Podré cambiar mi forma de ver el mundo, o vivo con comodidad en mi visión de las cosas?

 
Jesús le da instrucciones muy sencillas, y le pide que permanezca a la espera, que confíe en él. Más tarde ya le dará la misión de toda su vida, anunciar el evangelio por todo el imperio. Pablo comienza haciéndole caso, pero en seguida descubre que necesita la ayuda de los demás.
 

  • ¿Qué me pide Dios a mí?
  • ¿Soy capaz de aceptar la ayuda de otros, o le exijo a Dios que me hable de la forma que yo quiero? ¿Soy consciente de que Jesús me puede dirigir su Palabra a través de otras personas y acontecimientos, aunque yo no me lo espere?

 

  1. Oración: ¿Qué le digo yo a Dios?

El tercer momento es también muy personal. La Oración es hablar con Dios, poniendo ante él nuestra vida. Aunque no oigamos a Dios como quien está a nuestro lado hablándonos, sí lo hemos oído a través de la Lectura y Meditación de su Palabra. ¿Cómo le respondes? ¿Qué crees que está esperando de ti?
No te preguntes si Jesús te está llamando o no. Él llama siempre y a todos a amar; a cada uno y cada una con una vocación diferente y especial. Manifiéstale ahora cómo te sientes, cómo vives tu amistad con él. Quizá hayas oído su llamada con más claridad, quizá solo de forma confusa y general. Este es el momento de confiarte a él, de preguntarle, de responderle, de pedirle…
 

  • Dios me llama, ¿qué le respondo?

 

  1. Contemplación: ¡Gracias!

La Lectio Divina culmina con un momento de contemplación que no es fácil de explicar. Se trata de agradecer a Dios por todo lo que recibimos de él. No hay un límite claro entre el momento anterior —la Oración—, y la Contemplación.
Contemplar a Dios es una experiencia de pocas palabras y mucho sentimiento. Los grandes maestros de oración suelen expresarse con poemas e imágenes. Pero cualquier cristiano puede sentir y vivir que está en comunión con Dios sin necesidad de ser nadie especial. Porque para Dios todos somos especiales. Él nos ha creado a su imagen, nos conoce, perdona nuestra debilidad y nos ama con su corazón de Padre.
Contempla, pues tu vocación, la llamada que Jesús te está haciendo aquí y ahora. Dale gracias, o muéstrale tu sentimiento, tu vivencia ante lo que te pide. ¿Alegría? ¿Miedo? ¿Serenidad? ¿Dudas? Jesús sabe cómo somos los seres humanos, nos conoce muy bien y puede comprenderte.
 

  1. Acción

Para finalizar la Lectio Divina, siempre es bueno plantearse qué cambios está deseando Dios en mi vida, qué acciones podría hacer yo, qué compromiso podría mejorar o simplemente mantener.
No se trata de plantearse exigencias que nos superen, tan solo de comprender que la oración siempre está relacionada con la vida. «Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Juan 4,20).
 

  • ¿Cuál es mi respuesta a la llamada de Jesús?

 

Javier Matoses