LLAMADOS POR JESÚS A SER SUS SEGUIDORES

1 enero 2011

ELEMENTOS ESENCIALES DE LA VOCACIÓN CRISTIANA

Juan José Bartolomé SDB
Trabaja en la Curia General de los Salesianos

SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Juan José Bartolomé, conocido biblista, estudia en clave pastoral el conocido texto de Mc.1, 16-20. Es el más antiguo relato vocacional de los discípulos del Señor. Por lo tanto se convierte en paradigma para todo discípulo de Jesús. Aquí descubre, el autor, consecuencias prácticas para la pastoral vocacional.

“El secreto de la vocación

está en la capacidad y en la alegría

de distinguir, escuchar y seguir la voz de Dios”[1]

 
La tradición evangélica es unánime en presentar a Jesús desde los inicios mismos de su ministerio público, desplazándose por pueblos y aldeas acompañado de un grupo de personas, que no eran familiares suyos (Mc 3,31-35) ni meros oyentes anónimos (Mc 4,1-10.33-34), sólo seguidores. La característica más evidente que los contradistingue de cuantas personas se acercaban al Maestro de Nazaret era esa estrecha relación que a él les unía, una relación nacida por decisión personal de Jesús y mantenida como convivencia ininterrumpida.
Los relatos de vocación de los primeros discípulos (Mc 1,16-20; cf. Mt 4,18-22; Lc 5,1-11; Jn 1,35-50) son la crónica del inicio de esa relación. Además de recoger recuerdos históricos de lo sucedido, estos textos presentan la llamada de Jesús como prototipo de toda auténtica vocación cristiana. Quien quiera saber qué es vocación, por qué surge y cómo se vive tiene que retornar a ellos.
 

  1. El relato de vocación más antiguo (Mc 1,16-20)

Si, como se cree, Marcos es el primer evangelio escrito, su narración de la vocación de los primeros discípulos de Jesús ha de considerarse el relato más antiguo de vocación que nos ha transmitido la tradición evangélica.
Esta primacía ‘cronológica’, que lo hace preferible frente a los otros relatos análogos (Mc 2,13-14; Mt 4,18-22; Lc 5,1-11, Jn 1,35-51), no lo hace más generoso en los detalles ni facilita su comprensión: el evangelista, que ha recogido en su crónica la memoria de un hecho histórico, ha idealizado el episodio, generalizándolo, y lo ha acomodado a su propio proyecto editorial. Lo que significa que el relato, aun recordando un suceso real de la vida de Jesús, refleja más bien la comprensión que de él tenía el evangelista. En la intención de su autor, Mc 1,16-20, además de señalar el comienzo de la misión pública de Jesús de Nazaret, es el paradigma de todo inicio vocacional: el discípulo de Jesús, en cualquier tiempo, deberá reconocer en esta narración sucinta y estilizada los datos esenciales de su llamada personal.
No hay que insistir aquí en el hecho de que Jesús invitara a hombres a seguirle, a quienes exigía una lealtad personal tan exclusiva como insólita e inexplicable en su entorno social (Mt 8,21-22/Lc 9,59-60)[2]. Es un hecho históricamente seguro. Pero que haya ocurrido, ciertamente, que Jesús haya invitado a algunos a seguirle más de cerca mientras estaba predicando el reino, no significa que el relato sólo quiera decir eso. Para hacerse con la visión del redactor habrá que entender previamente su forma de presentar el suceso. Lo que se consigue viendo el lugar donde lo ha situado y la función que allí le corresponde y, sobre todo, examinando la narración en sí misma.
1.1 Un dato significativo
Marcos sitúa la primera invitación de Jesús al inicio del evangelio. Este dato, que suele pasar desatendido, es relevante; encuentra confirmación, además, en el cuarto evangelio, que testimonia una tradición diferente sobre el surgimiento del primer grupo de discípulos (Jn 1,35-50): el primer encuentro de Jesús con personas concretas, inmediato a su presentación pública como predicador del Reino (Mc 1,14-15; Jn 1,29), se resuelve en una llamada al seguimiento (Mc 1,17.20; Jn 1,39)[3].
Jesús de Nazaret no quiso, pues, predicar el Reino de Dios cercano sin contar con hombres que compartieran vida y tarea. Más aún, su primera actuación como anunciador de la cercanía de Dios consistió precisamente en procurarse hombres que le estuvieran cercanos, porque le iban a seguir dondequiera él fuera. Quienes iban a ser luego testigos legítimos de la tradición (Lc 1,2) debían estar con Jesús desde el principio (cf. Hch 1,21-22; 10,37-39).
El seguimiento de Jesús (Mc 1,16-20) es, pues, la primera ‘institución’ que surge después la predicación del Reino de Dios (Mc 1,14-15): Jesús empezó a realizar su anuncio, cuando invitó a su seguimiento; alcanzó su destino, cuando se vio abandonado por cuantos le habían seguido hasta entonces (Mc14,17-52). La constante compañía de discípulos caracterizó la misión de Jesús: el predicador de Nazaret que se sabía con el Dios cercano como tema único de su vida, no supo proclamarlo desde la soledad personal. Reino de Dios y el seguimiento de Jesús derivan de la misma fuente: la conciencia mesiánica del Jesús histórico. No queda otra explicación plausible mejor.
 
1.2 Contexto narrativo
Tras un breve prólogo, que le ayuda a presentar a Jesús, anunciado por el Bautista (Mc 1,2-8), proclamado Hijo por Dios mismo (Mc 1,9-11), vencedor del diablo (Mc 1,12-13), Marcos narra la actividad de Jesús en Galilea (Mc 1,14-8,26), donde desvelará progresivamente su identidad mesiánica con incuestionable autoridad (Mc 1,22.26; 2,12; 4,41).
Este primer gran bloque narrativo puede subdividirse en tres secciones (Mc 1,14-3,12. 3,13-6,6; 6,7-8,26), que comienzan y terminan de forma análoga: un sumario sobre la actividad de Jesús (Mc 1,14-15; 3,3-12; 6,6b), seguido de una escena sobre el discipulado (Mc 1,16-20; 3,13-19; 6,7-13) en el inicio; al final, cada sección recoge una reacción negativa de frente a Jesús (Mc 3,5-6; 6,1-6a; 8,14-21), quien se ha dedicado a decir y a hacer (cf. Hch 1,1) el Reino.
En la primera sección narrativa (Mc 1,14-3,6) Marcos presenta a Jesús obrando con autoridad (Mc 1,22.24; 2,10), respondiendo a las necesidades de los hombres lo mismo que a las objeciones de escribas y fariseos (Mc 2,6-10.23-28; 3,1-6): enseña y sana, invita al seguimiento a unos (Mc 1,16-20; 2,13-14) y ofrece salvación a todos (Mc 2,13-17).
La presentación de Jesús, hombre del Espíritu (Mc 1,10.12) y maestro de indiscutible autoridad (Mc 2,27), va prologada, pues, por este relato de una doble vocación: estos primeros discípulos serán también, a lo largo del evangelio, los testigos privilegiados de la actuación mesiánica de Jesús (Mc 5,37; 9,2; 13,3; 14,33): ellos deberán continuarla hasta alcanzar a todas las naciones (Mc 13,10). El seguimiento no es, pues, la meta en sí misma; es el método para llegar un día a ser sus enviados y plenipotenciarios (Mc 6,7-13).
La vocación de los primeros discípulos (Mc 1,16-20) es la primera demostración de eficacia de su palabra y de la autoridad que acompaña su hacer personal. Puesto que la narración previa (Mc 1,2-16) no prepara (como en Jn 1,40) ni hace verosímil el seguimiento inmediato (así Lc 5,1-11), Jesús queda presentado, aunque sea de forma velada, como una personalidad raramente irresistible. El relato sigue sin solución de continuidad al primer anuncio, programático, del Reino (Mc 1,14-15) y antecede a la primera alusión de una enseñanza nueva, autoritativa, de Jesús (Mc 1,21-22), quien puede vencer espíritus inmundos y enfermedades (Mc 1,23-2,12) lo mismo que seguir llamando al seguimiento (Mc 2,13-14) y discutir con los entendidos (Mc 2,15-3,6).
Los seguidores de Jesús no se perfilan aún, en esta etapa de la narración, como grupo a se, distinto de los demás; son simplemente acompañantes del maestro que enseña con autoridad (Mc 1,21.29.36) y ante quien el pueblo se pregunta sobre la eficacia de su magisterio (Mc 1,27). El seguimiento no deberá ser considerado, ni solo ni principalmente, un suceso individual del llamado, una gracia que le ha sido concedida personalmente, siendo como es una necesidad de Jesús, mientras y porque está predicando el Reino de Dios.
 
1.3 Estructura del relato
Marcos ha recibido de la memoria comunitaria la tradición que narra. Pero la cuenta según su propio plan, estilizando al máximo el relato: reduciéndolo a lo esencial, logra hacerlo ejemplar para un mayor número de lectores, que podrán reconocerse en él con más facilidad. Su brevedad y el marcado esquematismo con el que ha sido construido no nos informa sobre lo que sucedió en realidad; más aún, lo que dice no resulta del todo convincente. Pero es así como deja entrever mejor las ideas matrices de su teología de la vocación. La mejor forma de hacerse con ellas será atenerse a cuanto narra y, en especial, a cómo lo narra.
El relato está claramente dividido en dos partes, construidas ambas en estrecho paralelismo, que queda resaltado por la repetición de ciertas palabras[4]. Salva de la monotonía, que podría producir la similitud de las dos escenas, cierta tensión narrativa que emerge si se las compara: en ambas escenas, Jesús se encuentra y llama a una pareja de hermanos, pescadores; la llamada de Jesús queda, primero, explicitada en la única irrupción del estilo directo (Mc 1,17); luego es solo aludida (Mc 1,20a); además, la renuncia de la primera pareja (Mc 1,18) está menos pormenorizada que la de la segunda, es menos radical (Mc 1,20c): los primeros dejan el trabajo, los segundos, trabajo y hogar.
 
Primera escena: vocación de Pedro y Andrés (Mc 1,16-18)
 
16 “Y pasando a lo largo del mar de Galilea[5],
a vio a Simón y a Andrés, hermano de Simón,
b echando las redes al mar; eran pescadores.
c 17Jesús les dijo: ‘Ea, (venid), detrás de mí.
Haré que seáis pescadores de hombres’.
b’ 18Y, al instante, dejando las redes
a’ le siguieron”.
 
Segunda escena: vocación de Santiago y Juan (Mc 1,19-20)
 
19 “Y pasando un poco más adelante,
a vio a Santiago Zebedeo y a Juan, su hermano;
b estaban en la barca arreglando las redes,
c 20Y, enseguida, los llamó.
b’ Y dejando a su padre en la barca con los jornaleros,
a’ se fueron detrás de él”.
Las dos escenas se abren y cierran de forma idéntica: pasando Jesús ve a unos hombres (Mc 1,16.19); éstos, hermanos en ambos casos (Mc 1,16.19), terminaron por ir tras de él (Mc 1,18.20). Este cambio de actividad impone la liberación inmediata de su ocupación previa (Mc 1,16-17.19-20). El elemento que provoca el cambio es una palabra de Jesús, que sólo está explicitada en la primera escena (Mc 1,17. 20).
 
Estas correspondencias destacan los datos esenciales de la vocación según el relato:
 

  1. La iniciativa de Jesús es previa y soberana: Jesús es, en toda la narración, protagonista indiscutido; pasa, ve, habla y es, al instante, obedecido.
  2. El seguimiento es consecuencia de una llamada personal y se realiza como un caminar subordinado: la convivencia con Jesús la consigue quien marche en pos de él, … y mientras lo haga.
  3. Se da un cambio de ocupación en el llamado: las redes, la barca, el padre, serán sustituidos, todos ellos, por Jesús, sólo él. Jesús reemplaza anteriores quehaceres; ir tras él se convierte en la ocupación del discípulo, exclusiva y excluyente; el que le sigue no tiene más que hacer…, ni menos.
  4. Es realmente significativo que en el centro del relato esté una palabra de Jesús, explícita (Mc 1,17) o sólo narrada (Mc 1,20): revela la naturaleza dialogal de toda vocación. Pero no hay conversación, ni tiempo para convencer; se da una orden que es de seguida de inmediato. El llamado, una vez que ‘oye’ a Jesús, queda con él en deuda de respuesta. Es quien llama, y no quien se siente llamado, el que provoca la respuesta, quien constituye al llamado en ‘responsable’ de la vocación.

 

  1. La llamada de Jesús: elementos constituyentes

Al tiempo que hace crónica de las dos primeras llamadas, el relato presenta el esquema básico, la forma esencial, de toda posible vocación cristiana. La estructura narrativa, tal como ha quedado expuesta arriba, lleva a distinguir tres elementos constitutivos:
 
2.1 Iniciativa de Jesús
El llamado es un iniciado. Antes incluso de saberse interpelado (Mc 1,17.20), el futuro seguidor de Jesús, habrá sido, para su sorpresa, meta de sus pasos y objeto de su mirada (Mc 1,16.19). Antes de oír la invitación, habrá sido buscado y encontrado, identificado en su entorno concreto, junto al mar; descubierto personalmente se sabrá agraciado con su mirada. El Jesús que mira a quien llama es un Jesús que se mueve hacia él, que le mueve, mejor dicho, hacia él la predicación del Reino (Mc 1,9.14); es precisamente este pasar previo de Jesús y su fijarse en uno lo que antecede al saberse llamado. La iniciativa de Jesús precede a la conciencia misma del discípulo (cf. Jn 15,16). En la narración se destacan dos momentos en esa iniciativa de Jesús.

Es Jesús quien se acerca
En su camino de ida hacia los hombres con la Buena Noticia como quehacer, Jesús pasa al lado de unos hombres, que estaban junto al mar[6]. Este Jesús, que no encuentra reposo (Mc 1,35-39), es un caminante con un causa, no deambula desocupado, va urgido por la causa de Dios.
Nada sabemos de antemano de los hombres con los que se topa, salvo sus nombres, su parentesco y su ocupación. Eran hombres sin historia hasta que se encontraron con Jesús. Cuando éstos adviertan su presencia, al oír sus palabras, reconocerán haber sido ‘encontrados’ por él: el discípulo surge en la misión personal de Jesús, de su pasar mientras predica el Reino. De ahí que resurja siempre que se encuentre caminando detrás de él, compartiendo camino y misión, aun a sabiendas de que ambas culminan en una cruz (Mc 8,34-38).
Esta precedencia de Jesús, yendo en busca de los llamados, evoca el paso salvífico de Dios en el AT, quien solía encontrarse con sus elegidos, mientras éstos se ocupaban de tareas profanas (Ex 3,1-21; Jue 6,11-23; Am 7,14-15; 1 Sam 7,8; Sal 78,71-72). Aquí Jesús va hacia el hombre ocupado en su sustento; hallarlos enfrascados en ocupaciones que hacen impensable el destino que conocerán tras su llamada resalta más aún la impreparación para la misión encomendada en la que vivían. No eran hombres desocupados, a la espera de un objetivo por el que afanarse; estaban metidos de lleno en un trabajo que poco, si algo, tenía que ver con aquello a lo que serán llamados.
 
Con mirada selectiva
Es importante la indicación, repetida en el relato, de que Jesús, antes de llamar al elegido, se fija en él (será el caso, después, de Leví, Mc 2,14). Su mirada es algo más que un simple reconocer casual, pues penetra en la intimidad de quien es contemplado (Mc 3,5; 6,34; 10,23-28; 12,34). La mirada de Jesús tiene la misma fuerza cognoscitiva del Dios que se manifiesta a su profeta (Jr 12,5; Is 49,1.5), a su apóstol (Gal 1,15) o al creyente (Gal 4,9) en la entraña misma de su madre.
Antes de ser llamado, el hombre es bien mirado. Ni el lector del relato ni el discípulo dentro de él sabrán bien el motivo de la elección. Pero el llamado descubrirá que Jesús se fijó en él, una vez haya respondido afirmativamente a su invitación. Sólo entonces, y para su sorpresa, reconocerá que, previo a su opción por Jesús, éste se había ‘quedado’ ya con él. El llamado es así una etapa – una de las primeras – en el camino de Jesús, quien se quedó prendado de él mientras iba, como Hijo de Dios (Mc 1,11) al encuentro de su destino (Mc 15,39). El discípulo sabe haber importado algo, en algún momento, a su Señor, aunque no sienta ya más el peso de su mirada.
Y es la mirada de Jesús la que identifica al llamado, la que le confiere, en la narración, una faz concreta, un nombre, una relación de fraternidad, una ocupación. Y en ese orden: desde lo más personal hacia lo menos decisivo. Como sólo Dios sabe mirar a su creatura. Es a Simón[7], a quien contempla en primer lugar; esta prioridad, para bien o para mal, la conservará Pedro a lo largo de todo el relato: será el primero en ser nombrado y el último[8]. Como su hermano Andrés (nombre típicamente griego), es oriundo de Betsaida (Jn 1,44), localidad junto al lago.
 
2.2 La palabra
La mirada es silenciosa, necesita de la palabra para ser entendida; sólo así sabe de su elección el elegido. La palabra hace público el motivo de la fijación de Jesús: la llamada (Mc 1,20) queda explicitada en una doble sentencia (Mc 1,17). Esta es la segunda palabra de Jesús en el evangelio: la primera, el anuncio del reino (Mc 1,14), iba dirigida a todos; la segunda (Mc 1,17), sólo a cuantos ha distinguido con su atención, mientras pasaba de largo.
La invitación a seguirle va después de su proclamación del Reino, nace y queda legitimada en ella: es su primera actuación de Jesús. De ahí que los discípulos compartan, primero, la vida itinerante de su maestro, ‘sin casa ni cama’ propia (Mt 8,20), y le substituyan después (Mc 6,7-12.30-36; 16,14-20).
 
Una orden: ‘¡ea, [poneos] detrás de mí!’
Lo primero que dice Jesús a esos pescadores es un mandato incondicional, un acto de autoridad sin previo aviso. La relación que se instaura compromete a ambas partes, aunque de forma diversa. Uno precede, los otros le siguen; uno manda, otros obedecen. En concreto, la expresión usada por Jesús, traducida normalmente como ‘venid detrás de mí’, es usada en el AT en situaciones, donde se exige un seguimiento incondicional, cuando hay que optar por un partido, el líder carismático o el mismo Dios[9]. Seguir a alguien implica tomar una elección radical por él (2 Sam 20,11; 1 Re 18,21; 2 Re 10,16); instaura un relación personal intensa y subordinada; discípulo se es por seguir a un maestro.
En Marcos la opción de seguir a Jesús ha sido facilitada. Jesús es ya el hombre del Espíritu, vencedor del diablo (Mc 1,13-14), con el que está en plena guerra (Mc 1,21-2,11). Es este Jesús quien propone alinearse con él, en militancia partidista; no llama a ser iguales a él, por más que con él convivan. Jesús se reserva para sí la primera línea en el combate: hay que seguirle, no precederle; suyas son las luchas y los medios, el destino y los triunfos.
Es la misma relación de subordinación, en la que consiste el discipulado, lo que libra al llamado de su responsabilidad en las opciones decisivas. Será siempre guerra de Jesús la que ellos combatirán; sus caminos, los que recorrerán; sus decisiones, las que abrazarán. Jesús antecede siempre…, si se le sigue; será compañero de camino a quien vaya tras él. El mandato tiende a conseguir la convivencia, pero una convivencia que se realiza no tanto como un estar-con, cuanto como un ir-en pos-de: se acompaña a Jesús, yendo detras de él (Mc 8,34; 10,21).
 
Una promesa: ‘os haré pescadores de hombres’
La promesa sirve para apoyar la exigencia; primero se obedece al que llama, luego éste se empeña con quien le obedece. Jesús aquí se comporta como el Dios bíblico: primero, llama (Mc 3,14); después – cuándo, no se sabe por adelantado –, realizará su promesa (Mc 6,7; cf. Gn 12,1-3; 15,1-21; Lc 1,26-38): sólo cambiará a quien le haya obedecido.
Lo que significa que vocación y misión no coinciden temporalmente. Es la promesa lo que pone en movimiento al llamado, lo que le da fuerzas, y esperanza, para iniciar una nueva encomienda. Sólo quien ‘sale’ de sus ocupaciones, con la promesa como viático y única certeza, conocerá su realización. Quien obedece hoy, no conoce todavía lo que Jesús le dará mañana; hasta que Dios no cumpla su palabra, quedará algo por descubrir en la relación personal con Él. No se intima con Jesús, porque se le sigua, sino hasta que no se consigan sus promesas: el discípulo no conoce totalmente a su Señor, hasta que éste no cumpla su palabra. Entonces será el Señor que imaginó, cuando partió en pos de Él. Lo mejor del Dios que llama está aún por descubrírsenos, si ya le seguimos.
Jesús empeña su palabra, su poder, en el cambio del discípulo. ‘Os haré’ expresa un compromiso personal fuerte en la institución del discipulado (cf. 1 Sam 12,6; 1 Re 13,33; 2 Cro 2,18). En continuidad con lo que ya eran, pescadores de peces, los convertirá en otras personas, pescadores de hombres. La intervención de Jesús cambiará sus vidas y su quehacer, no sus habilidades aprendidas; dará una finalidad nueva a lo que ya saben hacer.
El relato presenta a las dos parejas de hermanos trabajando como pescadores, los primeros, en plena faena, los segundos, preparándose a ella[10]. Pescar era una actividad bastante lucrativa[11], si se era propietario. Jesús aprovechará su pericia, su saber echar las redes y arreglarlas (Mc 1,16.18), pero les cambiará los destinatarios: su ocupación será, de ahora en adelante, el Reino, que les impondrá abandonar el ejercicio de su oficio sin tener que renunciar a sus conocimientos. Jesús no cambia la experiencia profesional, reemplaza los destinatarios; cambia la razón de ser de la actividad habitual de los llamados. No vivirán ya de los peces, vivirán para los demás; más que una labor terrena, Jesús les confía una tarea escatológica. En que lo lograrán ha emplazado Jesús su palabra.
En esta promesa de Jesús, con toda probabilidad, está el núcleo más seguro del todo el relato, desde el punto de vista histórico. La frase ‘pescador de hombres’ no tenía connotaciones positivas en su entorno[12]. Con la imagen Jesús quiso subrayar, paradójicamente, la situación crítica de los hombres, dada la inminencia del reino; el discípulo debería ganar con su esfuerzo súbditos para su Dios: es hora de echar todas las redes disponibles y trabajar de noche, como hacían los pescadores en Galilea.
 
2.3 La reacción
Las dos parejas de llamados siguieron a Jesús inmediatamente (Mc 1,18.20). El relato no tiene en cuenta ni las lógicas objeciones ni plausibles excusas por parte de los elegidos; no es probable que un desconocido sea seguido sin mediar más que una orden. La ‘historia’ no resulta verosímil, ni desde el punto de vista histórico, ni, mucho menos, de la psicología. En ella sólo se contempla el punto de vista de Dios: si Dios habla, no queda otro remedio que seguirle. Quien no lo deje todo, y enseguida (1 Re 19,20-21), si no se encuentran las fuerzas necesarias, no ha sido realmente llamado.
Quien se sabe elegido, sabe que puede salir en seguimiento de quien lo eligió. Quien miró e interpeló, quien se comprometió y va adelante, da la capacidad. El llamado no podrá hacer otra cosa; dejará lo que le ocupaba[13], redes y trabajos[14], casa y familia[15], para tener como ocupación y familia al maestro que lo miró y invitó (cf. Mc 10,29-30). Y este abandono, consecuencia de la llamada no su requisito previo, es, al mismo tiempo, su mejor prueba. No se es llamado por haber renunciado; quien ha sido llamado tendrá que abandonar hogar y ocupaciones.
La renuncia no es el fin, sino medio, del seguimiento: se abandona, porque se ha encontrado. Los lugares y personas que se pierden y crean vacío serán reemplazados; lo que tenían entre manos, las redes y el trabajo, y en el corazón, el padre, cede su puesto a Jesús. Todo lo que antes nos ocupaba, debe ser ocupado por Él.
Y esta renuncia, que ha de ser compartida puesto que los llamados lo son por parejas; seguir a Jesús crea una nueva familiaridad: en el seguimiento nace una fraternidad que no se apoya ya en lazos previos de sangre ni en el trabajo compartido, se alimenta de la obediencia a una idéntica llamada. Hermanados porque siguen a Jesús, las dos parejas de hermanos pueden ir juntos a Cafarnaún (Mc 1,21).
 

  1. Algunas consecuencias prácticas para una pastoral vocacional

En el NT los relatos de institución, sean de la eucaristía sean del apostolado, no nos dicen que pasó aquel día, cuando Jesús se sentó a la mesa con sus discípulos o cuando los envió en su nombre y con su poder; relatan cómo hay que comprender la eucaristía o la misión apostólica. En los pocos y anecdóticos detalles que nos ofrecen están narradas las leyes esenciales de la institución creada, sea la eucaristía o el apostolado cristiano.
 
3.1 Aprendices o seguidores
Marcos ve a Jesús siempre en camino, transeúnte permanente llevado por una urgencia que no lo calma, proclamar el reino de Dios (Mc 1,15): entra en escena viniendo de Nazaret (Mc 1,9); conducido al desierto por el Espíritu (Mc 1,12), llega a Galilea (Mc 1,14); y pasando de largo junto al lago (Mc 1,16.19), entra en Cafarnaún (Mc 1,21), cuya sinagoga visita antes de ir a casa de Simón (Mc 1,30). Al día siguiente, de mañana, marcha a un lugar solitario (Mc 1,35), donde lo alcanzan sus discípulos con quienes va por toda Galilea (Mc 1,39) hasta que regresa a Cafarnaún (Mc 2,1) para volver a salir al mar (Mc 2,13). Este continuo trasiego de Jesús obliga a las gentes a ir en su búsqueda (Mc 1,36; 2,2.13) y a sus discípulos a ir en pos de él (Mc 1,18.20; 2,14).
De semejante presentación emerge una precisa concepción del llamado: el discípulo de Jesús siempre, y solo, su seguidor. Más que aprendiz de doctrinas, es testigo de vida, compañero de camino y no tanto repetidor de consignas. Aprenderá de él, quien le siga; de hecho, Jesús no invita a aprender de él, sino a ponerse a caminar tras él (Mc 1,17.20): más que una doctrina que asumir el discípulo tiene una persona que acompañar, mejor, que seguir yendo siempre en pos por caminos que no elegirá jamás. La relación personal, subordinada siempre, y no el aprendizaje doctrinal es el modo como se realiza el discipulado.
 
3.2 El reino de Dios como motivo
El Jesús que llama por vez primera a dos parejas acaba de anunciar por vez primera el reino de Dios. Nacen discípulos – ¿también hoy? – cuando y mientras se predica el Reino. ¿Qué decir de una comunidad cristiana en la no que le surgen seguidores a Jesús? ¿En qué andará ocupados los evangelizadores hoy que dejan indiferentes a cuantos los ven venir y los oyen predicar?
El reino de Dios, no cualquier otro mensaje, es lo que lleva a Jesús hacia quienes llama; el reino es el pretexto de la vocación, no las cualidades personales de los llamados. Y será el Reino la causa que deberá ocuparles, en cuerpo y alma. Antes de ser la causa del llamado, el anuncio del reino de Dios es la causa de Quien los ha llamado. Si a pocos hoy preocupa que Dios sea proclamado rey, ¿cómo le van a surgir seguidores a Jesús? Si pocos hoy oyen que Dios desea ser su soberano, ¿por qué iban a ponerse a su servicio?
 
3.3 Los llamados son hombres ya ocupados
Dos parejas de pescadores, hermanos de sangre y hermanados en el trabajo diario, fueron la primera compañía de Jesús; unos inicios más bien modestos para quien pensaba llevar el reino de Dios al mundo. El hecho es que lo supiera o no, lo quisiera o no, Jesús no predicó el reino de Dios desde la soledad. Y eso que moverse con libertad por Galilea resultaba más fácil a quien menos acompañado anduviera. ¿Cuál podría ser la causa de este empecinamiento de Jesús en ser seguido mientras sigue su propia vocación? ¿O es que se puede hablar fehacientemente de la cercanía de Dios sin estar cerca de los hombres, sin estar cercado por ellos? Los hermanos han de hacerse seguidores para volver a estar hermanados por la convivencia con Jesús: antes lo estaban, pero sin Jesús. Desde ahora, no podrán dejar a Jesús, si quieren seguir siendo hermanos.
Un dato no despreciable en el relato de la vocación es que ambas parejas de hermanos están trabajando: todos tienen una misma profesión; unos, también una familia. No andan desocupados, ni a la búsqueda de algo que hacer en la vida. Ya tienen, diríamos hoy, un proyecto personal de vida y lo están realizando. Jesús no llama a ociosos, ni a gente que no sabe qué hacer con su vida. Pero a los que llama les da una nueva ocupación, le han de seguir a Él, y les renueva su profesión, serán pescadores de hombres.
 
 
3.4 Una relación personal basada en la obediencia ciega
La relación que instaura el seguimiento es desigual. Compañeros serán compañeros sólo los seguidores, pero llegarán (aún) a ser amigos. Uno solo es quien precede, el que ha llamado; los demás, siguen sus huellas y sus decisiones, su caminar y su destino. Sin demoras, ni excusas. Sólo quien es llamado, puede seguir. O, caso único, quien no puede o quiere seguir, no consigue quedarse por más bueno que sea.
La relación discípulo-maestro, mejor, seguidor-seguido, nace y se alimenta en una obediencia ciega. Ciega, porque se le obedece sin conocerle aún; ciega, porque se le sigue adónde no se sabe; ciega, porque se va tras quien no ha asegurado el presente sino que se ha comprometido sólo con nuestro futuro.
Seguir a Jesús es ocupación impuesta. Se puede optar por no ir tras él, pero quien va tras él se sabe obligado a hacerlo. Pero sólo para quien es llamado su vocación es imperativo categórico. Que así lo perciba prueba la autenticidad.
 
3.5 Un seguimiento que se realiza en fraternidad
Seguir a Jesús es conseguir una nueva familia. Los que conviven con Jesús deben compartir camino y tarea entre ellos. No se han elegido unos a otros, todos han sido escogidos por Jesús. Pero una vez asumida la vocación a seguirle solo a él, se les impone confraternizar entre ellos. Una llamada personal, un seguimiento compartido y una misión que realizar en común los hace hermanos. Habrán dejado atrás familia y ocupaciones, pero no dejarán de ser hermanos ni tendrán que abandonar el ser pescadores.
Para seguir a Jesús no hay que abandonar todo lazo afectivo que ate a un hogar y cualquier otra tarea que no sea la de acompañar a Jesús. Se conservan las habilidades adquiridas y la capacidad innata, pero tendrán que finalizarse en la nueva causa: no dejarán de ser hermanos ni tendrán que renunciar a pescar, pero lo serán siguiendo a Jesús y haciendo proselitismo. El seguidor de Jesús reconoce como hermano a quien ha sido, como él, llamado por Jesús y con él comparte su vida y la misión.
 

Juan José Bartolomé

 
 
[1] Benedicto XVI, Discurso durante el encuentro con los jóvenes. Catedral de Sulmona, 4 julio 2010.
[2] M. Hengel, Seguimiento y Carisma. La radicalidad de la llamada de Jesús (Santander 1981).
[3] El relato de la doble llamada viene situado en estrecha continuidad topográfica (Mc 1,16a.19a), no sólo geográfica, con el anuncio del reino (Mc 1,14-15): Jesús viene a Galilea (Mc 1,14) y por allí se mueve, en torno al mar (Mc 1,16).
[4] Pasando: Mc 1,16.19; vio: Mc 1,16.19; hermano: Mc 1,16.19; redes: Mc 1,16.18.19; dejando: Mc 1,18.20; barca: Mc 1,19.20.
[5] La formulación no es afortunada. Un oyente familiarizado con la geografía no necesitaba que se le indicara el mar de Galileacomo lugar de trabajo para pescadores. ¿No lo sabrían los primeros lectores del evangelio, por no ser galileos? ¿O deseaba el evangelista identificar Galilea como la cuna del discipulado (Mc 16,7)? En Mc el mar es, sin duda, escenario privilegiado, en donde enseñará Jesús a las gentes (Mc 2,13; 4,1), a donde acudirá para evitarlas (Mc 3,7; 6,30-33), donde hará milagros (Mc 5,1.21; 6,33-34.53; 7,31) y ha llamado a sus primeros discípulos.
[6] Según Lucas, con mayor precisión, lago (Lc 5,2; 8,22.33).
[7] Sustantivo helenizado del hebreo Simeón, cf. Hch 15,14; 2 Pe 1,1.
[8] Mc 1,29-30.36; 3,16; 5,37; 8,29.32-33; 9,2.5; 10,28; 11,21; 13,3; 14,29.33.37.54.66-72; 16,7.
[9] 2 Re 6,19; Jue 3,28; 1 Sam 11,7; 2 Sam 15,13; Dt 13,3.5; 2 Re 23,3.
[10] De ordinario, se pescaba de noche o al amanecer; el lavado y la reparación de las redes, en cambio, se hacía tras descargar la captura, de día, y podía durar algún tiempo. Los encuentros de Jesús están colocados en dos momentos diversos, aunque consecutivos del oficio de pescar.
[11] W. Wuellner, The Meaning of ‘Fishers of Men’ (Filadelfia 1967) 36-63.
[12] En Jr 16,16 es imagen de hostilidad, no de salvación; los pescadores designados por Dios serán los invasores de Israel (Hb 1,14-17); en la predicación primitiva, el símbolo fue utilizado para expresar la separación definitiva que ocurriría al final (Mt 13,47-50).
[13] Ser pescador autónomo (cf. Mc 10,28) y disponer de asalariados (Mc 1,20) hace pensar en una situación económica desahogada. Dejar sin más medios de vida, compañeros de trabajo y la vida familiar era una reacción difícilmente comprensible.
[14] El mismo relato se encarga de insinuar que tal ruptura no fue tan radical; Jesús permanecerá hasta abandonar Galilea en los alrededores de Cafarnaún, la ciudad de Pedro (Mc 1,21; 2,1; 3,20), y siempre tendrá, de necesitarla, una barca a su disposición (Mc 3,9; 4,1.35; 5,21; 6,32.45; 8,13).
[15] A notar que a Pedro, a diferencia de los hijos del Zebedeo, no se le exige ruptura familiar (Mc 1,29-31). Las exigencias no son, pues, idénticas.