“La sequía vocacional parece haberse vuelto crónica. No sólo en nuestra tierra, sino prácticamente en toda la Europa occidental. Una pregunta se vuelve inevitable: ¿Tiene algún sentido seguir invitando a los jóvenes cristianos a ser sacerdotes? ¿No es un voluntarismo ciego pretender lo que parece moralmente imposible? ¿No es necesario condensar todas nuestras energías en arbitrar otras fórmulas de servicio a la comunidad eclesial?
Estas preguntas tan “razonables” nos dejan, sin embargo, insatisfechos.
- Porque la experiencia diaria nos dice que existe una sintonía entre los valores evangélicos que intentan vivir los sacerdotes y las nobles aspiraciones de bastantes jóvenes actuales.
- Porque la sociología nos sigue indicando impenitentemente hasta hoy que un número no insignificante de adolescentes y jóvenes cristianos siguen preguntándose en algún momento de su vida si no estarán llamados a seguir a Jesucristo entregándose de cuerpo entero a servir a la comunidad como presbíteros.
- Porque la historia nos enseña que el flujo de las vocaciones al ministerio presbiteral ha pasado por épocas alternantes de escasez y de abundancia.
- Porque la teología nos enseña que el carisma de los sacerdotes es necesario para generar y regenerar la comunidad cristiana.
- Porque la antropología cultural nos asegura que los ideales de vida ricos en valores humanos y espirituales que son desechados por la inmensa mayoría de una generación juvenil encuentran eco en dos tipos minoritarios de jóvenes: los inadaptados por pobreza vital y los inadaptados por una riqueza espiritual superior a la media. Estos últimos pueden y suelen ser sensibles a una llamada directa, neta, respetuosa, oportuna, sostenida por el testimonio de una vida entregada y básicamente dichosa. Pueden aceptarla o declinarla; pero la entienden y la valoran.
Entremezclados en una multitud tumultuosa, aturdida por mil estímulos que les invitan a “vivir a tope”, existen estos jóvenes, iguales y diferentes. Iguales porque participan de la sensibilidad de su generación. Diferentes porque no están atrapados ni encandilados por la satisfacción inmediata de sus deseos más primarios. A estos jóvenes habríamos de buscar los sacerdotes, los equipos de pastoral vocacional, los profesores cristianos, los religiosos y educadores de los jóvenes.
– Tal vez algunos necesiten “tiempo para aclararse”. De hecho un grupo de los actuales seminaristas han encontrado su camino pasada la primera juventud.
– Necesitan sobre todo interlocutores cristianos adultos en su fe.
– Necesitan iniciadores que les enseñan a orar.
– Necesitan acompañantes que los guíen en ese viaje a lo más profundo de la propia intimidad y a lo más elevado de sus propias aspiraciones.
– Necesitan amigos tan cercanos que pueden registrar y recoger esos impulsos vocacionales que acaban tantas veces deshaciéndose porque no han sido comunicados a nadie.
– Necesitan vidas presbiterales, jóvenes o mayores, en las que descubran entrelazados estos tres valores: la dedicación generosa, la alegría de sentirse realizados y el toque inconfundible de la experiencia de la fe.
María fue una mujer de pueblo y, al mismo tiempo, una mujer especial. Fue igual y diferente. Contamos con ella para detectar jóvenes también “iguales y diferentes”. Para tener el coraje de invitarles y la persuasión de ofrecerles algo valioso que les haga vivir, de otra manera, a tope”.
Esto lo escribía Juan Mª Uriarte, obispo de San Sebastián, el 7 de diciembre de 2003 con ocasión de los 50 años de existencia del seminario de su diócesis.
Hacemos nuestras estas parábolas del obispo a sus feligreses con las que se puede trabajar con motivo del Día del Seminario ¿Cuál es nuestra visión? ¿Y cuál es nuestra respuesta? En nuestras manos están.
Cuaderno Joven