Llenos de confianza y ligeros de equipaje Camino cuaresmal hacia la Pascua

1 marzo 1997

HACIA LA PASCUA

Proponemos aquí unos “materiales para la cuaresma” que, por supuesto, miran a la Pascua. La estructura de los mismos es abierta: pueden ser utilizadas separadamente las tres partes de que constan (1/ Narraciones y oración; 2/ Celebración de la reconciliación;  y 3/ La respuesta…) o unirse en torno a la idea central de la “celebración del perdón. En cualquier caso, han de desarrollarse y adaptarse a las personas y circunstancias en donde traten de utilizarse.
 

AMOR SIN LIMITES

(Se recogen aquí dos testimonios y una oración. Pueden servir para introducir la «celebración de la reconciliación» o simplemente para organizar un encuentro de grupos junto a la narración final -«La respuesta»- y las pautas de reflexión que allí se apuntan).
Mis últimas palabras fueron seguidas de un tremendo silencio. Mi cuerpo se paralizó como si fuese de piedra. Tuve la impresión de caer en un pozo, cuando me volví a sentar entre aquellos 2.000 camaradas, la mayoría de los cuales, hasta el día anterior, habían sido mis amigos, y, de entre ellos, más de uno en ese momento compartía mis opiniones, y, sin embargo, no se habían atre­vido a decir ni palabra. Cuando se levantó la sesión se apartaron de mí como de un leproso.
Me pregunté hacia dónde debía dirigirme: no quería entrar en mi casa, llevando toda aquella tris­teza a mis hijos, a mi familia. Eran casi las dos de la tarde. Maquinalmente me puse en camino, y sin saber a ciencia cierta hacia dónde iba, me encontré ante la casa de mi primera esposa, con la que me casé en 1937, cuando ella se disponía a entrar en el Carmelo, y a la que yo había abando­nado en 1945, hacía veinticinco años.
Subí las escaleras como si fuese un sonámbulo. Apenas llamé, se abrió la puerta, cual si una ma­no estuviese al pestillo. Y me encontré ante una mesa con dos cubiertos, lo que me hizo caer en la cuenta de lo absurdo de mi acción. Di, pues, un paso atrás.
– Perdona, ¿esperabas a alguien?
– Sí, esperaba a uno: a ti. He escuchado tu intervención por la radio y aquel silencio de muerte. Entonces estuve segura de que no podías venir sino aquí. Entra y observa: creo que no he olvida­do el vino que te gusta, el que te gustaba hace veinticinco años, ni el pan de centeno…
Cuando una hora después me fui, tras haber besado la frente de la mujer, todo se había transfi­gurado: el milagro del amor de aquella espera venía a ser el triunfo de la vida sobre la muerte. La existencia de un ser semejante, bien puede compensar el abandono de millares de seres. Todavía era posible vivir.
ROGER GARAUDY
 
Nadie sabía por qué llevaban ya 17 años sin hablarse. Entre ellos se alzaba un muro de silen­cio tan pesado que ni la muerte parecía capaz de romper. El anciano padre no había estado aso­ciado al nacimiento de sus nietos. El hijo no había consentido que las vidas recién surgidas abrie­sen la más pequeña brecha en la muralla.
Pero un día, un primero de enero, el anciano padre dijo simplemente: «¡Que vuelva!». Los demás hijos se miraron atónitos. La madre sí que lo sabía; ella estaba acostumbrada a los más pequeños detalles. Y ella lo había dicho: «Será cuando menos lo esperemos». Lo sabía pero no había dicho nada Ella quería que el anciano padre le diera a aquel día primero del año el vigor y la alegría de los nuevos nacimientos.
El hijo no acababa de creérselo. Luego se puso a llorar en silencio; también él empezó a ceder y regresó a casa. El anciano padre le abrazó. Le pidió que se sentara, y se pusieron a hablar. O me­jor dicho, siguieron con la conversación que habían interrumpido hacía 17 años.
La madre, desde su sillón, cerraba los ojos para no perder las palabras de nacimiento que se cru­zaban por encima de los vasos de vino que les había servido. Los veía nacer a los dos a la gran­deza del perdón, a ese perdón que se da sin explicaciones, sin rencores, sin cálculos. A ese per­dón que se da, sin más, como un regalo inesperado».
CLAUDE CRESBON

  • Hay que confiar en Dios

Hay que tener confianza en Dios, hijo mío,
hay que tener esperanza en Dios,
hay que depositar confianza en Dios,
hay que dar crédito a Dios.
Hay que tener confianza en Dios porque Él tuvo confianza en nosotros,
hay que poner nuestra esperanza en Dios puesto que Él la ha puesto en nosotros.
Hay que dar crédito a Dios que nos ha dado crédito a nosotros,
¡y qué crédito!, ¡todo crédito!
Hay que tener fe en Dios pues Él ha creído en nosotros.
 
Singular misterio, el más misterioso:
Dios nos ha cogido la delantera.
Dios puso su esperanza en nosotros. Él comenzó.
El esperó en nosotros, ¿y nosotros no vamos a esperar en Él?
Dios nos confió a su Hijo, nos confió nuestra salvación,
el cuidado de nuestra salvación y aún su esperanza misma,
¿y no vamos a poner nosotros nuestra esperanza en Él?

CELEBRACIÓN DE LA RECONCILIACIÓN

Nos encontramos en Cuaresma, camino de la Pascua. Esta peregrinación nos llama a revisar aquellos comportamientos que nos alejan de los hombres y, por lo mismo, de Dios. El siguiente es­quema para celebrar el sacramento de la Reconciliación puede hacerse de muchos modos, sólo proponemos dos según se desarrolle en un espacio cerrado o abierto (como ya apuntamos prece­dentemente, para introducir la celebración pueden utilizarse las narraciones y oración anteriores).
 

  • Ambientación

Vamos a celebrar el «sacramento de la Reconciliación», en el que reconocemos nuestros errores, seguros de que Dios nos acoge y da su gracia para que podamos transformar nuestra vida. La historia (o historias, en su caso) que hemos escuchado y la oración con la que respondimos nos invi­tan a la confianza en el amor gratuito e incondicional de Dios. Comencemos, en unos momentos de silencio, a ver cómo anda nuestra vida. (Conforme a la estructuración concreta de la celebración se indicarán los pasos siguientes. 1/ Si nos encontramos en un espacio abierto, tras el silencio comen­zamos a caminar, haciendo tres altos en el camino y, conforme a las indicaciones posteriores, cada cual va cargando con las piedras que simbolizan los errores de la vida cotidiana. Sería conveniente que la ida fuera un camino más difícil y la vuelta más fácil -una pequeña subida y bajada, por ejem­plo-. 2/ Si la celebración se desarrolla en un lugar cerrado, podemos colocar en una esquina piedras o ladrillos, que cada cual irá después cogiendo, para indicar las actitudes y acciones negativas. En lugar de marcha y parada, se indican tres momentos para acercarse a recoger las piedras o ladrillos).
 

  • Primera parada

Cualquier cambio o, simplemente, caminar requiere esfuerzo y decisión. Nos detenemos ahora por primera vez para examinar cómo está nuestra conciencia frente a la vida que llevamos. Antes de nada, escuchamos la palabra de Jesús (se lee Mt 4,1-11 y se comenta brevemente cuáles pue­den ser hoy las tentaciones fundamentales que encontramos en la «marcha de la vida». Igualmente podrían considerarse textos como Mt 19,16-22 y Mt 26,56 acerca de las dudas en el seguimiento o los abandonos, respectivamente). Para proseguir la marcha (o, según el lugar, antes de seguir el examen), vamos ahora a cargar cada cual con la piedra que representa el conjunto de actitudes y acciones que nos encierran negativamente en nosotros mismos, impidiendo un mundo más feliz y más justo.
 

  • Segunda parada

Todo esfuerzo, por pequeño que sea, tiene dentro la principal recompensa: irnos haciendo poco a poco auténticas personas. Pero nos encontremos donde nos encontremos respecto a ese ideal,
 
Dios siempre nos espera con los brazos abiertos. Todos recitan la siguiente adaptación del Salmo 50 (V.M. Arbeloa):
 
Porque eres bueno,            
perdónanos.   
Porque eres limpio,            
límpianos.      
Reconocemos nuestras culpas,            
absuélvenos.  
Nacimos en un clima de pecado,          
compadécenos.                      
Porque eres como la. nieve,                       
niévanos.        
Con tu alegría inagotable,     
alégranos.
Porque eres puro y siempre nuevo,
renuévanos.
A tu mirada de luz y de gozo
acércanos.      
De tu Espíritu de fuerza,
llénanos.
En tu amistad gozosa,
afiánzanos.
De la ira y de la sangre,
líbranos.
Nuestros labios mudos de vergüenza,
ábrelos.
Y el corazón rendido,
tómanos.
Somos un pueblo viejo,
únenos.
Tu pueblo arrepentido,
perdónanos.
 
 (A continuación, se lee, por ejemplo, la «parábola de buen padre» -Lc 15,11-32- y se introduce con ella el momento de las «confesiones personales»Conforme se van desarrollando éstas, se construye con las piedras un camino, o con los ladrillos).
 

  • última parada

Una vez recibido el perdón, ha llegado el momento de responder con nuestro compromiso. (Se co­menta el tema del compromiso y se realiza personal y/o grupalmente, en su caso, se comunica, etc.).
 

LA RESPUESTA

 
(Esta última narración puede ser utilizada para finalizar la «celebración de la Reconciliación o bien, como ya indicamos y en unión a las que aparecen al inicio de estos materiales, puede servir para encuentros de grupo en tomo al tema de Dios, la fe, etc.).
 
Dwar Ev soldó ceremoniosamente la última conexión con oro. Los ojos de una docena de cá­maras de televisión le contemplaban y el subéter transmitió al universo una docena de imágenes sobre lo que estaba haciendo.
Se enderezó e hizo una seña a Dwar Reyn, acercándose después a un interruptor que comple­taría el contacto cuando lo accionara. El interruptor conectaría, inmediatamente, todo aquel mons­truo de máquinas computadoras con todos los planetas habitados del universo -noventa y seis mil millones de planetas- en el supercircuito que los conectaría a todos con una supercalculadora, una máquina cibernética que combinaría los conocimientos de todas las galaxias.
Dwar Reyn habló brevemente a los miles de millones de espectadores y oyentes. Después tras un momento de silencio, dijo: «Ahora, Dwar Ev».
 
Dwar Ev accionó el interruptor. Se produjo un impresionante zumbido, la onda de energía proce­dente de noventa y seis mil millones de planetas. Las luces se encendieron y apagaron a lo largo de los muchos kilómetros de longitud de los paneles. Dwar Ev retrocedió un paso y lanzó un pro­fundo suspiro.
«El honor de formular la primera pregunta te corresponde a ti, Dwar Reyn». «Gracias -repuso és­te-. Será una pregunta que ninguna máquina cibernética ha podido contestar por sí sola». Se vol­vió de cara a la máquina. “¿Existe Dios?».
La impresionante voz contestó sin vacilar, sin el chasquido de un solo relé: «Sí, ahora existe Dios». Un súbito temor se reflejó en la cara de Dwar Ev. Dio un salto para agarrar el interruptor. Un rayo despejado, procedente del cielo, le abatió y produjo un cortocircuito que inutilizó el interruptor».

NUESTRA FE Y NUESTRA RELIGIÓN

En uno de los artículos de su «Creación ética» (ABC Cultural)J.A. Marina se refería al despertar de lo religioso en la postmodemidad, a partir del «fenómeno Intemet»: «Internet está moldeando nuestra concepción de la fe y de la religión. Parece como si la red misma fuera consciente. Puede considerarse a sí misma como Dios» (W. Gibson). Tras la cita, co­mentaba Marina: «Está apareciendo un nuevo platonismo para el que las cosas no están en el mundo de las ideas, sino en la red».
 
La historia que hemos tomado de F. BROWN (El ratón estelar, Ed. Bruguera, Barcelona 1982), un autor clásico de ciencia-ficción, manifiesta el gusto por las paradojas y situaciones ilógicas que le caracterizan. Puede servimos para concluir la celebración de la Reconci­liación planteando un diálogo acerca del difícil tema de Dios en nuestra fe y en nuestra reli­gión -el concepto que de Él se tiene, sus atributos clásicos o menos (omnipotente, omnis­ciente, omnipresente,etc) -, para revisar dudas y falsas imágenes. Las cuestiones podrían ir por aquí: ¿En qué Dios creemos los cristianos?, ¿a qué concepto de Dios se refiere la histo­ria? ¿puede el control de la información y del conocimiento dar un nuevo sentido nuestra vida?, ¿cuáles podrían ser los medios para acceder a Dios?
 
Para presentar el diálogo no basta con la historia o el cuento. Uniéndolo o no con la cele­bración, se requiere una cierta información organizada: las preguntas e inquietudes en torno al tema de Dios se suelen mover en el terreno de «simples impresiones» o visiones vincula­das al «todo vale» o «depende de…». Hay que evitar, ante todo, que el diálogo suscite más preguntas y angustias que perspectivas nuevas. Al final, el «tema de Dios» debe desembo­car en la «pregunta por el sentido de la vida concreta» y la posibilidad de «sentirse amado gratuitamente» sin tener que angustiarse por el «qué hacer para merecer o ser digno de que Dios me ame», es decir, debemos conducir a los jóvenes a plantear la relación y el encuen­tro personal con Él a través de Jesús de Nazaret.