LO BÍBLICO EN EL CINE ACTUAL

1 enero 2008

Jesús Villegas es profesor del colegio María Auxiliadora de Vigo
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Rastreando un conjunto de recientes películas, el artículo supone una comprobación del reconocimiento de la presencia de ciertos elementos bíblicos en el cine actual. Desde una escala de verificación, se explican diversas formas de integración de lo bíblico en las películas actuales. Estas formas son: adaptación, actualización, revisión reflexiva, recreación, reintegración de motivos, resonancia, proyección.
 
Antes de nada, advertiré, para que nadie se desanime o se llame a engaño, que este artículo no va a versar sobre el cine bíblico, aquel que, en torno a los años cincuenta del anterior siglo, copó las pantallas con argumentos, personajes y ambientes extraídos más o menos fielmente de las Sagradas Escrituras, y cuyos estertores se prolongaron durante algunas décadas. Mi propuesta es otra: he revisado un buen número de películas recientes teniendo en cuenta algunos de los relatos más populares del Antiguo Testamento (sobre todo, aunque también recurra en alguna ocasión al Nuevo) y, a la luz de los motivos, personajes y símbolos de los libros religiosos, me he atrevido a postular las diferentes estrategias con que guionistas y directores asimilan estos elementos narrativos en sus trabajos. Se trataría, en definitiva, de comprobar si lo bíblico (así, en su más genérica formulación) puede reconocerse de alguna forma en el cine reciente.
Presentaré de antemano algunas conclusiones que luego podrán constatarse en la lectura íntegra de este estudio:
–          Deben distinguirse aquellas obras que de forma explícita aluden, remiten, citan o se apoyan en textos bíblicos de aquellas otras en las que nosotros, conocedores de los itinerarios que transitan los Testamentos, rastreamos ciertos indicios emparentables con lo que el Libro de los Libros desarrolla. En el primer caso hay una deuda evidente y una intención más o menos manifiesta por parte de los creadores contemporáneos de colocarse en la estela de una tradición; en el segundo nos limitamos a proyectar nuestro saber teológico sobre una trama para arrancarle unos contenidos que sus artífices no han perseguido de modo premeditado. Decir, por ejemplo, que hay en Ratatouille hálitos de la historia de José en Egipto sonará a ciencia ficción desde el primer punto de vista, pero en un ejercicio de resignificación como el que recomiendo en la segunda alternativa la idea quizás no resulte tan descabellada.
–          En la Biblia existen dos protagonistas incuestionables: Dios y su pueblo. La traslación del primero como personaje al ámbito del cine conlleva serios problemas. En todo buen relato hay un error de guión que se conoce con el nombre de deus ex machina. A saber: resolver un conflicto por una intervención extraordinaria no atribuible a lo lógica de los hechos constituye una solución narrativa insatisfactoria. Por tanto, que Dios (intervención extraordinaria donde las haya) sea el que articule, defina o cierre un nudo argumental, en principio, sólo parece justificado en obras de género religioso (género, hoy en día, muy poco cultivado) o en aquellas otras donde la irrupción de lo irracional (cine de terror, cine fantástico, comedia…) no arrastre a los derroteros de lo inverosímil una historia. Conclusión: a la hora de aprovechar las innumerables tramas que los textos bíblicos regalan, o bien entraremos en el ámbito del cine no realista, o bien se operará en muchos casos manteniendo la dimensión en exclusiva humana de lo narrado y suprimiendo la incómoda copresencia de la divinidad.
–          Hemos de aceptar que muchas de las situaciones que la Biblia relata se inspiran en mitos universales, revisan tradiciones y leyendas preexistentes antes de su reformulación religiosa o, simplemente, describen peripecias humanas no por extraordinarias menos comunes. Todas las culturas tienen su teoría de los orígenes, sus propias nociones de muerte y regeneración, sus milagros y misterios, sus catástrofes, sus pugnas entre hermanos, sus héroes salvíficos. Que nosotros apostemos por atribuir el manantial del que brotan ciertas constantes de la morfología de los relatos a nuestro objeto de estudio, la Biblia, no se debe a un ejercicio insano de etnocentrismo, sino al incuestionable dato de que el cine nace en occidente y se desarrolla hasta su máximo esplendor en algunos países de una fortísima tradición judeo-cristiana (Estados Unidos, ahí es nada).
Por ahora es suficiente para movernos por estas intricadas sendas. Espero que mis aportaciones os alimenten de alguna manera.
 

  1. Modos y maneras

 
Cuando un creador se inspira en una historia previa para generar su propia invención debe decidir el grado de fidelidad a la fuente, así como el tipo de manipulaciones al que va a someter los materiales inspiradores. Partiendo de estas dos operaciones, podemos distinguir, pues, una especie de escala que va del cambio de lenguaje de una historia sin más (pasar de la palabra a la imagen, por ejemplo, en el cine bíblico) a la utilización más o menos anecdótica de un detalle (un personaje, un símbolo, un espacio como el Edén o la Tierra Prometida). Esa gradación, que admite entre medias multitud de formas de modelado de la argamasa primera, es la que vamos a recorrer en nuestro trabajo. Se me ocurren al menos siete maneras de integración de lo bíblico en las películas actuales. Las presentamos ahora en orden, según se muestren más o menos próximas las obras resultantes al texto original:
 

  • Adaptación

En una adaptación los sucesos clave, los personajes, los ambientes son los de la obra versionada, aunque en su proceso de traducción puedan verse sometidos a modificaciones varias. Eso sí, las fases cruciales del argumento se mantienen y cualquier espectador que conozca el original está en condiciones de reconocerlas en su nueva apariencia. Hablamos de cine bíblico en su más estricto sentido. En la actualidad, si exceptuamos las obras inspiradas en Jesús (Natividad, por ejemplo), este sólo ha encontrado un pequeño margen de cultivo en el ámbito del cine de animación. Sus obras más representativas son El príncipe de Egipto y Joseph, rey de los sueños.
 

  • Actualización

Actualizar significa saltarse el océano de los siglos y verter en el presente una historia situada unos miles de años atrás. Mediante este procedimiento se repiten, aquí y ahora, sucesos que tuvieron lugar, o bien en otro tiempo, o bien en ese espacio inconmensurable de la fábula. El año pasado se estrenaron dos películas La cosechay Sigo como Dios que resituaban en el presente el episodio de las diez plagas de Egipto y la historia de Noe respectivamente.
 

  • Revisión reflexiva

El cine no sólo muestra unos hechos, sino que puede reflexionar sobre ellos. Confluye, en estas ocasiones, la veta narrativa y el ensayo, la pura sucesión y la disquisición. Contar mientras se indaga en la significación de lo referido, pues. Yo ya he hablado en estas páginas de Jesús de Montreal, un buen ejemplo de obra que no sólo actualiza la vida de Jesús, sino que se aventura por el terreno peligroso (yo creo que con acierto) de la especulación razonada y las explicaciones. Hace un par de años Abel Ferrara optó por esta vía para aproximarse a la María Magdalena de los Evangelios Apócrifos en Mary. Una variante de esta opción es la que encontramos en películas llamemos seudo-reflexivas, como El Código Da Vinci, que especulan con argumentaciones y datos ficticios y los mezclan con otros históricos para generar obras de puro entretenimiento sin ninguna fiabilidad intelectual.
 

  • Recreación

En esta cuarta posibilidad las películas siguen todavía mostrando en su esencia una vinculación con un episodio preexistente, al menos en sus líneas maestras. Pero ahora el margen de libertad del artista es mayor: sin olvidar el núcleo narrativo de lo evocado, la obra se mueve sin ningún prejuicio ni límite creativo entre los materiales que maneja. Anticipemos los dos ejemplos que después anotaremos: en Génesis, un documental que aborda la historia de los orígenes del universo y de la vida, así como su lucha por perpetuarse, uno reconoce un parentesco remoto con todos aquellos relatos, los de nuestra tradición también, que han poetizado el misterio de los inicios. En otro sentido, una película de animación como La profecía de las ranas transforma la historia del diluvio en una fábula sobre el poder, la ecología y la dificultad de convivir. En ambos casos está ausente cualquier referencia a la divinidad, con una premeditación absoluta de laicizar los relatos. Lo curioso es que esa renuncia vuelve presente lo ausente: al escamotearse esa clave (la posibilidad de un Dios que explique el sentido y la dimensión última de los sucesos) se evidencia la intención de recrear unas primeras formulaciones mítico-religiosas en clave científico – lírica (Genesis) o político – ética (La profecía de las ranas).
 

  • Reintegración de motivos

Hablaremos ahora de la alternativa más común: ya no es toda una historia, sino una alusión, un detalle, caracterizado casi siempre por su fuerza simbólica, el que es utilizado por los artistas para enriquecer temática oicónicamente sus películas.  La universalidad de ese signo, su reiteración a lo largo de la historia de la representación (pictórica, teatral, literaria, fílmica…), la increíble intensidad dramática que emana de él lo transforma en un recurso muy sugerente. El Génesis y el Éxodo nos proporcionan multitud de estas piedras preciosas para construir el edificio de las ficciones, y, así, podemos rastrear en el cine edenes, becerros de oro, árboles de la sabiduría, tierras prometidas… El eco de Sodoma y Gomorra se siente aquí y allá en todo el thrillermoderno o en el cine de terror actual; Babel forma parte del imaginario común y es el eje sobre el que se vertebran las películas de protagonista colectivo; la historia de Caín y Abel se ha repetido hasta la saciedad de mil y una formas, sobre todo en el cine español (en el que los ecos de la guerra civil, cainismo en su más pura veta, no ha dejado de escucharse). ¿Y qué es el cine norteamericano del oeste si no una apropiación en toda regla de los mitos del éxodo y del encuentro y civilización de una tierra prometida? Películas como Al este del Edén o Babelse sitúan a propósito, explícitamente, desde el mismo título, bajo esta égida; otras sólo reconocen esta deuda por un aroma remoto e implícito, pero que yo diría cierto (El puente hacia Terabithia, como después se demostrará, y su revisión del mito del Jardín del Edén). Desde un salmo (recomiendo revisar El hombre elefante para constatar el peso que este puede tener en la emoción de un relato) hasta el tono de todo un libro (hay mucho del pesimismo del  Eclesiastés en cierto cine moderno), la reintegración de motivos constituye una solución fértil a la hora de dotar a una película de profundidad.
 

  • Resonancia

En Quinceañera se especula con la posibilidad de que su protagonista se haya quedado embarazada a pesar de su virginidad. Al parecer ocurrió así, pero no por la intervención de una realidad sobrenatural, sino por motivos bien distintos (haberse arriesgado a una práctica sexual de riesgo que no conllevaba penetración, pero sí contacto con semen). Desde ese momento, sobre la historia de esta adolescente gravitará el recordatorio de la virginidad de María (el padre de nuestra protagonista es un hombre muy religioso; convivirá con dos desclasados, que la sitúan en la órbita de los “bienaventurados”, por decirlo de alguna forma…). Creemos que es un buen ejemplo de todas aquellas historias que, a lo lejos, casi juguetonamente, sitúan algún elemento con reminiscencias bíblicas, sin apostar por exprimir  las posibilidades significativas que en la anterior opción presentábamos. Alientos mesiánicos, concomitancias proféticas (el cine actual está lleno de augurios más o menos sobrenaturales, premoniciones, anticipos…), vagas reverberaciones angélicas (en El último show de Robert Altman aparece una bella y misteriosa mujer que se acaba descubriendo como el ángel de la muerte): todo eso nos retrotrae a lo bíblico, aunque sea por el camino tangencial de los temas secundarios.
 

  • Proyección

Si el lector recuerda mi presentación, allí hablaba de que a veces es el espectador formado en cuestiones bíblicas el que adivina una familiaridad vaga entre los aconteceres de una ficción y alguna de las memorables vicisitudes que pueblan los Libros Sacros. Puede que no exista ninguna intención manifiesta de evocar esos aromas por parte de los pergeñadores de la obra contemporánea, pero se detectan algunas muescas en el relato que nos autorizan a forzar una filiación remota con la Biblia. Todo pastoralista puede aprovechar estas conexiones en su beneficio. Casi siempre ocurre que en la película que actúa como detonante de esa analogía falta la aparición estelar de Dios, y esa laguna en ocasiones inclina los actos humanos hacia el fracaso.
Este mecanismo funciona con solvente eficacia a la hora de explicar a ciertos personajes. Cojamos el caso de Abraham. Su confianza inquebrantable en Dios le lleva a aceptar su voluntad, por incomprensible que le parezca, hasta el punto de sacrificar a su propio hijo Isaac si aquel se lo exige. En El buen pastor Dios es sustituido por el gobierno de los Estados Unidos. Su protagonista, Edward Wilson, fundador de los servicios de espionaje moderno de su país, entrega su vida a ese ente todopoderoso en pro de la idea de seguridad de estado. Al final no duda en forzar el dolor y la destrucción emocional de su hijo a favor de un supuesto ideal superior que acaba por deshumanizarlo del todo. Pero no es lo mismo un Dios misericordioso que un país; no es lo mismo un relato en clave religiosa y nunca literal que pretende ejemplificar de forma extrema la fe, que la biografía humana de alguien que está dispuesto a sustituir los dictados de la conciencia por un poder insensible a los individuos. A este ejercicio de analogía es al que llamo proyección: iluminar una trama presente con destellos provenientes de una obra atemporal.
 

  1. Veinticinco sugerencias

 
La extensión de este artículo me obliga a un recorrido muy parcial por los materiales de los que he deducido las anteriores consideraciones. Me limitaré a anotar una pista, una breve orientación a propósito de veinticinco películas que pueden servir de ejemplos para esta división en siete categorías:
 
2.1. Adaptación
 
El Príncipe de Egipto (1998; B. Chapman-S. Hickner-S. Wells)
No olvidemos que los relatos bíblicos no aspiran al logro estético, sino a la transmisión de una verdad religiosa. Por el contrario, toda película antepone su vocación artística a su contenido ideológico. Por eso, frente a la sequedad estilística de muchos de los pasajes del Libro, en las adaptaciones se impone la tendencia a la dramatización y a la espectacularización de lo mostrado sobre la pantalla. Para lograr el primero de estos propósitos, en El Príncipe de Egipto se desarrolla la relación fraterna entre Moisés y Ramsés, el futuro faraón, (vínculo inexistente en el Éxodo), hasta tal punto que su enfrentamiento adquiere una dimensión humana desgarradora: no sólo chocan dos pueblos, dos maneras de comprender lo sagrado, sino también dos seres humanos unidos por unos lazos afectivos muy estrechos. La imagen más lograda de la película, a mi entender, es aquella en la que con medio rostro de cada uno de los protagonistas se forma en primer plano uno completo, hasta que ambos se desgajan y se disponen, preparados para la embestida, uno frente al otro. El otro ingrediente, el espectáculo, se sustenta sobre unos números musicales brillantes y algunas escenas sobrenaturales de notable ejecución (el paso del Mar Rojo, la síntesis de las diez plagas). En estas se alterna, con mucha perspicacia, la exhibición de efectos con la contención, este último rasgo sobre todo manifiesto en aquellos fragmentos donde Dios se hace presencia. Son geniales tanto el momento de la zarza ardiente como la muerte de los primogénitos, más insinuada que mostrada, con una Luz que es Viento o un Viento que es Luz mientras recorre las tierras del faraón y ejecuta su fatal misión.
 
Joseph, rey de los sueños (2000; R. Ramírez – R. Caduca)
Aunque esté producida por Dreamworks, la empresa de Spielberg que costeó El Príncipe de Egipto, ni el trabajo de animación ni la creatividad de esta propuesta están a la altura de su predecesora. Baste comparar la recreación del Antiguo Egipto de una y otra para evidenciar el abismo que las separa. Y es una pena. Probablemente la historia de José sea la más completa desde el punto de vista humano que recoge la Biblia: la multitud de sentimientos extremos que se ponen en juego (envidia, traición, seducción, despecho,  ingenio, amor, sufrimiento y sacrificio, venganza y perdón…) y el cúmulo de momentos climáticos, lances, quiebros y sorpresas que incluye su desarrollo dotan a este argumento de una increíble intensidad melodramática que, en este caso, está, a mi juicio, desaprovechada. El hecho de que Dios en este episodio, al contrario que en el de Moisés, no intervenga de forma patente sino de manera mucho más sutil en el transcurso de la acción (no hay prodigios de ningún tipo, más allá del don de José de interpretar sueños) motiva en la película un juego correcto con la luz como signo de su presencia, o con símbolos como el árbol que José consigue cultivar a partir de un débil brote durante su estancia en la cárcel (en la mejor idea de la película: una estupenda plasmación del proceso de fortalecimiento de la propia fe desde la crisis al esplendor); pero, más allá de esto, los sueños están visualizados con singular torpeza, la música no alcanza en ningún momento la inspiración necesaria y los personajes se agostan sin acabar de cobrar cuerpo. La historia sentimental de José con Asenet o la relación afectuosa con su primer amo, tramas secundarias no contenidas o sólo apuntadas en el original, no aportan nada a un conjunto aséptico y decepcionante. Sólo el ejercicio de  comparación con los capítulos del Génesis permitirá alguna alegría al espectador interesado.
 
2.2. Actualización
 
La cosecha (2007; S. Hopkins)
De nuevo las diez plagas de Egipto asolan el mundo, en este caso, un pueblecito de la América más profunda llamado Haven. La duda crucial que vertebrará la intriga de este relato es la siguiente: una vez constatado que todo lo que ocurre allí sólo puede responder a causas sobrenaturales, ¿quién ocasiona todo el estropicio, Dios o Diablo? La película aúna en su desarrollo este dilema (dónde acaba el bien y empieza el mal, cómo reconocer ambos cuando usan medios similares), una historia de recuperación de la fe, un relato sobre una secta satánica perversa, la presencia de una supuesta niña poseída por el demonio que en realidad es un ángel, unos apuntes sobre cómo desmontar científicamente ciertos milagros para patentar otros, el repaso epidérmico de ciertos versículos bíblicos…: todo un resumen, en fin, de las formas de abordaje (así, en plan pirata) más frecuentes de lo religioso en el cine actual. Desde luego, a los productores, interesados sobre todo en la pirotecnia, el producto se les ha escapado de las manos, pues es muy difícil lograr que cuaje tanta y tan compleja materia prima. Para lo que nos interesa, lo bíblico aquí es una mera disculpa vistosa para apuntalar una película de intriga sobrenatural en la que Dios se comporta como hace treinta siglos, cuando Jesús aún no había refinado sus maneras: dando puñetazos sobre el mundo como quien aporrea una mesa.
 
Sigo como Dios (2007; T. Shadyac)
Si La cosecha se servía de la Historia Sagrada sin prejuicios, con vagas e inocuas ínfulas trascendentes,Sigo como Dios es tan correcta y tan moralizadora que asusta. En la película de la que esta es secuela, Como Dios, ya se planteó con claridad y hasta simpatía una determinada imagen de la divinidad, tan irreprochable como poco comprometida con las aristas más cortantes del mundo. El volver sobre el particular otra vez, amén de innecesario, se salda ahora con un estrepitoso fracaso: poca comedia, política de baratillo y moralina sonrojante y forzada. Evan Baxter, ahora congresista de los Estados Unidos, debe construir un arca ante la inminencia de un nuevo diluvio. Su lema político, el que le ha dado la confianza del pueblo, es “Cambiar el mundo”.  Tras su particular peregrinar por el desierto, acaba aprendiendo que sólo cambiando uno cambia el mundo y que el verdadero arca son los Actos Radiantes de Calidad Altruista (casi me sonrojo de vergüenza ajena ante un acrónimo tan forzado). El diluvio se origina por la rotura de una presa mal construida (hay un mensaje ecológico de fondo ramplón y barato) y esta permite la consabida y esperada exhibición de efectos especiales tanto en la recreación del arca y todo su relleno (los innumerables animales que lo pueblan) como en la posterior catástrofe. La profusión de mensajes explícitos (“Dios no da nada, ofrece oportunidades”, “Dios nos escogió a todos”, “La historia del diluvio habla de creer en los demás, no de un castigo divino”, “Cambiaste el mundo porque diste hogar a un perro y pasas más tiempo con la familia”) estomaga por su explicitud de sermoncillo más que alienta. Por si fuera poco, que el Arca del Nuevo Noé aterrice a las puertas de la Casa Blanca en EEUU será visto como un acto de provocación política, pero aquí no podemos por más que digerirlo como un nuevo gesto de prepotencia cultural.
 
2.3. Revisión reflexiva
 
Mary (2005; A. Ferrara)
            Mary me parece una película imperfecta pero fascinante. Tres personajes, un periodista a punto de tener un hijo, un director de cine egocéntrico y caprichoso y una brillante actriz, entran en contacto con la vida y el mensaje de Jesús. El primero presenta un programa de televisión en el que, a través de entrevistas, pretende abordar la figura de Cristo desde todas las perspectivas posibles (teológica, artística, histórica…). Los otros dos han rodado una película inspirada en los Evangelios apócrifos. La ciudad de Nueva York y la Jerusalén en continuo conflicto, los problemas de convivencia en pareja y las dudas sobre el sentido de la propia vida, las presiones de los grupos religiosos ultraconservadores ante el estreno de la película y la repentina irrupción de la enfermedad y la muerte: la propuesta vital y trascendente de Jesús circula en estos ámbitos y situaciones, se aviva en ellos, los fecunda, buscando cómo encajar su sentido eterno y esencial (Dios es amor, aun en medio del sinsentido) en la tumultuosa realidad histórica, social y personal.
Marie, la protagonista, tras encarnar a la María Magdalena del evangelio apócrifo que se le atribuye (ni prostituta ni amante de Jesús: una discípula más, quizás la más querida), ha decidido abandonarlo todo para buscarse a sí misma. La paz interior y la mejora individual son sus nuevas metas. Unas palabras de Esta es mi sangre, la película en la que trabajó, resuenan en su nuevo proyecto de vida: “Allí donde está el vínculo, yace el tesoro”. Jesús, Dios, más que en la oración o en el autoconocimiento, está en el vínculo, es decir, en el noble y doloroso ejercicio de atarnos amorosamente a los otros seres humanos.
La película, poliédrica y sugerente, compleja por rica y profunda, acierta a expresar los distintos efectos que el conocimiento de Jesús causa en sus personajes: desde la revolución personal al autocuestionamiento, de la mera curiosidad intelectual o artística a la interrogación sobre el sufrimiento humano o sobre la posibilidad de conciliar lo material y lo espiritual, el abanico de actitudes, reacciones, luces y sombras que aún es capaz de suscitar el Dios-Hombre, se despliega ante nosotros.
Quizás la mejor síntesis de esta visión caleidoscópica se encuentre en las reflexiones de uno de los entrevistados por Ted, el periodista. Son las palabras que, intuyo, parecen haber movilizado al creador a rodar esta película. El gran regalo de Jesús, su rúbrica definitiva está, no en el símbolo de la cruz, sino en el gesto del lavatorio de pies. Esa locura divina que significa saltarse todas las lógicas y jerarquías para imponer la jerarquía única del amor, del vínculo, debe asumirse como el verdadero legado, la verdadera y perdurable invitación de Dios.
 
2.4. Recreación
 
Génesis (2005; C. Nuridsany- M. Perénnou)
“El vacío da a luz un minúsculo huevo de materia y energía: es el nacimiento del espacio y del tiempo”. Para los guionistas de esta hermosa película documental sobre el universo y la vida, los orígenes de todo se pierden en el misterio, pero ese misterio, desde su óptica radical y honestamente materialista, no se resuelve con la intervención de la divinidad, sino con la propia inmanencia del cosmos. Un griot, una especie de trovador o cuenta-cuentos africano, será el encargado de desgranar esta breve historia de los puentes entre el macrocosmos y el microcosmos, del parentesco entre la vida de los seres y la del universo. Su voz articulando el discurso y sus gestos ilustrando los comienzos del mundo (una cerilla que se enciende resume el big-bang; un puñado de harina lanzado al aire encadena con las formas de la Vía Láctea) reemplazan los actos creadores de la divinidad: su palabra poética persigue anular la Palabra aunque, sin querer, yo creo que la autoriza. Igual que los inicios inexplicables no admiten ni exigen un Ser Todopoderoso, aquí se postula que al final nuestra materia se reintegrará en la materia: “Mi cuerpo abandonará la lucha y devolverá al mundo la materia de la que está hecho” “Mis átomos irán a otros cuerpos”. Y eso será todo. El origen y el final, el amor, la lucha por la supervivencia están narrados en esta singular propuesta con una poesía embriagadora, tanto verbal como visual. Y es en ese tono, es en esa vocación de recuperar el misterio en la vibración lírica de palabras e imágenes, donde se presiente la palpitación de lo sacro. Lo que se despliega como un ejercicio de ciencia poética o de poesía científica, de espaldas a cualquier trascendencia, acaba por erigirse en un soberbio canto en honor de todo lo existente, incluso de aquello que está Más Álla y que aquí se presiente en  los interrogantes abiertos y se adivina tras la belleza de lo creado. Un nuevo Génesis que, en definitiva, cuando refuta el otro, lo refuerza.
 
La profecía de las ranas (2003; J-R Girerd)
El otro ejemplo de recreación de lo bíblico que manejamos también opera sobre la base de extirpar todo componente religioso de sus entrañas. Es más, la única alusión a lo sagrado en la película está teñida de una evidente ironía: Juliette, la madre de origen africano de Tom, invoca en un par de ocasiones a la Pachamama, sin ningún resultado. Sus intentos de ordeñar una vaca sin tocarla o de convertir una patata en filete por mediación divina fracasan con estrépito. Ella se ríe de sí misma, antes de comentar que en tiempos de su abuela esos métodos sí que funcionaban. Si este es el único apunte sacro en una obra inspirada en un episodio bíblico, quizás no sea exagerado sospechar que se nos esté invitando a considerar lo religioso un arcaísmo ahora sin sentido ni función: una superstición simpática pero puramente folklórica. La defensa de los valores humanos de la convivencia reemplaza cualesquier otros postulados de alcance diferente, como si unos y otros fueran incompatibles. Y aquí encaja la fábula propuesta: un nuevo diluvio servirá para que animales herbívoros y carnívoros aprendan a convivir y no se devoren en un arca singular, que es resumen del mundo. “En este barco para sobrevivir los colmillos deben dejar de incordiar”, dice Ferdinand, el nuevo Noe. Habrá un malvado con ínfulas de dictador que propague, por odio, un credo de violencia y exterminio entre los carnívoros hasta poner en peligro la difícil armonía lograda, y unos cocodrilos que, como amenaza externa, asedien este reducto conflictivo. Al final todo vuelve a su cauce y la singular familia protagonista (el padre es un anciano; la mujer, africana; el hijo, adoptado, e incluso han acogido a una vecina a la que creen huérfana: una síntesis de nuestras sociedades complejas y mestizas) arriba a tierras secas, junto a una flota de barcos de todo tipo, época y envergadura, en una imagen tan conseguida como redonda de un planeta múltiple, globalizado y, gracias a Dios, todavía hermoso.
 
2.5. Reintegración de motivos
 
El puente hacia Terabithia (2007; G. Csupo)
Los dos niños protagonistas de esta historia, nuevos Adán y Eva, levantan en un bosque un mundo fantástico al que huyen cada tarde. Son marginados en la escuela y en la familia, pero todavía disponen de una fértil imaginación infantil que les permite viajar a un universo paralelo y esquivar momentáneamente esa realidad fea y opresiva. Lo más interesante de esta película es que esta conexión entre Paraíso e infancia, tantas veces evocada, se problematiza: frente a la muerte, al sufrimiento, a los conflictos, frente a las distintas formas, en fin, de manzana del árbol del conocimiento, la vuelta al territorio edénico como mera alternativa escapista resultará ya insuficiente. Caben dos soluciones: la destrucción de ese espacio (vía clásica) o su reformulación, opción que aquí se explora. El protagonista, cuando muere su compañera en un desgraciado accidente, aprenderá que ese reino inventado puede ayudarle a reinterpretar lo vivido, a encontrar, con las herramientas narrativas de lo legendario, el sentido de las cosas, aun las más desgraciadas. La imaginación al final le servirá, en definitiva,  para enfrentarse a la realidad, no para rehuirla: ese es el puente al que alude el título, el que permite el feliz tránsito de la vida real al mundo inventado que la sublima. Y eso es crecer, en definitiva: saber integrar el dolor y el fracaso real en una estructura simbólica de sentido. Recomiendo, como otras veces, volver a Big fish para comprender mejor lo que digo.
 
Nuestra música (2004; J. L. Godard)

  1. L. Godard divide su película en tres partes (“Infierno”, “Purgatorio” y “Paraíso”). En la primera parte, el infierno está representado por un impactante montaje de unos diez minutos de escenas bélicas o de inusitada violencia, tomadas tanto de documentales como de películas. En la última, el paraíso es un incómodo y nada idílico bosquecillo a la orilla del mar…vigilado por unos marines norteamericanos.Entre medias, el purgatorio se presenta bajo la apariencia de la ciudad en ruinas de Sarajevo. La brutalidad, pues, engendra el infierno, muestra sus secuelas en el purgatorio y, en un apunte tan sarcástico como lúcido, garantiza el orden en el paraíso. Una de las películas de la última temporada más impactantes, La zona, juega también con la imagen de un edén (en este caso, una urbanización de lujo en medio de una ciudad miserable) que preserva su paz mediante alambradas, severa vigilancia y el recurso a la violencia autodefensiva, incluso situada fuera de los márgenes de la ley. Ambas películas nos sugieren que, en un mundo lleno de desigualdades, sólo la fuerza bruta defiende nuestros paraísos fingidos de la amenaza de aquellos que están fuera del sistema y lo cuestionan con su propia e incómoda existencia.

 
La fuente de la vida (2006; D. Aronofsky)
El motivo bíblico integrado en esta película es el del  Árbol de la Vida que se menciona en el Génesis. En tres épocas distintas (la conquista de América, el presente y un futuro lejano) un mismo personaje intenta lograr la salvación de la mujer que ama mediante este árbol, capaz de otorgar la eterna juventud (historia pasada), lasanación de una enfermedad incurable (presente) o el reencuentro de dos seres humanos más allá del tiempo (el futuro). En último extremo, esta lucha por la inmortalidad se salda de la única manera posible: el ser humano debe asumir su mortalidad, porque todo intento de perpetuarse en vida está condenado al fracaso. En esta película, como en muchas otras de los últimos años (no olvidemos el comentario a Un puente hacia Terabithia; revisad bajo esta clave también El orfanato) se nos muestran la dificultades de las personas para asimilar la pérdida y superar los procesos de duelo. En nuestro mundo contemporáneo, consagrado al eterno presente, la juventudperpetua y el pleno disfrute hedonista, la muerte, el envejecimiento o la destrucción están siendo escamoteados de la vida pública como tabúes insoportables y eso dificulta aún más los procesos de integración del sufrimiento. Sobre este tema versan en parte estas películas y muchas otras (sólo cito tres títulos recientes que me han gustado: La soledad, Los testigos, Las alas de la vida). Un último apunte: La fuente de la vida combina la tradición bíblica, las creencias mayas y el budismo, en una operación fascinante de sincretismo y conexión de fuentes. Es una lástima que cierta frialdad expositiva, una narrativa embarullada y algunas imágenes ridículas o pedantes cuando pretenden ser poéticas desluzcan un producto mucho más prometedor en sus planteamientos que en sus resultados.
 
Babel (2006; A.G. Iñárritu)
Esta historia de historias conectadas a pesar de los miles de kilómetros que separan a sus protagonistas sigue el cauce abierto por una buena nómina de películas con protagonista colectivo y peripecias vitales cruzadas (Crash, Bobby, Nueve vidas, Magnolia, Short cuts, por citar sólo algunos ejemplos, tres recientes y dos fundacionales). La tesis de partida sobre la que se sostiene esta película (nuestro planeta globalizado es la nueva Babel) no es demasiado ingeniosa, pero su trasfondo sí me lo parece. Porque Babel estipula que el primer laberinto que debe desentrañarse, antes que el que componen culturas, razas, credos y tradiciones en difícil convivencia, es el que trazan los sentimientos en el alma humana. En la película se presentan conflictos entre culturas (norteamericanos y africanos, mexicanos y estadounidenses…), pero sobre todo hay choques afectivos, desencuentros emocionales, tensiones entre almas que no terminan por sintonizar… Esposo con esposa, padre con hija, adultos con jóvenes: el problema esencial de nuestro mundo, la mayor y babélica frontera es la que separa a los que están más próximos y no acaban de entenderse. La confluencia de la incomprensión interpersonal y las tensiones socio-políticas redunda en una confusión de dimensiones sísmicas. Quizás la película peque de pretenciosa (hablar de todos los grandes temas en un tono de elevación trágica ampuloso), pero sus redobles, como los que anteceden a una ejecución, no dejan a nadie impasible.
 
Sin city (2005; F. Miller – R. Rodríguez – Q. Tarantino)
Seven de David Fincher fue una película visionaria. Planteaba con amargo pesimismo cómo Sodoma yGomorra se ubican en realidad en la propia conciencia del hombre contemporáneo, negado para resistirse al reclamo de los pecados capitales cuando estos se le ofrecen como alternativa vital o como solución a los problemas individuales. Este desalentador diagnóstico motivó que buena parte del cine contemporáneo retratara ambientes de pesadilla, mundos en descomposición, atmósferas personales o colectivas pestilentes. El brutal (y genial) cómic deFrank Miller que adapta Sin City sitúa a sus personajes en esa “Ciudad de pecado” que nombra el subtítulo de la película. Incomunicación, violencia, crimen, corrupción impregnan decorados nocturnos donde la lucha por la supervivencia sólo la ganan los más fuertes o aquellos que han sepultado cualquier escrúpulo moral. Los héroes desencantados recurren a los mismos medios que los villanos, la barbarie ha campado a sus anchas, los ápices de nobleza sólo se adivinan como una moneda desgastada y ya sin valor entre basura, canibalismo e infierno. Negrura estética y existencial, sin margen para otro ideal u otra creencia que no sea la perentoria necesidad del calor de otro ser antes del definitivo exterminio. Estamos, es verdad, en medio de una propuesta estética que radicaliza las constantes del cine negro, de ahí su expresionismo límite. Pero, más allá de que sus logros estéticos contrapesen su nihilismo filosófico, en ese mundo en blanco y negro sin Dios ni ley se reconoce una incómoda metáfora de lassodomas nuestras de cada día.
 
El diablo viste de Prada (2006; D. Frankel)
Puestos a identificar becerros de oro en las ficciones contemporáneas, los hallaremos de todos los pelajes: por poner algunos ejemplos recientes,  el dinero (Concursante),  el poder (Todos los hombres del presidente), la fama (Dreamgirls), el sexo (Juegos secretos), una obsesión (Zodiac) han complicado la vida de cientos de personajes. El diablo viste de Prada juguetea con cómo el trabajo y el entorno de convenciones que genera puede conducirnos también a una forma de idolatría autodestructiva. La protagonista, una periodista con ideales personales e ínfulas literarias, entrará a trabajar como ayudante de la directora de la revista neoyorquina de moda más prestigiosa. Su vida personal se verá amenazada por la tentación del beautiful people, la sofisticación y el lujo, todo un entorno de apariencias y superficialidad repugnante para una intelectual, pero mucho más chic que la gris cotidianidad. Como estamos en el territorio de la comedia ácida pero amable, en último extremo nuestra heroína salva su independencia, incluso con la admiración y la estima de su diablo particular (la jefa que la ha torturado a lo largo de toda la función). Como dictan las convenciones, logrará rehacer su vida al lado del hombre que de verdad la ama y aprenderá bastante de la vida. En esta película, no obstante, me escama cómo la supuesta crítica de la banalidad, de las reglas del juego social y del mundo de la moda al final se asiente sobre una aceptación implícita de sus presupuestos: el personaje central, al final, con menos desaliño y más ropa de marca, ha ganado en atractivo; su fascinación por las alharacas y baratijas se nos contagia a los espectadores, boquiabiertos ante las evoluciones de modelos y diseñadores en el mundo de purpurina en el que habitan. En último extremo parece que reservarse en el bolsillo un par de cuernos del becerro tampoco va a hacernos demasiado daño: nadar y guardar la ropa, en fin, siempre ha resultado mucho más rentable que lanzarse de cabeza al fondo de lo que de verdad creemos.
 
Nuevo mundo (2006; E. Crialese)
Cebollas del tamaño de la copa de un árbol, zanahorias de la longitud de un ariete, monedas de oro que penden de los árboles o caen en chaparrón, ríos caudalosos de leche: así es América para los pobres e ignorantes emigrantes sicilianos que emprenden su particular éxodo desde los pedregales inhóspitos donde se han criado.Nuevo Mundo acompaña a sus protagonistas (la familia Mancuso… y una misteriosa mujer inglesa) en este itinerario entre dramático y surreal. La marcha del pueblo, las dificultades para embarcar, la odisea marítima y, en último extremo, las revisiones médicas, sicológicas e intelectuales o los matrimonios de conveniencia en la Isla deEllis, último escollo ya a las puertas de oro de Nueva York, constituyen los jalones de esta aventura que es todas las aventuras de quienes han buscado una tierra de promisión más allá de la esclavitud de la miseria.
América no llega a verse: es sólo un banco de niebla, o unas torres misteriosas adivinadas a lo lejos desde lo alto de un ventanal, o una lengua incomprensible, o el sueño de miles y miles de emigrantes de nadar en maná. La película apuesta por depositar toda su carga expresiva en un uso muy inteligente del sonido (el silencio arcaico de las primeras secuncias, el tumulto en el puerto, los gritos de los pasajeros en plena tempestad, sólo intuida por sus golpes y caídas en el interior de la nave, el paroxístico cántico siciliano de dos hombres la noche antes de arribar a tierra…), en la alternancia de imágenes oníricas con otras de una realidad tan inesperada que parecen arrancadas a los propios sueños (dos hombres escalando una montaña con sendas piedras en la boca como penitencia, el mayor de los Mancuso sepultado en la tierra, con sólo el rostro al aire, para exigir a su madre que consienta la marcha de la familia a América, los peces espada a hombros de los marineros en el puerto, la multitud aglomerada en el puerto desgajándose de los que se hacinan en el barco que parte, inmóviles todos y en silencio…), en la construcción de unos personajes, a veces anómalos, siempre entrañables… Como en todo éxodo, hay en este el pálpito de una esperanza, la magia de lo por venir, el acre y decisivo olor de sudores y esfuerzos compartidos, de afectos tan estrechos que abrazan al propio espectador y le recuerdan su condición también de extranjero en el mundo y de soñador incorregible.
 
Malena es un nombre de tango/Los aires difíciles (1996-2006; G. Herrero)
Los escritores de la Generación del 98 anticiparon nuestra Guerra Civil en sus reflexiones sobre el cainismo. Dibujaban esta terrible tendencia al odio entre hermanos como un rasgo reconocible en la idiosincrasia del alma hispana. Novelas como Abel Sánchez de Unamuno o poemas narrativos como La tierra de Alvargonzález  de Antonio Machado perdurarán siempre como radiografías de nuestro carácter y como dolorosas profecías de una conflagración de consecuencias funestas aún hoy vivas.
Hermano contra hermano por envidias, por odio acerbo, por causas inextricables pero siempre humanas: es fácil rastrear este tópico en las historia del cine. Así, por citar dos ejemplos recientes, El viento que agita la cebada ficcionaliza el proceso de surgimiento del IRA y  expone cómo dos hermanos se separan y enemistan a consecuencia de la diferente visión que cada uno tiene de la lucha por la independencia de su pueblo; en El sueño de Casandra, el fratricidio final de un hermano a manos de otro no llega a consumarse, aunque la tragedia dirige ambos destinos, unidos por un crimen compartido, hacia la perdición. En el ámbito hispano, anoto brevemente el tratamiento que del tema del cainismo se detecta en la narrativa de Almudena Grandes y en las dos adaptaciones que de sendas novelas de esta escritora realizó Gerardo Herrero. Tanto en Malena como en Los aires difícilesdos hermanos (hermanas en el primer caso) acaban por airear sus diferencias. Lo interesante es que Caín y Abel intercambian muchos de sus rasgos, se confunden, se complican. En la primera cinta, Malena, la supuesta poseedora de la mala sangre de la familia, actúa impulsada siempre por el corazón y el deseo, sin imponer límites ni cortapisas de ningún tipo a los dictados de sus impulsos; Reina, sin embargo, se mueve de forma sibilina dentro del orden social para lograr sus propósitos, bien sea alejar  a su hermana del hombre que la ama y que la ha rechazado a ella, bien sea para robarle después el marido o el hijo. Malena maldice, al final de la cinta, a laaparente Abel con alma de Caín con palabras resonantes: “Maldita seas y malditas sean las hijas de tus hijas. Que sólo circule agua por sus venas y que ninguna sepa lo que es tener una gota de sangre podrida en ellas”. En Los aires difíciles, Damián y José dirimen sus diferencias sobre el tablero de juego de una mujer, Charo. Aquí Caín- Damián se define como un tipo despótico, brutal y machista. Arrebata a su hermano a la mujer que ama y se casa con ella, aunque Juan y Charo mantendrán en secreto durante años una relación adúltera. En el desenlace, en un nuevo giro de tuerca a este motivo, Damián, en plena pelea con su hermano, cae por unas escaleras. Malherido, Juan-Abel, tras dudar un instante, decide acabar con su vida desnucándolo contra un escalón. Si en la primera propuesta, la piel de Abel escondía a Caín y la sangre de Caín se mostraba más noble en sus debilidades que la del aparente cordero manso, en esta segunda Abel decide ejecutar a Caín para fundar así la posibilidad de una vida nueva. Curiosas variaciones de un motivo, muy en sintonía con la visión actual de los valores.
 
2.6. Resonancia
 
Quinceañera (2006; R. Glatzer – W. Wesmoreland)
Como ya explicamos  en la presentación de las distintas maneras de presencia de lo bíblico en el cine, enQuinceañera se juega con la idea de virginidad y embarazo. Este detalle sirve para reforzar la caracterización de una serie de personajes que acaban conviviendo en una misma casa al verse marginados del orden social: un viejo sin familia pero con mucho de ángel tutelar para toda la comunidad, un chaval homosexual expulsado por su padre del hogar familiar y la propia adolescente embarazada forman un nuevo modelo de relaciones, anómalo y no por ello menos carismático, que reemplaza así a la  familia clásica como garante de vínculos afectivos y seguridades. En Los aires difíciles, en Pequeña Miss Sunshine, en Vías cruzadas, en Transamérica, en Cachorro (y cito a vuela pluma) se especula también sobre estructuras que llamaríamos disfuncionales si no fuera porque sus miembros, al menos tal y como sugieren estas obras, alcanzan ciertas formas de armonía y felicidad que los esquemas tradicionales de parentesco no proporcionan. Quizás, en este contexto, no sea descabellado afirmar que el embarazo seudo-milagroso de la protagonista de Quinceañera, amen de translucir su inocencia profunda, aspira a establecer una rima entre el grupo humano diferente y provocador en el que le toca vivir y la mismísima… Sagrada Familia.
 
2.7. Proyecciones
 
El buen pastor (2006; R. de Niro)
La irrupción de Dios en la vida de Abraham enriquece su vida hasta límites insospechados: una gran familia, rebaños, tierras. Todo de forma gratuita, a cambio de fe y de la disposición a acatar los dictados de quien lo ha escogido como instrumento de un proyecto liberador. No en vano, Abraham es el patriarca del que nacen las tres religiones monoteístas más importantes. Además, su religiosidad no le resta ni una pizca de humanidad, como demuestra su actitud con Lot o su intento de mediar por Sodoma y Gomorra. Incluso su gesto más polémico, el sacrificio de Isaac, sólo corrobora una fe en Dios que no resulta defraudada: la humanidad de Dios al evitar tal sacrificio enriquece su persona con el don de un Dios que también es Padre y que se sitúa así, ya para siempre, a la escala del hombre.
La historia de El buen pastor invierte en todos sus términos estas premisas: desde que Edward Wilson se entrega a los Servicios Secretos de su país, su catadura moral y humana va viéndose mermada. El fingimiento y la fractura imposible de cicatrizar entre su trabajo y su vida privada le condenan a  un cúmulo de renuncias, traiciones y crímenes que lo desposeen de identidad propia. Cuando se diviniza una misión de dudoso sentido, la idea de bien público, con sus peligrosos perfiles abstractos, exige a veces inmolaciones de individuos concretos y eso enturbia la legitimidad de cualquier proyecto. Si la historia de Abraham es la de un hombre que gana en integridad humana y religiosa, la de Edward Wilson se salda con el endurecimiento de un carácter y la ruina. El poder del pueblo de Dios proviene de un hombre santo; el poder de los Estados Unidos modernos, de la conjura, el maquiavelismo y los tejemanejes de ciertos corazones desalmados. Una manera desafiante, pues, de leer la historia del Nuevo Mundo.
 
El truco final (2006; C. Nolan)
            Si Abraham es íntegro y honesto, la historia de su hijo Jacob está repleta de claroscuros. Sus engaños, sus maneras de tracista para aprovecharse de su hermano Esau, sus viajes y peregrinaciones en pos del bien propio nos regalan el retrato de un ser egoísta, complejo e imperfecto, dispuesto a todo por su propio bien. Sólo el Dios que se manifiesta en sus sueños o que incluso se enzarza con él en feroz combate acaba por reconducirlo a la senda por la que transitó su propio padre.
En El truco final se narra el enfrentamiento artístico entre dos magos, dos suplantadores también, capaces de cualquier cosa por conseguir el truco más brillante. Fingen, sacrifican a los seres que aman, incluso se mutilan con tal de alcanzar la gloria artística. El mejor número de ambos, El hombre teletransportado, les obliga a una existencia atroz: Borden ejecuta con maestría este efecto porque mantiene en secreto a lo largo de toda su vida que en realidad él no es uno, sino el resultado del pacto de silencio de dos hermanos gemelos. Ha tenido que vivir sólo media vida para conquistar la cima estética. El sacrificio de Angler, El Gran Danton, es aún mayor: ha comprado una máquina que duplica su propio ser a la vez que lo teletransporta. A cambio, debe matar a una de las dos criaturas (uno de sus “yoes”, el engrendrado o el original, nunca sabe cuál) cada noche y morir por tanto una vez al día para seguir siendo el único. Mientras en la historia de Jacob, Dios consigue reconducir a un hombre encenagado en su propia tendencia prestidigitadora, en el fascinante relato que comentamos nada ni nadie logra sacar a estos hombres de su enloquecida inmersión en las simas de la obsesión: ni las mujeres que los aman ni el hombre que fabrica para ellos máquinas e ingenios. Cuando la lucha feroz con lo peor de nosotros (historia de Jacob) es sustituida por la rivalidad con el otro y la ambición aun a costa de uno mismo, el sinsentido se apodera de la vida humana. Si Jacob encuentra la verdader luz, Angler y Borden prefieren las candilejas.
 
Ratatouille (2007; B. Bird)
Supongo que sugestionado por este trabajo, en cuanto terminé el visionado de la historia de Remy, la rata que aspiraba a ser chef, me vino a la cabeza la vida de José. Las similitudes son forzadas, pero nada peregrinas: José en Egipto es Remy en París, dos desclasados fuera de tiesto: ambos separados forzosamente de su familia, ambos extranjeros en una tierra inhóspita. Al don de interpretar los sueños de José le corresponde la innata sensibilidad culinaria de nuestra entrañable rata; al Dios onírico del Antiguo Testamento lo sustituye el Gran Chef fantasmal que alecciona al roedor. El faraón ahora es el sobrino del difunto maestro de la cocina y sólo la genialidad inspirada de su amigo con bigotes y cuatro patas permitirá su triunfo en el reino de las cazuelas, como en la Historia Sagrada el triunfo político del máximo mandatario egipcio se sostuvo sobre las sagaces intuiciones de un pobre esclavo. Los éxitos de José tienen bastante parangón con los triunfos gastronómicos del roedor.  El pueblo judío que, al final de las peripecias novelescas del héroe bíblico, se asienta en Egipto puede asociarse con la gran familia de ratones que en el desenlace de la película encuentra su lugar en el restaurante de etiqueta donde trabajaRemy… Y, en definitiva, aunque allí se trataba de vacas flacas y gordas y de espigas de grano dorado, aquí no abandonamos tampoco el ámbito de lo alimenticio.
Si la historia de José culmina con una emigración en masa que luego, generaciones después, motivará la esclavitud del pueblo judio, en Ratatouille puede reconocerse un movimiento similar. La repugnancia casi instintiva que desatan las ratas de alcantarilla trasladadas al mundo de la alta cocina admite una lectura política revulsiva: sustitúyase a los animales por emigrantes de recónditos países y a los fogones por nuestros propios estados desarrollados y extráiganse las conclusiones pertinentes a propósito de esta fábula social.
 
Azur y Asmar (2006; M. Ocelot)
            De Abraham nacen Ismael e Isaac. Uno es hijo de la esclava Hagar y el otro, de Sara, la esposa legítima. De la primera desciende el pueblo árabe; de la segunda, el pueblo de Israel. Un tronco común del que derivan dos tradiciones, dos culturas, dos religiones: la musulmana y la judeo-cristiana. Destinadas a entenderse: condenadas, hoy por hoy, en demasiadas ocasiones, al enfrentamiento, el odio, la destrucción mutua.
Azur y Asmar es una bellísima película de animación que continúa con otros protagonistas esa historia de hermandad a veces rota.  Azur, hijo de un caballero cristiano, y Asmar, de origen árabe, comparten una misma nodriza, la madre del segundo. Uno es rubio y de ojos azules; el otro, moreno y de ojos negros. Ambos, ya adultos, emprenderán la aventura maravillosa de liberar al hada de los Djinns, primero por separado, con recelo, casi como enemigos, hasta que poco a poco afloren los lazos fraternos que los hermanan y uno se sacrifique por el otro en la consecución de su objetivo. De esta entrega nacerá el triunfo de los dos y la boda de ambos: uno, Azur (rubio y ojos azules), con el hada de los Djims (morena y de ojos negros) y el otro, Asmar, con la de los Elfos, rubia y de ojos azules. En el itinerario se encontrarán con  seres fantásticos, retos que superar, llaves mágicas y personajes nada convencionales: todo para conectar la historia con los relatos fabulosos de Las mil y una noches, aunque sin renunciar a una lección de tolerancia y convivencia ya implícita en la propia Biblia.
 
El libro negro (2006; P. Verhoeven)
            Esta historia sobre la resistencia holandesa contra los nazis, además de una fantástica película, admite el precioso contraste de la historia de su protagonista femenina con la de Judit. El comportamiento rotundo y decidido de la heroína judía por antonomasia se llena aquí de sinuosidades. El Holofernes nazi resulta mucho más humano que los propios traidores que la resistencia incuba. La misión divina del Antiguo testamento se transforma ahora en  un combinado explosivo de supervivencia, venganza y lucha por la libertad. El traidor al que se va a ejecutar en esta cinta tan cruda como apasionante podría haber sido perdonado y juzgado, pues su acción corruptora ya ha sido interceptada, pero no hay piedad posible en un argumento donde la limpieza didáctica de la historia sagrada que invocamos ha sido reemplazada por el peso de la sangre, el sudor y la bilis. Lo que ya hemos comentado en otras películas: una vez suprimido Dios de un argumento universal, el ardor de lo humano entra en combustión y lleva los relatos por la senda de los instintos básicos y las pasiones furiosas. Y eso en el cine suele dar como resultado o películas viscosas o filmes electrizantes como este.
 

  1. Epílogo: hombres y mujeres de Dios

 
            Este epílogo tiene como función mostrar algunas imágenes de personas religiosas extraídas del cine más reciente. Creo que estos tres apuntes sirven para cerrar este trabajo, culminando mi reflexión sobre lo bíblico con ciertas formas actuales de representación de lo religioso.
 
Soldado de Dios (2005; W.D. Hogan)
            Contar, hoy, la historia de un caballero templario resulta peliagudo. Un hombre que guerrea en nombre de Dios, o está visto en su propio contexto, con mirada historicista y por lo tanto escrupulosa con lo que fue, o, si se aspira a hablar de nuestro presente usando ese pasado como metáfora, el director debe andarse con tiento para no meterse en un cenagal. Está película me despistó desde el principio y, después de verla un par de veces, yo no sé todavía cuál es su propósito: ¿ensalzar la fe incombustible de este soldado de Dios o criticar su desorientación existencial? ¿Es un retrato pretendidamente veraz de una mentalidad medieval o una invitación a la convivencia entre religiones, una denuncia de los excesos violentos a los que ha empujado y empuja la fe, un canto al pacifismo? La calidad más que dudosa del producto le confiere esta ambigüedad que comento. El protagonista tendrá que convivir durante unas jornadas en una jaima con una bellísima mujer y con un musulmán. Lo fácil sería mostrar cómo entre los tres surge la tolerancia, el respeto, el afecto (vía, pues, actualizadora, bien pensante, “hagamos un canto a la convivencia”) o, al contrario, evitar que esta situación altamente improbable se produzca y contar la turbia realidad de las Cruzadas (vía de la narrativa histórica). Pero no: aquí los tres tienen que estar juntos, sin que acabe de producirse la definitiva armonía. En una escena sorprendente, ya en el desenlace, el cruzado y su compañero árabe pelean contra cuatro hombres de Saladino, enemigos comunes de ambos. En pleno alarde de furia guerrera, el cruzado descarga un mandoble ¡sobre la mujer a la que ha deseado y que ha estado a punto de separarle de su opción por Dios! ¿Lo ha hecho como un campeón de la fe, para librarse de la tentación? ¿El monje – guerrero, ofuscado, perdido en un mundo que no entiende, ha cometido una barbaridad que en el fondo es un suicidio? Sospecho que es lo segundo, pero está todo contado de forma tan torpe que, oh, Dios, alguien puede creer que estamos ante un verdadero héroe de la fe digno de ser imitado…
 
Teresa, el cuerpo de Cristo (2007; R. Lóriga)
En el personaje de Santa Teresa de Jesús se concentran una biografía llena de avatares, los logros de una escritora especialmente dotada y el misterio de unas vivencias religiosas de inusitada intensidad. A eso debe sumársele el hecho de ser mujer y ejercer esa condición con orgullo, todo ello en el contexto apasionante de la España efervescente del Renacimiento. La compleja confluencia de tendencias religiosas varias, siempre bajo el ojo amenazante del Tribunal de la Santa Inquisición (a saber,  los que aspiran a la reforma religiosa sin salir de la ortodoxia, la pujanza de los protestantes, las disputas intestinas por el poder, los choques entre órdenes religiosas y la profusión de herejías varias) redondea el cuadro completo y complejísimo que Ray Lóriga ha tratado con un exquisito diseño de producción y una lógica sensibilidad literaria, dada su condición de escritor.
Problemas: al final todos estos ingredientes, que por separado tienen su empaque, se ensamblan sin que el resultado narrativo acabe de funcionar. Desapasionamiento, esteticismo, falta de progresión dramática, demasiado despliegue verbal poco integrado caracterizan un producto un tanto desangelado, con momentos muy hermosos (el final bajo los golpes de campana, por ejemplo), pero sin que el conjunto resulte convincente en términos fílmicos.
Sobre el retrato de Santa Teresa, que es lo que nos importa en este caso, se ha operado una curiosa maniobra: el lenguaje amoroso de su literatura mística se ha usado como base para plasmar visualmente las experiencias de oración, ensimismamiento y éxtasis. De ahí las polémicas visiones de la santa desnuda en brazos de Cristo, que tanta cola han traído. Se puede discrepar con la apuesta del director quien, no obstante, se muestra respetuosísimo con el resto de materiales que utiliza. Además, a medida que avanza la película, opta más por el tratamiento de la biografía y de la literatura de la santa que por este intento de explicitar lo religioso por la vía de lo sensual, como si hubiera reparado en que ese camino puede acabar por resultar oportunista y cansino. El problema estriba en que una formulación literaria no se corresponde con una vivencia literal: el amor de Dios, la entrega absoluta al Altísimo, el “engolfamiento de Dios”, el “vivo sin vivir en mí” funcionan en el ámbito de la palabra, pero chirrían en la explicitud de las imágenes. Para ver a alguien orar de verdad, alma adentro, quizás sólo la solución que transita El gran silencio (filmar sin prisas la falta de acción, el arrobamiento externo absoluto, hasta que la paz interior (o el aburrimiento) broten por ósmosis  en el espectador) pueda considerarse satisfactoria.
 
El gran silencio (2005; P. Groning)
Los monjes cartujos pretenden encontrar a Dios en la soledad, en el silencio, en el ensimismamiento. Su vida cotidiana, por contraste con la nuestra, resulta tan exótica como la de una tribu amazónica. Contemplar a los que contemplan mientras ejercitan tan inhabitual disciplina es un reto, sin duda, y también una provocación. La película actúa en esas dos direcciones: se trata de transformar nuestra experiencia como espectadores en singular vivencia cartuja; se trata también de poner nuestra vida en este exigente filtro de la absoluta precariedad para ver si en algo purificamos nuestros afanes y fatigas.
A mí me costó entrar en el juego exigente que nos propone este documental, lo reconozco. Me removí incómodo durante media hora en una butaca que amenazaba con convertirse en instrumento de tortura. Pero luego, cuando mi ritmo cardiaco y mental se ajustó al compás de las estaciones, al frío puro y oxigenante del silencio, a la intensidad casi intolerable que en esta vivencia espiritual tienen las presencias físicas; cuando, en definitiva, traspasé el umbral, noté sobre mis ojos el pétalo de lo sagrado. El misterio, algo que es y no es, un remoto orden en el desorden de lo existente, un orden previo a todo, que rebosa en todo, que se presiente: aquello que los mejores relatos bíblicos evocan y que, muchos lo creemos, proviene de un Dios humanísimo.