Lo que va de «llegar a ser maestro» a «quedarse en maestro»

1 septiembre 1998

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Joaquín Mª García de Dios forma parte del Consejo de Redacción que dirige la revista «Padres y Maestros».
 
Síntesis del artículo
El autor encara con decisión el tema de tener valor para ser un buen profesional de la educación o, de lo contrario, retirarse de ella. Tras aventurar algunos tópicos, nacidos a la vera de educadores desanimados, analiza “una docena de resistencias al cambio” que precisamente se dan en quienes se resisten a «ser animados». Por último, el artículo contiene un decálogo para animar a educadores, unas cuantas sugerencias de tipo práctico y cuatro citas del Maestro de Nazaret.
 
 
 
                                                        Porque llamamos maestro 
                                                        al que, desde su propia vida,
                                                        nos dice palabras de vida
                                                        que nos sirven para la vida.
 

         1   A modo de prólogo:

Nos vuelve a desafiar el «dilema»

 
Ser o no ser un buen profesional de la educación: ésa es la cuestión. Serlo es también asumir la tarea de animar a los profesionales desanimados. Quien lo logra con un profesor lo ha logrado para todos los alumnos de ese profesor.
No serlo es tener que meditar, en soledad y verdad, por justicia y por honradez, lo suficiente para tomar la decisión de dejar el ejercicio de una profesión que no se ejerce y que se está denigrando ante las gentes, y que está impidiendo el crecimiento al que tienen derecho los alumnos con los que se trabaja; una profesión, en fin, convertida más en equívoco que en verdad.
Y en la zona intermedia los desanimados. Unos a nivel patológico, que deben ser tratados por terapeutas, y no tanto por directores o jefes de estudio. Otros a nivel de crisis honda pero superable, que deben ser ayudados por los profesionales animados y animadores.
 
 

2       Aventurando algunos tópicos aventurados

a la vera de algunos educadores desanimados

 
n Las cosas están tan que  ¡cualquiera sueña!
Las cosas están tan mal que ya sólo podemos soñar en mejorar.
n Son tantos y tantos los problemas que no podemos levantar cabeza.
Los problemas no se lloran: se plantean y se resuelven.
n Después de tantos años aún no hemos hecho lo que había que hacer.
Ésa es, precisamente, la razón de nuestra esperanza.
n El ánimo y desánimo se padece.
Pero también es algo que, si queremos, manejamos. Porque el ánimo y el desánimo están dentro de nosotros.
n Un ser está vivo cuando está animado.
Con ánimo lo que se realiza es válido y merece la pena. Sin ánimo, aun lo que se realiza queda devaluado.
n Nos anima sentirnos seguros, sentirnos queridos, sentirnos apreciados, que nos tengan en cuenta, que nuestra vida sirve para algo y le sirve a alguien.
Nosotros somos los principales -no los únicos- protagonistas: por eso la animación de los desanimados es tarea de todos. Ni sólo de los desanimados, ni sólo de los demás. Pero tendrán que empezar los animados, superando incluso, con ingenio y afecto, las redsistencias de los desanimados.
 
Los educadores que nos deben preocupar no son sólo los desanimados, sino los desanimados que no quieren ser animados, porque, después de haberse entregado con toda su ilusión a la tarea educativa, sienten que no han logrado más que frustraciones, fracasos, desprecios. Se han quedado tan vacíos que ya sólo aspiran a cumplir mínimos para cobrar una nómina, sin preocuparse de si la merecen o no, y sin necesitar evaluar la calidad de eso que hacen para ver si puede llamarse buena educación o no.
Muchas veces el desánimo de los educadores se manifiesta en sus miedos. En el desconocimiento de su verdadero cometido profesional.
 
En la disminución progresiva de experiencias positivas. En la desorientación anteantos mensajes y criterios divergentes y contradictorios. En la estrategia (casi automática)  de agazaparse ante los retos que la sociedad -que vivimos y padecemos- está haciendo a la Escuela, aunque, muchas veces, la Escuela da la impresión de que no quiere enterarse.
 
A la hora de teorizar hay que escoger:
Hipótesis 1ª
La animación se produce con premios y castigos, con promesas y amenazas, y desde la persuasión de que las satisfacciones se logran por el deber cumplido.
Hipótesis 2ª
La animación se produce por experiencias satisfactorias, por logros que se deben al propio esfuerzo, por la investigación que avanza, por el refuerzo de una imagen positiva que producen los aciertos y por la aventura progresivamente realimentada de querer dar un nuevo paso en el dominio de las técnicas, en los conocimientos que confirman lo que sólo eran curiosidades, en las comprobaciones de que sabemos y podemos hacer algo porque ya lo hemos hecho.
 
No es igual utilizar una u otra hipótesis. La segunda es, con mucho, la más eficaz y satisfactoria. Con la primera no se garantiza qu el que funciona como un vagón se persuada y se decida a funcionar como una automotor (que es),en vez de dejarse arraastrar o empujar como un vagón (que no es).
 
 

         3  Una docena de resistencias al cambio

 
En realidad, en el mundo de la educación, los que se resisten a ser animados son los que se están resistiendo al cambio Ü
 
Porque, por hipótesis, todo cambio supone una amenaza peligrosa: a mis convicciones, a mis experiencias, a mis posibilidades, a mis rutinas, a mi historia personal y profesional. Porque muchos cambios suponen un abandono, al menos impícito -y no pocas veces, ingeniosamente solapado-, de valores tradicionales, que siempre han valido y deberían seguir valiendo siempre.
         Vivir es cambiar. El progreso es cambiar. Investigar es fundamentar el cambio. Evaluar es comprobar las ventajas de los cambios. La creatividad no amenaza más qu eel sol, que sólo hiere a quienes ya tienen los ojos heridos. Pero apagar el sol no es el camino ni bueno ni viable.
 
Porque cualquier intento de cambio puede acarrea resultados imprevisibles: en educación todo cambio es tan complejo que quedarán sin controlar infinitas variables que funcionan más como futuribles que como previsiones.
         Como la rentabilidad de una siembra que va a ser cosecha. Pero no hay modo de garantizar la cosecha si se guardan los granos de trigo en un cofre y no se siembran, no sea que el pedrisco dé al traste con la cosecha. Al encerrarlos en el cofre nosotros somos, estúpida e irresponsablemente, el pedrisco.
 
Porque,  en realidad, después de tantos y tan diferentes planteamientos de la educación a lo largo de los siglos ya no queda nada por inventar:a la hora de la verdad, muchas veces sólo se trata de cambios de nombres, de jcambios de presentación, de cambios de estrategias de seducción o de camuflajes para ocultar valores y objetivos que, presentamos en directo, serían rechazados.
Lo que queda por inventar es muchísimo más que lo inventado. Y quienes logran que lo inventado se queda en puro nominalismo no son los investigadores ni legisladores, sino los maestros que no quieren el cambio y quieren demostrar (y falzmente demuestran) que nada nuevo se ha inventado.
 
Porque, a la hora de la verdad, sería indispensable saber quiénes se van a beneficiar con el cambio: los gobiernos que patrocinan unas políticas educativas con sus fines partidistas, las direcciones de los centros que son quienes hacen posibles o imposibles unos y otros cambios, los profesores que buscan simplificaciones en sus tareas, los padres que buscan o la rebaja de exigencias o una adaptación servil a lo que está exigiendo una sociedad sin fuste humano ni humanista, o unos sindicatos que también tiene sus objetivos concretos y necesitan exhibir sus resultados ante sus afiliados.
         Los profesionales somos los principales responsables de quiénes se van a beneficiar del cambio. Porque la regadera la han puesto en nuestras manos. Y nos dan infinitas posibilidades de mejorar su eficacia. Y los que vamos a elegir los flores a regar y los tiempos, ritmos y modos de riego volvemos a ser nosotros, los educadores.
 
Porque no parece sensato que el cambio signifique tantas veces echar abajo todo lo que se ha hecho en educación y que ha producido tantos buenos resultados a lo largo de los siglos.
Efectivamente. Pero tampoco parece sensato seguir con procedimientos que elogran más fracasos escolares que maduraciones en la personalidad de los alumnos. Porque el cambio no supone echar abajo ni modificar, a lo loco o precipitadamente, lo que había. Sino la sustitución progresiva de lo que, por hacerse de otra manera, produce mayor crecimiento, mayor autonomía y mejoras en la manera de vivir y convivir.
 
Porque, hay que repetirlo una vez más, lo de fuera no tiene por qué valor aquí: y muchas veces por esnobismo, por papanatismo ante lo extranjero, por miopía para lo propio, dedicamos mucha más atención y esfuerzo a la aproximación a lo que se está haciendo en otros lados que a lo que se está logrando aquí.
         Efectivamente. Pero tampoco lo de fuera tiene por qué no valer aquí. Tendremos que comprobar lo que vale aquí. O, incluso, lograr que también valga aquí, con la traducción y adaptación pertinente.
 
Porque el cambio sacrifica a muchas personas -a las que ya no van a ser capaces de comprenderlo, de asumirlo o de aplijcarlo-: pidiéndoles un esfuerzo que ellas van a ver como un desafío insuperable que pueden enterrarlos como profesionales antes de tiempo. Y lo mismo va a pasar con no pocos alumnos que se manejaban con soltura con los métodos más tradicionales y, al cambair de andadura, perdieron toda confianza en sus estrategias de aprendizaje.
Pero, muchas veces, el no cambio es el que está sacrificando a muchas personas. Sobre todo cuando se sacrifican personas a aprincipios, a rutinas, a prejuicios y a valores propios, frente a valores de la familia o de los propios alumnos.
 
Porque, a la ahora de la verdad, los que van a evaluar el cambio van a ser los que lo proponen, no los que lo padecen: y, a veces, los beneficios hasta pueden ser económicos -y ya sabemos quiénes los van a evaluar en positivo-, o políticos, o de introduccion de cuñas en la manera de dinamizar la sociedad, y van a evaluar positivamente el cambio aquellos que no sólo quieren modificar la sociedad sino quienes necesitan revolucionarla.
Muchas cosas hay en nuestra sociedad que necesitan una revolución: porque una sociedad que ha logrado y justificado (tórica, económica y jurídicamente) la miseria del ochenta por cien de la humanidad en beneficio de los privilegios de un veinte por cien, y ha convertido los privilegios en derechos, y las necesidades humanas de los necesitados todavía no han logrado esa categoría; efectivamente necesita una revolución eficaz. La escuela no podrá quedarse al margen si educa humanamente y para convivencia.
 
Porque hay que preguntarse muchas veces si vale la pena correr tantos riesgos y  nunca olvidar que, no pocas veces, cuando una experiencia de este tipo sale mal ya no hay posibilidad de vuelta atrás: todos sabemos la diferencia entre una experiencia u operación reversible y las que no lo son. Mucho más cuando están en juego años decisivos para que fragüe la personalidad de niños y adolescentes.
La toma de decisiones siempre tiene que tener en cuenta las consecuencias que se van a producir: las consecuencias son los riesgos y también la reversibilidad de las acciones emprendidas. Por eso la postura no puede ser de rechazo a ciegas sino de reflexión crítica creadora.
 
Porque cada profesor suele ser muy sensible a un sentimiento que no puede evitar y ni es bueno que lo deje de lado -cómo voy a quedar yo en el cambio-: porque muchas veces se sospecha que el cambio va a aumentar la cantidad del trabajo, además de tener que trabajar de una manera que pueda ser controlado y evaluado al detalle, exigiendo un reciclaje permanente. Todas esas cosas suenan a amenazas sobre un ritmo de trabajo ya suficientemente saturado y agobiante.
         Lo normal es que el cambio racionalice mi trabajo. Las exigencias en las mejoras de técnica de acción y evaluación es lo mínimo que se puede exigir a un profesional. (Si los cirujanos se resistiesen al cambio se vería palmariamente su necedad irresponsable: pero en educación pasa exactamente lo mismo, aunque suceda de una manera mucho más camuflada).
 
Porque no puedo dejar de pensar por qué no contaron  conmigo los que idearon el cambio: como si yo no contase para nada, aunque, a la hora de la verad, voy a ser el indispensable para que sus reformas se puedan llevar a cabo. ¿Será una manera de decirme de antemano que ya suponen que yo me voy a poner a la contra?
         Efectivamente, es un error muy grave el no contar previamente con los que van a realizar el cambio. La mejor manera de demostrarlo es tomar una actitud creativa y demostrar sobre la marcha las mejoras que hubieran podido introducirse contando con los protagonistas del cambio.
 
Porque no puedo dejar de pensar que todo cambio transciende al contexto social condicionándolo y proviene de un contexto social condicionándonos: uno no sabe tan fácilmente tomar postura ante mareas y resacas que te llevan y te traen, y tú no las puedes controlar.
         Pero la respuesta no es ocultar la cara en la arena para no ver, sino todo lo contrario: caer en la cuenta de esas interacciones básicas. Conocerlas ya es una manera de intervenir en ellas. Pero no la única.

         4  Un decálogo sobre la animación

para ser pensado en soledad

y para ser sopesado en compañía

 
1  Un ser esta vivo cuando está animado. (Y a jugar con todas las posibilidades de esas tres palabras clave: ser, vivo, animado).
 
2 De todas maneras, sólo anima lo que nos anima. No lo que nos debería animar. Ni siquiera lo que anima a los demás.
 
3  Y la animación nunca es producto de la lógica. Pertenece a la órbita de los valores, de lo que nos vale.
 
4  La animación se experimenta dentro de nosotros mismos. Aunque algunas veces pueda tener origen en el exterior; es como el alimento, que hasta que no lo asimilamos no ha sido alimento.
 
5  También podemos aplicar la pedagogía del logro a nosotros mismos: proponernos objetivos asequibles, que sabemos y podemos hacer. En cuanto queramos hacerlos, se convierten en una animación tangible y de acción inmediata.
 
6  Cuando uno sabe que algo es alcanzable y que le merece la pena alcanzarlo, ya se tienen los ingredientes de la autoanimación.
 
7  Sólo van a lograr ser buenos animadores los animadores animados. Una vela sólo se puede encender en otra vela encendida. Lo lógico es que todo nuevo animado se convierta en un nuevo animador.
 
8  Ni los premios ni las amenazas tienen la fuerza animadora que  el crecimiento de la propia persona, la participación en un proyecto donde nuestra presencia resulta eficacaz y, a veces, indispensable para que el proyecto se pueda realizar.
 
9  Cuando somos capaces de convertir nuestros deseos en proyectos realizables, la ambigua motivación que produce un deseo empieza a tener la fuerza que comunica un proyecto, caundo además es nuestro y revierte en una nueva confianza pra nuevos proyectos.
 
10 Entre los modelos y las buenas experiencias, animan más las buenas experiencias. Y entre las palabras y los modelos animan más las palabras de quienes, además, son modelo de lo que dicen.
 
 

         5  Ocho sugerencias de tipo práctico

 
1 Lograr, con pequeños pasos, que la mayor satisfacción la produzca una tarea bien realizada y lograda conforme a las propias aspiraciones y a las necesidades de los destinatarios.
 
2  Preparar a los profesores para ser directores.
 
3  Enviar a los profesores un trimestre a una Escuela de otro lugar, al lado de un auténtico maestro, para que, en plan de aprendiz cualificado, le vea actuar y se reentone viendo su manera de hacer.
 
4  Reciclaje de un trimestre liberado, con un grupo de profesores también en reciclaje (al estilo de la Escola d’Educadors que el Secretariado de la Escola Cristiana tiene organizado en Cataluña).
 
5  Incorporar a ese profesor reciclado como auxiliar a un maestro que dé un curso a profesores; con la tarea sea buscar materiales para el curso, redactar algunos de los documentos que se vayan a usar en dicho curso y, cuando se imparta el curso, hacer que intervenga moderando algunas de las sesiones, encargándose de la evaluación del cruso, etc.
 
6  Persuadir a algún profesor a que acepte la ayuda de otros compañeros para introducir mejoras en algunas de sus estrategias educativas: en la manera de motivar a sus alumnos, en las características de su interacción con los mismos, en la manera de organizar su propio trabajo, en una pequeña orientación para iniciar un reciclaje de sus funciones educativas, etc.
 
7  Desde el departamento, incorporarlo a un proyecto didáctico creativo y entusiasmante, en el que ya estén participando otros compañeros suyos con los que él se lleva bien.
 
8  Incorporarse a esas asociaciones de profesores que se están esforzando por recuperar socialmente la imagen profesional del educador. Escuchar a los demás y aportar todo lo que puede significar una lectura creativa de la propia profesión y una superación de los tópicos y prejuicios que más se repiten sobre el quehacer de maestros y profesores.
 
 
 

         6  A modo de epílogo:

Cuatro citas del Maestro de Nazaret

 
n Nadie puede servir a dos señores.
n La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará.
n Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.
n El que tenga oídos para oír que oiga.
 
Joaquín Mª García de Dios[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]