Lo visible, sólo un ejemplo de lo real

1 mayo 2000

Un «clásico» de la literatura, de la música, de las artes, de la filosofía es para mí una forma significante que nos «lee». […] El clásico nos interroga cada vez que lo abordamos. Desafía nuestros recursos de conciencia e intelecto, de mente y de cuerpo (gran parte de la respuesta primaria de tipo estético e incluso intelectual, es corporal).
 

  1. STEINER,Errata,Siruela, Madrid 1998, 32.

 
 

         La búsqueda nos delata

 
Aunque se ha llegado a decir que nuestra época ha consumado el «crimen perfecto» —pues “vivimos en un mundo en el que la más elevada función del signo es hacer desaparecer la realidad, y enmascarar al mismo tiempo esa desaparición” (J. Baudrillard)—, habitamos una tierra poblada de signos y nos sigue delatando como humanos, como «seres insatisfechos», la constante exploración de zonas inéditas: el hombre es un ser en perpetua búsqueda del sentido de su humanidad y del secreto que se esconde detrás de ella.
La triste paradoja de un tiempo plagado de descubrimientos, sin embargo, se manifiesta en el achatamiento de la realidad con el que nos amoldamos a vivir, hasta el extremo de contentarnos con tan solo acceder a la superficie de las cosas y de las personas. Quizá debamos aplicarnos, en fin, cuanto T.S. Eliot refería a la construcción poética: «Tuvimos la experiencia pero perdimos el sentido. / Y acercarse al sentido restaura la experiencia».
 
 

         Vida, arte y cultura

 
El camino del hombre en el mundo está caracterizado por un incesante intento de decir qué son las cosas, qué es él y «para qué» todo cuanto existe. En este recorrido, vida y cultura están profundamente entrelazadas, haciéndose y deshaciéndose mutuamente. Por eso mismo, podemos definir la cultura como un sistema de creencias (acerca de la realidad visible y su sentido), de valores (sobre lo bueno, lo bello, lo verdadero o norma con la que regir nuestros comportamientos), de costumbres e instituciones que entrelazamos para construir las formas de sentir, pensar y actuar o, mejor dicho, las formas de vivir.
El arte nos habla con las herramientas de la vida, claro está, pero tocadas con otro resplandor, con dosis de fantasía, de recreación, de existencia ahondada. De ahí que la atenta contemplación de las distintas creaciones artísticas nos «desvela» sentidos desconocidos u ocultos del hombre y del mundo, y nos acerca al misterio de la belleza, de Dios.
 
 

         Más allá de lo visible

 
El arte, desde siempre, ha estado íntimamente unido al hombre y su cultura: para conocer al mundo y al propio ser humano en profundidad hay que conocer su arte y viceversa. Además y desde muy antiguo, esta vinculación ha tenido mucho que ver con el «fenómeno religioso». En esta perspectiva, el arte es una de las brechas por las que mejor se puede atisbar el sentido, intuir la transcendencia que anhelamos.
Mirar la vida con los ojos de Woddy Allen, escucharla con los sonidos de Mozart, contarla con las palabras de Vicente Aleixandre, contemplarla con los colores y formas de Picasso, organizarla con los esquemas de Kant o Popper… no es sino recrearla, revivirla.
Ahora bien y como ya nos recordaba hace siglos un sabio taoísta, “El error de los hombres es intentar alegrar su corazón por medio de las cosas, cuando lo que debemos hacer es alegrar las cosas con nuestro corazón”. Dicho queda.
 
 

         Cultura, arte y praxis cristiana con jóvenes

 
Antes de nada y valga la expresión, ¡hay que mundanizarse! No se trata de confundirse ni asimilarse a cualquiera de las estrategias y realidades del mundo. Pero sí que hay que zambullirse con decisión en la cultura, en los lenguajes, en las claves simbólicas… con las que los hombres de hoy escriben y leen la vida.
Entonces y como educadores, hemos de comenzar por alimentarnos  y alimentar con la vida de la literatura, de las artes plásticas, de la música, del cine y del teatro… para ir descubriendo y conociendo en toda su hondura el corazón humano. Sólo así seremos capaces de entender y amar a las personas y, a reglón seguido, comprenderemos que la praxis cristiana con jóvenes no consiste tanto en introducir dentro de ellos valores, normas… cuanto en ayudarles —al estilo de la mayéutica socrática— a «dar a luz» su intimidad más radical habitada por Dios.

José Luis Moral

directormj@misionjoven.org