«Los dos millones» y la praxis cristiana

1 octubre 2000

Una «masa» de jóvenes nunca vista

 
Ni tan siquiera hubo «guerra de cifras». La «Jornada Mundial de la Juventud» —celebrada en Roma, en sus distintas fases, desde el 10 al 20 de Agosto pasados— dejó no pocas imágenes inolvidables y, por supuesto, un dato incontestable: la capacidad de convocatoria de la Iglesia y la masiva y «serena» respuesta de los jóvenes. Cierto que caben múltiples lecturas, pero el hecho está ahí. “Realmente eran jóvenes —escribió Rossana Rossanda en las páginas de El País—, no sólo una tribu devota y amaestrada. Y esto, confesémoslo, nos ha preocupado y nos ha fastidiado a los laicos. […] Y la verdadera pregunta para nosotros, los laicos irritados, es por qué el catolicismo es capaz, en los albores del 2000, de lanzar esas grandes reuniones y nosotros no”.
“¿Qué esperan esos muchachos de ambos sexos?” —se preguntaba Indro Montanelli en el Corriere della Sera—. La respuesta era semejante a la ofrecida por el prestigioso sociólogo italiano, Franco Ferrarotti, en Il Messaggero: “Los jóvenes que ahora asedian festivamente Roma flotan en una sociedad sin reglas, dominada por el vacío de ideales y valores. Han venido a reivindicar brújulas y orientaciones. Han venido a buscar un padre, una autoridad que les guíe de verdad y que no se limite como sus papás a camuflar con pruebas de opulencia y bienestar, con juguetes y motocicletas, su propio silencio, el embarazo, la ausencia de respuestas”.
 
 

            Ir contra «corriente»

 
La capacidad de convocatoria y las escenas de apoteosis juvenil que se desarrollaron en el «ferragosto italiano» no sólo difieren de la algarabía —por emplear un término amable— de Woodstock u otros festivales y cumbres juveniles, sino en que también su misma presencia allí tenía cierto aire de protesta, ordenada y pacífica —¡eso sí!—, puesto que, en alguna medida, los chicos y chicas de las jornadas de Roma —provenientes de ciento sesenta países— asumían que ser cristianos es ir contra corriente.
Más contundente todavía, sin concesiones, el mensaje de Juan Pablo II a la hora de exponer un ambicioso proyecto y manifiesto de vida cristiana para el tercer milenio. “Un anciano que les cuenta cosas —volvemos a citar a Montanelli—, la más moderna de las cuales tiene unos 2.000 años de edad, pero creo que es precisamente esto lo que los jóvenes inconscientemente buscan y quieren en este mundo de lo efímero en el que nosotros les hemos hecho nacer. Algo que no esté sometido al tiempo porque es eterno y que les ofrezca alguna estabilidad sobre la que poner una y otra vez los pies”.
 
 
La implacable realidad y los engañosos espejismos
 
No pudimos, en su momento, comentar el dato precedente —nada irrelevante y menos para una revista de pastoral juvenil—. Ahora, además de dejar constancia del mismo, se convierte en ejemplo paradigmático para introducir la temática de este número de Misión Joven.
Si las 15 jornadas mundiales de la juventud desarrolladas hasta la fecha han dejado la duda, cuanto menos, de si la Iglesia canalizaba después las energías puestas en cada una de ellas, concediendo un protagonismo real e insertando a esos jóvenes en las comunidades cristianas, o simplemente se trataba de una especie de «fuegos artificiales eclesiales»; la cotidiana realidad arroja jarros y más jarros de agua fría sobre tan calurosos acontecimientos. Los jóvenes españoles, por ejemplo, sintonizan muy poco con la religión y la Iglesia católica. Es más, en las sociedades occidentales, se ha producido un práctico agotamiento de la «socialización religiosa», estrechamente ligada a una inadecuada o mala transmisión de la fe y a un modelo de Iglesia anacrónico.
 
 
Nueva identidad y praxis cristianas
 
Pese a los esfuerzos del concilio Vaticano II —sus serios planteamientos de diálogo y apertura de la Iglesia al mundo o de atención a los «signos de los tiempos» y su invitación a reformular la identidad y patrimonio cristianos—, sigue ahí la inflación doctrinal y el eclesiocentrismo controlador, la escasa responsabilidad y participación del laicado, la crisis de identidad o de transmisión y proclamación de la fe cristianas…
“Hace treinta años que soy comunista —confesaba la ya citada R. Rossanda cuando dirigía Il Manifesto—; y a fuerza de amar a la humanidad a veces ya no sé qué son los hombres”. Algo semejante a la «pérdida de realidad» que manifiestan estas palabras puede estarnos pasando respecto a la identidad y praxis cristianas.
Hora es, pues —y lejos de la eclesialización, clericalización o sacramentalización pasadas—, de avanzar hacia una nueva identidad y praxis cristianas. Tres, los aspectos concretos que proponemos en esta ocasión —otras tantas pistas para recomponer la patética imagen de la portada—: la experiencia mística y liberadora de Dios, un cambio de paradigma para dicha praxis e identidad cristianas y, por último, un ejemplo concreto de alternativa referido a la «educación religiosa».
 

José Luis Moral

directormj@misionjoven.org