Los jóvenes de hoy, igual que los de ayer, tienen en común que son jóvenes. ¿Por qué siendo iguales por naturaleza son muy diferentes a sus abuelos y bastantes diferentes a sus padres en las conductas? Esto es lo que hay que explicar para comprender sus conductas personales y a quién benefician y a quién perjudican.
Ser joven, como ser viejo, es obra de la naturaleza. Pero lo que hacen los jóvenes, como lo que hacemos todos, es obra de los diseñadores de modelos sociales. La naturaleza es un proceso organizado por códigos genéticos, es dada; los modelos sociales son producidos por una minoría que se apropia del poder político y de la propiedad para imponer en el tipo de educación que reproducen el sistema de clases desiguales y, por tanto, el modelo social.
Circula ahora por la sociedad que los jóvenes beben mucho, toman sustancias, hacen el amor en cualquier sitio, en la esquina, en el parque, en la parada del autobús, sin respeto a las personas mayores, a quienes por supuesto también les gustaría, pero que por razones de cultura y de ocasiones están excluidas. En la época de los abuelos, la mayoría se casaban vírgenes; en la época de la juventud de los padres una minoría se casaba virgen, pero mediaba un periodo de relaciones antes de llegar al sexo. Hoy, hay datos que lo demuestran, la mayoría a los dieciséis años, ya ha tenido frecuentes relaciones inmediatas.
Se promueven estos tipos de conductas para facilitar la emergencia de la sociedad de consumo, necesario para que funcione el consumo de masas, envuelto en los postulados teóricos del llamado neoliberalismo. Para hacer posible el éxito del macrocapitalismo, fraguado en los Estados Unidos y, en general, extendido por todo el planeta a través de las multinacionales. Para lograr la lógica de este sistema se han tenido que invertir las funciones de los fines y de los medios. En una sociedad humanista, el fin es beneficiar a todos, los medios materiales son un medio, el fin es beneficiar a la humanidad y en ella estamos todos incluidos. En una sociedad materialista, como la que nos imponen, el hombre es un recurso más, un medio más al servicio de los intereses de la clase dominante. Se puede decir que han hecho una inversión de los principios calvinistas: el calvinismo proponía, para salvarse, ser trabajador, perfeccionista, ahorrador y honesto. Naturalmente, con esta fórmula el progreso está asegurado. Tanto es así que MaxWeber atribuye el adelanto de los países del norte de Europa, especialmente de Alemania a esta filosofía. Pero el neoliberalismo del siglo XXI le ha dado la vuelta a esos principios y se quedó sólo con el espíritu de la riqueza personal. Todo vale si se gana mucho dinero rápidamente. La ética es sustituida por el cinismo.
Es este cambio (que demasiadas gente cree que es cosa de los jóvenes) ha sido necesario hacer un diseño del modelo en el cual todo lo que hace el hombre se tiene que convertir en beneficio monetario (la Bolsa ha sustituido a Dios) a costa del deterioro de las mayorías. En esta tarea, sociólogos, psicólogos, publicistas y medios de comunicación han entrado de lleno en el sistema, los primeros para crear modelos de conducta y de consumo y los segundos para difundirlos. Para eso se compran los medios de comunicación y se compran también los especialistas.
Nada más eficaz para neutralizar el pensamiento de los adolescentes y de los jóvenes que facilitarles las condiciones para el sexo, el alcohol y el consumo de sustancias.
No es una casualidad que haya surgido la moda del unisexo, ni que los jóvenes anden con la mochila a cuestas, ni la música desquiciante, ni la necesidad psicológica de salir de casa después de media noche y regresar al amanecer, o incluso una vez haya salido el sol, ni que los espacios de ocio estén abiertos hasta media mañana tras una larga noche de actividad. Todos estos cambios son generados a conciencia, y todos convergen en la potenciación del orden económico, protegido para reproducir las diferencias entre países y entre ciudadanos. Mientras la mayoría de los jóvenes se pierden en la noche, una minoría se prepara.
B. CABEZAS GZLEZ. HALLER
«Diario de León» (11/8/02)
(PARA HACER en pág. 58)