Los jóvenes y la música religiosa

1 julio 2005

Maite López
 
Resulta relativamente difícil hablar de estos dos mundos, el de los jóvenes y el de la música religiosa, sin caer en los tópicos. Pero más difícil, si cabe, resulta abordar el tema de la relación entre ambos. Una primera impresión podría hacernos pensar que se trata de dos polos muy distantes, sobre todo para quien desconoce el universo juvenil o el panorama de la música religiosa actual. Peor aún para quien ignora ambas realidades, portadoras de vida, de esperanza y de grandes retos. En estas páginas quisiera acercarme al ideal profético de la tradición bíblica, o mejor aún, ser fiel al espíritu evangélico del Maestro: por una parte, ser anuncio de buenas nuevas y, por otra, denunciar actitudes que poco o nada facilitan el encuentro, el diálogo y una mayor participación de los jóvenes en la vida de la Iglesia. Que el anuncio nos llene de esperanza. Que la denuncia nos mueva al compromiso. Y que todo nos lance a un futuro más cercano al Reino de Dios.
 
No es el caso de justificar cómo la música forma parte esencial de la vida de los jóvenes (y de todos). Basta echar una mirada a nuestro alrededor para verlo: la música acompaña la cotidianeidad de sus rutinas, invade sus espacios, estructura su tiempo libre, condiciona su consumo, estimula sus potencialidades, sigue de cerca su evolución. Pero lo que es más importante, sus canciones y artistas favoritos acompañan sus estados de ánimo y sus situaciones vitales, desde las más tristes (como los dramas familiares o los conflictos sociales) hasta las más gozosas (como los éxitos personales o las conquistas afectivas). Todos estos síntomas hacen pensar que la música (toda ella) tiene mucho que ver con la cuestión del sentido de la vida. Por eso no es extraño pensar que la atención al ambiente musical de nuestros días, en el que se mueven los jóvenes, sea un modo válido para acompañar creativamente la dimensión religiosa de la persona.
 
Vamos a bucear en el océano desconocido de esta relación a partir de la clarificación de distintos ámbitos musicales. Como siempre, lo esencial es cuestionarnos y salir al paso de las nuevas necesidades de los jóvenes de hoy, siempre cambiantes. No olvidemos que parte irrenunciable de la vocación cristiana es ésta: no hemos venido a ser servidos, sino a servir. Y la música, dentro de la comunidad, es un servicio que necesitamos cuidar.
 

  1. Definir la música religiosa.

 
Uno de los problemas con los que nos encontramos al abordar este debate es el de la terminología. Cuando hablamos de música religiosa ¿de qué estamos hablando? Para evitar malos entendidos y confusiones y poder analizar una relación es importante conocer a los protagonistas. A los jóvenes, quien más quien menos, los conocemos, sobre todo si vivimos o trabajamos con ellos. Pero cuando decimos “música religiosa” se nos pueden venir a la mente cosas muy distintas: las canciones populares de toda la vida (como Pescador de hombres o Salve Regina), la música que escuchamos en las eucaristías dominicales de nuestras parroquias (el fiel organista, el modesto coro de señoras, el aleluya coreado tímidamente por la asamblea, el grupo de jóvenes con sus guitarras…) o la clásica música sacra (como el gregoriano o las grandes obras de J. S. Bach). Según asociemos un tipo de música u otra, pensaremos – lógicamente – en un tipo de relación distinta de los jóvenes con ella.
El concepto de música religiosa en muy amplio y sin duda, no nos conviene vincularlo a un determinado estilo musical. Lo que define la música religiosa es más bien su sentido y su función. La música religiosa tiene muy distintas funciones y no una sola. Tendemos a pensar que es sinónimo de música litúrgica, pero no lo es. En este desconcierto que a veces encontramos en el campo pastoral, me atrevería a delimitar, aunque sea una clasificación sencilla y “casera”, los distintos tipos de música religiosa, de modo que nos ayude a continuar nuestras reflexiones. Lo haré siguiendo un criterio de menor a mayor amplitud del concepto:

  • Música litúrgica

Es la música creada para la liturgia de la Iglesia: los sacramentos y la liturgia de las horas. Entran aquí todas las partes de la misa cantadas así como los textos bíblicos musicados, con particular protagonismo de los himnos litúrgicos y los salmos. Las orientaciones y los documentos oficiales de la Iglesia suelen centrarse en esta dimensión, dando pautas – a veces excesivamente rígidas – para el uso de la música en este tipo de celebraciones. Raramente encontramos alusiones a otro tipo de música religiosa, que anime y dé alas a la creación artística. Es un tipo de música bastante definida, sobre todo por la letra de las canciones. Por otra parte es frecuente el uso de canciones pertenecientes a otros ámbitos para animar y/o acompañar la liturgia de la Iglesia. Personalmente considero que esa música se convierte, en ese determinado contexto, para esa determinada comunidad, y en ese preciso momento, en música litúrgica (en el sentido más auténtico de la palabra), siendo lícito desde el punto de vista eclesial y pastoral, pero ni convierte automáticamente ni justifica su uso generalizado en todo tipo de liturgias.

  • Música cristiana

Es la música compuesta por artistas cristianos, así como la música que aborda positiva y explícitamente argumentos cristianos. Este tipo de música es siempre religiosa, bien por la intención del autor, bien por el contenido de la misma o la función que realiza. Se trata de un concepto más amplio que el de la música meramente litúrgica. Muchas de estas canciones pueden ser utilizadas tanto en la liturgia de la Iglesia (en cuyo caso puede considerarse puntualmente música litúrgica) como en otro tipo de celebraciones y encuentros de la comunidad cristiana. El espectro de música cristiana es vastísimo, ya que incluye estilos y contenidos muy distintos: hay música para orar, música para celebrar, canciones para la alabanza, música de denuncia y de compromiso. Es música hecha por autores cristianos y de inspiración cristiana, aunque no siempre de temática religiosa.

  • Música de valores:

Es música que comunica un sentido positivo de la vida, que transmite valores humanos, que incentiva los deseos de vivir, de darse a los demás, que aumentan la ilusión o la esperanza cuando se escuchan. Para explicarlo con términos más teológicos, es música que “prepara el camino” al Evangelio o que dentro de sí porta “las semillas del Verbo”. Música hecha por creyentes y no creyentes, música que está en la calle, en las listas de éxitos y en los escaparates escondidos. Música que habla de la amistad, de las dificultades de la vida, de la esperanza, de la paz o la guerra, del maltrato, de las pateras, de la inmigración, de las penurias de la gente, del amor, de las relaciones familiares… música, en fin, que puede considerarse religiosa simplemente porque es profundamente humana y todo lo que es profundamente humano interesa a la Iglesia y esconde la presencia de Dios encarnado. Incluiría en este grupo todo el movimiento de música de relajación que ha brotado de la New Age[1], que, independientemente de la corriente ideológica que subyace en ella, está pensada para crear para ambientes que ayudan la interioridad, la armonía, la serenidad. Y también, el numeroso colectivo de artistas cristianos que hacen una opción por la comunicación implícita de la fe, precisamente para hacer llegar su voz y su mensaje en un mundo que tiende a rechazar el mensaje explícito[2].

  • Música con temática religiosa:

Existe, además, un fenómeno – nada despreciable, por cierto – que afecta a todo tipo de música, estilos y momentos de la historia y es el tema religioso abordado desde el mundo de la música contemporánea (pop, rock, hip-hop). Son muchos los artistas (creyentes, no creyentes o indiferentes) que dicen lo que piensan sobre temas religiosos (como Jesucristo, Dios, la Iglesia, la salvación o lo que sea) desde distintas posiciones y/o sentido de pertenencia a la Iglesia. Entiendo que no se trata de música cristiana, aunque quizás sí podríamos denominarla música religiosa, no tanto en el sentido profundo de la palabra pero sí en sentido estricto, ya que abordan explícita, directa y, a menudo, descaradamente el tema religioso. No deberíamos desaprovechar ninguna oportunidad de dejarnos cuestionar por quienes no comparten nuestra fe y, sobre todo, de utilizar sin miedo estas canciones como recurso pastoral y educativo para un diálogo continuo y actual sobre la fe con los jóvenes.
 

  1. La relación jóvenes y música religiosa

 
Una vez aclarados estos conceptos, ahora sí que resulta más cómodo (nunca fácil) ver el tipo de relación de los jóvenes y la música religiosa así definida. Me voy a permitir jugar con una terminología familiar a todos nosotros, como es la de las calificaciones escolares que nos ayudarán a medir la salud de cada una de estas relaciones a golpe de vista.

  • Jóvenes y música litúrgica: “insuficiente”

Es una relación nula en algunos casos, indiferente o conflictiva en otros y de equilibrio en los menos. Nula por los muchos jóvenes a quienes no le interesa el tema religioso, de quienes estamos alejados completamente. Pero también – y esto es más lamentable – para muchos jóvenes que “siendo de casa”, no entran en nuestras iglesias y no asisten a nuestras celebraciones litúrgicas. Para muchos de los que sí están presentes les es indiferente, porque van un poco a lo suyo y construyen su participación de un modo más individualista que comunitario, por lo que la música (sea cual sea) o la ausencia de ella, les es francamente indiferente.
Otro tipo de relación es de quien “la padece”. Conflictiva para aquellos jóvenes con un mayor deseo de compromiso e implicación, que para poder participar o colaborar en una celebración litúrgica, tienen que tolerar un tipo de música que no les gusta, o lo que es peor, que no les dice nada. Otros mantienen el equilibrio, es decir, no les supone un esfuerzo ni un conflicto escuchar la música litúrgica de nuestras comunidades e incluso llegan a cantarlas, aunque el lenguaje sea difícil, complejo o lejano. Es ese bajo porcentaje de gente incondicional… hasta para la música. Hay grupos de jóvenes, en general vinculados a movimientos o tendencias conservadoras, que sintonizan con la música litúrgica más ortodoxa en sus letras, sea cual sea su estilo. Por último hay jóvenes que cantan mucho y bien, que tienen ilusión por enriquecer el repertorio de la iglesia y que de verdad suponen una gran aportación a la iglesia desde el llamado “ministerio de la música”. A ellos estamos llamados a alentar y acompañar facilitando y agradeciendo su labor, a la vez que educando y dando recursos para que puedan prestar un servicio adecuado.
Ciertamente, en el caso de la música litúrgica, las serias dificultades que atraviesa esta relación (expresión de una crisis general a otros niveles) debería llevarnos a una seria reflexión sobre el tipo de música que usamos y fomentamos en nuestros templos, que es, en definitiva, la que proponemos a los jóvenes. Quizás sea proporcional a la desatención de que la música es objeto en nuestros planes de evangelización y líneas de pastoral. Baste pensar en los eventos masivos de carácter litúrgico o en las eucaristías televisadas de cada domingo.
La relación entre los jóvenes y la música religiosa mejoraría notablemente en el momento en el que las líneas orientativas de la música litúrgica ofrezcan una mayor flexibilidad en estilos y contenidos, más acordes con las claves culturales, sociales y espirituales de los cristianos de hoy. Pero eso no basta. Necesitamos políticas e iniciativas de formación y promoción de autores especializados en esta línea, así como la promoción y difusión de sus obras. De hecho, el panorama de la música litúrgica actual es más bien pobre. Se vive de rentas. Los autores de música litúrgica son pocos, aunque muy consolidados (como Francisco Palazón, Cesáreo Gabaráin, Carmelo Erdozáin, Antonio Alcalde, Juan Jáuregui o Joaquín Madurga). Sería deseable que surgieran jóvenes autores que dieran un giro a esta línea musical que debe mantenerse fiel a su vocación de servicio a la liturgia y que supieran ofrecer a sus contemporáneos música actual de calidad[3]. Esto no será posible sin alguna de las medidas sugeridas anteriormente.
 

  • Jóvenes y música cristiana: “bien”

Ésta es, sin duda, una relación mucho mejor, precisamente porque la ausencia de normas hace que los autores tengan gran libertad a la hora de componer. La oferta es muy amplia por la diversidad de funciones que esta música puede adquirir. A diferencia de la música litúrgica, la música contemporánea cristiana goza de buena salud, entre otras cosas, porque los mismos jóvenes son protagonistas de la escena. En España estamos asistiendo, en los últimos años, a un despliegue de iniciativas (personales y comunitarias) muchas de las cuales terminan cristalizando en producciones discográficas (de calidades muy diversas también)[4]. Esta variedad permite que los jóvenes puedan identificarse con un tipo u otro de música. Hay jóvenes que necesitan reafirmar mucho su propia identidad y sus raíces con temas explícitamente cristianos (por ejemplo, uno de los de mejor acogida es el filón de la canción de alabanza). Otros prefieren vivir esa misma experiencia a través de autores cristianos menos explícitos, más desenfadados, que optan más por el sugerir que el afirmar. Los primeros desarrollan más la tendencia a la espiritualidad y a cultivar la interioridad; los segundos tienen mayor tendencia al compromiso y a la acción. No cabe duda de que si la Iglesia se interesa por los jóvenes, vamos a tener que apostar y estar atentos a este campo emergente, que ya ha cobrado mucha fuerza en otras confesiones cristianas.
 

  • Jóvenes y música de valores: “sobresaliente”.

Casi toda la música que se escucha actualmente, la más popular, la más conocida, la que se oye en las emisoras de radio, entra dentro de esta categoría. Este tipo de música goza en la actualidad de un óptimo estado de salud, tanto a nivel de producción (cantidad y calidad), como de consumo. A pesar de todo el problema del pirateo, la música sigue siendo un gran negocio para las compañías discográficas[5]. Cuando un joven escucha un determinado tipo de música es porque tiene algún valor, al menos para él, y recibe algún beneficio al escucharla. Pero, además, hay que decir que la música actual ¿a diferencia de otras épocas? tiene una gran abundancia de canciones que hablan de la vida, de sus pequeños detalles y de sus grandes valores. Estemos atentos a los gustos e intereses de nuestros jóvenes y aprovechemos todo este potencial de la música que esta en la calle para ser sembradores de trascendencia y sentido desde lo popular y cotidiano.

  • Jóvenes y música con temática religiosa: “notable”.

En general, casi todos los jóvenes son sensibles – y receptivos – al tema religioso cuando éste viene abordado desde posiciones ajenas al ámbito religioso (tanto las contrarias como las neutras). Cuando se trata de ataque o crítica, los jóvenes no creyentes tienden a identificarse a nivel ideológico y los creyentes a defenderse rebatiendo las afirmaciones. En ambos casos parece que se refuerzan las posiciones. Cuando se trata de un acercamiento positivo y amistoso a cualquier realidad de carácter religioso, siempre supone una sorpresa (desconcertante para unos y agradable para otros). Pero, de todas las maneras, es ya un gran paso el hecho de que un cantante o grupo famoso aborde el tema: al menos existe la pregunta, se plantea el conflicto, se genera la reflexión. Eso ya es positivo por sí mismo. Por supuesto, cabe dudar del nivel de compromiso y de implicación así como de la validez o del grado de autenticidad en la verdad de sus afirmaciones, siempre subjetivas. Pero ahí están, aunque puedan parecernos a veces formas demasiado superficiales para expresar una dimensión tan profunda como la religiosa, canciones como la famosísima de Juanes “A Dios le pido” tan coreada (y bailada) por miles de personas. Démosle su valor y aprovechémoslas.
 

  1. La gran utopía: el acercamiento Iglesia-jóvenes a través de la música

No debemos renunciar a esta gran utopía, por más que nos resulte un tópico manido. Nos jugamos mucho en ello. No sólo el futuro de la Iglesia, sino (sobre todo) el presente de los jóvenes. Ellos, como todo ser humano, necesitan despertar, atender y cuidar la dimensión trascendente, la cuestión del sentido y el planteamiento (fundamental en su momento evolutivo) sobre la orientación de sus vidas: la llamada “opción fundamental”.
Una de las vías más accesibles para este acercamiento es la música, porque ésta ya forma parte esencial e imprescindible en sus vidas. Pero ¿cómo plantear un acercamiento entre jóvenes e Iglesia a partir de la música? Creo que es equivocado aspirar a que los jóvenes vuelvan a la Iglesia. Es mejor, desde todos los puntos de vista (pero sobre todo desde el punto de vista práctico) plantearlo como una vuelta de la Iglesia (todos nosotros) a los jóvenes. Es decir: una conversión. Facilitémosles el camino. A lo largo del análisis anterior ya se han ido lanzando propuestas concretas y líneas pastorales de acción que, en este momento, no hago más que sintetizar y resumir.
 

  • Conocer el panorama de música cristiana actual y sus protagonistas (jóvenes muchos de ellos). La ignorancia en este campo puede convertirse en uno de los grandes pecados de omisión[6].
  • Aprender a manejar la música como recurso pastoral en sí mismo o, en su defecto, aprender recursos educativos y pastorales a partir de música.
  • Dotar a nuestros centros educativos, pastorales y/o parroquiales de un sector nutrido y actual de discos, que esté al alcance tanto de los animadores como de los propios jóvenes, al igual que disponemos de bibliotecas y videotecas.
  • Apoyar a los artistas cristianos (tanto de música litúrgica como de autor cristiano o de valores). Iniciarse en un consumo responsable, haciendo que los discos de música cristiana sean conocidos y escuchados.
  • Creer en la música cristiana y en sus potencialidades para la educación en al fe apoyando y creando iniciativas musicales que fomenten la creación de calidad en este sector y la experiencia religiosa a través de la música.
  • Ofrecer unas orientaciones sobre la música litúrgica más abiertas y actuales, cuyos pilares sean la calidad musical y la participación activa de la comunidad.
  • Atender y mejorar la calidad de la música en nuestras celebraciones litúrgicas, así como actualizar el repertorio de las mismas.
  • Aprovechar cualquier canción que pueda abrirnos al dialogo religioso con los jóvenes. Preguntarles y dejarnos asesorar por ellos, de quienes tenemos mucho que aprender en este campo de la música contemporánea.

 
No se trata de plantear cruzadas ideológicas a través de base de cantantes y grupos cuyo contenido es explícita y “descaradamente” cristiano o de instaurar un “todo vale” tan temido por muchos sectores eclesiales.
Se trata de otra cosa. Se trata de que la música puede ser un medio que posibilite la experiencia cristiana en su conjunto: la interioridad, la relación con Dios, la dimensión comunitaria y celebrativa, el compromiso y la acción. Es importante encontrar el justo equilibrio entre esas dimensiones todas ellas con posibilidad de ser expresadas a través de la música. Si la música puede ser ese cauce privilegiado de encuentro, tenemos que poner los medios para que sea realidad.
 
[1] La New Age (Nueva Era) no es tanto un movimiento bien estructurado y organizado cuanto un conjunto de actitudes y actividades espirituales, sociales y políticas. Surgió a mediados de la década de 1960 y se desarrolló en Alemania y Suiza a principios de la siguiente, vinculada sobre todo a manifestaciones musicales.
[2] Por hacer referencia a algunos de los más conocidos: Luis Guitarra, Senderos, Tres Trece, 180º, Universo Violento, Ampa.
[3]Aunque sean tímidas y poco conocidas, es verdad que existen ya iniciativas que apuntan en esta dirección. Por poner tres casos ejemplares, hablaría del grupo Kairoi en cuya discografía cuentan con CDs para las eucaristías, el coro de Salesianos Paseo, con su misa joven “De otra manera”, llena de fuerza y vida y del novedoso disco Verbum Panis, original italiano, que, ya traducido al francés, ve ahora su luz en la versión española, en la que se combina perfectamente la tradición de la Iglesia (incluso con algunas partes de la misa en latín) con la actualidad de unos arreglos y unos coros juveniles de gran expresividad.
[4] El tradicional Multifestival David, la NAO, el CORs, o el Tomad Señor Nuestro Canto de los jesuitas (www.pastoralsj.org).
[5] Aquí radica una de las grandes diferencias: la música litúrgica goza de débil salud a nivel de producción y también de consumo; la música cristiana goza de mejor salud a nivel creativo pero se compra y se vende poco. Apoyar la música cristiana significa que comprar los discos de estos autores, para que puedan seguir trabajando con profesionalidad y calidad en ese campo. No hablo de consumismo, pero sí de opción por la música cristiana y su consabido consumo responsable.
[6] Sitios en Internet de interes y de los que estar pendientes: www.trovador.com; www.gaztexto.com, www.produccionesassisi.com o www.sanpablo.es (el portal de música)