LOS “NO LUGARES”

1 diciembre 2011

José Joaquín Gómez Palacios
Encargado de Escuelas Salesianos Valencia
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El autor inspirándose en el libro de Marc Augè, “Los no lugares. Espacios del anonimato”, hace interesantes distinciones entre lo que llama los ‘no lugares’ (caracterizados por el utilitarismo, el individualismo y la incomunicación) y los lugares antropológicos (caracterizados por la identidad, las relaciones y la historia). Aplica estas distinciones a los tres clásicos ámbitos de socialización religiosa: familia, escuela y parroquia.
 
Introducción
Multitud de antropólogos desarrollaron trabajos de campo en países remotos a lo largo del siglo XX. Profundizaron las raíces culturales y existenciales de pueblos que conservaban creencias, modos de vida e instituciones ancestrales que habían contribuido a mantener y fortalecer su existencia.
A finales del siglo XX y principios del XXI varios antropólogos vuelven su mirada hacia la cultura europea actual. De entre los muchos estudios realizados llama la atención el titulado “Los no lugares. Espacios del anonimato” de Marc Augè. Este ensayo antropológico centra su atención en alguno de los nuevos espacios creados por la sociedad urbana contemporánea: lugares que aglutinan a multitud de sujetos anónimos; áreas sin identidad que no facilitan las relaciones entre los individuos ni presentan hitos históricos comunes.
La primera parte del presente artículo pretende reflexionar sobre este nuevo concepto. La segunda parte intenta aplicar los rasgos característicos del nuevo concepto a situaciones e instituciones donde se desarrolla habitualmente el quehacer pastoral: la persona, la familia, la escuela y la parroquia.
 

  1. “No lugar” y “lugar antropológico”

1.1 Los no lugares
Los “no lugares” no existían en el pasado. Su nombre, acuñado por el etnólogo y sociólogo Marc Augè, pretende definir a nuevos espacios contemporáneos dotados de una gran dosis de anonimato. En su seno, multitud de individuos comparten una misma área geográfica pero sin nada que les una, excepto un objetivo utilitarista. En estos nuevos ámbitos las personas se convierten simplemente en clientes, pasajeros, usuarios, beneficiarios…
 
El triunfo del anonimato
Los “no lugares” convierten a las personas en meros elementos de un conjunto amplio que se forma y deshace al azar. Marc Augè cita como prototipos de los “no-lugares” a: supermercados, aeropuertos, medios de transporte, grandes cadenas hoteleras, centros comerciales, autopistas, parques temáticos de ocio…
Las personas transitan por los “no lugares” durante un tiempo determinado, se instalan, esperan, realizan actividades utilitarias, reciben mensajes automatizados…
La película “La Terminal” (Steven Spielberg. 2004), basada en un hecho real, captó la atención de los espectadores por lo inusual de su guión: un refugiado político permanece largo tiempo sin poder salir de la terminal de un aeropuerto. El protagonista del film es capaz de hacer de este “no lugar” un espacio de cercanía personal, afecto, solidaridad, amor… Un no lugar se convierte en área vital cargada de humanidad.
 
Las palabras de la incomunicación
Los “no-lugares” tienen su propio código de información, frío e impersonal. Los textos son transmitidos por innumerables soportes gráficos y luminosos: escuetos mensajes prohibitivos, informativos, publicitarios, preceptivos… La profusión de estos mensajes no genera comunicación interpersonal.
Algunos mensajes sonoros, tocados de ridículo atrevimiento, agradecen, saludan o muestran amabilidad con voz de robot: “gracias por su visita”, “encantados de servirle”, “buen viaje”… La soledad y la incomunicación caracterizan a los “no lugares”.
 
La influencia de la cultura de mercado
Gran parte estos espacios contemporáneos han surgido a la sombra de la cultura de mercado. Desde los años ochenta del siglo pasado, el capitalismo entró en un nuevo ciclo denominado mercado y sustentado por cuatro grandes pilares: capitalismo, tecnología, consumo, individualismo. Los “no lugares” han sido potenciados por un tipo de economía globalizada en la que los objetivos lucrativos se sitúan por encima de la persona.
 
1.2  Rasgos que definen a los “lugares antropológicos”
Al concepto “no lugar” se contrapone el “lugar antropológico”. Ambos son opuestos. Una mirada detenida al segundo de ellos mejora le percepción del primero.
Se entiende como “lugar antropológico” a un espacio dotado de tres rasgos esenciales que permiten a los sujetos conocer el entorno donde se desarrolla su vida, valorar el sentido y el significado de vivir, reconocerse como personas y situarse en el tiempo y en el espacio. Estos tres elementos son: identidad, relación e historia.
 
Identidad
Quienes habitan física y existencialmente un lugar, poseen una identidad propia, reconocida y compartida. Es decir, saben cuál es su origen y qué elementos culturales y trascendentes orientan su existencia. Poseen en común unos grandes valores (meta-relatos) que encauzan sus aspiraciones y comportamientos. Estos valores o anhelos se han estructurado a lo largo del tiempo, son aceptados y compartidos y se retransmiten de generación en generación. Se manifiestan públicamente. Se recurre a ellos en momentos de dificultad o esfuerzo. Se proclaman en situaciones de amenaza. Forman una constelación de grandes principios que orienta a la persona y al grupo social ante situaciones no previstas.
 
Relación y comunicación
En un “lugar antropológico” concurren elementos que facilitan las relaciones personales. El primero de ellos es un lenguaje común y comprensible para los miembros del grupo, sin necesidad de grandes explicaciones. Así mismo, abundan espacios y tiempos que facilitan el desarrollo de las relaciones personales. Junto con el intercambio de ideas, existen también instituciones que hacen posible la ayuda mutua y la cohesión del grupo frente a peligros externos. Tanto el tiempo de trabajo como el tiempo festivo disponen de estructuras para facilitar el encuentro. El tiempo de trabajo no se halla orientado exclusivamente a la producción, sino que posee mecanismos para facilitar las relaciones personales.
 
La historia
Las personas que habitan un “lugar antropológico” poseen resonancias culturales que les ayudan a situarse en una línea histórica compartida. Se identifican con un pasado en el que se hallan sus raíces culturales comunes. Desde este pasado comprenden el presente y proyectan el futuro. De esta forma aprenden a ubicarse en la historia y evitan ser avasallados por los acontecimientos temporales.
 
1.3 Lugares antropológicos y no lugares. Síntesis
Tras la breve descripción precedente, ambos conceptos se pueden sintetizar en unas líneas esquemáticas para facilitar el análisis de personas e instituciones.
 
a) Lugar antropológico
Es un espacio habitado por personas que comparten aspectos esenciales de la vida. Este lugar:
–  Está cargado de significado y sentido para quienes habitan en él.
–  Posee lenguajes comunes y comprensibles por todos sin necesidad de grandes explicaciones.
–  Dispone de instituciones que facilitan la comunicación y el encuentro personal.
–  Se da en él una identidad propia, reconocida y compartida.
–  La identidad, aunque hunde sus raíces en el pasado, se actualiza constantemente para dar respuesta a las nuevas situaciones personales y grupales.
–  Existe una constelación de valores propia que ayuda a comprender los acontecimientos que acontecen en el fluir de la vida y a situarse ante ellos.
 
b) No lugar
Es un espacio donde coexisten individuos agrupados en función de objetivos meramente utilitaristas, convirtiendo a los ciudadanos en simples elementos de un conjunto sin identidad común ni relación. Algunas de sus características son:
–  Las personas reunidas en estos espacios se transforman en: clientes, usuarios, pasajeros, beneficiarios, consumidores…
–  Los individuos están unidos por una mera función utilitarista, sin interacción entre ellos.
–  El colectivo congregado en un “no lugar” no tiene una visión compartida de la vida, ni un horizonte común de sentido.
–  No existe un lenguaje que facilite la comunicación en profundidad. Ésta es sustituida por sucintos mensajes estándar; breves informaciones que prohíben, sugieren u ordenan.
–  No existen valores comunes y compartidos.
–  Los individuos se sumergen en un anonimato que les permite gozar de una cierta libertad. Pero esta situación genera un conflicto: sentirse en soledad estando rodeado de multitud de semejantes.
 

  1. De personas e instituciones

2.1 La persona como lugar antropológico
El concepto “no lugar” hace referencia a una situación colectiva, pero puede aplicarse también a la persona. En cada ser humano existe la posibilidad de crecer en densidad personal. Esta densidad viene dada, en gran medida, por la capacidad para relacionarse con uno mismo, con los demás, con el medio.
Siguiendo las características que definen a los “lugares antropológicos”:
–  la relación con uno mismo ayuda a crecer en identidad personal;
–  la relación con los demás, refuerza la dimensión comunicativa;
–  la relación con el medio, contribuye a situarse en la historia.
 
Cuando no hay crecimiento en estos tres campos, la persona se convierte en un “no lugar”. Pierden relevancia aquellos elementos que refuerzan la identidad personal, se empobrece la capacidad comunicativa y se desdibuja el relieve histórico, refugiándose el individuo en el momento presente (presentismo), buscando compensar el vacío existencial con objetos o necesitando compulsivamente “diversión”.
La superficialidad, el consumismo, la carencia de motivaciones, las adicciones… vienen a llenar espacios vacíos. Cuando un ser humano se ha constituido sólidamente, los elementos externos tienen menos posibilidades de influir en él.
 
a) Identidad personal. Relación consigo mismo
Los “no lugares” son espacios donde los individuos pierden su identidad para convertirse en usuarios, consumidores, clientes… A menor densidad personal, mayor posibilidad existe de que el individuo se convierta en un espacio poblado tan sólo por sensaciones fugaces y momentáneas: el desierto de las cosas.
Algunos indicadores que facilitan la propia identidad son los siguientes:
–  Poseer una estructuración personal en ideas y opiniones.
–  Organizar las convicciones, construyendo una jerarquía (constelación) de valores.
–  Saber distinguir lo esencial y lo accidental.
–  Conocer los propios sentimientos y emociones y situarse ante ellos.
–  Aceptar positiva y equilibradamente la propia corporalidad y carácter, las situaciones vividas, la familia, el grupo humano de referencia y el entorno cultural e histórico en el que vive.
–  Poseer una cierta capacidad de donación, evitando posturas narcisistas.
–  Equilibrar optimismo y pesimismo, procurando un realismo positivo.
–  Saber gestionar lo real, lo ideal y lo concreto, evitando vivir en un mundo de fantasía o aferrado a una realidad pesimista sin horizontes de esperanza.
 
b) Comunicación. Relación con los demás
Una de las características de los “no lugares” es la sustitución de la comunicación por escuetos mensajes preceptivos que no facilitan el intercambio, sino que refuerzan el anonimato y la sensación de soledad. Para hacer de la propia persona un lugar antropológico hay que reforzar algunos elementos comunicativos:
–  Descubrir y valorar lo positivo de los demás.
–  Respetar los ritmos de una conversación: dialogar, escuchar y participar.
–  Expresar y comunicar, de forma clara y sencilla, las vivencias interiores.
–  Ser comprensivo y flexible, evitando posturas rígidas.
–  Hacer del respeto hacia los demás una actitud constante, evitando descalificaciones intolerantes, «salidas de tono», halagos innecesarios y discriminaciones.
–  Respetar a los otros en la interacción personal, sin pretender apropiarse afectivamente de ellos.
 
c) Historia. Relación con el medio
En el “no lugar” la interacción con el medio viene marcada por lo utilitario. No existe un antes ni un después. Se pierde el relieve histórico. Conocer en profundidad el entorno con una actitud pro-activa, ayuda a evitar que la persona se convierta en un “no lugar”.
Algunas actitudes que facilitan la relación con el medio son:
–  Conocer el propio entorno, con sus posibilidades y dificultades, para aprovechar lo positivo y contribuir a mejorar lo negativo.
–  Conocer los rasgos de la cultura actual, sintiéndose libre para asumir sus elementos válidos o para criticar los aspectos problemáticos.
–  Participar de los problemas y logros de la humanidad.
–  Poseer una visión crítica y selectiva de la realidad para tamizar las múltiples ofertas que se reciben.
–  Mantener sintonía con la cultura actual, sabiendo ceder en lo periférico y manteniendo lo innegociable.
–  Cuidar el equilibrio entre la donación gratuita y el tiempo para sí mismo.
 
2.2. La familia como lugar antropológico
La familia ha sufrido modificaciones en las últimas décadas, tanto en su estructura como en sus fines. No obstante sigue siendo el valor más apreciado por los jóvenes españoles y europeos, según reflejan las encuestas.
Aquellas funciones primarias de antaño han cedido protagonismo a nuevas funciones. Entre éstas cabe destacar la protección social y afectiva que la familia ofrece en una sociedad competitiva y con crecientes áreas de anonimato. Aunque la estructura familiar actual es más débil, nadie niega alguna de sus misiones primordiales. Existe un consenso tácito (aunque no siempre manifiesto) en considerar insustituible el papel de la familia en temas tales como:
–  Socializar o educar a los hijos transmitiéndoles valores, creencias religiosas, normas de comportamiento social, propuesta de modelos…
–  Crear un clima de amor, de diálogo y de preocupación desinteresada.
–  Ofrecer un refugio, casi único, para la persona del siglo XXI en una sociedad crecientemente deshumanizada.
 
La familia actual tiene la posibilidad de constituirse en lugar antropológico de primer orden. Pero el olvido y descuido de algunos elementos tales como identidad, comunicación e historia, pueden hacer de ella un “no lugar”.
 
a) Identidad familiar
La familia se desarrolla en el tiempo. A lo largo de los años, debe acrisolar aquellos núcleos esenciales que le definen como tal y le confieren identidad propia. A ello contribuye:
–   Crear y proponer a todos los miembros un sistema de creencias compartido: valores considerados como esenciales, forma de ver la vida y enfrentar los problemas, tradiciones y costumbres, conexiones con las generaciones anteriores y con las futuras…
–  Proponer a los hijos la fe que ha dado sentido a la vida de los padres, les ha ayudado a concretar su dimensión religiosa y se halla presente en el hogar.
–  Respetar las individualidades y la autonomía de cada miembro, integrando con afecto las diferencias.
–  Desarrollar un sistema de autoridad en el que cada integrante de la familia asuma su corresponsabilidad.
–  Mantener una organización familiar estable, clara y consistente pero flexible y abierta a las nuevas situaciones.
 
b) Comunicación
Cuando una familia abandona la comunicación, da el primer paso para convertirse en un “no lugar”.
La primera falta de comunicación suele darse entre el padre y la madre. A ella le siguen unas relaciones padres-hijos que, reducidas a mera coexistencia, desdibujan la convivencia. Los problemas de comunicación son más frecuentes en familias de baja intensidad en las que los padres, cohibidos o requeridos por otras preocupaciones, no se centran en las necesidades de sus hijos y terminan por hacer dejación de sus funciones, debilitando los procesos de socialización.
Para afianzar el nivel de comunicación familiar conviene:
–  Potenciar el diálogo entre el padre y la madre, que es el mejor ejemplo para enseñar a los hijos a vivir en un clima de comunicación espontánea y permanente.
–  Habilitar momentos para la comunicación serena en la que cada cual pueda manifestar afectos, ternura, pensamientos, ilusiones, temores, metas…
–  Escuchar y hablar con sencillez y claridad desde el cariño y la acogida incondicional.
–  Buscar tiempo para ahondar las relaciones y elegir los momentos más adecuados para el diálogo.
–  Cuidar los “lenguajes no verbales”. Aprender a mirar con cariño, mostrar atención ante quien se expresa, valorar lo que dice la otra persona…  controlar la prisa.
–  Evitar los gritos, las descalificaciones y los malos modos que rompen siempre la comunicación.
–  Reconocer que los demás tienen derecho a equivocarse, a pasar malos momentos, a estar tristes… sin retirarles por ello la palabra y el afecto; intensificando la cercanía y la ayuda.
 
2.3 La escuela como “lugar antropológico”
Cualquier escuela puede convertirse en un “no-lugar”. La creciente tecnificación de la gestión, la burocracia exigida por la administración pública, la presión por obtener resultados eficaces más allá de la preocupación por a las necesidades de niños y adolescentes, la falta de canales adecuados para facilitar una comunicación de calidad entre los miembros de la comunidad educativa, la implantación de un reglamento frío para regular la convivencia, la instauración de sistemas de calidad sin la imprescindible personalización de la herramienta… Todos estos elementos son indicadores que detectan si una escuela está derivando hacia espacios de anonimato. Para paliar tales efectos, conviene cuidar: identidad, comunicación e historia. Se enumeran algunas indicaciones para consolidar la escuela como “lugar antropológico”.
 
a) Historia. Dónde estamos
Una escuela no es una institución crecida de la nada o un servicio público para la gestión de la información. Importa tomar conciencia de la situación geográfica, histórica y social… Conocer de cerca la realidad hace más humanos a los educadores.
–  Conocer la historia de la escuela y su entorno social.
–  Conocer las necesidades de las personas que conforman la comunidad educativa para ofrecer respuestas adecuadas. Cuando la escuela ofrece respuestas estándar, sin tener en cuenta las necesidades reales, se convierte en un supermercado de contenidos sin calar en lo profundo de las personas.
–  Conocer y mirar, con mirada positiva, a niños, adolescentes y sus familias. El proceso educativo, derivado del humanismo cristiano, parte de la confianza en las posibilidades de niños y jóvenes. Se sitúa en un horizonte de esperanza.
 
La toma de conciencia de la situación del mundo, de la sociedad y de la juventud ayuda a hacer de la escuela un “lugar antropológico” donde la persona ocupa el centro. Esta toma de conciencia no debe centrase tan sólo en las dificultades. Aún siendo conscientes de los desafíos del tiempo presente, los educadores asumen lo positivo que hay en las personas, acogen los valores emergentes y aprovechan la fuerza del bien y la bondad.
 
b) Comunicación. Quiénes somos
Los “no lugares” congregan a una masa de individuos anónimos que, aún compartiendo un mismo espacio, no desarrollan comunicaciones y se aglutinan tan sólo por objetivos utilitaristas.
Una escuela aspira a ser una comunidad educativa plural y articulada. En ella convergen diversos grupos de personas que, desde su propia identidad, participan de una misión compartida que es el proceso educativo. (Es comunidad porque implica, en clima de familia, a alumnos, familias, educadores… Es educativa porque facilita el desarrollo de niños y jóvenes, ayudándoles en su crecimiento integral y orientándoles a descubrir el sentido de la vida con una oferta rica en valores)
No es suficiente que cada cual ocupe su lugar y desarrolle sus competencias. Para crecer en el sentimiento de comunidad es imprescindible subrayar cuatro grandes elementos que facilitan la comunicación en profundidad y orientan su misión.
 
Ser comunidad educativa que promueve momentos de encuentro
–  Favoreciendo la cercanía personal y el clima de familia.
–  Generando medios de comunicación escolar que garanticen una información fluida.
–  Favoreciendo la participación y la implicación de todos los estamentos.
–  Promoviendo el sentido de pertenencia a la escuela para crear familia educativa.
 
Ser comunidad educativa consciente de su la misión humanizadora.
–  Siendo “testigos de la sabiduría” en lugar de “enseñantes”
–  Descubriendo los valores emergentes de la cultura actual.
–  Enseñando a comprender el sentido de la vida.
–  Ofreciendo una constelación de valores.
–  Proporcionando una visión crítica y selectiva de la realidad.
 
Ser comunidad educativa que favorece la integración.
–  Tejiendo una red de encuentros.
–  Integrando la diversidad y evitando la exclusión.
–  Partiendo del trabajo en equipo para crear grupo.
–  Desdramatizando las situaciones y mostrando actitudes positivas e integradoras.
–  Facilitando momentos de fiesta y alegría.
 
Ser comunidad educativa que suscita la misericordia, la justicia y el derecho.
–  Acogiendo  a quienes van más despacio.
–  Atendiendo a quienes presentan mayores problemas.
–  Apoyando a quienes sufren y facilitando procesos de inclusión.
 
c) Identidad. Qué pretendemos
Una escuela centrada tan sólo en la gestión de la información, la asimilación de conocimientos y la acumulación de saberes, corre peligro de convertirse en un “no lugar”.
La escuela que aspira a ser “lugar antropológico” debe tener un horizonte común de sentido. Es decir, toda su comunidad educativa conoce y promueve una oferta pedagógica que responde a las necesidades integrales de niños y adolescentes.
Su oferta puede concretarse en las siguientes propuestas:
 
Acompañar a niños y adolescentes en el proceso de crecimiento de todas sus potencialidades, ayudándoles a desarrollar sus capacidades psicomotrices, afectivas e intelectuales.
–  Descubrir el sentido de la vida, cuerpo, ideas, sentimientos y afectos, voluntad…
–  Formar la conciencia y promover una lectura crítica de la realidad.
–  Ejercitar en la autonomía personal.
–  Crecer en libertad solidaria.
–  Desarrollar la responsabilidad y los compromisos progresivos.
 
Acompañar a niños y adolescentes en la vivencia de su dimensión religiosa y trascendente.
–  Crear un ambiente rico en valores que fomente: el trabajo compartido, la alegría, la responsabilidad, la libertad, justicia, perdón, respeto mutuo, solidaridad, paz…
–  Favorecer un ambiente cristiano abierto a los valores del Evangelio.
–  Desarrollar un itinerario que conduzca a la vivencia de una fe cristiana que se traduce en relaciones de fraternidad y servicio.
–  Potenciar la visibilidad de la fe con momentos de anuncio cristiano y celebración.
–  Iniciar en una lectura profunda de acontecimientos que facilite la pregunta por el sentido de la vida.
 
Consolidar una estructura escolar que desarrolle la dimensión social
–  Conocer la realidad social entorno.
–  Realizar experiencias de cooperación grupal, iniciando a niños y adolescentes en el voluntariado y en las acciones solidarias.
–  Desarrollar campañas y jornadas: Derechos humanos, cooperación…
–  Promover experiencias de asociacionismo: Delegados, actividades musicales, deportivas, teatrales…
–  Fomentar la inserción en la vida social del entorno y en la parroquia, iglesia local.
 
2.4 La parroquia, lugar antropológico
Afirmar que una parroquia pueda convertirse en un “no lugar” tal vez parezca un contrasentido o una falta de respeto hacia la comunidad de cristianos convocados por el Espíritu y constituidos en iglesia local. Sin embargo, una parroquia que olvida determinados factores, puede empañar su misión.
Sin perder de vista la dimensión teológica que conforma a una parroquia, conviene atender a algunos elementos sociológicos que, lejos de oscurecer sus tareas primordiales, contribuirán a fortalecerlas.
Siguiendo las características que definen al “lugar antropológico” la comunidad parroquial debe cuidar aspectos relacionados con su historia y con su identidad evangelizadora y misionera.
 
a) Una parroquia situada en la historia
La comunidad de los cristianos, desde sus inicios, es asamblea convocada por el Espíritu y realidad encarnada en el tiempo y espacio. Fueron fundamentales los procesos de inculturación desarrollados por la Iglesia en los primeros años del cristianismo. Le permitieron abrirse a nuevas gentes, culturas, etnias, lenguajes… sin perder su identidad. Con la fuerza del Espíritu aprendió a ser universal.
Toda parroquia se encarna en una cultura concreta, se abre al anuncio de la Palabra y acoge a quienes sufren. Por ello le es imprescindible conocer sus propias raíces, mirar con ojos nuevos a las personas, comprender la cultura que habita para expresar con palabras comprensibles el mensaje de Jesús… Estos elementos, en parte sociológicos, le ayudan a ser fiel a su misión y evitan que se convierta en un espacio impersonal. Algunos indicadores o propuestas:
–  Conocer el propio territorio. Quienes forman la comunidad parroquial conocen en profundidad el entorno al que están llamados a evangelizar y servir.
–  Observar con mirada que trasciende la sociología. El conocimiento del contexto no puede reducirse a mero análisis sociológico. La comunidad cristiana, fiel a su identidad creyente, mira el entorno con la mirada de Jesús, que vio con ojos de misericordia… a un ciego de nacimiento, a una pobre viuda, a dos hermanos pescadores, a la suegra de Pedro que estaba en cama, a la muchedumbre que andaba como ovejas sin pastor …
–  Formar parte de una comunidad más amplia: la diócesis. Los cristianos trascienden los límites de su parroquia local: conocen, se relacionan y estrechan lazos con la comunidad diocesana que les abre a la Iglesia universal.
–  Profundizar las raíces históricas de la fe. La fe cristiana es una fe encarnada en la historia,  lugar de la salvación. La parroquia valora personas y momentos que han contribuido a consolidar su devenir creyente.
 
b) La parroquia, espacio de acogida y comunicación
La multitud de los creyentes tenía un mismo sentir… La parroquia es comunidad que acoge, escucha y acompaña. Aunque la comunión puede verse empañada por graves disensiones, las dificultades radican frecuentemente en simples detalles.
Una parroquia centrada en ofrecer una “sacramentalización”, (entendida ésta como servicio prestado a los usuarios), se está empobreciendo humana y cristianamente.
Una parroquia con unos canales de comunicación sustentados en escuetos mensajes colocados en la cartelera parroquial de la entrada, sin el calor de la acogida personal y fraterna… corre riesgo de convertirse en un “no lugar”. La comunidad parroquial procura:
–  Cultivar las relaciones humanas de tal forma que, personas y grupos, se sientan acogidos, comprendidos y aceptados.
–  Constituirse en una gran familia donde cada cual goza de un espacio propio cargado de humanidad: los ancianos y los enfermos, las familias, los jóvenes, los niños, los inmigrantes, los necesitados…
–  Fortalecer la comunión, la cohesión y el sentido de pertenencia.
–  Acoger, con actitud de misericordia y servicio, a quienes fueron heridos por la vida y presentan mayores problemas… La comunidad parroquial hace suya aquella expresión: “dar más a quien menos recibió en la vida”.
–  Escuchar atentamente y acoger con afecto son signos proféticos frente a una sociedad que, marcada por la prisa y el estrés, genera demasiados espacios donde sólo tienen cabida lacónicos mensajes impersonales.
–  Hacer del proyecto pastoral una oportunidad para la comunión y corresponsabilidad cristiana: unión y comunicación de todos los miembros, cada cual con su vocación, ministerio, carisma… unidos en la celebración de la fe, el anuncio del Evangelio y el servicio de la caridad.
 

  1. Conclusión

Los “no lugares” no tienen fronteras claras, definidas y señalizadas. El viajero se adentra por sus paisajes sin darse cuenta. Llevado por la premura del tiempo y el esfuerzo del camino, el caminante puede transitar largos trayectos sin percibir que el horizonte comienza a ser distinto.
Los “no lugares” no son un territorio definido. Cualquier persona o institución puede convertirse en un “no lugar”. El artículo ha analizado someramente: la persona, la familia, la escuela, la parroquia… El lector puede considerar otras instituciones o actividades: una asociación juvenil, un grupo de fe, las redes sociales, una comunidad religiosa, la navidad, el barrio, el deporte…
El navegante no decide ni la fuerza ni la dirección de los vientos. Él, con su pericia, orienta las velas para sacar el máximo provecho a las condiciones meteorológicas.
De igual forma, tampoco está en nuestras manos determinar la fuerza y dirección de los nuevos fenómenos sociales surgidos en la cultura contemporánea. Como educadores y agentes de pastoral, deberemos conocer la dirección y la fuerza de los vientos sociales para orientar nuestras acciones educativas y pastorales y sacar el mejor partido.
José Joaquín Gómez Palacios
 
 
Augè, Marc, Los no lugares. Espacios del anonimato, Ed. Gedisa, Barcelona 2008.