Mientras conversaban y discutían,
Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos
(Lc 24, 15)
¿Cómo llevar hoy el evangelio a los jóvenes? Es la gran cuestión que, de forma permanente, nos inquieta y preocupa a todos los agentes de pastoral. La Iglesia existe para evangelizar. Esta su gloria, su alegría, su verdadera identidad. Es el mandato recibido del Señor; es su misión y su tarea. Por ello, toda la acción pastoral de la Iglesia está comprometida hoy en la transmisión de la fe. Esta preocupación aparece fuertemente sentida tanto en los documentos eclesiales oficiales como en el dinamismo de la vida cristiana cotidiana.
Hoy esta tarea resulta especialmente ardua. Si la transmisión de la fe constituye realmente una preocupación eclesial de fondo, llegar a precisar las grandes opciones, los caminos más válidos, las estrategias pertinentes ante los desafíos de los nuevos tiempos se convierte en una exigencia radical, sumamente compleja.
En este número de Misión Joven nos situamos, de manera concreta, ante la necesidad de repensar la catequesis, en cuanto acción que alimenta la fe y tiende a hacerla consciente y operativa. En el fondo, late la convicción de que, en un mundo marcado cada vez más por la ausencia de Dios, la vocación profética de la comunidad cristiana está llamada a expresar viva y gozosamente su identidad evangelizadora y catequística. Como apertura a la reflexión que ofrecen los profesores Emilio Alberich, Álvaro Ginel y Andrea Fontana, me permito subrayar algunos aspectos fundamentales que emergen de sus “estudios”.
Los tiempos nuevos como oportunidad de salvación
Ante todo, en cuanto acción pastoral, la catequesis tiene que partir de la realidad. Antes de proponer el mensaje, a los evangelizadores y catequistas se nos pide conocer el mundo, la historia, los hombres y mujeres, los jóvenes concretos a quienes queremos transmitir la fe. Porque la primera dificultad que encontramos es cabalmente ésta: nos enfrentamos a una situación crítica de pérdida de memoria cristiana, de importante descenso de la práctica religiosa, de fuerte secularización.
Pero lo crítico de la situación actual no puede conducirnos al desaliento. Esta situación concreta constituye nuestro “kairós”, nuestro tiempo más favorable para la evangelización, nuestro momento más oportuno para recuperar lo fundamental de la fe cristiana: Jesucristo, el Señor Resucitado. Él es lo esencial para ser cristiano, para crecer en cristiano y desarrollarse como cristiano. El tiempo presente es el tiempo de la salvación.
Conducir a la adhesión con Jesucristo
De lo que se trata realmente es de conducir al encuentro y adhesión con Cristo. Esta es la tarea: anunciarlo, proponerlo, adherirnos y acompañar a la adhesión a Él. Jesucristo es el corazón y el centro de todo camino de fe. Es la más acabada respuesta que puede dar la Iglesia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que se preguntan sobre el sentido de la vida, experimentada como enigma, problema o misterio. Constituye, especialmente, la respuesta definitiva para los jóvenes que se abren a la vida entre la incertidumbre y la esperanza. Por ello, Jesucristo es también el núcleo de la catequesis. Y esta es la verdadera renovación a la que debe tender la comunidad cristiana: el anuncio de Jesucristo encarnado, crucificado y resucitado, como una presencia viva y siempre actual en la Iglesia y en el mundo.
Son muchas las actividades que se realizan en nuestras comunidades, las estrategias que se preparan, las técnicas que se desarrollan. Pero la cuestión fundamental es otra. Es, cabalmente, si todas estas técnicas, estrategias y actividades conducen o no conducen a la adhesión a Jesucristo, al evangelio, a la comunidad de los creyentes. Quizás los jóvenes, deseosos siempre de encontrar personas testigos, íntegras y atrayentes, se abrirían más decididamente a una catequesis capaz de presentar a Cristo como un amor abierto a todos, que libera a todos y que por todos se entrega. Pero si el Cristo que presentamos no llegara a interesar a los jóvenes, sería el momento de preguntarnos con hondura no solo sobre el Cristo que presentamos y el cómo lo presentamos, sino también sobre los jóvenes a los que nos dirigimos y, muy especialmente, sobre nosotros mismos. Sería el momento de repensar muy profundamente toda la acción catequética. Que Cristo no interese a los jóvenes es el desafío y el estímulo más decisivo para renovarnos, para buscar caminos nuevos, para atrevernos a todo.
EUGENIO ALBURQUERQUE
directormj@misionjoven.org