Luis Aranguren Gonzalo
Luis Aranguren Gonzalo
Asesor en la Plataforma para la Promoción del Voluntariado en España
De qué estamos hablando
El voluntariado, antes que un concepto, es una práctica vinculada a un modo concreto de vivir la solidaridad. Una práctica que se traduce en:
- – Una disposición de ayuda hacia los demás. El dar a otros, a través del tiempo liberado, se constituye en la posibilidad de ser voluntario.
- – Una ayuda específica a alguien concreto con nombre y apellidos. La solidaridad del voluntario se llama Juan, María, Mohamed, “El Cabra”,… Personas concretas con las que dos horas, dos veces por semana, el voluntario se encuentra en la cárcel, en el hospital, en el aula de apoyo al estudio, en el centro de español para inmigrantes, en el piso de acogida. El voluntariado es la expresión de la solidaridad con rostro, que finalmente tiene nombre, apellido, historia, carne y huesos.
- – Una acción realizada en el seno de una organización. No existe el voluntariado “por libre”. Lo que sí existe es el valor de la bondad y de la solidaridad de tanta gente que practica estos valores a su aire, sin necesidad de cobertura organizativa: la vecina que cuida del anciano del cuarto piso, los compañeros de trabajo que hacen bolsa común para quien salió despedido, vecinos de pueblos olvidados que se apoyan entre sí, la pareja que adopta un niño tetrapléjico, … tantas y tas situaciones. El apoyo mutuo, el compañerismo, la solidaridad primaria, especialmente de las mujeres del entorno del Mediterráneo no es voluntariado. Eso es ser buenas personas, y constituirse en señaladores de prácticas de solidaridad que bien debieran servir para el conjunto del voluntariado. Lo que a éste le caracteriza, respetando lo anterior, es que se trata de una acción solidaria realizada en el seno de una organización que tiene sus señas de identidad, sus objetivos, su metodología de trabajo. Y cada voluntario, en definitiva, participa creativamente de ese quehacer.
- – Una lectura de la realidad, en términos de sensibilización entendida como capacidad de saborear la realidad sin que ésta amargue o canse; de crítica, entendida como la capacidad de desplegar preguntas de carácter histórico, económico, político; de posicionamiento, entendido como el convencimiento de que la neutralidad no existe y que el voluntariado –más allá de las horas que uno da- conlleva poco a poco un estilo de vida, de consumo responsable, de visión de los conflictos locales y globales. Esta lectura de la realidad, hoy día, es más resultado de un largo proceso formativo que un previo con el que supuestamente se acerca una persona voluntaria a una organización.
Por tanto, hablamos de voluntariado como práctica de valores que humanizan y conducen a este mundo a fraguar islas y archipiélagos de trabajo por la justicia y la paz en el seno de una sociedad como la nuestra, que globalmente camina por derroteros de autosatisfacción y de ceguera ante un modelo de crecimiento económico que expulsa a los débiles a los márgenes del camino o los abandona en las orillas de nuestras playas. Entendemos, pues, el voluntariado como la expresión de lo que en otros tiempos se ha denominado compromiso social, cuando no, militancia.
Ciertamente durante estos últimos diez años se han ido produciendo modificaciones tanto por dentro como por fuera del voluntariado. En este artículo me propongo señalar tan sólo algunos de estos cambios.
1.- Del voluntariado olímpico al despertar de África
1992 es fecha clave de un pretendido salto cualitativo en la modernización y el progreso de España. En ese contexto, asistimos al nacimiento de todo un movimiento de voluntariado olímpico en Barcelona 92. En tiempos de desencanto político, disminución de la militancia social y política, el voluntariado deportivo se adueña del escenario de la ocupación solidaria del tiempo libre, introduciendo un modelo de solidaridad que no tiene que ver con el rostro del “huérfano, del extranjero y de la viuda”, sino que se enmarca en una extenso concepto de “bien común” general que facilita la ayuda en ámbitos tan dispares como el deportivo, el cultural, el social, etc.
Al poco tiempo, emerge a través de nuestras televisiones el despertar en nuestras conciencias de un continente que muere de hambre. Las hambrunas de Somalia, Etiopía, los desplazamientos de cientos de miles de refugiados en Los Grandes Lagos, los enfrentamientos fraticidas entre hermanos separados por una línea artificial pensada desde Europa en el reparto del continente durante el siglo XIX, todas esas imágenes apabullan una conciencia colectiva un tanto adormecida. En ese contexto, las acampadas del movimiento 0,7, junto con la tradicional atención a personas y colectivos vulnerables y excluidos de nuestro Cuatro Mundo, hacen viable el nacimiento de una nueva generación joven que protagoniza la proliferación de buena parte de las ONG para el Desarrollo y de Acción Social en nuestro país.
El tratamiento mediático de tanta desgracia ajena dio paso en nuestro país a la creación de una sensiblería pseudosolidaria que se alimenta de la conmoción sentimental y que aún subsiste en forma de telemaratones solidarios por Navidad, voluntariados de famosos y una especie de prestigio social que da el voluntariado. Durante estos años, se da una suerte de mestizaje de voluntariados que asimismo responden a lógicas motivacionales distintas y distantes. Junto con los “hijos de la causa”, militantes comprometidos en una acción generosa y a veces desproporcionada, ejercida desde la máxima del deber y de esa ética de la convicción que no hace caso de las consecuencias de las propias acciones, nos encontramos con lo que Imanol Zubero denomina con acierto “los hijos de la libertad”, es decir, esos voluntarios que en el marco de la acción social aquí o en los países del Sur, están componiendo el mapa de una nueva generación cívica que es la que hoy protagoniza nuestros voluntariados sociales. Se trata de una nueva generación :
- – Que huye de cualquier tipo de imposición. “Soy voluntario porque quiero y me da la real gana”(según feliz expresión de Adela Cortina). El “yo debo” da paso al “yo quiero”; el “tengo que comprometerme” da paso al “tengo tiempo y quiero darlo en este local, con esta gente”.
- – Que vincula su voluntariado al modo de vida que puede satisfacer mejor sus necesidades vitales; de hecho se asocia el voluntariado con ciertas prácticas pre-laborales (jóvenes) o pos-laborales (jubilados).
- – Que son conscientes que más importante que dar es el acto de recibir por parte de aquellos a los cuales “ayuda”;
- – Que concilia un entramado de voluntariado intergeneracional, interconfesional, interideológico;
- – Que pertenece sin ningún problema identitario a una pluralidad de organizaciones cívicas. No pocas mujeres hacen compatible su voluntariado en Cáritas y en la Federación de Mujeres Progresistas, al mismo tiempo.
Estas características nos sitúan ante una generación cívica que busca a tientas su espacio social, y que en esa búsqueda se haya absolutamente condicionado por los sucesivos vaivenes de carácter legal que se han sucedido en España desde la aparición de las primeras leyes autonómicas de voluntariado y, en especial, desde la promulgación de la ley estatal del voluntariado, del año 1996.
- La ley del voluntariado o el comienzo del proceso de institucionalización
En 1996 se promulga la ley estatal del voluntariado. Es el comienzo de un imparable proceso de institucionalización de una práctica de la solidaridad que al parecer interesa magnificar y absolutizar, siendo así que con el impulso de esta ley nos encontramos con la imparable labor de propaganda institucional del voluntariado como la forma más genuina realizar la solidaridad y como el elemento colectivo más importante de la sociedad civil. Con ser importante el voluntariado, este “ascenso” en prestigio social y mediático no se corresponde con la realidad de un voluntariado que en realidad es minoritario y que se hermana con otras formas de vivir y practicar la solidaridad. Respecto a la ley del voluntariado es importante reflejar que nace de la voluntad del gobierno socialista, desde unos planteamientos de fondo que tienen que ver con la exaltación del Estado del bienestar como garante de todas las medidas de protección social, de tal manera que subsidiariamente el voluntariado es visto como ese añadido temporal que existe hasta que las distintas modalidades de poder público no intervenga, puesto que donde exista la técnica, el poder de los expertos y los presupuestos públicos que se quiten los generosos y los voluntarios.
Esta ley, además, abunda en algunos desacuerdos básicos que el voluntariado de acción social ha venido denunciando con frecuencia:
- El concepto de interés general
De alguna forma, asistimos a una especie de desactivación del voluntariado de acción social, según vimos con la explosión del voluntariado olímpico de Barcelona 92. el voluntariado multiforme en eventos deportivos, museos, entidades públicas, bodas reales, junto con el de cooperación al desarrollo y el de acción social se plasma en eso que la ley denomina “actividades de interés general”, auténtico “paraguas “ que da cobijo a cuantos voluntarios quieran acceder a esta protección. Esta concepción del voluntariado ha tenido progresivamente sus efectos perversos a la hora, por ejemplo, de organizar y poner en marcha plataformas o coordinadoras locales de voluntariado en las que aparecían bajo la misma ley asociaciones y grupos de claro incidencia en la acción social con colectivos desfavorecidos, junto con nuevos voluntariados que promueven visitas guiadas a museos o acciones de tiempo libre tales como el parapente, etc. Del mismo modo, cuando se ha generado algún consejo municipal, autonómico o estatal, se ha planteado el mismo problema. Se trata de voluntariados muy diferentes. No es lo mismo colaborar en un piso de acogida a inmigrantes que realizar gratuitamente actividades de tipo cultural. Una no es mejor que la otra pero sí son de naturaleza distinta.
Otras cuestiones relevantes de esta ley son las siguientes:
- Laboralización del voluntariado
Con la ley del voluntariado se entra a regular y juridizar todo aquello que tradicionalmente se había regido mediante códigos morales de carácter espontáneo. El derecho se estira para normativizar la colaboración social que en nuestro país tiene que ver con el ejercicio de la solidaridad primaria tanto en las ciudades como, especialmente, en las zonas rurales. En cualquier caso, se especifica un tipo de relación entre voluntario y entidad que más se parece a una relación laboral, sólo que sin sueldo.
- Registros
Uno de los primeros signos de institucionalización del voluntariado que se observan en la ley estatal se plasma en el progresivo control que se ejerce sobre los voluntarios y sobre las organizaciones sociovoluntarias. Las personas serán voluntarias en tanto se encuentren registradas, tengan un carné o una acreditación, lo cual invita a una lógica institucional que, en cualquier caso, debería subordinarse, en el ámbito de lo cívico-educativo, a la lógica del proceso educativo que encuentra elementos reforzadores en otras instancias diferentes a la de los registros y los papeles cumplimentados. Ello ha derivado, en consecuencia, en una perversa burocratización de los espacios educativos del voluntariado. Así, los lugares de acogida al voluntario se van reduciendo en mucho casos a despachos donde se formaliza y se realiza el papeleo administrativo imprescindible para “dar de alta” al nuevo voluntario; en este contexto, resulta difícil, activar el adecuado proceso de acogida, información y orientación deseable en estos casos.
- Sentido de la gratuidad
La gratuidad es un valor que refleja la grandeza del voluntariado. Sin embargo, la gratuidad que aparece en la ley se centra exclusivamente en la no recepción de gratificaciones de carácter económico, así como la obligación de ser cubierto en cuantos gastos ocasione la actividad voluntaria. Es una gratuidad reducida a “gastos pagados”. La actividad voluntaria, en su expresión de donación gratuita, se entiende en la ley desde una visión netamente patrimonial, según la cual si la actividad voluntaria no debe ser un mecanismo de enriquecimiento, tampoco puede ser una vía de pérdida del propio sustento económico con que cuenta la persona voluntaria. Es la gratuidad comprendida como “suma cero” desde una visión economicista que, con ser acertada, no es la más importante de cara al propio voluntariado y a la acción social en su conjunto. En los contextos de formación del voluntariado no es raro encontrarse con esta visión de la gratuidad por parte de los voluntarios; una visión que, con ser cierta, no se adecua realmente a la riqueza de ese valor en el contexto de la acción voluntaria. Por parte, la exacerbación de la gratuidad como no percepción de cantidad económica alguna, en no pocos casos ha constituido la vía de entrada de un cierto voluntariado que ha cubierto, de hecho, puestos de trabajo a coste cero.
- Incentivos
Quizá uno de los elementos que levantó en su día más críticas entre el movimiento voluntario fue la introducción de incentivos no económicos en la ley del voluntariado., que aparecen en los artículos 14 y 15. Estos incentivos, paradójicamente, vienen a cuestionar la gratuidad o el desinterés como características principales de la acción voluntaria. Los incentivos se han convertido en un grave lastre que distorsiona y enfrenta en numerosas ocasiones a los poderes públicos con algunas organizaciones y plataformas de voluntariado. En los últimos tiempos, la Comunidad Autónoma de Madrid ha puesto en marcha una pretendida “tarjeta solidaria” con la cual la persona voluntaria obtiene descuentos en numerosos almacenes y comercios así como en cines y otras actividades culturales. La Administración Pública desea así felicitar y reconocer la labor del voluntariado (especialmente el más joven) incitándole por otra parte a consumir más. Poco a poco se fomenta un tipo de voluntariado acrítico y sumiso al poder público de turno. ¿Cómo ser voluntario defendiendo a los inmigrantes sin papeles, recibiendo amenazas y restricciones legales al tiempo que recibe parabienes y descuentos en almacenes y cines? Trasladar el “bonojoven” de la Comunidad de Madrid, que ofrece justos descuentos en materia de trasportes a los jóvenes madrileños, al campo del voluntariado social es desconocer en el fondo y en la forma el sustento ético del que nace esta acción solidaria. En el voluntariado no cabe otro reconocimiento que el “cómo estás”, “qué necesitas” y “gracias”; las recompensas económicas aunque sea con descuentos mínimos son formas perversas de adulterar la naturaleza del voluntariado.
3.- Planes estatales del Voluntariado
Ya desde el gobierno del Partido Popular, se realizan dos planes estatales del voluntariado. El primero abarca actuaciones y medidas desde 1997 hasta el pasado año 2000. Prosigue la colonización de voluntariado desde la lógica neoliberal, en este caso, que abre libre campo de juego a la sociedad civil mientras que la Administración Pública se va retirando de su responsabilidad en el ámbito de las políticas sociales. El Estado de Bienestar entra en crisis y va mutando sus tonalidades y visiones de fondo.
Así, en el Primer Plan estatal hay una cierta obsesión por aumentar el número de personas voluntarias y es donde más se nota esa especie de propaganda oficial según la cual o eres voluntario o no sales en la foto de la solidaridad. En el segundo Plan del voluntariado (2001-2004) en el que actualmente nos encontramos, se da una vuelta de tuerca al proceso de institucionalización del voluntariado; en este caso, la diana se encuentra en las organizaciones de voluntariado y en la llamada a que se modernicen utilizando los patrones de gestión de la empresa privada. Con ser cierto que muchas organizaciones de voluntariado funcionan más por intuición y desde la provisionalidad y andan carentes de principios básicos de planificación y gestión, quizá no sea lo más acertado trasladar sin más los sistemas de gestión de la empresa privada al marco del voluntariado. En el fondo de esta cuestión late la visión de las organizaciones de voluntariado como entidades prestadoras de servicios que van siendo subcontratadas por los poderes públicos a bajo coste, ya que buena parte del capital humano que interviene en la organización es voluntario. En este caso, conviene distinguir y no dejarse manipular. Que las organizaciones solidarias necesitan compaginar su impulso ético con una buena gestión que haga prosperar su acción en lograr mayor y mejor eficiencia y calidad, es algo necesario y urgente. Otra cosa es generar organizaciones clónicas al servicio de las políticas sociales y económicas neoliberales.
4.- Y del voluntariado católico, ¿qué?
Al hilo del despoblamiento progresivo de no pocos hombres y mujeres de nuestras Iglesias, se ha producido un incremento de pertenencia de personas a los distintos voluntariados de carácter confesional que existen en el seno de las Congregaciones Religiosas y otras organizaciones como Cáritas, Manos Unidas, por citar las dos más conocidas. Ahora bien, el carácter de confesionalidad de estas instituciones de voluntariado ha ido puliendo un tipo de sujeto voluntario de carácter plural. Así, en una organización de voluntariado católico hoy contamos con: católicos que activamente participan de la vida de la Iglesia a través de otros grupos de catecumenado o en movimientos de seglares, católicos alejados de la práctica cotidiana tanto de sacramentos como de pertenencia a otro tipo de grupos o comunidades, agnósticos movidos por fuertes sentimientos de humanidad y sentido de justicia, personas de otras religiones que no tienen problema alguno en participar en una organización católica. ¿Qué quiere decir todo esto? A mi juicio se trata de una situación real que deberíamos escuchar y mirar desde la clave de los “signos de los tiempos” que vivimos en este cambio de siglo.
- Un nuevo espacio
En efecto, el voluntariado no deja de ser un espacio de pertenencia, pero ante todo lo es de relación y de encuentro de voluntarios con personas que sufren y con otros voluntarios y profesionales de esa determinada entidad. En nuestra cultura sobran los no-lugares, es decir, esos espacios urbanos donde el encontronazo, la tarjeta de crédito, las prisas y los carritos de compra modelan nuestra vida. Y por otra parte, faltan espacios de encuentro. Ese espacio legítimamente deseado mucha gente lo va concretando en el voluntariado, con la salvedad de que en esta cultura los espacios humanos son cada vez más transversales e itinerantes. La transversalidad de acciones, de motivaciones, de equipos de trabajo constituyen características básicas del voluntariado actual .
- Una nueva identidad
Frente a la ortodoxia de quien clama por identidades católicas férreamente cerradas en sí mismas, el voluntariado de las organizaciones católicas construyen por vía de hecho una identidad cosmopolita basada en los valores evangélicos que se concretan en las prácticas del Reino que hablan de dar de comer al hambriento, beber al sediento, visitar al enfermo o al preso. Son prácticas que para unos constituyen un ejercicio de práctica de la fe mientras que para otros se quedan, y ya es mucho, en prácticas de justicia o de humanizazión. Así, pues, este voluntariado transversal también va forjando una identidad colectiva cosmopolita, ecuménica y abierta que lejos de disolver la identidad particular de cada organización, la eleva a ese espacio tan querido por el Concilio Vaticano II según el cual la Iglesia se hace coloquio -y podríamos decir que mesa camilla- para dialogar y aprender a decir Dios de distintas maneras. Este momento no es de fijación ortodoxa de la identidad católica sino de hacernos cargo de que lo que realmente ensombrece y eclipsa el nombre de Dios es la injusticia de nuestro mundo. Esto es lo suficientemente importante y sangrante como para dejarnos llevar por la obsesión identitaria que a algunos les ocupa inútilmente su tiempo.
- Un nuevo sujeto de la solidaridad
Ciertamente, en el origen del voluntariado que hoy conocemos, también en las organizaciones de Iglesia, no domina la actitud de transformación o de cambio social. Es una realidad más pendiente de los efectos del sufrimiento humano que de sus causas, y en medio de una marcha cargada de hitos de carácter legal tanto a nivel estatal como autonómico o local, el voluntariado social va intentando encontrar su auténtico lugar en este mundo, con el objeto de ser fiel a aquellos a los que intenta servir y que son los perdedores de nuestra sociedad. En cualquier caso estos voluntariados hay que saberlos hermanar con otro espacio transversal de convivencia y de acción como son los que conforman ese tejido multiforme de redes, plataformas, coordinadoras, que más allá del apellido “de voluntariado” conforman un sujeto de la solidaridad donde participan: movimientos sociales pacifistas, ecologistas, asociaciones locales de promoción y desarrollo comunitario, foros sociales inspirados en el foro de Porto Alegre, ONG, etc. Se trata de una tupida red que afronta la realidad desde el ejercicio de la a solidaridad. En todo este campo las organizaciones de Iglesia deberían afrontar de lleno su participación “como uno más”, al servicio de una causa común que nosotros lamamos Reinado de Dios, pero que otros denominan planeta habitable, barrio integrado, sociedad sin clases, fin del hambre, presupuestos participativos, etc. Todo ello con claro aroma evangélico.
- El futuro que viene
El balance de estos últimos años nos pone, pues, en una situación donde se entrecruzan sentimientos y expectativas: por un alado, se advierten claros síntomas de que asistimos a un imparable proceso de institucionalización del voluntariado, que tiene que ver con la incapacidad, incompetencia o ambas cosas a la vez, de los poderes públicos en su obligación de garantizar los derechos económicos y sociales básicos de todos los ciudadanos, en especial de los más desfavorecidos.
Por otra parte, en modo alguno abogo por una sociedad desresponsabilizada que deja todo en manos del Estado. Al contrario, bueno es que siga surgiendo del seno de la sociedad civil personas que se organicen para defender la solidaridad, la paz y la justicia social. Son muchas las personas que a lo largo de esta última década se han sumergido en el mundo de la solidaridad a través del voluntariado. El capital social en juego es mucho y muy rico; se ha ido creando una red de relaciones, encuentros, plataformas, coordinadoras y acciones comunes locales y globales bien interesantes; las propias entidades se han dado un código ético que vigila y estimula los valores comunes por los que desean construir un mundo mejor. Los vaivenes de este voluntariado, el peligro de domesticación que siempre le acecha, nos hace permanecer vigilantes y esperanzados para trabajar por un voluntariado de calidad.
Y ahí está el reto de futuro, que apunto en una serie de tensiones en las que debemos seguir moviéndonos con altura de miras:
- – Acertar a compatibilizar los voluntariados que pactan con las Administraciones Públicas y que no les impiden denunciar las leyes injustas, los compromisos incumplidos, la cosmética de ciertas políticas sociales públicas.
- – Acertar a compatibilizar organizaciones eficaces, que ganen en calidad de sus acciones sin que pierdan por ello la frescura de sus intuiciones, la flexibilidad en su modo de organizarse, la participación como garantía de formar organizaciones democráticas.
- – Acertar a compatibilizar en las organizaciones la formación necesaria para que el voluntariado sea un ejercicio de solidaridad cálida al tiempo que eficiente, necesitada de formación especializada, pero cuyo nervio formativo se extiende a lo largo de un proceso complejo, largo y lento que se desarrolla en el fuego lento de los itinerarios educativos, del acompañamiento personalizado, de la búsqueda de animadores de voluntariado, de la creación de redes de acompañantes-animadores antes que de u cuerpo de gestores de la burocracia del voluntariado.
- – Acertar a compatibilizar en las organizaciones el mestizaje de personas voluntarias que provienen de múltiples motivaciones, pertenencias y estilos de trabajo. Lo importante es que cada organización pacte con cada nuevo voluntario el compromiso inicial mínimo en el que ambas partes se implican.
- – Acertar a situar el voluntariado en el seno de la cultura de la solidaridad que nace del dolor, de la queja y del sufrimiento humano y que se traduce en respuesta modesta pero significativa. Ni el voluntariado es el “no va más” de la solidaridad, como nos venden ciertos medios, ni la cultura de la solidaridad es un apéndice sociológico, sino que debe decir su palabra de denuncia y anuncio a través de las mediaciones sociales y políticas a su alcance.
- – Acertar a valorar en cada voluntario su paso a paso, su progresión, que realmente saboree lo que está haciendo, que ofrezcamos espacios de digestión de los hallado entre el dolor, el sufrimiento y la injusticia.
- – Y por parte de las organizaciones de voluntariado católicas, bueno será que oteen los signos de los tiempos y acepten con orgullo que lo de Reino también habla y se expresa de escaleras de la parroquia hacia fuera, que la evangelización no ha de medirse por el número de prosélitos captados sino por la fuerza de contagio de los valores del Reino en medio de este mundo inhóspito. Ahí nos la seguimos jugando.