Manos a la obra

1 septiembre 1998

RETORNO A LAS ACTIVIDADES HABITUALES

 
PROPONEMOS en estos materiales tres actividades concretas que pueden servir para preparar el comienzo del curso en la escuela, en ecentro juvenil, en los grupos Juveniles, en la parroquia. Todas necesitan, por supuesto, ser situadas :y adaptadas a la realidad concreta donde pretendan utilizarse.
 
AQUEL día M.J. descubrió la palabra «cometa» en los libros de consulta de la es­cuela. ¡Ah! M.J. es una niña muy linda, con grandes ojos negros y mirada transparente, que siempre está haciendo preguntas. Preguntas cortas, preguntas largas, preguntas a sus papás, preguntas a su maestra, preguntas al abuelito, preguntas a los geranios, pre­guntas al gato dorado de la vecina y al perro Leonardo. Preguntas azules, verdes, pre­guntas redondas y alargadas. Preguntas sin respuesta y preguntas sin interrogante. Pre­guntas…
Cuando, en el libro de dibujo, vio aquel pequeño aparato no supo qué era y pregun­tó a su maestra.
– ¿Qué es esto? Tiene todos los colores y parece alargado como una lagartija, pero no es un animal. También estoy segura de que no es un mineral, ni una persona, ni el mapa de un país.
Su maestra, que en ese momento enseñaba a un compañero de M.J. a sumar dos man­zanas verdes con tres manzanas rojas, miró por encima de sus gafas y respondió: – Es una cometa.Y M.J., que también tenía reservadas preguntas acerca de la utilidad de las cosas, vol­vió a insistir:
-Y… ¿para qué sirve?
– Sirve para soñar despierta. Sirve para mirar las cosas desde arriba, con más luz. Sir­ve para jugar y ser feliz. Sirve para limpiarse las lágrimas cuando te duele la barri­ga o cuando se marcha de tu lado para siempre alguien a quien quieres mucho. Sir­ve para ver los colores del arco iris cuando la lluvia y el sol están enfadados y no quieren abrazarse. Sirve para contemplar los colores de la sonrisa en la pared de tu habitación, si es de noche. Y, te diré más: hay gente que no quiere tener una come­ta porque se cree demasiado mayor para correr tirando de un hilo largo y fuerte.
M J. no estaba acostumbrada a respuestas tan largas y tan bonitas. Y decidió que merecía la pena conseguir su cometa para realizar todo aquello que le dijo la ma­estra. Cuando regresó del colegio para comer con su familia, inmediatamente le dijo a su papá:
– ¡Quiero una cometa!
– ¿Y eso?, comentó él sonriendo.
– Porque quiero ser feliz. Hoy la maestra me dijo que con una cometa puedo ser fe­liz y estar siempre contenta…
Sus padres se miraron divertidos y respondieron que sí. Al final de la comida empe­zarían a hacer la cometa.
Se sentaron a la mesa. Pidieron la bendición de Dios. Mientras comían, M.J. estuvo to­do el rato nerviosa. Algo que no pasó desapercibido para el abuelo. Hasta el pequeñín la miraba con asombro. A un cierto momento explotó. Creía que las cometas se com­praban en alguna tienda. Su mamá le dijo que las hacían los niños ayudados por sus padres; que eran mucho mejores que las compradas; y que así llevaban por los aires los deseos de quienes las construyeron: era como las cometas agradecían a quienes les da­ban la vida.
También almacenaba M.J. una pregunta atrasada. El sábado pasado lo pensó, cuando su padre, como siempre, se refería a Dios al iniciar el almuerzo familiar. Pero no a re­cordó hasta aquel preciso momento:
– ¿Quién es Dios? ¿Y por qué le rezamos cuando vamos a comer, o cuando nos le­vantamos o vamos a dormir, o los domingos…?
– Dios es como la cometa que vas a hacer con papá cuando te acabes la fruta, res­pondió su madre, mientras sonreía al mirar con cierta complicidad a su marido.
M.J. pensó que era una de esas respuestas que dan los mayores cuando no saben muy bien qué decir, se trata de una cuestión muy complicada o no quieren en­tretenerse. Ciertamente no atinó a saber qué significaba aquella respuesta. Imaginó que tendría tiempo para seguir preguntando sobre Dios en otro momento.
 
Terminó la comida y M.J. salió pitando al cuarto donde su padre y el abuelo guarda­ban la caja de herramientas. Regresó con ella en la mano, descargándola con estruendo.
– Tranquila. Tenemos la tarde entera para construir tu cometa, respondió su padre al ruido, levantando la vista de los platos que estaba fregando.
Pusieron manos a la obra. Empezaron buscando todo lo que necesitaban: unos listo­nes delgados de madera resistente, papel, tela, cuerda, ¡mucha cuerda!, cintas de colo­res, pegamento, tijeras… La tarde pasó más rápidamente que nunca. «Cuando se pasa bien el reloj corre más deprisa», pensaba M.J.
Terminaron la cometa. Al día siguiente, sábado por la mañana, empezaron a volarla. ¡Si viérais a M.J.! Se sentía feliz tirando y soltando el hilo que unía sus manitas con las tiras de colores de la cometa. Después de un largo rato estaba más relajada y miraba el horizonte, sentada al lado de papá. Allí le volvió la pregunta que hizo en la comida: «¿Quién será Dios?» Y recordaba lo que contestó mamá: Dios es como tu cometa. Y tam­bién la respuesta que recibió de su maestra: Sirve para soñar despierta. Sirve para mirar…
Tras el eco de las respuestas, la niña con vestido de flores se incorporó. Y la cometa y… Dios volaban por lo alto del cielo azul de la mano de M.J. aquella mañana lumino­sa de sábado.
 
Pauta de trabajo
Bastará centrarse en una única cuestión: ¿Qué puede querernos decir este cuento parábola de cara al inicio  del nuevo curso , de las actividades en el centro juvenil, parroquia , etc…?
 

2.PALABRAS DE INAUGURACIÓN

 
Recogemos algunas palabras de una Eucaristía de Inauguración de Curso, celebrada el año pasado en una escuela cristiana. Pueden ayudar para preparar la propia y dar pie para la reflexión y la participación de la comunidad educativa en ello.
 
 
 

 Un profesor

  • Procura aprender para la vida, no para considerarte superior a nadie.
  • No me percibas sólo como conocedor de una materia. Los profesores y profesoras también tenemos corazón.
  • No nos juzgues por una clase, sino por la dedicación de nuestra vida.
  • Sábete que, a veces, nos pedís que seamos sabios y ejemplares, alegres y justos, y comprensivos, y cultos, y ecuánimes… y no siempre es posible conseguirlo todo.
  • Ayúdanos a entenderte. ¿Sabes que no nos trae sin cuidado lo que haces, lo que es­peras alcanzar, lo que te preocupa…?
  • Los profesores y profesoras también tenemos que seguir estudiando. En eso estamos como tú. A veces sentimos enorme pereza y la vencemos pensando en ti.
  • ¡Ah! Tenemos una oración para pedir por ti y tus compañeros.

 

Una alumna

  • Lo más bonito de tu trabajo, querido profesor o profesora, es que me preparas para vivir. Estoy seguro de que eso lo piensas mucho.
  • Hazme sentir tu interés por mí como persona, no como un número de tu lista.
  • No sepas de mí únicamente por lo que respondo en clase, sino por las demás cosas que hago en el centro. Me gustaría decirte un día que juego a baloncesto, que toco la guitarra, que tengo unas poesías escritas que desearía que alguien me las leyera y me diera su opinión… ¡Quizá un día te lo cuente!
  • Enséñame a pensar por mí misma. ¡Si vieras que, a veces, vivo hecha un lío y no se encontrar respuesta a bastantes cosas que no son de clase!
  • Escucha las preguntas que te hago en serio, por descabelladas que te parezcan. Si sa­bes escuchar, yo también aprenderé a oír.
  • En el fondo me interesas más tú que tu asignatura, por eso no digo «me gusta o no esta materia», sino «este profesor o profesora me agrada menos o me gusta más».
  • Recuerda que tú también fuiste alumno o alumna. Y, por favor, no dejes nunca de es­tudiar…

 Homilía de la Eucaristía

0UERIDOS amigos y amigas. Estáis a las puertas de un nuevo curso. Celebrar la ­Eucaristía, al comenzar este año académico, no es asistir a una oración larga. Celebrar la Eucaristía es sentarse a la mesa de un señor, el Señor, que empleó su vida en hacer a la gente personas y en comunicarles que no llamen a Dios de cualquier manera, que le digan «Padre», como él mismo le llamaba.
Este Señor vivió gastando su vida en despertar a los otros del sueño… (¡qué sueño vi­tal nos invade!), poniéndolos en camino de la verdad… Una vida que hacía cosquillas, hacía mella en la vida de los otros. En cierta ocasión, por ejemplo, dijo a una mujer: «¿No te das cuenta que buscas agua viva y no haces nada más que beber porquería que no te sacia?» Y ella, como loca, gritaba en la plaza del pueblo: «¡Venid a ver a uno que me ha dicho la verdad!» Y a otro le dijo: «Baja de ese árbol donde has subido y vive la vida honradamente, comienza dejándome entrar en tu casa». A muchos les dijo, con otras palabras, pero en el fondo es lo mismo: «Dejad de poner velas y de hacer oracio­nes tontas antes de los exámenes y vivid confiando en vuestras fuerzas, tened fe en vo­sotros mismos y no pidáis que Dios haga lo que vosotros podéis hacer». Y a los que vi­vían guiándose por las apariencias, sin verdad: «¡Sois unos hipócritas. Decís cosas y exigís cosas a otros que vosotros no hacéis! ¡Qué morro tenéis!»
Decía la verdad porque vivía la verdad. Y decir la verdad le costó caro. La gente con cabeza le entendió muy bien. Los que no querían la verdad se la jugaron, se las hicie­ron pasar mal.
YO creo que la gente hoy necesita y quiere que se le cante la verdad. Pero para can­tar la verdad hay que vivir en verdad y querer mucho a la gente.
Creo que a los cristianos de hoy nos hace falta callar mucho, dejarnos de sermones y líos de esos que aburren al personal, porque, en el fondo, la gente no mira nuestras fi­losofías o teologías, sino nuestros comportamientos, nuestro estilo de vida… Muchos de nuestros discursos van encaminados a que la gente sea como a nosotros nos gusta o como nosotros somos (¡Que nos copien, que nos imiten, que nos reproduzcan, que nos inmortalicen…!), y lo importante es que sean, que sean en verdad y justicia, en libertad y coherencia. Vale.
En esta Eucaristía no venimos a rezar, venimos a recordar la vida de Uno que inau­guró un estilo nuevo de vida. Una vida que hace hombres y mujeres más libres y feli­ces, más humanos, más abiertos a mirar al cielo y a la tierra, o a encontrar el cielo en la tierra, en los otros y con los otros. ¡Animo… que la educación es posible!
 

3.NUESTRAS MANOS

 
LA celebración que presentamos a continuación -tomada de «Vetall», 193 (1988)­puede servir muy bien para inaugurar el nuevo curso de actividades en la escuela, cen­tro juvenil, parroquia, etc. Gira toda ella en torno a las manos, por lo que es posible in­troducir el símbolo de unas manos recortadas en papel y entregadas a todos para que vayan utilizándolas a lo largo de la celebración (mirándolas, escribiendo en ellas, cons­truyendo figuras, etc.), poniendo los nombres de personas que me han ayudado en la vida, escribiendo alguna oración («Dios no tiene manos… necesita mis manos», etc.)…

Introducción

Iniciamos un nuevo curso. Buen momento para poner manos a una nueva obra, co­menzando por agradecer lo que Dios ha puesto en nuestras manos. Pensemos en un momento de silencio qué está en nuestras manos, qué ha puesto Dios en nuestras ma­nos. Démosle gracias por ello. (Silencio).
Canto (Manos unidas…)
Mirando nuestras manos
Se invita a que cada uno mire sus manos o se entregan las «manos de papel». Tiempo para pen­sar qué ven en ellas, qué le sugieren, de qué le hablan, a qué le remiten…

 Narración de la creación

(Se lee despacio, con música de fondo)
«Al principio creó Dios el cielo y la tierra, la luna y las estrellas, la luz y las tinieblas, el mar y los continentes, los pájaros y los peces, las plantas y los animales. Y vio Dios que todo era bueno.
 
 
 
 
Entonces Dios creó al hombre y a la mujer. Los creó con cabeza para pensar, con pier­nas para caminar y con cuerpo, esto es, unos pulmones para respirar, un estómago pa­ra alimentarse, un corazón para amar… Ya estaba atardeciendo el día sexto. Dios se en­contraba cansado de tanto crear. Empezó a sentir sueño y se fue a descansar. Se había olvidado de un detalle: había creado al hombre y a la mujer sin manos.
Cuando Dios se despertó y se encontró con la pareja creada, los vio extraños: iban despeinados, sin lavar, no habían encendido el fuego ni ordenado la casa… ¡Ah, claro! Dios entonces se dio cuenta de que los había creado sin manos. Y Dios, en ese momen­to, decidió poner manos al hombre y a la mujer.
Enseguida, tras comerse la manzana, aprendieron a usar mal de las manos, y empe­zaron a golpear, destruir, herir, ensuciar, esclavizar, robar, torturar, burlarse, amenazar, tirar piedras, matar pájaros… Y Dios casi se arrepintió de haberles creado manos al hom­bre y a la mujer».
a Recordando para empezar de nuevo
¿Qué he hecho hasta ahora con mis manos, qué tendría que hacer? ¿Cuándo las he usado mal, contra quién? ¿Qué puedo hacer con mis manos este nuevo curso que ahora empieza? (Se pue­de escribir todo ello en las «manos de papel»).
Evangelio del que usó bien sus manos
Jesús Dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, porque de ellos es el Reino de los cie­los». Después les impuso las manos (Mt 19,15).
Jesús se compadeció del leproso, extendió su mano, le toco y le dijo: «Queda limpio» (Mc 1,40).
Jesús, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba (Lc 4,40).
Jesús, al ver que Pedro se hundía, le tendió la mano y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?» (Mt 14,30).
Jesús dijo a Tomás: «Acerca tus dedos y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20,27).
Jesús se levanta de la mesa, se quita el manto, se ciñe la toalla y se pone a lavar los pies a los discípulos Un 13,4). Jesús tomó pan, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto es mi cuerpo entregado por vosotros» (Lc 22,19).
Manos que piden
(Con las manos abiertas o componiendo una figura con las «manos de papel»). Pidan que nuestras manos sean a lo largo de este nuevo curso como las de Jesús. Que nuestras ma­nos sepan:
–          Levantar al caído,
–          saludar al amigo,
–          enjugar una lágrima,
–          escribir un poema,
–          indicar un camino,
–          ayudar al anciano,
–          aplaudir las cosas bien hechas,
–          vendar una herida,
–          dar forma a la arcilla,
–          elevarse al cielo,
–          acariciar a las personas,
–          ayudar a quien lo necesita,
–          partir el pan con el hambriento,
–          acompañar al invidente,
–          trabajar sin cansarse,
–          acoger a quien me ha ofendido,
–          abrazar al hermano,
–          (otras…).
Padre nuestro (manos unidas, en círculo) y canto (Qué suerte es tener…).