Me duele mi vida, me duele la Iglesia

1 noviembre 1997

Me duele mi vida. Me duele la Iglesia.
Me duelen tantos gritos de dolor que no escuchamos.
Me duele nuestro silencio político para no hacer política. Me duele que se nos vea siempre al lado del poder…
Me duele que estemos más preocupados de nuestros derechos que de la dignidad de toda per­sona humana.
Me duele que estemos más ocupados por nuestros bienes que por buscar que todos tengan bienes.
Me duele que pensemos que siempre tenemos la verdad y que busquemos imponerla.
Me duele que actuemos como si el Espíritu Santo fuera monopolio de unos pocos.
Me duele nuestra falta de fe en la presencia activa del Espíritu en la vida de todos los creyentes.
Me duelen dieciséis siglos de historia y de olvido de unos pocos, los primeros.
Me duele nuestra falta de libertad.
Me duele que hayamos hecho del cristianismo una ética, y que tantas veces nuestros cánones y leyes estén por encima del amor y la misericordia.
Me duelen las chabolas abarrotadas y nuestros grandiosos templos vacíos.
Me duele nuestro oro, plata, joyas, mármoles, maderas, esculturas, cuadros, palacios y monu­mentos, al ver a la mejor obra del universo muriéndose de hambre y de abandono.
Me duelen nuestros silencios, nuestros múltiples «lavados de manos», nuestras falsas pruden­cias, nuestras esquizofrenias, la distancia entre lo que creemos y hacemos, entre lo que decimos y vivimos, entre la ortodoxia y la ortopraxis, entre nuestras. riquezas y la pobreza evangélica, entre las palabras y los hechos, entre el Evangelio y la vida.
Me duele que estemos más preocupados en censurar y atacar, que en anunciar la Buena Noti­cia.
Me duele el no-lugar que ocupa la mujer en nuestra Iglesia, y que el laico solamente tenga algo que hacer, cuando está clericalizado, pero nunca algo que decidir.
Me duele nuestro clericalismo.
Me duele que seamos tan semejantes a las personas religiosas que criticó tan duramente Jesús en su época, hasta el punto de que nos queda como anillo al dedo aquello de «hacer lo que os di­cen pero no hagáis lo que ellos hacen» y, a veces, ni eso.
Me duele que, siendo todos el Pueblo de Dios, no tengamos nada que decir sobre moral, litur­gia, derecho, educación sexualidad, economía, política…, ni siquiera sobre la elección de «nues­tros servidores».
Me duele que nuestros pastores estén tan lejos… y que nos preocupemos más de adoctrinar y corregir que de acompañar, consolar, liberar y, como Jesús, de vivir con la gente preguntando «¿Qué quieres de mí?» y «pasar por la vida haciendo el bien».
Me duele que nos preocupemos más de la verdad infalible que de la bondad infalible.
Me duele el hambre, la miseria, la injusticia, la desigualdad, la opresión, el despotismo, la violencia, la corrupción, la manipulación, la prepotencia, la destrucción, la guerra, la muerte absurda, el dolor causado injustamente y padecido heroicamente por miles de millones de personas, mis hermanos…
Me duele nuestro silencio, nuestra indiferencia, nuestras componendas, nuestras cobardías, nuestros privilegios, nuestras defensas, nuestras justificaciones, nuestra pasividad y nuestra impo­tencia.
Me duele…, me duele mi vida, me duele mi Iglesia.
 

José Luis Fernández de Valderrama

Parroquia de Guadalupe (Madrid).

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