¡Me han cambiado el ordenador!

1 marzo 2004

Ángel Miranda
 
Me ocurrió en un viaje realizado hace un mes a Portugal. Llevaba mi portátil para realizar un trabajo durante mi estancia allí para el Primer Congreso de la Escuela Católica portuguesa. Todo en orden. El viaje a tiempo. Me esperaban para ir a Fátima donde se celebraba el Congreso. Todo bien organizado y realizado.
Al llegar a mi habitación, dejo las cosas y voy a aprovechar las dos horas que me quedan hasta la cena. ¡Que aquí es el reloj va una hora atrasado!. Me las prometo muy felices. Abro el ordenador y ¡sorpresa, sorpresa! El ordenador no es el mío. Extraño, pero cierto. Pero si no lo había soltado en toda la tarde! Teléfonos a la Compañía aérea en Portugal y en España, tensión, objetos extraviados en el aeropuerto, … O yo lo he cambiado, o alguien me lo ha cambiado. ¿Cuándo? ¡No lo sé, pero no es el mío! Y además me contaban que está de moda robar ordenadores en los aeropuertos.
Ciertamente el ordenador que tenía delante era del mismo nivel y categoría que el mío. ¡Pero los datos! ¡Adiós a archivos y archivos! Y todo por no hacer siempre el “backup” o la copia de seguridad que dicen muchos. Todo muy lógico, pero ¡aquel ordenador no era el mío! Un papel y tres CD’s que llevaba dentro la bolsa del ordenador nos pusieron en la pista. Había pistas para saber la empresa en que trabajaba su dueño, pero en una multinacional como esa, seguro que habría más personas con un ordenador como ese ¿Quién sería? Es más, tenía la sensación de que él también lo necesitaba.
Vuelta a llamar. No hay ninguna reclamación. Y además el ordenador tiene un password de arranque. Bueno pues ¡menos mal que los password no siempre son seguros! Archivo arriba y abajo y al final, cuando ya es bastante tarde puedo conseguir alguna conexión más fiable. Efectivamente. La otra persona tiene mi ordenador. ¡Pero está en Alemania!
Para acabar la historia que es más larga: dos, tres días, y podemos devolvernos religiosamente el ordenador. Y como no podemos desaprovechar las ocasiones, me viene la idea de aprovechar la anécdota para aplicarla a nuestra acción pastoral. ¡Que tiene su miga!
Con mucha frecuencia, nuestras pastorales arrancan de ahí, de lo que nosotros tenemos registrado y archivado en nuestro “disco duro”, lleno de celo pastoral, que no falta, y de experiencias o programaciones perfectas. Fases, tiempos, itinerarios… Revisiones, evaluaciones, reformas. ¡Todo a punto! Vayamos donde vayamos, en la parroquia, en la escuela, en el centro de acogida, en la catequesis o el tiempo libre, nosotros, expertos en pastoral tenemos nuestro “disco duro” y a buscar. Recetas, propuestas, planes. ¡Que todo está inventado! Y como mucho lo he inventado yo, es lo mejor. Lo más una pasada por la librería o por internet para encontrar algún “archivo” nuevo. Eso sí, siempre en nuestro árbol de directorio, si quiere vd. Hasta con nuestro password.
Hasta que un día ¡nos cambian el ordenador! Nos encontramos delante uno igual, de la misma categoría, funcionando, con su password y todo, pero con su propio “disco duro”. Es el ordenador, o el computer que dicen otros, de los chavales, de los destinatarios.
Y ahora viene el problema. ¿Quién es? ¿Cómo es? ¿Dónde anda? ¿Qué piensa? ¿Qué espera? ¿Creerá que yo tengo “su” ordenador? Los primero es “abrir” su ordenador, ser capaces de saltar el password. ¡Y en eso nos ganan! Porque a veces su password tiene trampa. Nos abre sólo la pantalla, lo que aparece, pero luego, no hay forma de entrar en “su” sistema. Después analizar sus archivos, con mucha frecuencia “encriptados” e imposibles de descifrar por todas esas cosas que decimos del consumismo, de la falta de esfuerzo, de la indiferencia, del todo se les da hecho, de los Medios de Comunicación, etc. Y nosotros, mientras tanto, añorando nuestros programas, nuestro “disco duro” que no hay forma de que entre en conexión, más aun cuando lo que buscamos es que ellos conecten con nuestro sistema. ¡Pues nada que hacer!
Cuando dí con el colega que tenía mi ordenador en Alemania la pregunta era ¿pero dónde lo hemos cambiado? Las prisas, el follón de gente y los hábitos originan estos problemas. Al pasar los equipajes por las cintas de la policía, cada uno tiramos de “nuestro” equipaje y del ordenador. Y ahí lo cambiamos. Y estuvimos toda la tarde con él, y llegamos a nuestro destino, pero como todo lo que habíamos hecho era normal, no nos enteramos del cambio hasta varias horas más tarde.
Es lo que pasa a veces con nuestra gente. Los hábitos, el siempre se ha hecho así, la costumbre y los mecanismos adquiridos: tal día celebración, en tal tiempo hacemos, rezamos, convivencias, reflexiones, clase de religión, viajes de estudio… Podemos actuar por hábitos y resulta que ¡nos han cambiado el ordenador! Que estamos tenemos delante unos archivos que no nos valen para nada y que no resuelven nada, aunque la máquina es buena.
Claro está, la preocupación, en mi caso, era buscar al “otro” pero en la pastoral permanecemos a la espera del que venga. Lo que ofrecemos es bueno y ¡tienen que venir! Bueno, pues no vienen. Y empezamos a preguntarnos cosas y a plantearnos más preguntas que respuestas. Porque estamos seguros: ¡todo lo hemos planificado y hecho bien! La tecnología, los modos de aprendizaje, los sistemas de orientación, los intereses, están cambiando, han cambiado. Y es inútil pretender seguir siempre con “nuestro” mismo ordenador, nuestro password invariable, nuestros “directorios” seguros, donde tenemos todo lo que necesitamos.
Aunque sea por descuido, no estaría mal apropiarnos, al menos temporalmente, del ordenador mental, anímico, religioso, moral, etc. de nuestros chavales e intentar comprender activamente que ellos también tienen “su” lógica, “su” experiencia, corta pero suya, “su “lenguaje, pervertido pero suficiente, “su”… y vamos añadiendo. Y llegará un momento en que salgamos en su busca, intentemos acercarnos hasta ellos, conectar con ellos, ponernos de acuerdo para ver cuándo podemos encontrarnos respetando mutuamente los ritmos. Es lo que pasó con mi ordenador en Alemania y su ordenador en Portugal. ¿Y la culpa? ¡Da igual! Había que esperar dos días, fiarnos mutuamente uno del otro, entender que él también tendría “su” interés. Al final la historia salió bien.
Nos dicen en el evangelio que Jesús “les enseñaba con calma” que “les hablaba en parábolas porque… “ que la gente, incluso sus elegidos, no se enteraron de que la cosa ya “había empezado en Galilea” treinta y pico años antes hasta después de la Resurrección… ¡Y siguió creyendo en la misión y, sobre todo, en las personas! ¡Quizás no sea mala receta!