En 1997 estuve tres meses en la India, en la leprosería de Nellore, en el estado de Andhra Pradesh. Un año más tarde pasé otros tres meses en el centro de adopción de niños en Nadiad, en el estado del Gujerat, y en la leprosería de Bauvnagar, en el mismo estado. Fue una experiencia que tocó mi corazón y marcó mi vida. Intento ahora ser lo más fiel posible a lo que viví en la India. Aquí quedan algunas vivencias que anoté en mi diario al acabar cada día.
No sé por dónde comenzar. Quizá es mejor callar; callar y contemplar. Contemplar la vida de esta gente… Esto es muy diferente al mundo en el que estoy acostumbrado a vivir. Pero aquí, aunque parezca una paradoja, hay vida, Vida en mayúscula. Desde nuestros esquemas es inconcebible que gente que no tiene nada, que vive con el mínimo…, te pueda sonreír. Aquí se puede perder todo, menos la sonrisa. La vida de esta gente es muy dura, pero salen adelante. No dan importancia a las pequeñeces, pero sí a los pequeños detalles. Si no, ¿cómo puede un leproso ofrecerte de su único plato de arroz sabiendo que tú estás más que harto de comer? ¿Cómo puede sonreír un niño que no sabe del cariño de sus padres y al que la vida le ha tratado duramente a pesar de su corta edad?
Aquí se descubre el verdadero lenguaje del corazón. En un mundo tan harto de palabras, hay que callar y contemplar el misterio de la vida, el misterio que hay detrás de todos y cada uno de los seres humanos con los que compartes cada minuto de tu vida. Sean negros o blancos, qué más da: todos somos hermanos. Cuando llevas un tiempo aquí ya no te impresiona la pobreza. Quizá oyes y ves tanto que te haces «familiar» con el sufrimiento. Pero hay algo que cada día te impresiona más: el valor y el coraje con el que esta gente se enfrenta a la vida.
Las ciudades son impresionantes. La suciedad es lo primero que destaca a cada paso que das. Es increíble ver los basureros en medio de una plaza y animales de todo tipo comiendo todo el día alrededor. Lo indescriptible es cuando aquello que a lo lejos te parece un animal, conforme te acercas, es un niño rebuscando e intentando arrebatarle algo a un animal: también él necesita comer. Cualquier calle es un caos. Pero enseguida te das cuenta de que es un caos organizado. La gente va y viene sin un aparente orden. Cientos de personas mezcladas con ricksaws, vacas, perros, cabras, coches, autobuses, vendedores ambulantes, bicicletas, motos, tractores… Todo perfectamente organizado. Te faltan ojos para ver, esquivar, captar…
Nada vale tanto como ver la pobreza con tus propios ojos. Las casas fabricadas con cualquier material, toda clase de animales y bichos en el entorno. La gente hace vida en la calle. Desde el más anciano hasta el más pequeño te acogen con una sonrisa. Quizá sea esta la imagen de la pobreza en la India: la sonrisa. Tenemos mucho que aprender de su filosofía de vida. El tiempo para ellos no es ninguna preocupación. Y a nosotros, ¡cuánto nos cuesta simplemente vivir, saber aburrirse, saber dejar pasar la vida, contemplarla y aprender!
Aquí aprendes a vaciar tu corazón de todo lo que estorba para vivir de verdad. Aquí hay que vaciar el corazón y dejar que la vida, Dios, lo vaya llenando.
Cuando acabas una jornada y vuelves a casa no puedes menos que rezar sin saber por qué, solamente rezar, por ellos, por el mundo… Rezar para que esta tierra en la que ‘intentamos habitar’ sea poco a poco un lugar donde se pueda respirar más humanidad. Y dar gracias por la oportunidad de vivir.
Ver el sufrimiento de cerca te hace más fuerte, más comprensivo, y descubres verdaderamente lo que vale y no vale para vivir. El sufrimiento te hace aprender una de las mejores lecciones de la vida: la humildad.
Esta gente me ha enseñado que la vida se nos ha dado para vivirla, y sólo se saca verdadero provecho de ella cuando se vive para los demás desde la sencillez y la humildad”.
Javier-José García Justicia
Para hacer
- ¡Qué nos aportan estas reflexiones? ¿Qué nos llama más la atención?
- ¿Qué podemos hacer para vivir, desde aquí y ahora, con más sencillez?