Estaba impartiendo el Curso de Educación Sexual a los alumnos de 17-18 años de un colegio con un nivel académico y social bastante alto. Eran cuatro clases −unos 150 alumnos− y estábamos en el salón de actos. No había ningún profesor en la charla, pues preferían que los alumnos se sintiesen, de esta forma, más libres.
Estábamos analizando la influencia de la publicidad en la ideología y la conducta sexuales. Es sabido que muchos anuncios publicitarios utilizan como reclamo −bien de forma directa, bien usando técnicas de comunicación subliminal− la atracción erótica, por ser éste uno de los impulsos más primarios de la persona. Como les afirmo, desde la primera charla, que no les diré nada que no vaya acompañado de razones que lo justifiquen, les proyecto una serie de ciento veinte anuncios, de los que ellos ven cotidianamente en los diversos soportes publicitarios, para que los analicen. Tocó el turno de un anuncio de cierto PUB de Calahorra, en el que se muestra una señora, con aires de cabaretera, en una posición algo extraña. El truco, ingenioso por cierto, consiste en que al girar la imagen, se puede ver la figura de otra mujer, pero que está en una actitud masturbatoria.
Habitualmente, al mostrar esta diapositiva suelo decir: paf Menta (este es el nombre del club anunciante), pero en esta ocasión dije puf Menta… La respuesta unísona de aquel grupo de alumnos, que dominan el inglés y tienen a gala muchos de ellos ir los veranos a Inglaterra, fue una sonora y estruendosa carcajada, seguida de un notorio alboroto.
¿Qué hacer? Como he dicho, estaba yo solo con aquellos ciento cincuenta listillos y no había luz en el salón, pues estábamos proyectando.
Con mucho cuidado y despacito, sin que ellos lo notaran, me coloqué de tal manera que la luz del proyector me enfocara plenamente en la cara. Evidentemente yo no podía ver absolutamente nada, pero ellos sí veían perfectamente un rostro adusto que les miraba de una manera muy seria. Tras unos instantes, sin pronunciar una sola palabra, sólo mirándoles fijamente, fueron callando todos. Cuando ya no se oía absolutamente nada −entonces y no cuando estaban alborotando− dije: ¿Qué pasa? Si queréis continúo la charla en inglés… Una pausa. Como sois tan listos podemos seguir la clase en inglés…
Todos callaron y pude concluir mi exposición, en castellano, claro… porque yo no sé inglés.
Conclusiones
- Ningún alumno fue capaz de darse cuenta de que yo no veía absolutamente nada. Tal vez el sentirnos observados hace funcionar un sentimiento de culpa que no nos deja ver lo más obvio.
- Para que los alumnos escuchen no es el mejor método dar voces para que se callen. Muy al contrario, la forma más eficaz de lograr silencio es ir bajando el tono de voz progresivamente. Así se callan.
- En casos más difíciles lo mejor es colocarse en un lugar predominante, mirarles a la cara y no hablar hasta que estén en absoluto silencio.
- Esta actitud es decisiva al comienzo del curso. Sentado el precedente y reiterando esta postura cada vez que sea preciso, ya no habrá ningún problema.
Santiago Galve