Mirando a la primera cristiana

1 mayo 2002

[vc_row][vc_column][vc_column_text]Juan A. Franco
 
María y «las Mujeres»
 
El mes de mayo remite a María; a veces, a una María que tiene más bien poco que ver con la «primera discípula y cristiana». Traemos aquí la experiencia de dos miradas a María con las que replantear, por un lado, la «experiencia fundante de la gracia» más allá del «pecado original» y, por otro, la cuestión del «sacerdocio femenino».
 
 

  1. Inmaculada e inmaculados

 
«¿El triunfo del amor? Ya, pero todavía no. Ahora, pero mañana».
Esta meditación en voz alta nace fundamentalmente de una inquietud afectiva, más que de una inquietud intelectual, aunque a primera vista parezca única y exclusivamente una profundización científica en la doctrina del insigne Escoto sobre la Concepción Inmaculada.
No obstante, reconozco el lloriqueo pueril que suponen estas palabras… ¡Ya quisiera ser adulto y cristiano! A falta de canas en el espíritu, la mejor ofrenda es la propia iniciativa juvenil. En definitiva, esto es lo que quiero compartir. Mirando a la Inmaculada… Inmaculado te concibió tu madre. Inmaculado me concibió mi madre. Inmaculados seguimos siendo concebidos. Es impensable que Dios hiciese –o haga– acepción de personas.
Cuando Dios nos concede la gracia de la libertad lo que en realidad está haciendo es preservar la pureza de la vida. Y no como habitualmente se cree: el ser humano peca no porque sea libre, sino por falta de libertad. Hemos magnificado la chiquillada de Adán y Eva… Somos «uno» en Cristo. Somos imagen y semejanza de Dios. Somos concebidos sin mancha.
Nacemos inmaculados –es gracia de Dios– a la vida. Y, bien podemos decir que esta gracia –como todas las que provienen de Dios– jamás cae en desgracia. La parábola de «hijo pródigo» ilustra lúcidamente este aspecto. Ciertamente el padre acoge al hijo cuando regresa. Pero ¿qué ocurre antes? Lo preserva, lo cuida, lo alimenta, lo arropa, le da trabajo, le administra la parte de su herencia. Lo preserva.
 
En la virgen María se da la expresión más evidente de la gracia del carácter inmaculado; así como en la humanidad de Cristo vemos con nitidez preclara su divinidad. La redención que nos trajo y nos trae es, antes que medicamento para el dolor, fermento de amor. Antes que picacho perfecto de salvación, es empacho de afecto y comunión. Antes que curación, es prevención. Antes que terapia psicoafectiva, es abrazo de amigo. Antes que clavo ardiendo, es mano tendida. Antes que limosna, es entrega total.
Nacemos inmaculados; sólo que llega un momento en nuestra vida en el que nos posicionamos ante la voluntad de Dios: unos dicen «sí», como María, y otros dicen «no», como el hijo pródigo. Inmaculados… tarea colectiva, como la de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Es cosa de ingeniería genética espiritual separar la gracia divina de la desgracia humana, separar la voz de la experiencia del llanto de la inocencia, separar la vejez de la juventud, separar la voluntad de Dios del destino humano, separar la sabiduría de la ignorancia, separar el alma del cuerpo, separar la fe de la ciencia, separar la concepción inmaculada universal del amor incondicional del Cristo humillado y resucitado.
Ha llegado la hora de realizar el cambio de paradigmas. Es preciso superar urgentemente el «ya, pero todavía no», por el «ayer, y mucho más ahora». El nuevo paradigma no sustituye al anterior, sino que le da cumplimiento. ¡Increíble! Nacemos a la vida inmaculados. «¿Cuándo empezamos con el reinado del amor? Ayer, y mucho más ahora».
 
 
2                                             Sacerdocio Femenino
No se lo impidáis,
el que no está contra vosotros está a favor vuestro (Lc 9,46-50)
 
En muchos pueblos, ante la carencia de sacerdotes, son las religiosas y laicas las que desempeñan algunas tareas claramente diaconales, sin que su ministerio sea reconocido como tal; lo que genera real y efectivamente una situación de desorientación pastoral. ¿Qué significa esta falta de reconocimiento justo y pleno? ¡Persecución! (¿Persecución pasiva, persecución por omisión?, pero a fin de cuentas persecución).
Jesucristo continuaría diciendo: «Y si se lo impedís porque os creéis con poder, recordad que Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Bienaventuradas las perseguidas…».
 
Rogad al dueño de la mies
que mande obreros a su mies (Lc 10,1-12)
 
Aquí «obrero» se refiere a toda aquella persona, hombre o mujer, que pueda trabajar. Porque el que puede y no quiere, no es obrero sino holgazán. Y al que no puede y se le obliga, no es obrero sino explotado-violado. De la misma forma, al que puede y se le prohibe, no es obrero sino explotado-mutilado. Y a este ruego, a esta vocación son llamadas también las mujeres, no sólo como religiosas sino también como sacerdotisas. La capacidad de trabajo del género femenino queda fuera de toda duda, tanto desde una perspectiva física e intelectual, como histórica y eclesial.
Santa Clara reconocía: “Y, considerando Francisco que, aunque éramos débiles y frágiles corporalmente, no rehusábamos indigencia alguna, ni pobreza, ni trabajo, ni tribulación, ni afrenta, ni desprecio del mundo”. Ciertamente la vocación sacerdotal de las mujeres está siendo aquilatada bajo el fuego de la paciencia generacional. No obstante, cuando el Espíritu anuncia la buena noticia no hay humano que pueda acallar su voz ni detenerlo.
 
Sólo una cosa es necesaria.
María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán (Lc 10,38-42)
 
Y la Iglesia oficial quiere relegar a la mujer a las cosas de Marta, hacia otras «amplias perspectivas de servicio y colaboración». No obstante, ya lo advierte Jesús: «y no le quitarán la parte mejor». El Espíritu proveerá en abundancia hombres que tengan la facultad de administrar el Sacramento del Orden Sacerdotal de modo universal, católico, sin distinción de género.
Cuando el Espíritu Santo es el que alienta, todo impulsa –especialmente los obstáculos– a favor de su obra. Por tanto, ¿cómo proclamar que no se puede dar participación en el sacerdocio a las mujeres sin caer en la blasfemia…? (cf. Lc 12,8-12).
 
¡Ay de vosotros también, expertos en ordenamiento eclesial,
que abrumáis a la gente con cargas insoportables,
mientras vosotros no las tocáis ni con un dedo (Lc 11,42-46)
 
Sobran los comentarios; el que tengo oídos que oiga. La obligación de reconocer la igualdad entre varones y mujeres es una exigencia que se deriva de la universalidad de los Derechos Humanos. Y en este caso, la ley nueva que nos trajo, nos trae y nos traerá Jesucristo es bien clara y explícita: «amaos los unos a los otros como yo os he amado».
 
Os digo que Dios les hará justicia sin tardar (Lc 18,1-8)
 
Y sin duda, cuando venga el Hijo del hombre encontrará en esta tierra, gracias a la fe de mujeres como la de la viuda insistente de la parábola de Lucas 18. ¡Ojalá los hombres en su exacerbado machismo cultural no les arrebaten a las mujeres la fe, que no lo permita Dios!
Quizá sea el desmedido afán de caballerosidad de los hombres el que les impide dejarse lavar los pies por las mujeres, arguyendo una objeción similar a la de Pedro (cf. Jn 13,1-15). No obstante, ellas –las elegidas para consagrarse a Dios como presbíteras–, imitando fielmente a Cristo, responden: «Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo».
 
¿No sabéis juzgar lo que se debe hacer? (Lc 12,54-59)
 
La Iglesia oficial reconoce el problema de la discriminación de la mujer en la Iglesia, pero no apunta soluciones, no sabe juzgar. Vosotros, los que sabéis de teología, los que sabéis hacer la síntesis fe-razón, los que sabéis discernir milagros de alucinaciones, los que sabéis diseccionar los signos de los tiempos, los que conocéis al Cristo misericordioso, los que sabéis que hubo diaconisas en los primeros siglos de la Iglesia y en la alta Edad Media…, y ¿no sabéis juzgar lo que se debe hacer? Afirma Jesucristo: «Hipócritas».
 
La verdad os hará libres (Jn 8,32)
 
Y la verdad sobre el Sacramento del Orden es que las mujeres participan de él carismáticamente –todavía no «oficialmente»–… desde la misma concepción de Cristo en el vientre de una mujer, María Virgen. Que el sacerdocio instituido por Jesús no sabe del sexo de las personas, sino de la actitud espiritual. El sacerdocio no es un ministerio eclesial de la carne, sino del espíritu. Es un sacerdocio real o espiritual, y no cultural o ficticio.
La ordenación Sacerdotal de las mujeres es un reto en nuestra sociedad global y, más específicamente, es un reto profético en el anuncio del Evangelio. En definitiva, el sacerdocio femenino entronca de lleno con la misión evangelizadora del Resucitado.
Son dignos de mención los primeros treinta años de vida de Jesús, aunque de ellos haya poca o ninguna constancia escrita. Pues, es en esos años donde descubrimos, a la luz de la fe, el carácter genuinamente «femenino» del sacerdocio del Nazareno.
 
 
3                                                         Imagínese si la Iglesia…
 
            Por si se quisiera trabajar con grupos los textos precedentes, añadimos otro a continuación para situarnos como Pueblo de Dios, como pueblo peregrino, ante la necesidad de una continua reforma y cambio…
 
Imagínese si la Iglesia estuviese verdaderamente dispuesta a asumir el hecho de que ha sido enviada a dar la Buena Noticia a los pobres y sacara todas las consecuencias de su compromiso histórico de levantar a los caídos, servir a los pequeños, defender la Vida…
Imagínese si laicos y pastores pudieran encontrarse para un diálogo fraterno, franco y abierto sobre los signos de los tiempos que demandan, tanto en la sociedad como en la Iglesia, el coraje del testimonio profético que denuncia, anuncia y arriesga nuevos caminos…
Imagínese si la Iglesia tratase todas sus cuestiones internas como trata las sociales y, para dar el primer paso, comenzase por cuestionar su propio ejercicio del poder, respetando las diferencias y el derecho a discrepar, sin excluir a nadie, para establecer un auténtico espíritu democrático y participativo…
Imagínese si la Iglesia hiciese el mismo itinerario de su Maestro y fuese corriendo al encuentro de la Humanidad toda, que está falta de afecto y de pan, para anunciarle la Buena Noticia de la dignidad y de la paz… […]
Imagínese si la Iglesia invirtiese en la formación más seria y comprometida de sus cuadros, teniendo en cuenta la realidad socioeconómica, la diversificación de las culturas, la influencia de las ciencias humanas en la historia del pensamiento y de la praxis, la hermenéutica bíblica, la sexualidad…
Imagínese si la Iglesia revisase toda su moral, pero, esta vez a partir del Evangelio y, de una vez por todas, barriese de sus compendios todas las aberraciones que escribió y proclamó respecto del sexo, para exaltar el cuerpo como fuente de placer, de vida y de alegría, y por tanto, como manifestación del Dios Creador…
Imagínese si la Iglesia fuese consecuente en sus declaraciones contra el machismo y, con lealtad, abriese para la mujer las mismas oportunidades, tanto en el plano de los ministerios cuanto en el de las decisiones…
Imagínese si la Iglesia dejase a las parejas mismas la libertad de encontrar el método que mejor les pareciese para la planificación familiar, y no los maldijese, reproduciendo hoy la torcida moral agustiniana…
Imagínese si la Iglesia tuviese la sensibilidad de acompañar la evolución de la humanidad, del mundo y de las culturas, y tratase con el mismo cariño de Madre a aquellas personas que deshicieron su unión conyugal pero que continúan su camino a la busca del amor y de la felicidad¼
Imagínese si la Iglesia cuestionase la obligación inhumana y cruel del celibato, que, impuesta a los clérigos, se hizo obsoleta en la historia, y hoy contribuye a la mentira y el desequilibrio humano y afectivo… Y si la Iglesia acogiese en un abrazo tierno y fraterno todos aquellos hermanos en el sacerdocio ministerial que, casados, hicieron más completo su ministerio al expresar con la vida en pareja lo que hay de más bello en la creación: mujer y hombre a imagen de Dios…
Imagínese si la Iglesia cambiase sus criterios para seleccionar sus cuadros de mando y sólo tuviese en su jerarquía gente capacitada, abierta, equilibrada, madura humana y afectivamente, capaz de entregar su propia vida por amor al Reino…
 
El arte de imaginar pone en marcha ya los sueños y permite vislumbrar la posibilidad de realizarlos en la práctica. Ojalá tengamos los corazones abiertos para transformar nuestra imaginación en una realidad que transforme el rostro arrugado y desfigurado de la Iglesia, para que presente una nueva cara y cumpla, con fidelidad y celo apostólico, su misión de servir a la construcción de un nuevo milenio libre de toda prisión y exclusión.
«Fato e Razão», 44 (2000), 54-55[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]