Sí, soy un joven estudiante y divertido. Un día, después de volver de un examen, entré en mi habitación y me di cuenta de que colgaba, donde tengo la ropa, una careta. Ese día comencé a darme cuenta de que tengo tres caretas, tres caras; y como si de pantalones, camisetas o ropa se tratase, me las voy cambiando.
En casa
Mi primera cara es la que me pongo en casa ante mis padres. Soy reservado. Me dicen que de niño era muy alegre, abierto y que ahora -lo escucho casi a diario- he cambiado mucho.
Y es que en casa, con mis padres, tengo una cara: cara de docilidad, de seriedad, de reserva; a veces es brusca y poco amable; otras lagotera, cuando quiero alcanzar algún deseo como, por ejemplo, salir con amigos y amigas, volver más tarde por la noche en los fines de semana, ir de excursión o que me compren algún detalle del que estoy prendado.
Algunos rasgos de esta cara son caprichosos: aparezco bueno, dócil y con frecuencia servicial, pasando por vergonzoso, sobre todo cuando hablan de mí y estoy delante.
En el colegio
Cuando voy a clase, en el colegio, me pongo otra careta. Soy distinto: Tengo rasgos de gracioso, abierto, alegre y actúo con más desenfado.
Me encuentro más a gusto que en casa: mi cara es más sonriente, aunque tiene rasgos también de doblez; debo comportarme, guardar las formas; hay exámenes y tengo que «copiarme». Sé disimular bastante bien, tiro la piedra y escondo con mucha facilidad la mano.
Me siento masa de muchos compañeros de trabajo. Distingo: con algunos me llevo bien; con otros, ni les saludo: paso mucho de ellos.
Veo que mi cara de casa no coincide con la del colegio. Son dos caras distintas de mí mismo. Mirándome al espejo, parezco otro y soy yo mismo.
En la calle
Y mi tercera cara es la que más quiero, la que más adoro, la que más me gusta. Por eso visto mi cuerpo y lo cuido mejor para esta cara: es la cara del tiempo libre, cuando voy con los amigos, con la pandilla, cuando vivo en la calle y me encuentro con ellos y ellas.
Aquí, sí, pienso que soy yo, que soy más yo. Nadie me obliga a nada, hago lo que quiero. Mis padres no me chillan, ni me prohiben nada ya que no están; los profesores andan con sus libros y las paredes de la clase no existen.
Aquí, sí: calle, bar, cine, más calle, amigos, bromas, trucos, algún que otro pitillo, alcohol… Hasta pruebo de vez en cuando cosas: experiencias nuevas. Me siento yo, soy más hombre, me quiero más aquí, sí. Y si es por la noche, mejor que mejor.
Esta es mi lucha. Quiero encontrarme a mí mismo y ser yo. Pero veo que no siempre lo consigo: con frecuencia me visto de borrego y hago lo de todos; aunque no siempre me gusta, lo hago. No puedo ser menos.
¿Con qué cara me quedo? ¿Con qué rostro voy a vivir? ¿Tendré que ir cambiándome cada vez? ¿Aguantaré? ¿Seré capaz? ¿Voy a vivir siempre así?
Me temo que es posible que de las tres caras salga solo una que sea una mezcolanza y no pura, con colores, con adornos y con recovecos: comienzo y ya estoy aprendiendo a mentir.
No vale la pena ir cambiando, es una lata. Me voy configurando con un solo rostro.
¿Qué pinceladas quedarán en mí más claras y diáfanas? ¿Clara la mirada? ¿Fresca la sonrisa? ¿Permanecerá la doblez en el copiarme? ¿Dominará la del disimulo? No lo sé.
Voy a luchar porque mi cara sea mi rostro, el mío, con personalidad; voy a encontrarme a mí mismo; voy a seguir buscando la cara que todavía no tengo: la mía.
JOSÉ MIGUEL BuRGUI
PARA HACER 1. Leer despacio este texto que ha resumido un educador de adolescentes y jóvenes después de muchos años de contacto con ellos. ¿En qué sentido me veo reflejado en ella? 2. ¿Estoy de acuerdo con la descripción de esas tres caras? ¿Quitaría alguna? ¿Añadiría alguna otra? 3. Responder a las diversas preguntas que se formula este joven cuando dice: «¿Con qué cara me quedo? ¿Con qué rostro voy a vivir?» Darle un consejo que le saque de dudas. 4. Anotar tres actitudes que se considere imprescindibles para que se dé un buen crecimiento en la personalidad de todo joven y adolescente. 5. Relacionar este texto con la Imagen de este mismo número (p. 15). |