Y en el cielo estalló la locura… Y mira que el Señor había visto manifestaciones de todo tipo. Algunas, agradables, como cuando miles de personas habían salido a las calles de Jerusalén a proclamarle rey, o cuando centenares de enfermos se agolpaba en torno a Él esperando un milagro que les devolviera la salud… Otras, por el contrario, bastante dolorosas, las había sufrido en sus propias carnes, como cuando el gentío se había movilizado para tirarle por un barranco o para pedir su crucifixión…Después, a lo largo de la historia, había contemplado con sufrimiento cómo sus hijos salían muy a menudo a las calles a pedir un trabajo digno, una política justa o una convivencia pacífica…
Sin embargo en esta ocasión, y ya nos metemos de lleno en el meollo de las cuestión que nos ocupa, el Señor no daba crédito a lo que estaba presenciando. El caso es que la vida en la tierra había finalizado y todos (también tú) merodeaban por el reino de los cielos esperando ver “al Jefe.” Y el Señor, que llevaba meses de duro trabajo, preparando con esmero y profesionalidad las estancias para cada uno de sus hijos, no se había hecho esperar y había salido inmediatamente al encuentro de sus hijos para darles la bienvenida… El problema surgió cuando sólo unos pocos pudieron verle y fundirse con Él en un cálido abrazo (y os puedo asegurar que no se trataba de un problema de agenda). Y, mientras este pequeño grupo de gente correteaba de un lado para otro con el corazón desbocado de felicidad y buen rollo, la mayoría, el resto, arrastraban sus pies y sus corazones, presos de una enorme insatisfacción…
Ese fue el desencadenante para que, pancartas incluidas, se movilizaran con el objetivo de reclamar lo que ellos consideraban justicia… ¿El motivo? Les habían engañado; el cielo no era el lugar que esperaban y para más “inri” (y nunca mejor dicho) el responsable de todo “ese timo” había desaparecido… Había desaparecido, ¿o no? Lo cierto es que había un pequeño grupo de personas que manifestaban “estar en la gloria” disfrutando de la presencia del Señor; curiosamente aquellos que en la tierra habían sido injuriados y despreciados por apostar de lleno por la causa de Dios, aquellos que habían sido tildados de locos por afirmar que el Señor estaba presente en todo momento en sus vidas…
Moraleja 1: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo (Mt 28, 20).
Moraleja 2: No esperes encontrarte cara a cara con el Señor en el reino de los cielos y disfrutar, feliz y eternamente, de su presencia, si en la tierra no eres capaz de descubrirle todos los días, en cada acontecimiento y en cada persona en las que Él se te manifiesta.
Moraleja 3: Y tú, por cierto, ¿en qué grupo te encuentras?
José María Escudero