Necios, confundiendo valor y precio

1 diciembre 2001

  «¡Ay de vosotros los ricos…!» (Lc 6,24)

 
Si las «bienaventuranzas» son una radicalización evangélica de la imagen de Dios –donde Jesús nos muestra, con una sencillez estremecedora, la predilección del Padre por los pobres y sufrientes– las maldiciones o «malaventuranzas» nos descubren, con no menos radicalidad, el rostro de quienes se oponen a su proyecto de vida y salvación para los hombres.
Día a día se hace más verdad la «sociedad dual» que hemos engendrado, donde una parte de los hombres vive –consciente o inconscientemente, por activa o por pasiva– a costa de la otra. Entonces…: ¡Ay de los que vivan satisfechos, olvidando que la mitad (2.800) de los 6.000 millones de seres humanos está hoy condenada a vivir con menos de dos dólares diarios y la quinta parte (1.200) con menos de un dólar al día! Porque Dios no quiere, por inhumano, que 1.000 millones de personas padezcan hambre, que 35.000 niños mueran cada día por causa de la pobreza, etc. Así que… ¡Ay de nosotros capitalistas!: ¿cómo explicaremos que persista y se incremente la pobreza cuando, por otro lado, crece espectacularmente la riqueza, cuando –por ejemplo–  el producto interior bruto mundial ha subido de 4 a 23 billones de dólares en los últimos 50 años. ¡Ay de nosotros capitalistas!: ¿quién puede entender que los países ricos del Norte, que apenas representamos una cuarta parte de la población mundial, consumamos el 60% de los alimentos, el 70% de la energía, etc.?
 
 

       Dinero y lógica del capitalismo

 
Entre los muchos «demonios de nuestra vida actual», sin duda, el dinero es el principal y más perverso dentro del sistema socioecómico imperante. No solo la obsesión por tener y acumular dinero forma ya parte de las raíces más profundas del obrar humano, sino que además el «homo oeconomicus capitalista» se caracteriza incluso por la «buena conciencia» con que atesora dinero.

         Según la «(i)lógica del capitalismo», el éxito comercial y financiero se convierten en la medida social por excelencia para valorar en la vida el éxito o el fracaso; la apoteosis de pulsiones y sentidos, en el camino feliz que nos empuja a consumir y consumir más para alcanzar el mayor disfrute posible. Pero cuando el «dios-capital», particularmente a través de su abanderado –el endiablado dinero–, toma posiciones en el corazón humano se dejan sentir con rapidez sus efectos en el campo de las relaciones humanas. Entre otras cosas, como indicaron tan certeramente Adorno y Horkheimer, quienes interiorizan la mentalidad mercantil propia de nuestra cultura nunca podrán amar. La razón es muy sencilla: amar no es un buen negocio; prima el dar más que el recibir.

 
 

       Amor y «lógica de Dios»

 
No hay más «lógica de Dios» (teo-lógica) que el amor. Pero un amor que «empieza por abajo», esto es, que tiene más cerca a los más pobres. Dios rechaza de raíz que puedan existir seres humanos despojados o tratados injustamente por sus propios hermanos: uno de los rasgos más pronunciados del Dios de Jesús de Nazaret es su no neutralidad ante las situaciones de injusticia y su parcialidad al tomar partido por el pobre, al hacer suya la causa de los explotados y oprimidos.
El misterio del amor de Dios se transforma en misterio de responsabilidad frente al hermano, sobre todo, olvidado, abandonado e injustamente tratado. Cual nuevos caínes, seguimos oyendo el interrogante divino: ¿dónde está tu hermano?
 
 
 

       Memoria de Jesús: tomar partido

 
Dejémonos de monsergas y artificios para edulcorar nuestras opciones o acallar la conciencia. Contemplado desde nuestra orilla cristiana, el mundo ya no puede dividirse entre creyentes y no creyentes. La fractura fundamental, que separa a los seres humanos y  obliga a colocarse en una u otra parte, está entre riqueza y pobreza, ricos y pobres. El mundo está profundamente dividido en dos mitades desiguales: hay que tomar partido por una de ellas.
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para que dé la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18). El discurso inaugural de la misión de Jesús deja bien claro el objetivo: su Evangelio, como anuncio e inicio del Reino, tiene a los pobres como primeros destinatarios. Hay una correlación primaria y directa entre Reino y pobres: tomar partido por ellos es tomar partido por el Dios del Reino.
Mantener viva la memoria de Jesús en la situación socioecómica actual nos aboca al conflicto. Por los pobres, luchó contra la injusticia hablando dura y críticamente de una situación histórica en la que existían pobres explotados y explotadores que les imponían cargas aplastantes, realizando múltiples «signos del Reino», operando una transformación concreta en la sociedad de su época que –eso también– le condujo a la muerte. Hacer memoria, sin artilugios para olvidar o domesticar, nos transforma en seres subversivos a los ojos del sistema establecido actualmente.
 
En fin, «En los amores perfectos / esta ley se requería, / que se haga semejante / el amante a quien quería…» (San Juan de la Cruz).
Navidad: «practicar a Dios». ¡Feliz Navidad!
 
José Luis Moral
directormj@misionjoven.org