[vc_row][vc_column][vc_column_text]Más hablar «con» y menos «de» los jóvenes
HABLAMOS mucho de ellos y ellas, sin tan siquiera darnos cuenta (como hemos repetido machaconamente desde estas páginas) que no resulta nada sencillo hablar de los jóvenes. Los análisis se multiplican, haciéndonos creer que tenemos bien orientada la mirada; pero no es tan simple la cuestión. En primer lugar, porque lo que son, sienten y viven los jóvenes no es fácilmente accesible a quienes no son jóvenes. Después porque, sin darnos cuenta, los utilizamos para nuestras proyecciones y justificaciones de adultos. En fin, también porque «ser joven, significa todo y nada, constituye un dato muy relativo y, pese a que hemos juvenilizado descaradamente la cultura, devaluamos sin pudor a los jóvenes.
A lo sumo, cuando hoy definimos a alguien como «joven,, solemos asignarle una identidad. Las más de las veces olvidamos dirigir la mirada a ‘su entidad. La identidad, en el caso concreto de los jóvenes, suele servirnos para ocultar su entidad. Nuestra sociedad -y nuestra Iglesia-. progresiva y peligrosamente. está dejando descolgada a la juventud, privándola de un lugar propio. Aprendamos. al menos, algo del cuento: más importante que hablar «de,, los jóvenes, hoy es urgente hablar mucho «con» los jóvenes. Aprendamos, por tanto, a «educar las miradas» que les dirigimos, para que les descubramos corno son y no tanto como nos gustaría que fueran.
El «nuevo» hombre que está naciendo con los jóvenes
LOS jóvenes quizá no sean ni mejores ni peores, lo que sí son es distintos de nosotros. los adultos. Y no queremos admitirlo.
Los profundos cambios de nuestra época, si en nuestra caso pasan por la cabeza y con dificultad sirven para recomponer el esqueleto, en el de los jóvenes forman parte de sus mismos huesos. Con ellos está naciendo un «nuevo individuo, por eso son prácticamente incapaces de reconocerse (¡es algo nuevo!) y por eso resulta doblemente grave nuestra ceguera que, por no mirar cuanto no quiere ver. ni los encuentra ni les ayuda a construir libremente su propia identidad.
Los cambios de valores, las transformaciones de la convivencia y el comportamiento que implican nos pillan a los adultos más dispuestos al disimulo, cuando no a la hipocresía, que a la aceptación crítica de sus repercusiones. En cambio, el descaro de los jóvenes no se casa con ruedas de molino («Reconocéis que esto ni se hace como se debe, ni tiene sentido como se hace, pero queréis que siga comportándome como vosotros. ¡Pues de eso nada!»).
La redefinición de la identidad juvenil, a que obligan las revoluciones de nuestro siglo, nos afecta a todos.
Reconstrucción de la religiosidad en los jóvenes
EN el conjunto de las transformaciones que nos rodean, parece claro que asistimos a una lenta y penosa reconstrucción de la religiosidad en los jóvenes, paralela a la reconstrucción de la identidad. Los dos autores de los estudios centrales de este número de Misión joven se cuentan entre los primeros que apuntaron el dato en su momento.
Es innegable que se percibe cierto malestar siempre que hablamos de «educación de los jóvenes en la fe». Hay que asumirlo e interpretarlo, y no dejarse vagar confusamente al ritmo de los estados de ánimo, ya sea de los educadores o de los jóvenes.
Dios, su Palabra y su Espíritu siguen ahí. Son los elementos y’ lenguajes que normalmente servían de mediación los que se han resquebrajado. :Además, la Iglesia ha ido perdiendo importancia ante unos jóvenes, a los que ahora: (son expresiones suyas) les suena a «algo viejo, pasado, de otra época».
La reconstrucción en marcha utiliza materiales que se conocen. El principal: la demanda de sentido, como denominador común» de la religiosidad de los jóvenes, y de respuesta a los problemas personales, más que cumplimiento de normas o ritos.
Convivencia y experiencia
PARECE más o menos claro que no está en crisis la fe, sino sus clásicas formas religiosas e institucionales, incapaces de conectar con la expresividad religiosa de los jóvenes.
Educativamente, también en este tema conocemos los materiales esenciales para reconstruir la fe religiosa. Dos priman por encima del resto:
1/ La necesidad de una convivencia profunda entre jóvenes y educadores, de verdadero acompañamiento educativo;
2/ La experiencia real de alguien que les ama, que entrega su tiempo, inteligencia y sentimientos, como sacramento de toda fe viva que siempre tiene su punto de partida en el sentirse amados y visitados.
José Luis Moral[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]
NO TANTO MEJORES O PEORES