La pequeña localidad de Obernsdorf, a 20 kilómetros al norte de Salzburgo, engaña a primera vista a todo foráneo ávido de idio alpino. El minúsculo municipio de 5.500 habitantes, que vive principalmente de la fábrica de carne Ablinger, dejó de ser hace tiempo aquel próspero lugar de paso de los barcos que transportaban las toneladas de sal procedentes de las ricas minas de Hallein. Sin embargo, Obernsdorf guarda un tesoro sereno e inmutable que ha logrado conquistar los corazones de todo el planeta y que cada Nochebuena suena en más de 300 idiomas diferentes, incluidos los más exóticos, como la lengua esquimal, zulú o lapón. Se trata del villancico más universal, Noche de paz, Noche de amor, que nació, casi por casualidad, en esta pequeña localidad en una gélida Nochebuena de 1818.
Faltaban pocas horas para la Misa del Gallo cuando aquel 24 de diciembre Joseph Mohr, el nuevo párroco de Obernsdorf, se acercó a casa de Francisco Javier Gruber, el maestro y organista del vecino pueblo de Arnsdorf. Mohr quería que Gruber compusiera una melodía para un texto de seis estrofas que había escrito dos años antes. Quería cantarla esa noche como broche de oro de la Misa del Gallo. Parece ser que el órgano de la parroquia, la iglesia de San Nicolás, se había estropeado y el sacerdote no quería que los niños se quedaran sin música en una misa tan señalada. Mohr era una persona tremendamente bondadosa y conocida por su compromiso con
los más débiles. Llevaba una vida algo bohemia y por ello no terminó de encajar en el severo ambiente católico de la época.
En la Nochebuena del estreno del villancico, Mohr cantó de tenor, Gruber entonó los tonos bajos y el coro de San Nicolás repitió los versos finales. Hoy ya no queda ni rastro de la partitura original, ni tampoco de la antigua iglesia de San Nicolás. Las terribles inundaciones de 1890 provocaron que el pueblo fuera trasladado 800 metros río arriba. Una capilla conmemorativa recuerda desde 1937 a los autores del villancico más cantado en el mundo y con el que jamás ganaron un céntimo. Es más, Joseph Mohr murió en la más absoluta pobreza. Jamás llegó a ser aceptado en Obernsdorf y tuvo que aguantar acusaciones de plagio hasta que un hijo de Gruber, Félix, logró dejar las cosas claras hacia mediados del siglo pasado.
Año tras año, el pueblo de Obsernsdorf celebra la Nochebuena recordando a sus hijos predilectos. A las 5 de la tarde, miles de personas venidas de todos los rincones del mundo se reúnen ante la iglesia para cantar el himno a la paz más universal. Tras una degustación a la intemperie del delicioso vino de especias caliente típico de los Alpes, los restaurantes del lugar ofrecen cenas navideñas basadas en la gastronomía de la época en que se compuso el villancico, conocidas como las cenas Gruber y Mohr.
MÓNICA FOKKELMAN, «El Mundo» (19.12.99).
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