En la plaza vacía
nada vendía
el vendedor.
Y aunque nadie compraba
no se apagaba
nunca su voz.
No me preguntéis por qué, pero una mañana me desperté con la melodía de esta canción, que cantaba al grupo Mocedades hace… unos cuantos años. Debió de ser alguna jugada del subconsciente, cuyas razones la mente consciente no siempre entiende. En todo caso la musiquilla y la letra me acompañaron un tiempo.
Y me recordaba la historia de aquel personaje que estaba en la plaza mayor de un pueblo pregonando, o predicando, su mensaje. El primer día algún viandante se paraba y escuchaba lo que decía, y también el segundo día. Luego, a partir del tercer día, ya no fue así. El “predicador” se situaba de pie en su banco de siempre, pero iban pasando personas y ya no se fijaban en él, ni mucho menos atendían a su mensaje. Por respuesta sólo obtenía la indiferencia de los transeúntes. Sin embargo él seguía, día tras otro, pregonando sus ideas en voz bien alta.
Alguien que pasaba por primera vez se fijó en la escena, le llamó la atención la insistencia de aquel buen hombre y le preguntó por qué se obstinaba en seguir predicando si nadie la hacía caso. “Ya no hablo para que me escuchen”, le contestó; “lo hago solamente para no dejarme contagiar por su indiferencia y mantenerme firme en mis convicciones”.
¿Absurda obstinación? ¿Tozudez? ¿O constancia, quizás? Lo podemos llamar como queramos. El caso es que a mí me hace pensar en la proclamación del mensaje evangélico.
Y no estoy hablando de ser pesados, ni de estar dando la vara continuamente, ni de ir gritándolo por las calles (no es nuestro estilo), ni tampoco de reducir nuestros grupos a refugios de calorcillo acogedor, donde sí nos entendemos y nos protegemos de la posible fría acogida del ambiente que nos rodea. Hablo de estar convencidos de lo que anunciamos, y de no dejarnos contagiar por la indiferencia con que pueda ser acogido en algunos de nuestros contextos.
En el anuncio del mensaje veo como dos movimientos a cuidar, uno hacia afuera y otro hacia adentro. El movimiento hacia afuera creo que lo vamos cuidando; hacemos esfuerzos y ponemos en juego la creatividad para que el anuncio del Evangelio sea comprensible y adaptado a situaciones nuevas y nuevos lenguajes. No siempre es fácil, pero ponemos empeño en ello.
El toque de atención lo quisiera dar -si es que es necesario- en el movimiento hacia adentro. Responsables, equipos animadores de grupos, catequistas… ¿cómo nos evangelizamos? ¿Tenemos espacios para profundizar el Mensaje entre nosotros? No demos nada por supuesto, hagámonos preguntas, afrontemos dudas, no nos quedemos con las cuatro ideas de siempre, digámonos en voz alta nuestras convicciones, repasemos juntos de vez en cuando lo que algunos llaman el “cauce común”, aquello que nos ha hecho y nos hace crecer como personas creyentes, que es mucho y muy válido… Para así ir actualizando, en lo que sea necesario, el sentido de lo que creemos. Y para mantener con renovado convencimiento -y no por pura inercia- la constancia de nuestras ofertas evangelizadoras.
Un conocido, jesuita él, que recibe y difunde la información sobre las ofertas de oración que hacemos, me preguntaba si acudía gente nueva a estas ofertas. “Pues no mucha”, le dije. “Pero tienen sentido y valen la pena: no dejéis de ofrecerlas”, me contestó.
Pues eso.
PEP/E ALAMÁN BITRIÁN / COORDINADOR PASTORAL JUVENIL / ZONA NORTE Inspectoría Salesiana Maria Auxiliadora