[vc_row][vc_column][vc_column_text]Entrar en el interior de uno mismo es un reto para cualquier persona. A pesar de parecer sencillo, es algo que acostumbramos a dejar para luego; preferimos enredarnos en hacer miles de cosas, antes que escuchar nuestro corazón.
El silencio parece intragable cuando ello significa descubrir eso a lo que nos da miedo enfrentarnos o reconocer que no va bien. Creo que el arte es una de las formas más perfectas de liberar nuestro interior, de descubrir lo mejor de nosotros mismos y de dar luz a las oscuridades de nuestras incertidumbres y «desanhelos».
El arte permite mostrarnos tal como somos: feos, bonitos, buenos, malos. Si hace unos años alguien me hubiera dicho que podía cantar y componer, me habría reído, pensando que eso sólo lo podían hacer unos cuantos escogidos.
Ahora que voy viendo todo lo que sale de mí, me doy cuenta de que esto es posible porque yo lo he dejado salir. Todos tenemos en nuestro interior algo que mostrar a los demás, aunque nos quieran convencer de lo contrario. Somos Arte. Por eso, no entiendo que alguien idolatre a un artista, impidiendo la comunicación entre ambos.
Escuchar, contemplar, para mí es esencial, si queremos aprovechar la vida, saborearla y, en cierto modo, entenderla. ¡Es tan fácil dejarse llevar! ¡Es tan cómodo permitir que los demás tomen las riendas de nuestra vida! Cuesta madurar, pero hay que hacerlo, si queremos ser autónomos. Si no nos paramos, si no pensamos, viviremos la vida de otros, soñaremos con los sueños de otros y perderemos el tiempo andando por un camino que no es el nuestro. Si se quiere ser feliz, no puede uno pasarse toda la vida viviendo de la aprobación de los demás. Yo lo he hecho durante mucho tiempo y, la verdad, no es agradable vivir enjaulada entre tus inseguridades y miedos.
Cuesta aceptar que no lo puedes todo, que eres limitado y pequeño en medio de una sociedad gigantesca, que se lo traga todo.
Hoy día, hay muchos medios de comunicación y estamos muy bien informados de lo que pasa aquí y allá; sin embargo, yo, por lo menos, siento que estamos más desinformados que nunca de los valores, de las bases, que han de sostener nuestros días. Vivimos incomunicados en un mundo de comunicaciones, tal vez, porque nos da reparo mostrarnos tal como somos. ¡Son tan elevadas las expectativas que marca la sociedad, que parece que no estamos a su altura! De ahí que finjamos ser maravillosos y capaces de todo, aunque nuestro interior esté triste, vacío y solo.
No sé por qué canto y si ello servirá de algo. No creo tener una varita mágica que solucione los problemas. ¡Ojalá las cosas fueran así de sencillas! Tocar la tierra y convertirla en tierra prometida, donde nadie pase hambre ni sed, donde todos seamos iguales, incluso más que iguales: hermanos; donde no haya injusticias ni hagan falta instituciones ni conciertos benéficos. Es curioso que, hasta para ayudar a los del Tercer Mundo, se tenga que poner eso de moda. Da miedo mirar a nuestro alrededor, porque da miedo implicarse.
A pesar de mis limitaciones, de cómo está el mundo, sigo creyendo en el mensaje de Jesús: que el Reino de Dios está entre nosotros, para el que lo quiera ver; que es posible vivirlo y que eso no son simplemente pájaros que danzan por la cabeza de unos locos. Sé que soy una de esos locos, aunque no me considero cristiana comprometida. Lo he intentado ser durante algún tiempo y, la verdad, no estoy dispuesta a vivir los compromisos como otros creen que tengo que vivirlos. Estoy en una etapa de rebeldía contra todo lo que huele a radicalismo, a «voluntad de Dios» (entre comillas), cuando se trata de metas inalcanzables. Estoy cansada de planteamiento que te llevan a Dios, y te alejan de los hombres. Pienso en la Vida como algo más natural, más espontáneo, más libre, algo así como es Dios.
Dejar de ser felices porque otros no lo sean, no creo que sea tampoco la solución. ¿No es más lógico enseñar a los demás cómo conseguirlo en la realidad que tenemos? Felicidad no es igual a ausencia de problemas. Yo estoy ahora bastante mejor, luchando cada día por superar mis miedos, por aceptarme tal como soy, por no dejarme vencer por los problemas. Me ha costado mucho tiempo liberarme de las cadenas, sentirme bien conmigo misma, disfrutar de lo que me rodea. Todos tenemos derecho a estar así.
Se me olvidaba deciros que no soy nada de especial: soy hija, hermana, amiga, esposa, madre, ama de casa, artista. Todas estas dimensiones forman mi persona y veo que todas son necesarias para vivir el mensaje de Jesús. n
Almudena Hernández
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