Este dibujo de Ulises ilustraba en Esfera de los libros («El Mundo», 3.7.99) la presentación de ensayo de E. González Duro La máscara de los poderosos (Libertarias, Madrid, 1999), en la que analiza los trastornos de conducta y la transformación de numerosos políticos y militares tras instalarse en el poder. Nosotros lo podremos emplear para descubrir nuestras tentaciones de poder, desenmascarar las máscaras propias y ajenas y no dejarnos seducir por las máscaras colectivas.
Al margen de su origen, comenzaremos a centrarnos en lo que vemos. Más tarde podremos trabajar conjuntamente con la imagen que presentamos en el número de abril [cf. Misión Joven 167 (1999), 46/14], titulada Ser persona. Téngase en cuenta todo lo que allí se decía.
- El ascenso hacia la máscara
– Comenzamos viendo la imagen: ¿Qué pasa aquí? ¿Qué nos dice?
– Es muy simbólica: ¿Qué representa esta imagen? Dar nombre a esa gran máscara.
– La máscara se acomoda a todos… Pero, con la escalera, es incómoda para ponérsela y llevarla… Quizás está ahí, fija… Traducir todo eso. ¿Quién la usa? ¿Cómo y para qué?
– La máscara tiene escalones que se pierden en la base. Implica ascenso y ascensión. ¿Qué simbolizan? ¿Poder, dominio, manipulación, protección…? Dar nombre a esos siete escalones del poder, por ejemplo. Hacer ver cómo uno posibilita el siguiente.
– El personaje no tiene rostro y es adaptable… ¿O qué más es? ¿Cómo funciona y por qué? ¿A quién se parece?
– Aplicarla personalmente: ¿Qué representa de nosotros? ¿Cuándo acudimos a ella? ¿Por qué?
– Aplicarla a otras realidades concretas (política, religión, educación, diversión, relaciones, jóvenes…): ¿Qué puede simbolizar?
– Nuestras máscaras: ¿Que hacemos para que no nos vean? ¿Qué para que nos vean de otra forma?
– Imaginar qué somos ese personaje: ¿Cómo hemos llegado hasta ahí? ¿Qué esperamos ver? ¿Qué hemos visto? ¿Cómo «descender»?
– Con papel, pegamento y pinturas, elaborar la propia máscara… para disfrazarnos de nosotros mismos. Hablar después desde ella.
- La tentación del poder
Nos centramos en el origen de la imagen. La tentación de extralimitarse en el poder es señal de inmadurez, pero el afán de dominio es inherente en la especie humana. Ese peligro acecha también al político, es muy claro en los monarcas que reciben el poder por herencia y aumenta en el caso de quienes lo han conseguido por las armas. Y la mezcla puede resultar explosiva cuando se trata de personas de extracción humilde.
François Duvalier pasó de discreto médico rural a fomentar el culto a la personalidad («Papa Doc») y cae en el marcisimo patológico y se presenta ante el pueblo como un Dios («Soy un ser inmaterial») y un minotauro caribeño que exige un tributo de sangre: «Un buen duvalierista está siempre dispuesto a matar a sus hijos».
A Federico Guillermo I, el Rey Sargento, le horrorizaba la perspectiva de ser monarca, pero el cetro hizo milagros: «El pensamiento de ver mi nombre en la historia ha sido más fuerte que yo». Y lo consiguió a golpe de hazañas bélicas (Federico el Grande), aunque terminó recluido en sí mismo con una fuerte depresión.
Napoleón escaló hasta la cumbre sin ayuda de nadie a través de la carrera militar… a costa de un durísimo precio: la soledad enfermiza. «Mi amante es el poder», decía. «He hecho demasiado por conquistarlo como para dejármelo arrebatar».
Uno de los rasgos comunes de los dictadores es la desconfianza patológica. Stalin mandó ejecutar a todos los que habían formado parte del Politburó de Lenin por su manía persecutoria.
Muchos de los episodios de narcisismo psicopatológico tienen que ver con la inestabilidad sentimental de quienes los padecieron. Simón Bolívar pierde a su madre a los diez años, a su padre a los 16 y a su mujer a los 19. Marcado por la cumpulsión amorosa y el vacío, se entrega con ansiedad liberadora a la creación de la Gran Colombia. Al cabo de luchas titánicas y no pocos sinsabores, su proyecto fracasó pero dejó un reguero de naciones independientes.
– ¿Qué opinamos nosotros de todo eso?
– ¿Cómo nos mueve a nosotros la tentación de poder?
- La máscara del poder
– La conocida frase de Lord Acton de que «si el poder trastorna, el poder absoluto trastorna absolutamente» se puede aplicar no sólo a los jerarcas de todo tipo, que sacralizan el poder, sino a cualquiera de nosotros. ¿Cómo vamos en eso?
– El enfermizo e inmoderado disfrute del poder se expresa en el modo dictatorial de ejercerlo. La causa; el miedo; la consecuencia, la máscara de hierro. ¿Cuáles son nuestras máscaras? ¿Cuáles son nuestros miedos?
– No es fácil construir máscaras en un orden de derechos y deberes. «Se puede engañar a parte del mundo durante todo el tiempo y a todo el mundo durante cierto tiempo, pero no puede conseguirse mentir a todos durante todo el tiempo», decía Lincoln. ¿Cuáles son las máscaras que se dan en nuestros ambientes: política nacional o local, empresas, instituciones educativas o religiosas, comunidades, grupos…? ¿Cómo desenmascararlas?
HERMINIO OTERO