«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a l a vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón (…) La Iglesia,
por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia».
(GS 1)
El concepto de ciudadanía ayer y hoy
Podemos decir sin temor a exagerar que la adquisición y aquilatación del concepto de ciudadanía acompaña las mejores páginas del desarrollo del ser humano. Aristóteles, entre otros pensadores griegos, mostró que fuera de la ciudad (“polis”) el ser humano apenas llega a humanizarse. Necesita de los demás para realizarse y ser viable, para recibir una educación y cultura, y participar de modo responsable y digno en el destino propio y de sus conciudadanos. La civilización romana aportó concreción jurídica a la reflexión griega. Salustio, por ejemplo, señala que es la concordia -factor de naturaleza ética y política, por tanto- lo que transforma en ciudadanía (“civitas”) lo que era mera aglomeración de personas o “multitud” (“multitudo diversa atque vaga”).
A partir de la Ilustración europea, de la síntesis kantiana y de la Revolución Francesa, el concepto de ciudadanía se concreta en la formulación de derechos del ciudadano, basados en la famosa tríada Libertad, Igualdad, Fraternidad. Este proceso desembocará en las conquistas de los dos últimos siglos, como pueden ser los sistemas democráticos o la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948).
Por qué es necesaria una “nueva” ciudadanía
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. También aquí hay un revés de la historia, una “historia de los vencidos” (Walter Benjamín), que es preciso recordar, a no ser que queramos pecar de cinismo. Los ciudadanos libres griegos o romanos lo eran a costa de esos no-ciudadanos (por tanto, casi no-humanos) que eran las personas que sufrían esclavitud. Hoy en día, la afirmación orgullosa de la ciudadanía de algunos (“Soy ciudadano/a norteamericano/a”, “Soy ciudadano/a de la Europa de los Quince”…) se alimenta de la no-ciudadanía práctica de la mayoría de la población mundial, conforme a una lógica perversa que Adela Cortina ha descrito como “dialéctica entre lo interno y lo externo”. Así, la afirmación griega o romana “Nosotros somos ciudadanos, los demás bárbaros” se ha venido repitiendo en la historia y se repite hoy de múltiples formas. Por eso, los autores de los estudios de este número de Misión Joven (Agustín Domingo, Adela Cortina y Juan Escámez) coinciden en mostrar por diversas vías que el cosmopolitismo es el rasgo más imprescindible y humanizante de un nuevo concepto de ciudadanía: O somos de verdad ciudadanos/as todos/as, o no lo será honradamente nadie. La actual situación mundial, aludida en nuestra portada y contraportada, muestra hasta qué punto los países más poderosos de la Tierra ponen en peligro la ciudadanía del siglo XXI y sus valores esenciales: derecho a la vida, a la paz, a la justicia, a la libertad…
Nueva ciudadanía y cristianismo
Si alguien pensara que esta problemática es ajena a la preocupación directamente pastoral y evangelizadora daría muestra de ignorar el núcleo del mensaje de Jesús de Nazaret. El reinado de Dios afecta a todas las dimensiones de la persona, sin dicotomías entre lo espiritual y temporal. Al formar mejores y más comprometidos/as ciudadanos/as (más justos/as, más solidarios/as, más participativos/as), estamos contribuyendo a la extensión de dicho reino. Así lo han dicho y vivido las personas más cercanas al proyecto de Jesús a lo largo de la historia. Por poner sólo un ejemplo, Juan Bosco resumió su obra en favor de la juventud con un “formar buenos cristianos y honrados ciudadanos”. Y es que “la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana[…] El progreso temporal interesa en gran medida al reino de Dios” (GS 39).
Educar a los/as jóvenes en la nueva ciudadanía
La educación en la nueva ciudadanía de una generación juvenil que desconfía por sistema de ciertas instituciones sociales y se muestra poco participativa (hablando en general, porque no se puede olvidar esa minoría tan implicada en diversas movimientos sociales solidarios) es un gran reto y tarea prioritaria para la educación y para quienes optamos por una pastoral educativa (“educar evangelizando y evangelizar educando”). Para ello, hemos de transmitir con coherencia de vida –no sólo de palabra- lo esencial de “nuestro capital axiológico: los valores cívicos que son fundamentalmente la libertad, la solidaridad, el respeto activo y la disposición a resolver los problemas a través del diálogo” (Adela Cortina). Nos jugamos mucho en ello.
Jesús Rojano Martínez
misionjoven@pjs.es
¡Gracias, Manuel!… ¡Bienvenido Jesús!
La vida está hecha de alegrías y penas, proyectos que llegan a puerto y otros que parecen truncarse… La muerte inesperada de Manuel Cantalapiedra nos deja sobrecogidos y atónitos. Gracias, Manuel, por tu ilusión y entrega; el Señor, que te ha llamado joven, seguro que te tiene preparada otra misión.
Saludamos a Jesús Rojano que se hace cargo de la dirección en funciones de la revista en estas circunstancias. La ilusión, preparación y juventud son un buen aval para quien con generosidad viene a aportar lo mejor de sí a nuestra revista.
Misión Joven quiere seguir, a pesar de los imprevistos, fiel a su identidad educativo-pastoral y de reflexión desde la praxis. Es su servicio de Iglesia desde el carisma salesiano que queremos compartir fielmente con nuestros lectores. Este compromiso siempre permanece.
Luis Rosón
Delegado Nacional Salesiano de Pastoral Juvenil
Nueva ciudadanía… ¿para todos y todas?