Nuevas creencias de hoy: una pequeña guía para no perderse

1 abril 2007

Jesús Rojano, teólogo, profesor de la Facultad de Teología de Sevilla
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
El articulo se centra en las “nuevas creencias” que impregnan todas las esferas de nuestra sociedad. En primer lugar analiza el clima social que se ha ido creando, especialmente en Europa, y que ha favorecido esta situación. Desde él, se fija en las reacciones que se han producido, algunas de carácter fundamentalista; pero sobre todo, hace ver cómo al prescindir del Misterio, surgen los cultos “histéricos” y la proliferación de un montón de creencias, y la religión tradicional es sustituida por formas seculares de culto.
 
Al hablar de nuevas creencias nos referimos normalmente a un fenómeno esencialmente occidental, que consiste en la proliferación en Europa y en América de un conjunto muy difuso (y difícilmente clasificable) de manifestaciones religiosas o pararreligiosas desvinculadas de las iglesias o religiones tradicionales. Estas nuevas creencias cuajaron en los años 60, y se extendieron y popularizaron especialmente a partir de la década de los 80 del pasado siglo. Los estudiosos se refieren a ellos con nombres como “religiosidad salvaje” o “nebulosa esotérica” (Françoise Champion), o con metáforas sugerentes, como la del cardenal alemán Kart Lehmann, que hablaba deteoplasma para describir esta “especie de plastilina religiosa a partir de la cual cada uno se fabrica sus dioses a su propio gusto, adaptándolos a las necesidades propias”.
Sin embargo, aunque sólo los eruditos utilicen términos como nebulosa esotérica o teoplasma, el fenómeno al que se refieren ha ido creando un clima que invade todas las esferas de nuestra sociedad, y que respiran los occidentales de cultura media –el hombre y la mujer “normales”, no sólo filósofos, sociólogos o teólogos, para entendernos- de hoy, también los jóvenes (quizá especialmente ellos, porque les falta término de comparación con otras épocas de religiosidad no salvaje o institucionalizada). Para intentar mostrarlo, partiremos de anécdotas cotidianas o de hechos que están en los medios de comunicación al alcance de todos.
Ya hace unos años, la película La Ciudad de la Alegría (Roland Joffé, 1992) presentaba un diálogo muy significativo de sus dos protagonistas. La enfermera voluntaria en aquel famoso barrio pobre de Calcuta preguntaba al joven médico estadounidense que estaba en crisis permanente de autoestima: “Pero tú, ¿en qué crees?” Y el médico respondía: “Yo sólo creo en los Dallas Cow Boys, únicos héroes de la era moderna”. Para los no informados, hay que aclarar que los Dallas Cow Boys son un equipo de fútbol americano. Es muy significativa, por cierto, la transformación que sufre el joven sacerdote francés, que era el verdadero protagonista de la novela original deDominique Lapierre, que en la película se convierte en una enfermera laica con motivaciones filantrópicas, más que religiosas. Volviendo a la respuesta del médico, ¿cuánta gente diría hoy que sólo cree en Beckham, en Ronaldinho, en Fernando Alonso…? Pues quizá más de los que creemos.
Y una segunda anécdota más reciente: un sábado de diciembre de 2006 asistí a la proyección de la películaNatividad, entonces recién estrenada, en una sala de cine que da casi pared con pared al estadio de fútbol del Sevilla. En la sala de cine éramos 12 personas, y en el estadio había más de 40.000. Justamente en el momento culminante de la película (el nacimiento de Jesús) se oyó un gran clamor que venía del estadio. No era para menos, pues en ese momento el equipo local metía el gol que servía para vencer nada menos que al Real Madrid. ¿Nuevas creencias…? Ya sé que no es justo sacar conclusiones excesivas de las anécdotas, pero creo que nos podemos hacer una idea de por dónde van las nuevas creencias si comparamos la respuesta al elegir entre una película sobre la Navidad y un partido de fútbol en la cumbre: 12 frente a 40.000… En cualquier caso, más allá de las anécdotas puntuales, es evidente que en Europa se ha ido creando poco a poco cierto clima social que ha favorecido esta situación.
 

  1. Cierto clima social de vacío y pura inmanencia

 
No hace mucho, en enero de 2007, era entrevistado en una cadena de televisión un conocido político y activista social. La entrevistadora le preguntó si creía en Dios, y él contestó que “sólo creía en la razón humana, y con eso ya bastaba para manejar la vida…” El argumento no deja de ser curioso, y lo traigo aquí porque refleja el modo de pensar de muchos de nuestros contemporáneos. Evidentemente, con aprender a sumar, restar, multiplicar, dividir, leer y escribir ya vale “para manejar la vida…” Pero hay un Shakespeare, un Cervantes, un Velázquez o unRembrandt… Basta con escuchar cualquier musiquilla comercial para manejar la vida; pero también está Mozart… Esta mentalidad de que basta con ceñirse a lo que vemos y a los mínimos “para manejarse en la vida” ciega las posibilidades de trascendencia, no sólo la religiosa, sino también las expresadas en las mejores manifestaciones humanas artísticas y culturales. Sin embargo, esta mentalidad es la que predomina hoy y, como decía hace tiempo alguien no sospechoso de beatería, Jürgen Habermas, es la que “ciega los manantiales del sentido y la profundidad”. Su predecesor en la Escuela de Frankfurt, Theodor W. Adorno, ya afirmaba que “un pensamiento que no desemboca en la trascendencia, se decapita así mismo”. Pues bien, hoy da la sensación de que muchos están tan felices de decapitarlo y además presumen de lo bonita y reluciente que es el hacha[1]… Este clima caracteriza hoy a muchas personas occidentales, predomina en los medios de comunicación, y en nuestra opinión es la causa -y no tanto el efecto- de algunas manifestaciones exóticas y curiosas que vamos a describir después.
Vivimos en una época en que los cineastas y novelistas describen más intuitivamente que filósofos o sociólogos lo que está pasando. Por ejemplo, uno de los novelistas de moda, el francés Michel Houllebecq, describe así lo que es un ser humano para muchos de nuestros contemporáneos:
 
“Dos ayudantes llevaron a la mesa del conferenciante, con cierto esfuerzo, un contenedor que tendría más o menos el tamaño de un saco de cemento, formado por bolsas de plástico, transparentes, de tamaño desigual, que contenían diversos productos químicos; la más grande, con diferencia, estaba llena de agua.
– ¡Esto es un ser humano!- exclamó el Sabio […]- El contenedor que tienen sobre la mesa tiene exactamente la misma composición que un ser humano adulto de sesenta kilos […] Por supuesto hay grandes diferencias. Estas diferencias, por importantes que sean, pueden resumirse en una palabra: información. El ser humano es materia más información”[2].
 
Naturalmente, si eso es el ser humano, ¿qué tipo de esperanzas y creencias profundas puede albergar este saco de materia con información? Hoy los agentes de pastoral tendrán que dedicar mucho más tiempo que antes a suscitar experiencias profundas de sentido y trascendencia, y hacer caer en la cuenta de ellas. Se trata de volver a recuperar esa profundidad simbólica que ya se manifiesta en el pintor o pintores de las cuevas de Altamira, por poner un ejemplo lejano en el tiempo, y que muchos han dejado olvidada en la cuneta de alguna carretera o esquina del siglo XX… Precisamente en los 90, en un ambiente de fin de siglo (recordemos el famoso efecto 2000que luego se quedó en nada), Joaquín Sabina describía muy bien este clima en una canción que titulaba “Ganas de…”:
Hierven los clubs y los adolescentes
comen pastillas de colores.
Harto de mal vivir el siglo veinte
muere de mal de amores.
Los hechiceros de la tribu resucitan
para invertir en mis pecados,
y hacen los traficantes de estampitas
su agosto en el supermercado.
Y la mentira vale más la verdad,
y la verdad es un castillo de arena,
y por las autopistas de la libertad
nadie se atreve a conducir sin cadenas.
Y yo me muero de ganas
de decirte que me muero
de ganas de decirte que te quiero.
Y que no quiero que venga el destino a vengarse de mí,
y que prefiero la guerra contigo al invierno sin ti.
Cada mañana salto de la cama
pisando arenas movedizas,
cuesta vivir cuando lo que se ama
se llena de ceniza.
Y por las calles va solo el corazón
sin un mal beso que llevarse a la boca,
y sopla el viento frío de la humillación
envileciendo cada cuerpo que toca[3].
 
Tenía mucha razón el cantante en que es muy dura la sensación de pisar continuamente arenas movedizas y que esdifícil vivir cuando todo lo que se ama se llena de cenizas. Quizá por eso muchos han elegido, casi sin darse cuenta, vivir en la exterioridad, en el consumismo, en el agobio del trabajo diario, intentando no plantearse preguntas profundas y “manejarse” con pequeñas creencias de andar por casa.
Para ser justos, hay que decir que hay también unas versiones más refinadas e intelectualmente más respetables de este vivir en la inmanencia. El filósofo francés Luc Ferry escribía en 1996 un libro en que da carta de ciudadanía a este deseo de vivir en la inmanencia y conformarse con ella[4]. En ese libro se describe (pero también se defiende) “una trascendencia sin Dios, una trascendencia en la inmanencia” (p. 42ss), “una trascendencia dentro de los límites del humanismo” (p. 47); se valora el desencantamiento del mundo como un “vasto movimiento dehumanización de lo divino” (p. 50), que se da en paralelo a “una divinización de lo humano” (p. 51). Se apoyan también una auténtica sacralización de lo humano (pp. 97ss) y el “paso de una trascendencia vertical a una horizontal” (p. 101).Se afirma que “el largo proceso por el cual lo divino se va retirando de nuestro universo social y político está unido a una divinización del hombre que nos lleva hacia nuevas formas de espiritualidad (p. 103), ya que se da hoy “una humanización de la trascendencia y, por ende, no la erradicación sino más bien un desplazamiento de las figuras tradicionales de lo sagrado” (p. 104).
A la vista de esto, podemos sacar algunas conclusiones sobre el futuro de la evangelización. Por ejemplo, muchos agentes de pastoral se preguntan sincera, pero algo ingenuamente, en nuestra modesta opinión, cómo puede ser que tantos (y más tantas) jóvenes sean voluntarios y solidarios y no se planten hacerse religiosos/as o sacerdotes, o al menos ser cristianos convencidos… La respuesta está en estas afirmaciones de Ferry: para muchos hoy, la solidaridad y el voluntariado no deben basarse en motivaciones de religiosidad trascendente, sino en la sacralización de lo humano sin trascendencia, porque, concluye Ferry, “si lo divino no es de orden material, si su existencia no es del espacio ni del tiempo, donde hay que situarlo en adelante es en el corazón de los hombres y en estas trascendencias que, según perciben en sí mismos, eternamente les pertenecen y se le escapan” (p. 195).
En esta misma línea, otro filósofo francés, Comte-Sponville, ha escrito recientemente una obra parecida, El alma del ateísmo, en la que afirma: “Me las arreglo muy bien sin religión. Desde que soy ateo tengo la sensación de que vivo mejor: más lúcidamente, más libremente, más intensamente”[5]. Eso sí, Comte-Sponville, al igual que Ferry, hablan con un respeto por la tradición cristiana que no se percibe en personajes como el político antes citado: “Fui educado en el cristianismo. De él, no guardo ni amargura ni resentimiento, sino todo lo contrario. Debo a esta religión, y por tanto también a esta Iglesia (en mi caso, la católica) una parte importante de lo que soy, o de lo que intento ser (…) Se trata de mi historia, o más bien de la nuestra. ¿Qué sería Occidente sin el cristianismo?”[6].
Algunas de estas ideas pueden parecer demasiado eruditas o rebuscadas, pero creo que es el ambiente que respiramos, el “espíritu de la época” (Zeitsgeist), que decía Hegel… Al final, el verdadero problema es la desecación de los manantiales de sentido a que nos está llevando la vida moderna consumista y funcionalista. En ello coincidían, con sus matices diferentes, el Papa Benedicto XVI (entonces todavía cardenal Ratzinger) y JürgenHabermas, en su conocido diálogo de Munich de 2004, últimamente tan citado.
 

  1. Reacciones ante esta situación

 
Decía la canción mencionada de Sabina que cuesta vivir pisando sobre arenas movedizas y cuando lo que se ama se llena de cenizas… Pues bien, esto es lo que explica –entre otras causas, pues no debemos ser simplistas, claro- una serie de reacciones que se han dado de unos años para acá y que muchos han resumido como un retorno de lo religioso. Según Peter Berger, en situaciones de pluralismo como la actual, en que el sujeto comprueba que otros defienden con convicción cosmovisiones diferentes a las suyas, se da una disonancia cognitiva, como la experimentada por los primeros cristianos corintios al captar la fuerte tensión y contradicción entre el evangelio recibido y su cultura griega[7]. Se dice, siempre según Berger, que hay contaminación cognoscitiva cuando “la cosmovisión que hasta ahora se había dado por sentada se abre –al principio muy levemente- al resquicio de la duda”[8]. El nerviosismo, la angustia e inseguridad que provocan esta contaminación –inevitables, porque hoy aunque no queramos estamos obligados a elegir entre varias cosmovisiones y religiones alternativas[9]– están muy bien descritas en esta frase de Berger: “Se necesita una cuchara muy larga si hay que comer al lado del demonio de la duda; si no se dispone de ella, uno puede acabar convirtiéndose en el postre”[10].
Pues bien, según Berger, en este caso hay tres tipos de reacciones, que él llama atrincheramiento cognoscitivo(con dos variedades: defensivo y ofensivo), rendición cognoscitiva y negociación cognoscitiva[11]. Las dos primeras son más fáciles porque son más simples: cerrarse a todo diálogo cultural y hacerse fuerte en las propias convicciones (fundamentalismos, integrismos o neotradicionalismos), o bien su extremo contrario: eliminar la tensión rindiéndose a las nuevas modas culturales y renunciando a la propia identidad. Ambas reacciones son inapropiadas y muy peligrosas, y penden como una espada de Damocles sobre todas las religiones hoy día. Comencemos por describir la segunda, que responde más de lleno a la génesis de esas nuevas creencias que buscamos describir.
 
2.1 Creer en cualquier cosa
 
El gran escritor católico inglés G. K. Chesterton decía que cuando se deja de creer en Dios no es que no se crea en nada, sino que se empieza a creer en cualquier cosa. Comentando dicha frase, el escritor Juan Manuel de Pradaafirmaba que “los hombres de nuestra época han querido prescindir del Misterio; pero, al sentirse extirpados de una parte de sí mismos que los hacía inteligibles, han tenido que llenar el hueco con una morralla de supersticiones: han dejado de creer en un Dios que se encarna para terminar creyendo en un batiburrillo de creencias turulatas, encarnadas en templarios de guardarropía, cultos mistéricos y otras cochambres esotéricas”[12]. Lo que describe este escritor es una de las Principales causas de esta multitud de creencias que han venido a sustituir en el corazón de muchos europeos y americanos a un cristianismo en el que han sido iniciados en la infancia, y que han ido dejando por diversas razones. Como bien decía el teólogo C. Geffré, «Dios vuelve a aparecer donde menos se esperaba, fuera de las Iglesias oficiales»[13].
Así, aparte de las múltiples versiones que proliferan de un cristianismo light o confeccionado a la carta (algunas degeneradas en secta), entre nosotros se dan un montón de nuevas creencias:
– Ya hace años que conocemos la religión (o pseudoreligión) de la Nueva Era (New Age): mezcla de astrología, psicología transpersonal, zen y profecías sobre la llegada de la Era de Acuario, con su armonía y paz.
– Siguen de moda las religiones orientales, acomodadas al paladar occidental: versiones descafeinadas del budismo, los Hare Krishna, algunas ramas del neohinduismo… Pero claro, dado que Richad Gere y otros famosos deHollywood dicen en serio que son budistas, pues que venga el Dalai Lama y lo vea…
– También hay tiendas de santería milagrosa, procedente del Caribe, en algunas grandes ciudades españolas (señal de que tienen clientes, evidentemente).
– Hay jóvenes y no tan jóvenes aficionados a la Uoija.
– La astrología, los adivinos y chamanes proliferan por todas partes. Basta darse una vuelta por el madrileño Parque del Retiro un domingo por la mañana para ver un montón de brujos y magos.
– Reviven, por si fuera esto poco, supersticiones de las nuestras, de las de toda la vida: hace unos meses dos chicas de 17 años (y de un grupo supuestamente ilustrado, como es el bachillerato) se negaron a entrar en mi despacho porque sobre la mesa había unas tijeras abiertas…
– Y luego están las creencias “selectas” de los famosos: Tom Cruise y John Travolta creen en la Iglesia de laCienciología (que, por cierto, desde hace dos años ocupa una manzana de precio multimillonario justo en frente del Congreso español) e intentan “evangelizar” para su causa a Victoria Beckham; Madonna cambia de creencias con regularidad estudiable (ahora cree en una curiosa versión de la antigua Cábala de origen judío, y últimamente hasta hace un amago de dejarse crucificar en su show para escandalizar al personal y ganar más dinero).
– En fin, por haber creencias curiosas, hay quien cree en Elvis Presley (eso sí, en Estados Unidos, en España aún parece que no); incluso Maradona tiene un grupo de creyentes en él (lo que tiene más mérito, pues ni siquiera han esperado a que estuviera muerto). ¿Qué diría si resucitara hoy Jenófanes, que hace ya cerca de 2.500 años se reía de los dioses antropomórficos en que creían sus contemporáneos?
Con razón el libro antes citado de Peter Berger considera la nuestra una época de credulidad. Si se nos permite volver a los ejemplos cinematográficos, comparemos cómo tratan a los muertos y los fantasmas unos y otros. En 1960 Alfred Hitchcock nos asustaba con su Psicosis. Aparentemente una anciana volvía de su tumba para asesinar a alguna incauta. Pero luego todo tenía una explicación racional (retorcida y psicoanalítica, sí, pero racional): la doble personalidad de Norman Bates. En cambio, en 1999 veíamos en El sexto sentido que el desenlace elegido por el director era justamente el más fantasioso posible: no sólo los muertos pululaban por aquí y por allá, sino que hasta el mismo protagonista era uno de ellos sin saberlo (véase una versión hispana de lo mismo en Los Otros). ¿Qué cambió de 1960 a 1999? Pues que la segunda película se situaba ya en un tiempo de credulidades. Y eso por no hablar del éxito de Harry Potter, que también está relacionado con este fenómeno.
Con todo, estas creencias enumeradas siguen siendo minoritarias y anecdóticas, especialmente en España. En realidad, la creencia que gana más adeptos es la indiferencia ante lo sagrado trascendente y la sustitución de la religión tradicional por formas seculares de culto. Lo que se adora es el propio equipo de fútbol o del deporte que sea; a los ídolos de la música, de la moda o del cine; a la propia nación o nacionalidad o a los grupos de identidad fuerte étnica o local; al Estado como tal (hecho ya descrito en el caso de movimientos totalitarios como el comunismo como el nazismo, pero que también se da en la idea moderna de democracia occidental, según MarcelGauchet y otros estudiosos); a las bandas juveniles que ofrecen a sus miembros una identidad aparentemente fuerte… En todas estas manifestaciones se dan ritos y sacralización de objetos, ceremonias y personas. Se trata de la religión transformada en lo que Luckmann llamó religiones civiles e invisibles[14]. Y es que, como dice JohnGray, “en las sociedades occidentales contemporáneas, la religión reprimida reaparece en forma de cultos seculares”[15].
Refiriéndose a la juventud en concreto, Marcel Gauchet afirma que “los jóvenes actuales buscan otro orden de realidad mediante la búsqueda del vértigo, el éxtasis, el trance a través de la droga, de la música, del deporte. Es una religiosidad ignorada”[16]. Algunos estudios como Jóvenes 2000 y Religión, o un capítulo entero del libro de Javier Elzo Los jóvenes y la felicidad han contribuido a empezar a estudiar sistemáticamente esa “ignorada” religiosidad juvenil[17].
Para resumir todas estas nuevas creencias que dan contenido concreto hoy a este “creer en cualquier cosa” deChesterton, uno de los más famosos analistas sociales actuales, Zygmunt Bauman, dice muy lúcidamente que quizá el exceso de ofertas de estas nuevas creencias se da para compensar la baja calidad de cada una por separado[18]. Según él, en vez de fe en la resurrección, la gente trata de vivir muy de prisa muchas vidas en esta…
 
2.2 Fundamentalismo
 
El fundamentalismo pone el peso en el lado contrario de la balanza. Como recuerda Moltmann, “el fundamentalismo surgió en el protestantismo americano del siglo XIX como reacción contra el protestantismo liberal”[19]. Es la típica manifestación de atrincheramiento cognoscitivo, y es que “el espíritu humano aborrece la incertidumbre”[20]. Juan Martín Velasco, en un gran estudio sintético del fundamentalismo, lo describe así: “El fenómeno fundamentalista es un movimiento de reacción a una situación que pone en peligro el mantenimiento de la propia identidad religiosa y la perduración de su vigencia e influencia social”, y se caracteriza por su “miedo a la disolución de la propia identidad; la resistencia a aceptar la duda; el rechazo frontal de todo pluralismo, identificado inmediatamente como relativismo; la negación del diálogo en el que se descubre una especie de peligroso plano inclinado hacia el sincretismo religioso”[21]. Para este autor “el fundamentalismo es ciertamente una zona de sombra, un peligro que acompaña a toda religión, pero no como su desarrollo necesario, sino como una extorsión a la que siempre está expuesta”[22], y es que el error fundamental del fundamentalismo desde el punto de vista religioso consiste en tomar las mediaciones religiosas, convertirlas en “objeto” de la relación religiosa y ponerlas en lugar del Misterio,absolutizándolas como si se confundieran con él.
Urs von Balthasar, que no era precisamente un teólogo progresista, escribió en 1988 una crítica durísima a las versiones católicas neointegristas. Entre otras cosas decía: “Ellos tienen razón y sólo ellos. ¿Por qué? Porque la tradición está a su favor. ¿Y qué es para ellos la tradición? Aquello que fue. Lo que ha regido hasta ahora. Trazan una línea divisoria con el presente. ¿Se recuerda que todos los cismas de la historia de la Iglesia son de origen tradicionalista? […] Todo gran concilio produce un residuo. Esto significa que la tradición se apoya en la letra. Y no se advierte que la letra sin espíritu mata; que la tradición es algo vivo que pugna por avanzar, una búsqueda orante y meditativa de la palabra de Dios. Se traza la línea divisoria allí donde yo aprendí algo de niño, y que por eso tiene que valer como dogma. ¡Es tan cómodo descansar en eso sin esforzarse más! Generaciones conservadoras financian con preferencia revistas tradicionalistas de este tipo. Esos grupos saben ya a qué atenerse, por eso se cierran a cualquier diálogo sincero”[23].
Las formas religiosas fundamentalistas tienden a chocar con otras religiones, tradicionales o modernas. Así, segúnJohn Gray, “el conflicto entre Al Qaeda y Occidente es una guerra de religión”[24]. En esta polémica obra, Graymantiene que el enfrentamiento entre Al Qaeda y Estados Unidos es en realidad una lucha de dos formas modernas de religión (la versión capitalista norteamericana y el fundamentalismo islámico como fenómeno típico de la tardo-modernidad). Siempre según este autor, tanto el presidente Bush como Bin Laden desean destruir a su adversarioporque Dios lo quiere… Con todo, más que fijarnos en los demás, debemos estar atentos a que no entre en cada uno de nosotros el virus de las posturas fundamentalistas, que se alimenta con el caldo de cultivo de la duda y la inseguridad.
 

  1. Algunas vías de respuesta


Tenemos que reconocer que no es tarea fácil encontrar un punto de equilibrio sensato entre las dos posturas anteriores (creer en cualquier cosa o fundamentalismo). El famoso discurso de Benedicto XVI enRatisbona de agosto de 2006 nos pone en la pista: debemos vivir y transmitir una fe que cuide la razón y no enfrente ambas dimensiones de la personas. Necesitamos, según una expresión muy afortunada de José MªMardones, una fe que cuide y cultive a la vez la cabeza (dimensión intelectual), el corazón (dimensión afectiva yexperiencial) y las manos (dimensión práctica y socio-política)[25]. El propio Mardones describe los cinco rasgos básicos que ha de cuidar un cristianismo con futuro que se abra camino en medio de la incertidumbre actual: que tenga una profunda y rica experiencia de Dios; que tenga una presencia solidaria en la realidad actual; que se realice en comunidades fraternas; que potencie una fe formada y crítica; que favorezca la celebración festiva de la fe[26]. Por eso, la dimensión educativa de la acción pastoral (especialmente con las generaciones jóvenes) es imprescindible hoy.
Por otro lado, no hemos de olvidar la advertencia de Zygmunt Bauman que antes mencionábamos: quizá la sobreabundancia de nuevas creencias indique una baja calidad en la oferta. Por eso debemos recuperar y cuidaruna fe cristiana de calidad, que vuelva a ser atractiva a los ojos de nuestros contemporáneos, que, en medio de este mar de creencias variopintas y a veces extravagantes, siguen mostrando un deseo de búsqueda de autenticidad, aunque a veces esté muy enterrado en el fondo del corazón. La gente hoy –especialmente los jóvenes- necesita de nuevos ambrosios que sepan orientar a los agustines que, también hoy, a ratos buscan inquietos y a ratos se establecen en el consumismo y la superficialidad. Desde hace años, se suele citar mucho aBonhoeffer. Pues no olvidemos que él insistió mucho, especialmente en su obra El precio de la gracia[27], en la necesidad de una fe auténtica y lejos de posturas cómodas. Una fe basada en la respuesta a lo que él llamabagracia cara, contrapuesta a la gracia barata… Por aquí debe venir la respuesta auténtica a nuestra complicada situación religiosa.
Por fin, hemos de afrontar el desafío que nos lanza la situación descrita por el libro que hemos citado de Luc Ferry. Ante esa clamorosa falta de trascendencia vertical de nuestros contemporáneos, no hemos de volver a formassacrales medievales, sino recordar que “el gran desafío católico procede de su misma entraña evangélica. Proviene de la innovación de lo sagrado introducida por la tradición bíblica y que encuentra su culminación en el evangelio de Jesús de Nazaret: lo sagrado, lo divino, se encarna dentro de la realidad misma. No hay que marcharse fuera de la realidad para encontrar el misterio de Dios. En el mismo centro de lo humano habita la divinidad, encontrando un asiento especial en lo humano pobre y desvalido […] De esta comprensión encarnacionista e historizada de lo sagrado brota una actitud espiritual: laica, profana, al mismo tiempo que muy mística. Una suerte de vivir lo sagrado en el corazón de lo secular […] La divinidad late en todo lo verdaderamente humano”[28]. Las comunidades pastorales que logren hacer esta síntesis y transmitirla estarán en el camino correcto para que haya un futuro cristiano que se abra camino en esta época de credulidades, incertidumbres y superficialidad.

Jesús Rojano

 
[1] Para ver una presentación sistemática de esta mentalidad reinante y de todo lo que seguirá en este artículo, cf. JOSÉ Mª MARDONES, La transformación de la religión. Cambio en lo sagrado y cristianismo, Madrid, PPC, 2005. Para ver una síntesis interesante del proceso de “las lluvias de donde viene estos lodos”, cf. CHARLES TAYLOR, Imaginarios sociales modernos, Barcelona, Paidós, 2006.
[2] MICHEL HOULLEBECQ, La posibilidad de una isla, Madrid, Alfaguara, 2005, pp. 216-217.
[3] JOAQUÍN SABINA, Ganas de…, L.P. Esta boca es mía, Ariola, 1994.
[4] LUC FERRY, El hombre-Dios o el sentido de la vida, Barcelona, Tusquets, 1997. Citamos en adelante esta obra en el cuerpo del texto de nuestro artículo. Para ver otra versión de lo mismo en ambiente más español y algo más alejado ya en el tiempo, cf. E. TIERNO GALVÁN, ¿Qué es ser agnóstico?, Madrid, Tecnos, 1985.
[5] ANDRÉ COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios, Barcelona, Paidós, 2006, p. 23.
[6] Ibidem, pp. 15-16.
[7] Cf. PETER BERGER, Una gloria lejana. La búsqueda de la fe en época de credulidad, Barcelona, Herder, 1994, pp. 16-18.
[8] Ibidem, op. cit., p. 56.
[9] A esta obligación de elegir Berger la denomina “imperativo herético” (op. cit., p. 134), basándose en la etimología original de “herejía”.
[10] BERGER, op. cit., p. 59.
[11] Cf. Ibidem, pp. 53-64.
[12] JUAN MANUEL DE PRADA, Danbrowneando, en ABC, 25.10.2006.
[13] C. GEFFRÉ, Destino de la fe en un mundo de indiferencia en Concilium 185 (1983), pp. 244-245.
[14] Cf. THOMAS LUCKMANN, La religión invisible. El problema de la religión en la sociedad moderna, Sígueme, Salamanca, 1973.
[15] JOHN GRAY, Al Qaeda y lo que significa ser moderno, Barcelona, Paidós, 2004, p. 160.
[16] MARCEL GAUCHET, La condition historique. Entretien avec F.Azouvi et. S.Piron, París, Stock, 2003, p. 311.
[17] Cf. J. GONZÁLEZ-ANLEO, P. GONZÁLEZ BLASCO, J. ELZO y F. CARMONA , Jóvenes 2000 y Religión, Madrid, Fundación Santa María, 2004;cf. JAVIER ELZO, Los jóvenes y la felicidad. ¿Dónde la buscan? ¿Dónde la encuentran?, Madrid, 2006, pp. 79-136.
[18] Cf. KEITH TESTER-ZYGMUNT BAUMAN, La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones, Barcelona, Paidós, 2002, p. 172.
[19] JÜRGEN MOLTMANN, Fundamentalismo y modernidad, en Concilium 241 (1992), p. 171.
[20] BERGER, op. cit., p. 30.
[21] JUAN MARTÍN VELASCO, El fundamentalismo religioso desde la fenomenología de la religión, en Cristianismo y liberación del hombre. Homenaje a Casiano Floristán, Madrid, Trotta, 1996, p. 280. Cf. una explicación parecida en JOSÉ Mª MARDONES, ¿Adónde va la religión”,Santander, Sal Terrae, 1996, pp. 24-25; ID., En el umbral del mañana, Madrid, PPC, 2000, pp. 82-42, 131-135, 193-194; MEDARD KEHL,Eclesiología católica, Salamanca, Sígueme, 1996, pp. 173-180.
[22] MARTÍN VELASCO, op. cit., p. 288.
[23] Citado por KEHL, Eclesiología católica, p. 175.
[24] GRAY, op. cit., p. 160.
[25] Cf. MARDONES, En el umbral del mañana, pp. 217-218.
[26] Cf. MARDONES, En el umbral del mañana, pp. 212-215; ID., ¿Adónde va la religión?, pp. 224-227.
[27] Cf. DIETRICH BONHOEFFER, El precio de la Gracia. El Seguimiento, Salamanca, Sígueme, 1968; sexta edición, 1995.
[28] MARDONES, La transformación de la religión, pp. 161-162.