«Operación triunfo»: Generación ombligo

1 marzo 2002

Operación Triunfo lo tiene todo para triunfar: medios, emoción y ese puntazo chorra de los grandes concursos. Su título, propio de ma­niobra militar de Bush, no hace justicia a la ri­queza de matices del contenido. Se trata de una eliminatoria en la que 16 cantantes pelea­rán para repartirse tres lanzamientos disco­gráficos y la posibilidad de representar a Es­paña en Eurovisión. Durante 90 días, los con­cursantes convivirán en una academia de en­sueño en la que les castigarán con el cuento de que el arte con agujetas entra, hasta sacarles el Chayanne y la Paulina Rubio que todos llevan dentro, sin dar voz a posiciones más radicales del amplio abanico musical y heredando algu­nos valores del Lluvia de estrellas.
El primer día se estrenaron desafinando, con nervios, mucha simpatía y un look esclavo, salvo una excepción de cuota, del culto a la imagen que asola esta parte del planeta. Bajo la aparente banalidad del género, sin embar­go, y sin olvidar que en un país sin escuelas de música semejante despilfarro de dinero públi­co es un insulto a los estudiantes de música, latía la ilusión de esos jóvenes que fueron con­firmando que no toda la juventud es niñata y que, a diferencia de otro tipo de concursos se­cuestrados por vividores, aquí existe cierta vo­cación.
Del mamá quiero ser artista hemos pasado al mamá quiero ser famoso sin renunciar al propio talento (anoten el nombre de Chenoa). Como en Supervivientes, la calidad de los con­cursantes podría llegar a ser, si no lo estrope­an el morbo competitivo y las tensiones se­xuales no resueltas, su gran acierto.
Unas gotas de conflicto a lo Fama, un poco de Gran Hermano y de El bus y una estética a lo Música síson los ingredientes de este menú. Las pruebas de selección fueron lo mejor de la noche. Ameno, informativo, currado, el mon­taje transmitió la agridulce mezcla de ilusión y tontería que rodea el invento.
Conscientes de que la credibilidad del pro­yecto requería tirar la casa por la ventana, los responsables de esta máquina de entreteni­miento han confiado en un presentador de po­livalente entusiasmo como Carlos Lozano, en profesores como Nina y en una inversión del carajo. En tiempos de desconcierto ético-labo­ral, la fama parece ser el único clavo al que pa­recen querer agarrarse esos jóvenes represen­tantes de una generación de móvil, ombligo descapotable y un horizonte vital en la que sa­lir por la tele se ha convertido en la principal meta de muchos. A todos ellos, pues, mucha mierda. (Operación Triunfo logró en su estreno del lu­nes 2.734.000 espectadores, con una cuota de pantalla del 22,1%.)
Sergi Pamiès, «El País», 24.10.01
 
Para hacer
 
El fenómeno televisivo de finales de 2001 y comienzos de 2002 responde a Operación Triunfo. Desde el principio y poco a poco ha ido batiendo todos los récords de audiencia y se convirtió en el concurso más comentado desde el comienzo de Gran Hermano. ¿Qué hay detrás de ello? Ofrecemos algunas claves en tres paginas diferentes.

  • La primera (Generación del ombligo) y segunda (Hijos del éxito) son del mismo autor: la crítica después del primer programa y un comentario el día antes del programa en que se iban a conocer los ganadores.
  • En la tercera página ofrecemos también otras claves con dos orígenes distintos, que nos ayudarán a ser más críticos ante este y otros fenómenos.

De su lectura se pueden entresacar varias pautas de análisis del fenómeno. No ofrecemos propuestas concretas en esta ocasión, pero todo ello puede dar pie a otros muchos comentarios y análisis. Por cierto: ¿en qué sentido es todo ello un parábola de la situación actual de los jóvenes?

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