ORAR LA BIBLIA

1 mayo 2013

Xavier Matoses
Universidad Pontificia Salesiana de Roma
 
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO:
El autor expone las dificultades y precauciones que debemos tener en cuenta a la hora de hacer oración con textos bíblicos. Fundamentalmente, éstas se refieren a la distancia cronológica y cultural que nos separan de dichos textos, y a la característica específica de estos de ser Palabra de Dios expresada en palabras humanas. Luego presenta la Lectio Divina como modalidad principal de lectura orante de la Biblia, con una descripción de sus fases o etapas.
 
El Concilio Vaticano II, hace ahora 50 años, subrayó la importancia de que todo fiel cristiano se acercase a la lectura orante de la Biblia (cf. Dei Verbum, 25). Desde entonces se han multiplicado las iniciativas en ámbito católico para aproximar el texto bíblico a los cristianos. Mucho se ha realizado, y todavía queda mucho por hacer, para que las Escrituras tengan su lugar y su importancia en la vida cotidiana de todos los cristianos.
Muchos hombres y mujeres de hoy son escépticos respecto a la posibilidad de encontrar respuestas a sus problemas reales en libros escritos hace milenios. Su forma de acercarse a los textos bíblicos y el horizonte de su reflexión al leerlos parten de una visión superficial del significado de la Biblia, provocada en gran parte por la abundante presencia mediática de dicha perspectiva y, en parte, por los largos siglos en los que no era costumbre católica animar a los cristianos a acercarse directamente a la Biblia.
Es conocida, por ejemplo, la preocupación acerca de la fiabilidad histórica de la Biblia, en concreto de los evangelios y su relación con la persona histórica de Jesús de Nazaret. En algunos países se discute acerca de la exactitud del relato de la creación (Gn 1,1-2,4a); las reflexiones entremezclan elementos científicos con pretendidas interpretaciones bíblicas, de forma que se pierde el auténtico mensaje de los autores originales, sus preocupaciones, su contexto social y religioso. En definitiva, el mundo de hoy mira la Biblia para obligarla a responder a las cuestiones del presente con el lenguaje actual, o bien, para rechazarla como fuente de conocimiento válido.
Al mismo tiempo, la dimensión trascendente de la vida, y el lenguaje para hablar de ella, se han vuelto problemáticos. Las propias palabras utilizadas antiguamente para referirse a la vida espiritual pierden su significado porque no se refieren a realidades inmediatamente perceptibles. En parte, se trata de una reacción a épocas pasadas, en las que parecía muy claro el sentido de estas palabras. No siempre ha reinado la consciencia de que, al hablar de realidades espirituales, hay un margen de desconocido, de misterio, de metafórico, en las expresiones utilizadas.
Es cierto que orar todavía hoy sigue siendo «hablar con Dios», pero es posible reflexionar acerca de qué significa en concreto, en la vida de un cristiano de hoy, este diálogo.
Algunas dimensiones de la oración han sido profundizadas, como el valor del silencio: exterior y, sobre todo, interior; la importancia del cuerpo, su postura y su realidad; la necesidad del tiempo y de la constancia para vivir el crecimiento espiritual como un proceso, etc. Es posible encontrar técnicas que favorecen la creación de un clima de serenidad y de autoconciencia. No valorar estos aspectos ha sido una carencia durante largo tiempo. El riesgo, por otra parte, es dar preeminencia al clima creado y a la conciencia de uno mismo, y olvidar otros aspectos igualmente esenciales. La reflexión antropológica que subyace es la valoración de todas las dimensiones del ser humano en su complejidad y también en su unidad.
El cristianismo siempre se ha definido por la importancia dada a la palabra, hasta el punto de comprender a Jesús mismo como la Palabracon mayúscula, el Logos que Dios envía al mundo. Por tanto, la Palabra de Dios es mucho más que la Biblia; es Jesús, enviado por el Padre para enseñarnos, con palabras y obras, la auténtica identidad de Dios y de nosotros mismos, y para realizar la obra de la redención dando la vida por amor. La Biblia es la expresión de esa comunicación, de ese encuentro entre Dios y el ser humano, de ese diálogo de amor. Pero los diversos libros de la Biblia han surgido en tiempos, lugares y culturas muy lejanos.
Conviene, pues, comenzar con una reflexión acerca de la forma adecuada de acercarse a las Escrituras. En un primer momento, es necesario ser conscientes de qué es un texto escrito y de la dificultad que entraña acercarse a todo texto antiguo. En segundo lugar, presentaremos una reflexión acerca del sentido religioso que sitúa la Biblia en el horizonte de un creyente cristiano. En tercer lugar, revisaremos el sentido de la Lectio Divina como la actitud fundamental de la lectura orante de la Biblia, y no tanto como una técnica o método.
 

  1. El texto como comunicación

 
Todo texto es un puente de comunicación entre personas. Algunos textos son básicamente informativos, de forma que no importa excesivamente quién está detrás de aquello que está escrito. Otros textos, en cambio, solo tienen sentido como comunicación entre dos seres humanos. El lenguaje no tiene como finalidad principal la de comunicar información, aunque es ciertamente una de sus posibilidades. La primera finalidad del lenguaje es el establecimiento de una relación entre dos personas. En el lenguaje oral cotidiano entran en funcionamiento muchos elementos aparte del contenido comunicado, los llamamos comunicación no verbal. El tono de voz, la expresión del rostro, la situación y contexto de la comunicación, la información previa que el receptor tiene del emisor, constituyen una gran parte de la comunicación en sí misma y ayudan o entorpecen el éxito de la situación comunicativa.
Los textos escritos tienen un funcionamiento diferente en cuanto que el lector no tiene acceso directo a los elementos no verbales; pero son igualmente puentes de comunicación entre personas, y como tales deben ser considerados. Como dificultad añadida, los textos antiguos han sido escritos bajo circunstancias, culturas y horizontes de pensamiento muy distintos a los actuales. Es frecuente que la lectura de textos antiguos provoque incomprensiones y malentendidos porque el acercamiento a ellos se realiza con el bagaje cultural del presente, con los problemas, preguntas y dificultades actuales y con la suposición de que serán capaces de responderlos con el mismo lenguaje utilizado ahora.
 

  1. La Biblia como lenguaje humano

 
La Biblia sufre todavía más ese acercamiento anacrónico, ya que se supone que debe dar respuesta a la vivencia de los cristianos. Cuando un lector poco formado se acerca a ella, con frecuencia desea encontrar respuestas concretas que sigan el paradigma de las preguntas que formula. Sin embargo, en la mayor parte de las ocasiones, son las preguntas las que deben ser reformuladas. La escasa reflexión acerca del propio acto de lectura, del significado de las propias preguntas, provoca dificultades a la hora de entender qué supone la Biblia para el creyente, qué podrá encontrar en ella y qué cosas, sencillamente, no le va a ofrecer.
Se hace necesario, por tanto, un cambio de paradigma en el modo de acercarse a los textos bíblicos. El punto principal sobre el que centrar el interés ya no debe ser el contenido, sino la persona que está detrás del texto, de las palabras. Leer un fragmento de la Biblia es entrar en relación con una persona creyente que comparte su vivencia, su experiencia religiosa, desde su propio horizonte cultural, su historia personal y la de su pueblo, con sus problemas políticos, sociales o familiares, su situación económica, su experiencia o inexperiencia, su juventud o ancianidad, sus errores y su pecado… La mayor parte de estas informaciones son desconocidas al lector, pero están ahí, en la persona que dio a luz el texto, influyendo en su comunicación y convirtiéndola en una realidad humana. Esa persona pensaba que valía la pena escribir aquel texto, deseaba expresar algo importante para ella. La comunidad creyente que lo recibió pensó que convenía conservarlo, copiarlo, releerlo, reinterpretarlo… y a través de los siglos ese relato, crónica, poema, canción, discurso o reflexión ha llegado hasta nosotros.
Por tato, la lectura de la Biblia comporta, en primer lugar, la conciencia de acercarse a la experiencia vital de otra persona. Con esa experiencia, con esa vida que se abre para comunicarse, el lector se confronta, compara su propia vida, examina su existencia. La escritura y la lectura son actos peligrosos porque suponen un riesgo, no son una transmisión pacífica de informaciones, sino un desnudarse del alma que vuelve vulnerables al autor y al lector que se encuentran en la humildad de un texto escrito.
 

  1. La Biblia como Palabra de Dios

 
La humanidad ha vivido durante milenios bajo la convicción de la existencia de Dios o de dioses que regían el universo y sus vidas cotidianas. La idea que Dios les pudiese hablar, comunicarse con ellos, transmitirles un mensaje, les resultaba culturalmente cercana y no suponía para ellos ninguna dificultad conceptual. Hablar, pues, de Palabra de Dios era perfectamente coherente con su cosmovisión y la de toda la sociedad.
Desde hace algunos siglos, en cambio, se acusa a las palabras y expresiones religiosas de carecer de contenido. Se hace necesaria una reflexión que sea capaz de reinterpretarlas para descubrir en ellas su sentido auténtico, que conservan también hoy.
La Biblia, en breve, es «Palabra de Dios en lenguaje humano», y en esa tensión y equilibrio está su fuerza y su riqueza. Los autores bíblicos no han recibido un dictado de parte de Dios, ni han perdido sus facultades humanas para profetizar o hablar en su nombre. Esa forma de comprender los textos sagrados era habitual en algunas culturas antiguas; así, las palabras eran consideradas como literalmente dichas por los dioses, y merecían una obediencia total. Todavía hoy, en algunos círculos cristianos, existen estilos de lectura fundamentalista de la Biblia, que pretenden leerla de forma literal. Esta forma de lectura ha sido rechazada por el Magisterio (cf. el documento de la Pontificia Comisión Bíblica,La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, de 1993).
La Biblia, en cambio, está formada por palabras humanas, en las cuales Dios ha querido expresarse a sí mismo (cf. Dei Verbum, 2). Los autores bíblicos han escrito a partir de sus propias experiencias religiosas; en los textos de la Biblia se encuentra expresada la vida real de sus autores, sus preocupaciones, sus vivencias dramáticas o alegres. Estos autores escriben utilizando las formas de lenguaje típicas de su época. No se pueden encontrar en la Biblia descripciones de tipo científico, ni crónicas realizadas con los métodos actuales de la ciencia histórica. No son los contenidos en sí mismos los que más importan, sino las vivencias de sus autores y su forma de comprender la cercanía de Dios en sus vidas.
El misterio más fascinante de la Biblia es que Dios mismo ha querido expresarse a través de ella, mediante los autores humanos que la escribieron, compilaron y reinterpretaron.
Los cristianos recibimos la Biblia como una herencia y la aceptamos como Palabra de Dios para nosotros con una convicción de fe. En ella, en sus palabras, los creyentes de todos los tiempos han descubierto a Dios que se les entrega, se les comunica, se encuentra con ellos y transforma sus vidas.
Si todo texto es un puente de relación entre dos personas, la Biblia es, además, una vía de encuentro con Dios mismo. Este encuentro personal es el objetivo último de toda lectura orante de la Biblia, de toda oración y de toda religión.
 

  1. La Lectio Divina como una actitud

 
La Lectio Divina (LD) es una forma privilegiada de lectura orante de la Biblia que ha recibido un gran impulso en los últimos años. Frecuentemente se explican sus fases como una metodología de cuatro o cinco momentos, y a continuación se desarrollan sus aspectos formales. La exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini (n. 97), describe así los pasos de la LD:
 
«Se comienza con la lectura (lectio) del texto, que suscita la cuestión sobre el conocimiento de su contenido auténtico: ¿Qué dice el texto bíblico en sí mismo? Sin este momento, se corre el riesgo de que el texto se convierta sólo en un pretexto para no salir nunca de nuestros pensamientos. Sigue después la meditación (meditatio) en la que la cuestión es: ¿Qué nos dice el texto bíblico a nosotros? Aquí, cada uno personalmente, pero también comunitariamente, debe dejarse interpelar y examinar, pues no se trata ya de considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente. Se llega sucesivamente al momento de la oración (oratio), que supone la pregunta: ¿Qué decimos nosotros al Señor como respuesta a su Palabra? La oración como petición, intercesión, agradecimiento y alabanza, es el primer modo con el que la Palabra nos cambia. Por último, la lectio divina concluye con la contemplación (contemplatio), durante la cual aceptamos como don de Dios su propia mirada al juzgar la realidad, y nos preguntamos: ¿Qué conversión de la mente, del corazón y de la vida nos pide el Señor? (…) La contemplación tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros “la mente de Cristo” (1Co 2,16). La Palabra de Dios se presenta aquí como criterio de discernimiento, “es viva y eficaz, más tajante que la espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón” (Hb 4,12). Conviene recordar, además, que la lectio divina no termina su proceso hasta que no se llega a la acción (actio), que mueve la vida del creyente a convertirse en don para los demás por la caridad».
 
Los cuatro momentos de la LD no son cuatro fases que debamos realizar como si se siguiera un manual de instrucciones. Es posible que parte del escepticismo de algunos frente a la LD provenga de subrayar excesivamente los elementos formales, insistiendo en presentar la Lectio como una técnica eficaz para la obtención de resultados, olvidando así la espiritualidad subyacente.
La LD tiene como objetivo acercarse a Jesús mismo, Palabra de Dios enviada al mundo, a través de la Biblia. Un encuentro personal no se puede esquematizar; igualmente, no es posible estructurar cómo será la relación con el Dios que viene al encuentro en la oración. La oración es una actividad profundamente humana, que parte de la propia realidad que se confronta con Dios mismo; no es un ejercicio pacífico y tranquilo. Los maestros de oración han sido siempre conscientes de esto. San Ignacio, en los Ejercicios Espirituales, indica que existen momentos de consolación y de desolación, y enseña a manejarse con ambos (Ejercicios Espirituales, ); era consciente de que la ejercitación en el espíritu saca a la luz la propia vida, con sus luces y sombras, con su grandeza y su miseria, si el orante está dispuesto a dejarse interpelar por Dios.
La explicación de las fases de la LD puede dar una impresión excesivamente ordenada, estructurada, de una realidad que es dinámica, sorprendente, interpelante. En realidad, la lectura, la meditación, la oración y la contemplación son cuatro actitudes que están siempre presentes a los largo de la lectura orante de la Biblia, y que se pueden subrayar en momentos distintos.

  • La lectura implica la actitud de salir de uno mismo y ser capaz de acoger un mensaje que llega e interpela. La llamada a Abraham a salir de su tierra y ponerse en camino hacia un horizonte desconocido (Gn12,1) debe resonar en todo acto de oración. Aquí se incluye también la posibilidad de leer lo que otros han entendido y experimentado del texto bíblico. En este punto se comprende la íntima unión entre estudio y oración de la Biblia desde la perspectiva creyente. El estudio de la Biblia no es una actividad puramente académica, porque parte del deseo creyente de comprender mejor para vivir más cerca de Dios, que se manifiesta en la profundidad del texto. La lectura orante de la Biblia no se confunde con el estudio, pero no debe menospreciarlo precisamente porque, sin la ayuda de lo que otros han reflexionado y orado sobre el texto, nuestra lectura corre el riesgo de convertirse en mera repetición de nuestras propias ideas.
  • La meditación supone una pregunta directa a Dios llena de riesgos: «¿Qué me quieres decir precisamente a mí?» Incluye una doble actitud: de escucha de la voluntad de Dios y de aceptación de su respuesta. Dios está siempre llamando, interpelando desde la realidad de la vida, desde los signos de los tiempos, en las necesidades de los que nos rodean, etc. La Biblia en una de sus mayores llamadas y, por ello, su lectura orante supone la aceptación de un desafío, que no es otro que la posibilidad misma de que Dios nos responda claramente y sea exigente con nosotros, pidiéndonos una conversión radical.
  • La oración es la respuesta confiada, o desesperada, que, como hijos e hijas, dirigimos a Dios. No sigue necesariamente ningún esquema preestablecido y puede contener peticiones y llantos, acciones de gracias y rebeldías. La oración profunda toca las fibras más sensibles del alma, y es siempre una experiencia que transforma.
  • La contemplación, aunque está colocada al final de la LD, es una actitud presente durante toda la oración. Es la disposición a abrirse a Dios sin necesidad de palabras y a compartir con él sentimientos, vivencias, emociones, en una unidad que los místicos solo son capaces de expresar con lenguaje poético. La contemplación, como la oración, no puede encontrarse en un libro, ni sigue ningún esquema. Es la continuación natural de toda oración en la que la profunda amistad con Dios sigue expresándose sin necesidad de palabras.

 
Conclusión
 
La lectura orante de la Biblia parte del convencimiento de que Dios nos habla, sale a nuestro encuentro y nos interpela a través de las palabras humanas de los autores bíblicos. La Lectio Divina, a pesar de contener también elementos útiles de método, es sobre todo una actitud abierta de acercamiento a la Biblia en la que Dios nos interpela y nosotros tenemos la oportunidad de responderle, y así profundizar en nuestro vínculo con él que transformará nuestra relación con los demás y con nosotros mismos.

Misión Joven. Número 436. Mayo 2013