Jueves Santo
Padre nuestro que estás en la casa de Fulano,
y en la de Beatriz y en la de Quique y en la de María y en…
¡Espera, espera que cogemos aire…! Y en la tuya y en la mía
y en la nuestra y en la de todos tus hijos que estén,
que estemos dispuestos a escuchar, en torno a tu mesa,
eso tan importante que quieres decirnos.
Que tu nombre, traicionado hace dos mil años
por treinta cochinas monedas, no sea nunca jamás vendido,
negociado o ignorado por los que hoy seguimos considerándonos
tus amigos, tus discípulos, tus más acérrimos seguidores.
Venga a nosotros tu reino
para que tu amor de Padre, de Hermano, de Amigo,
llegue, por mediación nuestra,
a todos tus hijos, a todos nuestros hermanos.
Hágase tu voluntad,
la voluntad de un Padre que se inclina ante nosotros, sus hijos,
y nos lava los pies, enseñándonos a conjugar el verbo servir
en presente y en primera persona del singular.
Danos hoy el pan de cada día,
el mismo por el que Tú decidiste quedarte entre nosotros;
que ese trozo de pan y ese poco de vino, convertido en tu cuerpo y en tu sangre,
no falte nunca en nuestro menú de cada día.
Perdona las ocasiones en que olvidamos el testamento
que, en forma de mandamiento, Tú nos dejaste,
y que lo firmaste y lo sigues firmando con tu sangre
derramada por todos nosotros.
Así perdonaremos, comprenderemos y ayudaremos
a los que no tienen, sean cual sean sus circunstancias,
la inmensa fortuna de la que gozamos nosotros:
compartir mesa y sobremesa contigo
todos los días de nuestra vida hasta el fin del mundo.
No nos dejes caer en la tentación
de quedarnos dormidos, cerrando nuestros ojos y nuestros corazones
a tus mejores amigos, a tus hijos predilectos,
aquellos en los que Tú te sigues, apasionadamente, haciendo presente.
Y líbranos finalmente de acabar esta plegaria,
de concluir el día o de terminar cualquiera de nuestras acciones cotidianas,
sin hacerlo en memoria tuya.
José María Escudero