La cumbre de la Organización Mundial del Comercio, celebrada en Seattle del 30 de noviembre al 3 de diciembre de 1999, no llegó a ningún acuerdo importante. Sólo los representantes de cientos de ONGs que se oponen a los métodos de esta Organización se fueron con la sensación de que algo habían ganado, aunque tras sus manifestaciones dejaron una secuencia de destrozos, centenares de heridos y medio millar de detenidos. Como los liliputienses de Jonathan Swift en Los viajes de Gulliver, las organizaciones consiguieron inmovilizar al gigante de la economía con el uso de múltiples cuerdas sencillas al alcance de todos: una coordinación de esfuerzos, estrategias y acciones colectivas.
La respuesta popular a esa Cumbre fue como una marea inesperada y sin embargo no era más que la consecuencia visible de un trabajo que lleva años haciéndose en todo el mundo, una revolución silenciosa que empieza a dar sus frutos.
Es una revolución silenciosa porque lo que no es violencia o poder económico no es noticia. Y el trabajo que se está haciendo desde muchos frentes tiene que ver con el análisis del proceso de empobrecimiento de los países ya pobres y de una búsqueda de estrategias para modificar la situación.
Las conclusiones a las que se han llegado desde este análisis son las siguientes:
– La pobreza no es un accidente: es un proceso intencional.
– La pobreza es producida científicamente por un mercado y por una organización social que pone en primer lugar la ganancia y el lucro de la empresa y que divide a las personas en útiles e inútiles según sirvan o no al mercado.
A pesar de este mecanismo, existe un sector de la población mundial que vive una vida digna fuera del mercado por ser autosuficiente en las funciones básicas, por ejemplo la alimenticia. Estas personas sufren la presión del mercado, que intenta privarlas de su tierra, de su pesca, de sus bosques, y esterilizar sus semillas… para construir industrias o minas que nunca darán ventajas a la población local.
Miles de colectivos en todo el mundo llevan décadas intentando comprender de qué modo participamos en este mecanismo, del que nadie puede sentirse excluido, y cómo poder ser molestos para su buen funcionamiento. El mayor impedimento para conseguir este objetivo ha sido siempre la disgregación del movimiento. Cada uno se ha ocupado des su parcela y de sus objetivos sin encontrar el camino para concretar fuerzas en torno a objetivos comunes y oponer al poder del dinero y de la información la fuerza de la no violencia, o sea, la fuerza de la contra información, de la denuncia, de la cooperación.
En los últimos años ha surgido en muchos ámbitos de acción la necesidad de coordinarse, optimizar las energías y ser más eficaces. Así, hemos visto las «coaliciones» de organizaciones fuertes que han trabajado codo a codo en grandes campañas como el lobby creado por Amnistía, Intermón, Greenpeace y Unesco para la Campaña sobre el tráfico de armas, la coordinadora de ONG, la del Comercio Justo, la concentración en torno a Ecologistas en Acción y otras.
Desde Italia nos llega ahora la experiencia de la red de Liliput: una red alternativa de resistencia que engloba a todos los colectivos que desde hace años trabajan por un modelo de sociedad y de economía distintos.
En el seminario «Economía noviolenta», organizado en Florencia por el Movimiento Noviolento y por el MIR, se ha retomado la metáfora de Jonathan Swift: los liputienses han vencido al gigante de la economía salvaje (cf. las «Propuestas» de la página siguiente y también la sección de «Imagen»).
Desde estas páginas apoyamos esta labor de organización y coordinación para que poco a poco consigamos inmovilizar al gigante de la economía salvaje.
CUADERNO JOVEN