[vc_row][vc_column][vc_column_text]Jaime López de Eguilaz es Responsable de la Pastoral de Juventud en la Parroquia de «Santa María de Begoña» (Bilbao).
SÍNTESIS DEL ARTÍCULO
Partiendo de la realidad de los jóvenes de hoy y de la «necesidad de posibilitar experiencias que les ayuden a descubrir al Dios de Jesús en la vida», el autor defiende la «centralidad de la Pascua» en la pastoral juvenil. «Quisiera ayudar a la reflexión -nos dice desde la experiencia con grupos juveniles»; en este sentido, el artículo puede ser un buen punto de partida para revisar las «Pascuas» celebradas recientemente.
1. Introducción
Desde hace algún tiempo, dentro de la pastoral de juventud, ya sea en procesos de iniciación cristiana, experiencias de escultismo o en pequeñas comunidades, se está intentando retomar y en algunos casos relanzar la celebración de pascuas juveniles. Las experiencias son muy diversas, las opiniones sobre este tipo de celebraciones, también.
Quisiera ayudar a la reflexión, desde la experiencia con grupos juveniles, de lo que considero que puede y debe aportar la celebración de pascuas con jóvenes al crecimiento y maduración de la fe de los jóvenes que tenemos en los distintos procesos educativos. Hay que tener siempre la mirada puesta en la identidad cristiana que estamos buscando al realizar nuestra labor educativa: hacer que los jóvenes sean seguidores del Dios de Jesús, al que manifiesten su adhesión personal, que se concrete en su opción personal por construir el Reino de Dios hoy y aquí.
- La realidad del joven
Hay muchos estudios que analizan la tipología de los jóvenes de hoy[1]. Nos interesa fijarnos en las características de lo que llamamos el universo religioso de los jóvenes. «No nos encontramos ante la crisis de lo religioso entre los jóvenes, sino más bien ante una hemorragia de la religiosidad difusa». Es decir, aunque el número de jóvenes que se declaran no pertenecientes a ninguna religión ha aumentado de forma notable en los últimos veinte años, la indiferencia ante lo religioso no parece que sea lo predominante entre nuestros jóvenes, sino que las creencias se dirigen hacia otras formas, otras prácticas de lo religioso, distintas de lo tradicional.
Nos situamos pues ante una «espiritualidad de los jóvenes, que no viene caracterizada por la indiferencia ante la religión, sino más bien por un nuevo itinerario espiritual. Itinerario que no es ajeno al retorno general de lo sagrado por la vía de la naturaleza, a la vigencia de la dimensión existencial por la vía de la mística y al reclamo de unidades de pertenencia a través de pequeñas comunidades». Esta caracterización de la espiritualidad nos tiene que dar pistas para aprovechar «las oportunidades históricas» que se nos presentan ante la reconstrucción de la religiosidad que protagonizan los jóvenes.
La vida religiosa de los jóvenes no se sostiene ya, como en otras épocas, sobre el valor de lo institucional, sino que conlleva un grado importante de búsqueda de sentido, de preguntas sobre la vida humana. A esto se le une la necesidad de experiencias sobre las que fundamentar su fe, frente a la fe tradicional, lo que nos posibilita a los educadores acercarnos al joven desde el ofrecimiento de vivencias religiosas, que se ajusten a su propia religiosidad. Es aquí en donde podemos encuadrar y sacar provecho de las Pascuas con jóvenes.
3. Espiritualidad frente a espiritualismo
Desgraciadamente, el peso de la educación a través de la historia se configura como un lastre que tarda muchos años en levar anclas. En la historia reciente de nuestra Iglesia, por desgracia, hemos caído en el espiritualismo, en una expresión de fe ritualista y, muchas veces, sin continuidad en la vida diaria de las personas. Frente a esta manera de vivir la fe, intentamos lograr la espiritualidad, expresada a través de una experiencia cristiana, que posibilite el razonamiento adulto de nuestra fe.
Antes se hacía una celebración de la fe, en muchos casos impuesta, que no tenía en la mayoría de las situaciones relación con la vida. La tan necesaria síntesis de fe y vida no se producía. La vivencia de la fe quedaba reducida a un ámbito cerrado, piadoso y en muchos casos mediatizador de las conductas y personalidad de la gente. Era una época de cristiandad.
Ese pasado nos ha empujado durante muchos años a colocarnos en nuestra actividad pastoral en el otro extremo de la balanza; es decir, hemos dado el primer lugar a una fe activista, que no buscaba retroalimentación más que en la propia acción y en el contacto con los otros. Esto ha sido promovido, además, por un ambiente que favorecía este tipo de praxis y que cada vez planteaba más dificultades para la vivencia del Evangelio de Jesús. Hemos de lograr una espiritualidad que permita unir fe y vida, desde la oración y celebración y desde el compromiso militante y transformador.
Es un hecho que hasta hace poco tiempo, en nuestras programaciones, era difícil incluir experiencias de pascuas, de retiros de oración, de ejercicios espirituales.
Y no porque pensáramos que no aportaban nada al proceso educativo de los jóvenes, sino porque nos dábamos cuenta de que la respuesta a estas llamadas iba a ser escasa. En definitiva, se trataba de que no habíamos hecho un trabajo previo de motivación y además, por qué no decirlo, de que era un tema que los propios educadores teníamos -o tenemos todavía- en tinieblas, y eso nos asustaba.
En este punto, creo necesario reconocer que el mejor camino para mejorar y profundizar en nuestra fe es la autocrítica y la humildad de corazón para reconocer que el trabajo personal de nuestra fe no debe terminar nunca.
En nuestros procesos educativos, vamos dando pasos para incluir mecanismos que posibiliten la adquisición y vivencia de una espiritualidad fundamentada en la experiencia de Dios en nuestras vidas.
- ¿Por qué «Pascuas con jóvenes»? Significado de la Pascua
Asumiendo como principio en nuestra tarea pastoral la necesidad de posibilitar experiencias que ayuden al joven a descubrir al Dios de Jesús en la vida, se nos presenta el reto de la vivencia de la Pascua, como centralidad de la experiencia cristiana
Celebramos en la Pascua, el acontecimiento más importante de nuestra fe: la Muerte y la Resurrección de Jesús. Si somos capaces de posibilitar que el joven experimente el amor de Dios por nosotros, manifestado en la entrega de su Hijo, haciendo que el joven participe del misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús, experimentando la alegría de que él vive con nosotros para siempre, habremos conseguido uno de los principales objetivos que perseguimos en nuestro trabajo pastoral.
La interiorización de esta experiencia no tiene camino de vuelta. El experimentarla hace que cada uno se plantee su vida desde su propia realidad, desde ese Jesús, que lo da todo por los demás.
Pascuas con jóvenes, entonces, porque son un espacio celebrativo y vivencial muy adecuado para el encuentro con otros jóvenes, que intentan vivir su adhesión a Jesús de una forma madura y razonada.
Pascuas con jóvenes, porque si no ponemos en primer lugar la experiencia personal del misterio de la Muerte y la Resurrección del Señor será difícil el conseguir una identidad cristiana juvenil, que se enganche a la vida desde la opción por Jesús.
Pascuas con jóvenes, porque si no trabajamos la espiritualidad a base experiencias fuertes, se producirá un enfriamiento de la fe de los jóvenes, ya que en su vida diaria no se van encontrar con espacios favorecedores de experiencias religiosas.
Pascuas con jóvenes, porque si miramos a la reciente historia de muchas personas dedicadas desde su seguimiento de Jesús a la Pastoral de Juventud, nos damos cuenta de que las celebraciones pascuales les han ayudado a fundamentar su fe en Dios, desde la experiencia.
Pascuas con jóvenes, en fin, porque tenemos que conseguir que nuestros jóvenes descubran que Jesús entregó su vida por cada uno de ellos, de todos, y que desde la experiencia de la Resurrección nos llama personalmente a trabajar por la construcción de su Reino, del Reino de los últimos.
5. Programación y preparación de «Pascuas para jóvenes»
Si consideramos que la celebración de Pascua es un momento importantísimo dentro de la educación en la fe de los jóvenes, hemos de prepararla con todo esmero. La experiencia de la Pascua no puede ser decepcionante para un joven, sino que ha de ser una ocasión de gozo y un descubrimiento. La motivación previa, el análisis certero de los jóvenes a los que va dirigida y la preparación en equipo nos ayudarán a lograr el éxito.
La programación de la Pascua se ha de encuadrar necesariamente dentro de todo un proceso educativo. Pero si en el proceso no hemos cuidado aspectos como la oración, la eucaristía, será más difícil provocar en los jóvenes ciertas experiencias y vivencias durante la celebración pascual.
No debemos desanimarnos si nuestras propuestas no son acogidas con entusiasmo. El trabajo hay que realizarlo, poco a poco, durante todo el proceso educativo. El tiempo de encuentros masificados queda para el pasado. Este aspecto tiene para mí indudables ventajas.
Nuestra pastoral y nuestras celebraciones han de buscar la persona individual, con su nombre y apellido. Y es desde ahí donde llegamos al encuentro con los demás. Esto no se contrapone con celebraciones pascuales en donde se reúna un gran número de jóvenes, sino que desde las pequeñas comunidades vamos favoreciendo experiencias de este tipo, sobre todo en aquellas parroquias en las que, por diferentes razones, no hay cultura de celebración de Pascuas juveniles.
- Conclusión
La celebración de la Pascua ha de ser un momento culminante del proceso educativo que seguimos con jóvenes, al igual que la vivencia de la Pascua es fundamental para un cristiano adulto.
No debemos ser ingenuos a la hora de preparar Pascuas. Los procesos de nuestros jóvenes, en general, adolecen de una falta de experiencias que favorezcan la consecución de una espiritualidad que integre fe y vida. Por esta razón, encontraremos al principio dificultades para qué la idea entusiasme a nuestros jóvenes. En los grupos donde no se hayan trabajado la oración y los momentos de reflexión no podemos esperar otra cosa en un primer momento.
Aún así, considero de tal importancia el asunto, que merece la pena gastar fuerzas en esta tarea. Demos pasos, poco a poco, e iremos recogiendo los frutos, sin perder de vista que el objetivo final merece la pena: lograr jóvenes que, desde su experiencia personal de Dios, se adhieran a su mensaje y trabajen por la construcción de su Reino.
Jaime López de Eguilaz
[1] En este apartado me guío por el trabajo de J. GARCÍA ROCA, Constelaciones de los jóvenes, Cuaderno n° 62 de «Cristianisme i Justícia», pág. 32 y ss.
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